Encontré
a un amigo muy contento. No es para menos. Acaba de ser confirmado en su tranquilidad
y puede decirse a sí mismo: “Ya lo sabía, estoy del lado correcto”.
Mi
amigo acaba de leer el último editorial del Padre Bouchacourt, titulado "¿UNA NUEVA ERA?".
Ni
bien me ve me dice con aire satisfecho: “¿Qué van a decir ahora los que siempre
critican? ¿Qué van a decir los ultras, los extremistas, los que se fueron por
derecha? Nada ha cambiado en la Fraternidad y esto lo confirma. No hay nada
para decir. El Padre Bouchacourt ha hablado claro, muy claro”.
Bueno
–le dije, sin esperar a que recabara mi opinión y tal vez para no dejar que su
discurso se agotara es vanas repeticiones-. Este Editorial está muy bien, cómo
no. Pero…
-¿Pero
qué? –preguntó un tanto impacientado.
-Me
pregunto qué pasó con el cisne.
-¿Qué
cisne?
-Ese
que según el Padre Bouchacourt, en el Editorial anterior, cantaba
melodiosamente porque era su último canto. O sea, según su diagnóstico, ese
cisne que era el Vaticano II, tras cumplir 50 años, se estaba acabando, se
estaba muriendo, tras lo cual llegaría el momento en que Roma volvería a la
Tradición. La hora de la muerte para el Vaticano II había llegado. Ahora, tan
sólo un Editorial después, el Padre Bouchacourt afirma que el papa Francisco no
habla del Vaticano II simplemente porque ¡lo vive! Es decir, lo lleva a la
práctica más aún que su predecesor. Amigo, no quiero enturbiar tu alegría, pero
dime por favor, si el cisne se estaba muriendo, ¿cómo es que ahora rebosa
salud? ¿Cómo está vivito y volando? ¿Puedes explicarme eso? ¿Se trata acaso del
“ave fénix” que ha renacido de sus cenizas?
-Bah,
eso no tiene importancia, son sólo metáforas, imágenes que se usan para
escribir una nota periodística. Lo importante es que se critica a Francisco
como se debe…
-Es
cierto…
-Hasta
lo llama “un populista militante”, palabras bastantes duras.
-¿Populista?
¿Qué quiere decir con eso?
-Y…supongo
que alguien que siempre busca apoyarse en el pueblo, en las mayorías, que apela
a ellas como fuente de poder. Podría decirse, alguien que quiere complacer a la
gente antes que a Dios.
-Ajá.
¿Es alguien que podría por ejemplo decir: “vamos
a hacer lo que la mayoría piensa”, aunque esa mayoría se equivoque, como
dijo Monseñor de Galarreta? ¿O decir algo sólo para agradar a la opinión
pública, aunque no sea cierto, como que “después
de las discusiones, nos hemos dado cuenta que los errores que creíamos
provenientes del Concilio de hecho son resultado de la interpretación común que
se ha hecho de él”, como dijo Monseñor Fellay a la televisión?
-¿Pero
eso qué tiene que ver? No tiene nada que ver con esto. El tema ahora es este Editorial.
-¿Ah,
nada qué ver? Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que en el propio,
evidentemente.
-Igualmente
la crítica la hace y eso es bueno.
-Cierto,
pero…
-¿Pero
qué?
-En
este Editorial el P. Bouchacourt dice de Francisco: “¿No hay ahí una contradicción? Tal contradicción es, por desgracia, lo
propio del modernismo que denunciaba San Pío X”. Pero ¿acaso puede
denunciar la contradicción de otro quien se contradice a sí mismo? Primero
dijeron que no iba a haber acuerdo práctico con Roma sin acuerdo doctrinal.
Luego, que no hacía falta estar de acuerdo en todo doctrinalmente porque no se
podía esperar una conversión de los modernistas, y por eso había que aceptar un
acuerdo práctico de Roma. A veces se condenaba el Vaticano II, y a veces se
decía de él que no había que exagerar su crítica o que el problema era acerca
de su interpretación o que se lo aceptaba en un 95%. Al principio del
pontificado de Benedicto dijo Monseñor Fellay que éste era hegeliano y más
tarde que quería restaurar la Iglesia. Monseñor Fellay dijo que a partir del
2006 las cosas habían cambiado en favor de la Fraternidad en Roma –y no sólo
por el papa sino porque allí había muchos amigos de la Fraternidad-, ahora el
padre Bouchacourt no parece acordarse de esos amigos restauracionistas dentro
del Vaticano. ¿Cómo es la cosa? Dijo Monseñor Fellay: “Está claro que nosotros no firmaremos un acuerdo si las cosas no son
resueltas al nivel de los principios (…) No podemos permitirnos ambigüedades…
(el acuerdo) sería construido en zonas grises, y que apenas firmado, la crisis
resurgiría en estas zonas grises. Entonces para resolver el problema es
necesario que las autoridades romanas manifiesten y expresen de manera clara,
de manera que todo el mundo comprenda, que para Roma no hay treinta y seis
caminos para salir de la crisis, no hay más que uno solo que vale: que la
Iglesia reencuentre plenamente su propia Tradición bimilenaria. El día que esta
convicción sea clara en las autoridades romanas, e incluso si sobre el terreno
todo está lejos de estar resuelto, los acuerdos serán más fáciles de realizar”
(Mons. Fellay, en revista Fideliter 171, mayo junio 2006). Más tarde dijo: “Algunos argumentan que para trabajar “con
seguridad” en la Iglesia, en primer lugar, ésta debe limpiarse de todo error.
Esto es lo que se dice cuando se afirma que Roma debe convertirse antes de
cualquier acuerdo, o que los errores deben ser primero removidos para que
podamos trabajar. Pero esta no es la realidad” (Mons. Fellay entrevista a
DICI, 7-6-2012). Y en su respuesta a los tres obispos: “Pretender esperar a que todo se arregle para llegar a lo que ustedes
llaman un acuerdo práctico, no es realista”. Ahora bien, ¿todo eso no son
contradicciones? ¿Así que ahora de repente nos ponemos otra vez duros contra
Roma como si antes no hubiese pasado nada? ¿Cómo si no se hubiese provocado una
división, y expulsiones y castigos a raíz de la oposición de algunos valientes
sacerdotes y un valiente obispo a ponerse en manos de los modernistas de Roma?
“No podemos permitirnos ambigüedades”,
había dicho Monseñor Fellay, y luego envía a Roma una Declaración doctrinal que
mantuvo en secreto porque tenía ambigüedades y contradecía lo que siempre se
había dicho en la Fraternidad.
Ahora
parece que el espíritu combativo de la Fraternidad, que estuvo durante mucho
tiempo sumergido por los discursos moderados, conciliatorios y solícitos hacia
los enemigos modernistas de Roma, ahora pareciera que ese espíritu heredero de
Monseñor Lefebvre, renaciera como el “ave fénix”. Pero acá lo que demuestra
este Editorial de “Iesus Christus” es que el Padre Bouchacourt baila la música
que Monseñor Fellay le toque. Porque cuando Monseñor Fellay todavía no perdía
las esperanzas de llegar a un acuerdo práctico con Roma, el Padre escribía el
epitafio del modernismo, llegando a hablar del "canto del cisne".
Ahora que Mons. Fellay, con la "Carta n° 80 a los Amigos y
Benefactores", pretende hacernos creer que ha dado un giro de 180° a su
estrategia respecto de Roma, volviendo -al menos en el papel, al menos en su
discurso- al lenguaje "duro"; el Padre hace exactamente lo mismo.
Moraleja:
no se puede confiar ni en uno ni en otro.