por el R.P. Leonardo Castellani
Tomado de Domingueras
Prédicas
Ediciones Jauja, Mendoza,
Rep. Argentina, 1997
"Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad,
en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora
nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo
sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no
os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del
Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por
vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que
salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo
y voy al Padre.» Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no
dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que
nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.» Jesús les
respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os
dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo,
porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en
mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.»
(Jn. 16,23-33)
En este tercer fragmento
de la Despedida de Cristo, que es el final, Cristo trata de la oración; y en
toda la despedida trata de la Esperanza sobrenatural, como está dicho. La
Esperanza es la nutrición y al mismo tiempo la nutridora de la oración.
Cristo hace a los
Apóstoles una promesa estupefaciente: "Todo lo que pidiereis al Padre en
mi nombre, os será dado"; y los Apóstoles se entusiasman enormemente —en
falso.
La oración nos religa con
Dios; y por tanto es el acto más importante de la Religión; palabra que
significa "religamiento".
La Escritura dice de la
oración: "Bendito sea Dios que no apartó de mí ni mi oración ni su
misericordia" —uniendo así nuestra oración con la misericordia de Dios, y
prometiendo implícitamente que mientras hagamos oración obtendremos
misericordia. Es muy consoladora esta promesa del Psalmo 65, versículo 20.
Varias veces en mi vida
he dicho este versículo; varias veces en mi vida me he encontrado en lo que
llaman "conciencia perpleja"; y me he pacificado recordándolo. Pondré
un ejemplo pequeño, porque decía el Santo Cura de Ars que no hay que decir en
la predicación sino aquello de que uno tiene experiencia propia. Por ejemplo,
cuando enseñaba Filosofía en el Instituto del Profesorado, tenía graves
escrúpulos, porque era claro que DE HECHO yo Filosofía no enseñaba (a causa,
creo, de la nula disposición del alumnado) y cobraba tranquilamente $258
mensuales. Yo seguía en el puesto, con "conciencia perpleja", una,
porque algo enseñaba, aunque no fuese Filosofía y dos, porque si renunciaba,
ocupaba mi lugar un profesor que no sólo no enseñaría Filosofía sino a lo mejor
enseñaba objeciones contra la Religión cristiana con el nombre de Filosofía,
como hacían entonces Sansón Raskowsky y José Luis Kriegman. Pero con esta
conciencia perpleja, yo veía que seguía orando; no muy bien, pero orar, oraba.
Al fin Perón me sacó del problema echándome de la cátedra; no Perón propiamente
sino otros del costado de Perón.
Esto: "bendito sea
Dios que no apartó de mí ni mi oración ni su misericordia" está dicho en
alabanza de la oración; es la mayor que hay. Ahora viene otra alabanza, del
severo Tertuliano, en sentido contrario: "Yo tiemblo, dice el severo
Africano, de pensar que un hombre pueda pasar un solo día sin orar". El
primer dicho significa que aquél que ora, se salva; ¿significa este otro que
aquel que no ora, no se salva? En la mente de Tertuliano, sí; pero no se puede
sostener: pues en definitiva Tertuliano, Padre de la Iglesia, a fuerza de
rigurosidad, cayó en herejía, en la herejía montañista, semejante a la herejía
jansenista del siglo XVII. En la Escritura no está el dicho de Tertuliano. En
la Escritura está que el que ora se salva; la negativa, "el que no ora, no
se salva", no está. No lo sabemos. No quiere decir que no sea peligroso
pasar la vida sin orar; pero en fin, Dios sea loado, hay muchas maneras de
orar; y a veces se ora sin saberlo.
Esto precisado, podemos
considerar el alcance de la promesa de Cristo. Cristo promete que el Padre nos
dará lo que le pidamos. Los Apóstoles se fueron por las nubes; pero Cristo les
añade que "hasta ahora no me habéis pedido nada"; y le habían pedido
cosas, pero eran cosas insensatas; por ejemplo "que hiciera caer una bomba
atómica (o sea, fuego del cielo) sobre las ciudades de Cafarnao y Bethsaida
Julia. Por eso advirtió que había que pedir en su nombre y junto con El; o sea,
que no había que pedir cualquier cosa.
Entonces la promesa parece
irse al diablo; parece equivaler a esto: "Hay que pedir a Dios cosas; si
Dios quiere nos las dará, si no quiere no". Para ese viaje no se necesita
alforja; lo sabíamos ya, Cristo podía haberse ahorrado ese jueguito de
palabras, mantantiru tiru la.
Tampoco es eso. La
oración "eficaz" fue delimitada cuidadosamente por Cristo durante su
predicación: tiene dos condiciones necesarias: una, que tiene que ser
constante; otra, que tiene que ser de lo conveniente. "Supongamos que uno
pide a Dios algo inconveniente, que su deseo se cumple, y él atribuye a Dios el
don de algo dañoso; eso es cómico" —dice el filósofo Kirkegord.
"Si uno pide a su
Padre un pan ¿le dará una piedra? Si le pide un huevo ¿le dará un alacrán? Si
le pide un pescado ¿le dará una víbora? —dice Cristo. Lo malo es que a veces
pedimos una piedra, un alacrán y una víbora; y Dios no nos los da. ¿Es inútil
entonces mi oración? Nunca, si es ferviente y constante. "Aut dabit quod
petis aut quod noverit melius", dice San Agustín: "o te dará lo que pides
o lo que El sabe es mejor".
Cristo reiteró igualmente
que la oración sea constante: "sine intermissione orate", orad sin
aflojar; y lo ilustró con la Parábola del Amigo Insistente, que viene a
medianoche a pedir panes prestados al amigo que está durmiendo, y éste lo manda
al diablo con diez maldiciones y el otro sigue golpeando la puerta, hasta que
se levanta el amigo rico y se los da; "así —dice Cristo— si Dios no os
otorga lo que pedís por su benignidad, puede ser que lo otorgue de puro
cansado". Y así vemos en las vidas de los Santos cuántas veces Dios hizo
esperar a alguien incluso toda la vida.
Pero si Dios sabe lo que
necesitamos, sabe lo que nos conviene, y Dios nos ama ¿qué necesidad hay de
pedir? Casi parece hacer un agravio a la Paternidad de Dios. "Sabe vuestro
Padre Celestial que tenéis necesidad destas cosas" —dijo Cristo.
Esta objeción se oye, e
incluso la han escrito algunos filósofos, Spinoza, Renouvier, Vacherot —no
grandes filósofos por cierto, como se ve por el hecho de que es bastante tonta.
Breve y elegantemente respondió hace mucho tiempo San Agustín: "Dios no
necesita que le digas lo que necesitas; pero tú sí lo necesitas". O sea,
sea que Dios conceda, sea que no conceda lo que imploramos, la imploración nos
hace bien.
¿Qué bien nos hace? El
gran sabio francés Alexis Carrel en su libro "El Hombre, Ese
Desconocido" (L'Homme, Cet Inconnu), traducido entre nosotros con el
título de La Incógnita del Hombre, hace un agudo análisis, que no hay tiempo de
repetir, del provecho natural que imparte al hombre la oración, visto solamente
a los ojos de la razón natural. Pero el provecho religioso es mayor, y él
incluye este otro provecho natural. El provecho religioso de la oración, aun en
el caso de no obtener lo pedido; o sea, ese "algo mejor" que dice San
Agustín, es en resumen:
1º- nos pone en contacto
con Dios; o sea, un acto de fe.
2º- despliega confianza
en Dios; o sea, un acto de esperanza.
3º- confiesa que Dios es
bueno; o sea, un acto de caridad.
4º- nos pone vivamente
ante los ojos de la mente el objeto que deseamos; o sea, un acto de prudencia;
puesto que la prudencia depende del considerar y la oración nos hace
considerar.
5º- finalmente, nos
calma, lo cual también pertenece a la virtud de prudencia.
Consideremos una viejita
que está sentada al lado de su nieto enfermo rezando el Rosario; con muchas
distracciones por supuesto. Ahí está un chiquito enfermo y ahí está la abuela
en la presencia de Dios: la repetición monótona de una y otra vez la misma
fórmula le calma los nervios; la confianza en Dios le calma los arrebatados
afectos de temor y tristeza —y después de su oración podrá atenderlo mejor; la
fe le hace someter su voluntad a la incógnita y más sapiente Voluntad de Dios;
la conciencia de lo que pide le pone ante los ojos la verdad de la muerte y de
lo deleznable de la vida humana; los misterios del Rosario la sacan del
monoideísmo o idea fija, recordándole por ejemplo la Pasión de Cristo o el gran
asunto de la salvación eterna; y el deseo de alcanzar lo que pide le sugiere el
propósito de buenas obras o el arrepentimiento de malas acciones; y sobre todo
eso, quién te dice que a Dios no se le ocurra hacerle la gracia o, si a mano
viene, el milagro. "O te dará lo que pides o lo que Él ve que es
mayor".
De modo que, resumiendo,
la promesa de Cristo en la Última Cena, aunque no sea una cosa de magia, supone
que nuestra oración es verdadera oración, o sea prudente y constante; y la
oración es el foco vivo de la religión. Los sabios la han alabado de
provechosa; pero ¿qué alabanza es comparable a la que della hace la Iglesia?
Desde que existe la Iglesia existen las Órdenes contemplativas, que ella no
solamente ha aprobado sino que ha creado para promover la búsqueda de lo
"Único Necesario".