AMAR Y DEFENDER LA VERDAD
SI NOSOTROS AMAMOS LA VERDAD, y queremos
defenderla, hay que colocarnos resueltamente en el « campo de la
verdad » del cual Nuestro Señor Jesucristo es el Rey.
Yo soy Rey: Para eso nací y para eso vine al mundo: para dar testimonio
de la Verdad. Quien es de la verdad escucha mi voz (Juan
18,37)
« Ser de la verdad » significa por
principio conocer la verdad, estudiarla e incluso
contemplarla. Si nuestros contemporáneos tienen tan poco amor de la verdad, es
que ellos no la conocen. Ellos han aprendido en los bancos de las escuelas una
gran cantidad de mentiras en los dominios científico (darwinismo), histórico
(denigración de nuestro pensamiento cristiano y exaltación de la revolución),
sobre todo filosófico, moral y religioso. Se les ha abrevado con conocimientos secundarios
que no desarrollan el espíritu; les han cerrado el acceso a lo bello (“el
resplandor de lo verdadero”) que se encuentra sobre todo en las letras clásicas
(francesas, pero también latinas y griegas) y en el arte cristiano.
Lo queramos o no, todos nosotros estamos más o
menos marcados por esta ignorancia abisal de nuestros contemporáneos. De allí
la importancia de una verdadera vida de estudio, de la participación en
círculos o en actividades que nos formen en profundidad.
Esto demanda sacrificios: una organización metódica
de su tiempo; evitar las pérdidas de tiempo, notablemente con los medios
modernos de comunicación que no forman el espíritu (internet, televisión,
móviles, revistas, periódicos…) y nos impiden trabajar.
Esto demanda también reconocer humildemente nuestra
ignorancia, saber tomar consejo de personas más competentes que nosotros. La
verdad se recibe, ella no surge de las profundidades de nuestro subconsciente;
y para recibirla, hay que ser dócil.
También hay que probar nuestro amor a la
verdad odiando al error, como lo subraya a justo título Ernest Hello:
“Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este
aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el
amor a la verdad. Si no amáis la verdad, podréis decir que la amáis e incluso
hacerlo creer a los demás; pero estad seguros que, en ese caso, careceréis de
horror a lo que es falso, y por ésta señal se reconocerá que no amáis la
verdad” [Ernest Hello, L’Homme, Perrin, 1941, p. 214.]
En particular, es importante examinarse sobre la
práctica del 8vo mandamiento (no mentirás): no aceptemos jamás la mínima
mentira, el mínimo equívoco calculado, sobre todo en el dominio de la fe. El
Papa Honorius fue condenado severamente por un concilio y por sus sucesores por
haber escrito una carta ambigua al patriarca de Constantinopla que favorecía la
herejía.
Soljenitsyne dijo que la primera resistencia al
comunismo era el no aceptar jamás colaborar con la mentira:
Es aquí justamente que se encuentra la clave, la que más descuidamos, la
clave más simple, la más accesible para acceder a nuestra liberación: ¡no
participemos en la mentira! La mentira puede cubrir todo, puede reinar sobre
todo, es en el nivel más bajo que nosotros resistiremos: que ellos reinen y
dominen, ¡pero sin mi colaboración! “Una palabra de verdad pesa más que el
mundo entero”. » [Alexandre SOLJENITSYNE, extractos de un ensayo titulado:
« « No viva con la mentira » y del discurso del premio Nobel
(1972)]
Huyamos de los medios de comunicación, que son el
reino de la mentira, aunque sea por omisión, pues no hablan jamás de Dios; y si
lo hacen, es para meterlo en los diversos hechos o para mentir abundantemente
haciendo creer que todas las religiones honran a Dios.
Finalmente hay que practicar la caridad de la
verdad.
La verdad es el primer bien del hombre, es ella que
nos hace libres (« Veritas liberabit vos, la Verdad os hará libres” Juan,
8, 32), es la fe (la verdad sobre Dios) que nos da la vida sobrenatural (“El
justo vive de la fe” Hechos 10, 38).
Si verdaderamente amamos a nuestro prójimo, debemos
querer conducirle a la verdad. Esta caridad de la verdad ha llevado a los
cristianos, especialmente a los misioneros, a las acciones más heroicas en los
siglos de cristiandad. Hoy, desgraciadamente, la caridad se ha enfriado y ya no
nos atrevemos a dar testimonio de la verdad como Nuestro Señor “que vino al
mundo para dar testimonio de la verdad” (Juan 18, 37).
Reencontremos el celo de nuestros antepasados,
alistémonos resueltamente en el “partido de la verdad”, estudiémosla para ser
capaces de dar cuenta de ella, luego confesémosla sin temor: esto será nuestra
salvación y la de quienes nos escuchen.
Hoy más que nunca, que se comprenda bien, la sociedad necesita doctrinas
fuertes y consecuentes consigo mismas. En medio de la disolución general de las
ideas, solamente el aserto, un aserto firme, denso, sin mezcla, podrá hacerse
aceptar. […] Hay una gracia agregada a la confesión plena y entera de la Fe.
Esta confesión, nos dice el Apóstol, es la salvación de quienes la hacen y la
experiencia demuestra que es también la salvación de quienes la escuchan.
Seamos católicos y nada más que católicos. [Dom GUÉRANGER, el Sentido cristiano
de la historia].
La guerra del error contra la Verdad.