Perplejos ya no: asqueados. Transidos de una
repugnancia que sólo apagaría el escarmiento ejemplar del impostor y su cohorte
de sacrílegos, la recia venganza de un Dios celoso de Su nombre y de Su gloria.
Ya no perplejos: saturados. Y es que el Hombre del Paroxismo, contando muy a
sabiendas con la permisión y la paciencia de lo Alto, apura el saqueo de todo
remanente de dignidad en la Iglesia adulterada, donde la cizaña ahoga a la
mies.
Otros depusieron, gradualmente, los símbolos de
la monarquía pontificia: éste directamente huélgase en el cieno, entre las
deyecciones varias, dando lugar a que unos malandrines célebres sean quienes
regulen el trato que conviene para con el Vicario de Cristo. «Al otro
había que besarle el anillo...» La rebelión universal de los viles,
que se han sentido atraídos al Lugar Santo para hollar, para hozar, para dar
coces, que han visto llegada la oportunidad de desfogar su duradera tirria para
con el misterio y sus trémulos destellos entre las cosas; ésa, la revolución
que aún aguardaba a realizarse, ya se consuma ante unos guardias suizos que
permanecen tiesos, sin reflejos defensivos. Bien hizo en recordar De Maistre
que a los hilos de la revolución los mueve el diablo.
Un montón de pulpa humana engarzada a profusión
con pedrerías vanas, a menudo herrada con dibujos, cuya conciencia no luce
menos sombras, toda en racimos en torno de aquel hombre de blanco y brunos
propósitos. Sonrisas y risotadas ilustrativas del pecado de banalidad, no menos
que de la banalidad del pecado. Los piolas cohonestados, hallando
pábulo a sus desmanes allí donde debieran hallar reconvención y penitencia, en
el mismísimo momento en que millares de cristianos encuentran el martirio en Medio
Oriente.
Francisco
abraza a la actriz pornográfica Wanda Nara, que aparece junto a su compañero
adulterino Mauro Icardi, que fue el mejor amigo de su marido.
A justos cien años de que la Belle Époque despertara de sus ilusiones por los cañonazos de la Granguerra, el actual ambiente histórico se espesa en nuevos y no menos múltiples conflictos. Si hoy un Stalin sarraceno, el gran califa adveniente, preguntara con arrogancia como el ruso: "¿cuántas divisiones tiene el Papa?", habría que señalarle esa pila de tahúres, malas hembras, traidores y pornógrafos que atestan los apartamentos pontificios desde que el Papa del fin del mundo se dispusiera a poner el mundo al revés y completara la deconstrucción de papado y cristianismo, todo en uno.
Lo mucho que se diga es siempre poco. A cada queja o desazón que se manifieste por la nueva trastada pontificia, éste opondrá triunfante otra mayor, en una pulseada al infinito, inextinguible como la sed del hombre. A esta cruel dinámica adoptada no será la razón quien la detenga. Por mucho que lo propongan a Francisco como presidente de una «Sociedad mundial de las religiones», la segur parece aparejada a la raíz, y las bombas -si hay que atender a creíbles amenazas- ya apuntan a Babilonia.
LOS FRUTOS DEL "PAPA HUMILDE"