NON POSSUMUS
Nota de SYLLABUS: Volvemos a dar gracias a Non Possumus por su valioso aporte y
por eso nos permitimos hacer un leve cambio en su listado de agradecimiento a
la prensa católica que hoy –desde Internet- sirve al Reinado de Cristo y la
defensa de la Tradición católica y la Santa Iglesia Católica.
El foro Un
évêque s’est levée ha publicado este
discurso del Papa Pío XII actualizado y resumido por un sacerdote a la
intención del citado foro. Lo presento como un homenaje y agradecimiento a los
verdaderos periodistas de la verdadera Tradición, combatientes extraordinarios
que ven claro en estos tiempos de confusión y oscuridad: NON POSSUMUS,
SPES, APOSTOLADO EUCARÍSTICO, A GRANDE
GUERRA, PALE IDEAS, AVEC L’IMMACULÉE, PELAGIUS ASTURIENSIS, NON POSSUMUS
ITALIA, LA SAPINIÈRE, THE RECUSANT, CATHINFO Y TANTOS MÁS.
En rojo las actualizaciones del sacerdote.
Nos juzgarnos oportuno presentar a vuestras
meditaciones algunos principios fundamentales relativos al
papel de la prensa católica (y de internet) frente a la opinión pública. (…)
La opinión pública es, en efecto, el
patrimonio de toda sociedad normal (como el de la Tradición) compuesta de hombres que, conscientes de su conducta personal y
social, están íntimamente ligados a la comunidad de la que forman parte. La
opinión pública es en todas partes, en definitiva, el eco natural, la
resonancia común, más o menos espontánea (y por lo tanto, no impuesta por el partido en el poder), de los sucesos y de la situación actual en
sus espíritus y en sus juicios.
Allí donde no apareciera manifestación alguna de
la opinión pública, allí, sobre todo, donde hubiera que registrar su real
inexistencia (acuerdo o no con el
Vaticano=tema tabú para el público), sea la que sea la razón con que se explique su mutismo o su
ausencia, se debería ver un vicio, una enfermedad, un mal de la vida social.
(…)
Nos reconocemos en la opinión pública un eco
natural, una resonancia común, más o menos espontánea, de los hechos y de las
circunstancias en el espíritu y en los juicios de las personas que se sienten
responsables y estrechamente ligadas a la suerte de su comunidad.
Pero ¿dónde encontrar a estos hombres
profundamente penetrados del sentimiento de su responsabilidad y de su estrecha
solidaridad con el medio (Tradicional) en que viven? (…) ¿Hombres que, a la luz de
los principios centrales de la vida (y del combate de la fe), a la luz de sus fuertes convicciones (…) gracias a la
rectitud de su juicio y de sus sentimientos, deberían poder edificar, piedra a
piedra, la sólida pared sobre la cual la voz de estos sucesos, al chocar, se
reflejada en un eco espontáneo. ¡Sin duda alguna hay todavía hombres de este
temple, aunque, por desgracia, poco numerosos, y cada día más escasos, a medida
que se ven suplantados por sujetos escépticos, hastiados, despreocupados, sin
consistencia ni carácter, fácilmente manejados por algunos «hacedores del
juego»! (…) quienes ahogan a sangre fría toda la espontaneidad de la opinión
pública y la reducen a un conformismo ciego y dócil de ideas y de juicios
(…)pobres seres, vacíos, inconsistentes, sin fuerza de espíritu para
desenmascarar la mentira, sin fuerza en el alma para resistir la violencia de
los que con habilidad saben poner en movimiento todos los resortes de la
técnica moderna, todo el arte refinado de la persuasión para despojarlos de su
libertad de pensamiento y hacerlos semejantes a las frágiles «cañas agitadas
por el viento» (Mt 11,7).
En esta situación, el mal más temible para
el publicista católico (y el militante del
buen combate de la Tradición)
seria la pusilanimidad y el abatimiento. Ved la Iglesia: después de casi (ahora) dos milenios, a través de todas las dificultades,
contradicciones, incomprensiones, persecuciones abiertas o solapadas, nunca se
ha desanimado, nunca se ha dejado deprimir. Tomadla como modelo. (…)
En toda su manera de ser y de obrar (vuestra resistencia), debe oponer un obstáculo infranqueable al
retroceso progresivo, a la desaparición de las condiciones fundamentales de una
sana opinión pública y consolidar e incluso reforzar lo que de ella queda. (…)
Esta delicada tarea supone, en los miembros de
la prensa católica (y de los foros y blogs
de internet), competencia, una
cultura general sobre todo filosófica y teológica (es decir, una buena formación doctrinal), cualidades de estilo, tacto psicológico. Pero
lo que le es indispensable, en primer lugar, es el carácter.
El carácter, es decir, sencillamente, el amor profundo e inalterable al orden
divino, que abraza y anima todos los dominios de la vida (y en particular el buen combate de la fe); amor y respeto que el periodista católico (y tradicionalista) no debe contentarse con sentir y nutrir en el
secreto de su propio corazón, sino que debe cultivar en los de sus lectores. En
ciertos casos, la llama que así salta bastará para encender o para reavivar en
ellos la centellita casi muerta de las convicciones y de los sentimientos
dormidos en el fondo de su conciencia. En otros casos, su amplitud de
miras y de juicio podrá abrir sus ojos, fijados con excesiva timidez en
prejuicios tradicionales (inadecuados
en tiempos de crisis). En los unos como en
los otros, el periodista católico se guardará siempre de «hacer» la opinión;
más bien, ambicionará servirla.
Nos creemos que esta concepción católica
de la opinión pública, de su funcionamiento y de los servicios que le presta la
prensa (y en análoga medida,
internet), es completamente
justa, y que es necesaria para abrir a los hombres, con arreglo a vuestro
ideal, el camino de la verdad, de la justicia y de la paz.
Así, por su actitud frente a la opinión pública,
la Iglesia se coloca como una barrera ante el totalitarismo, que, por su misma
naturaleza, es necesariamente enemigo de la verdadera y libre opinión de los
ciudadanos.
(…)
La prensa toma una decidida posición, de
hecho y de derecho, a favor de la justa libertad de pensar y del derecho de los
hombres a su juicio propio, pero los contempla a la luz de la ley divina. Que
es tanto como decir que quien quiere ponerse lealmente al servicio de la
opinión pública, sea la autoridad social (Menzingen) o la prensa (foros y blogs de internet) misma, debe prohibirse absolutamente toda
mentira y toda excitación. ¿No es evidente que esta disposición de espíritu y
de voluntad reacciona eficazmente contra el clima de guerra?
Desde el momento, por el contrario, en que la
pretendida opinión pública es dictada, impuesta, de grado o por fuerza; desde
que las mentiras, los prejuicios parciales, los artificios del estilo, los efectos
de voz y de gesto, la explotación del sentimiento, vienen a hacer ilusorio el
justo derecho de los hombres a su propio juicio, a sus propias convicciones (sobre todo en el crucial combate de la fe
frente a la apostasía universal),
entonces se crea una atmósfera pesada, malsana, ficticia.
Finalmente, Nos querríamos todavía añadir una
palabra referente a la opinión pública en el seno mismo de la Iglesia (y actualmente, de la Tradición) (naturalmente, en las materias dejadas a la
libre discusión) (como es el caso de la
oportunidad o no de los acuerdos con la jerarquía neo-modernista). Se extrañarán de esto solamente quienes no
conocen a la Iglesia o quienes la conocen mal. Porque la Iglesia (y la Tradición católica con ella), después de todo, es un cuerpo vivo y le
faltaría algo a su vida si la opinión pública le faltase; falta cuya censura
recaería sobre los pastores y sobre los fieles. (…)
El publicista católico sabrá evitar tanto
un servilismo mudo corno una crítica
descontrolada. (…)
Nos no terminaremos sin dirigir nuestro
pensamiento hacia tantos hombres verdaderamente grandes, honor y gloria
del periodismo y de la prensa católica de los tiempos
modernos. (…) desde sus filas se han levantado hoy verdaderos mártires de la
santa causa, (…)¡Bendita sea su memoria!(R.P. Calmel…)
(R.P. Castellani ndlr) Que su recuerdo sea para vosotros un consuelo
y un aliento en el cumplimiento de vuestro rudo pero importante deber.