domingo, 29 de diciembre de 2013

VERDADERA Y FALSA PIEDAD


A continuación transcribimos un texto de suma importan­cia de Monseñor Straubinger (1), respecto a la piedad y su deformación.

Más de una persona que quiere ser piadosa, se dedica a una piedad sentimental, y está convencida de que no será oída por Dios, sino recitando tal fórmula determinada, y esto delante de tal imagen determinada y no de otra, y en tal día y no en otro, y cree esto con tanta firmeza como si lo hubiese leído en el Evangelio, mientras ignora casi por completo las palabras de vida que allí nos dejó nues­tro divino Salvador.

A tal persona no le falta lo que se llama devoción -es tal vez la más piadosa de la parroquia- pero sí, la recta espiri­tualidad. No sabe distinguir entre lo esencial y lo secunda­rio, y así se trastorna en ella el orden de los valores, de modo que los de poco valor le parecen más importantes que los de primera categoría. Es porque esa alma se deja llevar, sin darse cuenta, de un espíritu seudo religioso, que es precisamente la mejor arma del diablo para corrom­per las almas piadosas.

Peor es el caso de los que tienen una religiosidad enfermi­za, como aquélla que San Pablo estigmatiza en II Tim. 4, 3-4, diciendo que habrá hombres, que "no soportarán más la santa doctrina, antes bien con prurito de oír se amonto­narán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Aparta­rán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas". El Papa Benedicto XV cita este pasaje en la Encíclica "Humani Generis", donde exhorta a los predicadores a no ambi­cionar el aplauso de los oyentes, y agrega: "A éstos les llama San Pablo halagadores de oídos. De ahí esos gestos nada reposados y descensos de la voz unas veces, y otras esos trágicos esfuerzos; de ahí esa terminología propia únicamente de los periódicos: de ahí esa multitud de sen­tencias sacadas de los escritos de los impíos, y no de la Sagrada Escritura, ni de los Santos Padres".

Agradecemos al Sumo Pontífice la franqueza con que azota aquí las faltas que algunos hacen en la predicación, con lo cual da a entender que las aberraciones espirituales de los fieles tienen su paralelo en las desviaciones de los predi­cadores.

La religiosidad de esta clase de cristianos es un problema. "Tendrán, como dice San Pablo, ciertamente apariencia de piedad, mas niegan su fuerza" (II Tim. 3, 5), o sea, su es­píritu. A la gran masa le gusta tal deformación de la reli­gión, porque exige poco: solamente algunas "apariencias" piadosas, las más baratas posibles: en lo demás, libertad para vivir la vida, pues esos hombres son "amadores de los placeres más que de Dios" (II Tim. 3, 4). ¡Con qué cla­ridad San Pablo ha visto nuestro tiempo! Y le dio tam­bién el nombre que le corresponde: tiempo de apostasía, apostasía práctica, por supuesto, ya que las "apariencias" de piedad impiden la apostasía formal. La apostasía disfra­zada es para el Apóstol de los Gentiles "el misterio de la iniquidad", del cual habla en II Tes. 2, 7 ss., para abrirnos los ojos sobre los espíritus que nos engañan bajo forma de piedad y aparatosa religiosidad, incluso aparicio­nes.

(1)  Espiritualidad Bíblica, pág. 26-27


“Boletín de la Tradición Católica. FSSPX. Córdoba. Enero de 1989”.