miércoles, 24 de abril de 2013

CARTA A UNA RELIGIOSA SOBRE LA HORA PRESENTE





Por el Padre Emmanuel

A menudo habéis oído decir que los días se suceden pero no se parecen. Y yo os digo que a menudo las horas se parecen, aunque no se sigan.
Cierto día a tal hora las tinieblas reinaban sobre la tierra y hombres tenebrosos ejecuta­ban una obra de tinieblas.
Nuestro Señor les dijo: “Ésta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas”[1].
Esa hora pasó hace muchos siglos y, sin embargo, la hora actual se le asemeja.
Era la hora de la traición. Hoy es la hora de la mentira. El que tenga ojos para ver ve­rá cosas que infunden espanto. Sin querer en­trar en ningún detalle he querido señalar el hecho. Ya está.
La hora presente es la hora en la cual la fe enmudece. Oímos hablar a muchos charlata­nes; prestamos atención, muy atentamente pa­ra oír el lenguaje de la fe pero nada nos llega.
Cuando la mentira toma la palabra, la ver­dad parece muda. Las tinieblas de la hora ac­tual nos hacen ansiar vivamente la diafanidad de la luz de lo alto, pero nada se distingue.
El sol está lejos de nosotros, la luna, encu­bierta, las estrellas eclipsadas y quizás han caído del cielo: es la noche. “Venit nox quando nemo potest operari”[2] (Viene la noche, cuando nadie puede trabajar).
La hora actual tendrá necesidad de oír y comprender la palabra de Nuestro Señor Je­sucristo: VELAD y ORAD.
VELAD: Cuando el Maestro pronunció esa divina palabra, los Apóstoles dormían. ¡Cuán­tos hay que en esto se parecen a los Apósto­les! Dormir parece ser, hoy en día, la cosa más fácil y la menos comprometida. Dormid ahora, dijo Nuestro Señor.
¡Y ORAD! ¿Qué es orar? ¿Cómo orar? ¿Por qué orar? Los cristianos de hoy (¡no todos!) saben aún recitar oraciones, pero... ¿saben orar?
Cuando San Simeón anunció a María que su alma sería atravesada por una espada, agregó; Para que se descubran los pensamientos de muchos corazones[3]. La hora presente es la hora de la espada: aguardemos revelaciones.
Hay disfraces que caerán: semivirtudes que serán reconocidas como el antifaz de verdaderos vicios, la hora de las tinieblas se convertirá, a su manera, en la hora de las revelaciones.
Entonces comprenderéis mejor que nunca lo que la Iglesia canta a Dios: Tú solo eres santo. To solus sanctus!
Me preguntaréis, sin duda, Hermana, qué hace en la hora actual Nuestra Señora de la Santa Esperanza. En la hora presente, Nues­tra Señora de la Santa Esperanza relee su historia en un viejo libro.
¿En qué libro? En el libro de Job. En el capítulo 12, versículo 5, en las palabras si­guientes: Lampas contempta apud cogitationes divitum, parata ad tempus statutum.
Traduzco: Ella es una lámpara poco esti­mada (suavizo la expresión en honra de Nues­tra Señora) en la opinión de los ricos y, sin embargo, está allí, preparada para un tiempo señalado.
Explico: Ella es una lámpara, nada es más necesario en horas de la noche. Sabéis por qué noche atravesamos en la actualidad. Demos gracias a Dios que nos ha dado esta lámpara. Poco estimada... Algunos, en efecto, tienen por ella tan poca estima que no sabrían ni si­quiera pronunciar su nombre.
Continúo: Preparada. Comprendéis: ella es­pera, preparada para el tiempo señalado. Ese tiempo no es este tiempo, esa hora no es esta hora. Esta hora pasará, esa hora vendrá. Pa­ciencia por una, esperanza por la otra.
Seamos, Hermana, más que nunca, los hi­jos de Nuestra Señora de la Santa Esperanza.


"Las dos ciudades", Editorial Iction, Buenos Aires, 1980.


[1] Lc. 22, 53.
[2] Jo. 9, 4.
[3] Lc. 2, 35.