viernes, 13 de diciembre de 2013

CARTA DE UN RESISTENTE A QUIEN LA QUIERA LEER







“¿Quién podría tolerar una ciudad tan desvergonzada?, ¿cómo describir la inmensidad de la ira que se inflama cuando se humilla a la patria?, ¿cuándo ha sido más lozana la abundancia de vicios? Cualquier vicio, ha llegado al colmo…Todo esto revuélvelo bien en tu ánimo antes del alarido de las trompetas…Cuando uno se ha puesto el casco es tarde ya para arrepentirse de la lucha” (Juvenal, Sat. I)

Cuando el católico recibe el sacramento de la Confirmación, se convierte entonces en soldado de Cristo. Recibe allí el casco (como menta el pagano) y todas las armas que necesita, no sólo para combatir por su salvación, sino para combatir bajo el estandarte de su Rey, a sus órdenes, por su honor y gloria. De modo que habiendo sabido prepararse para recibir estas armas –los dones del Espíritu Santo-, ya es tarde para arrepentirse de la lucha.  Por lo que dejar de dar el combate –por olvido, por cobardía, por comodidad o las mil razones razonables que puedan esgrimir quienes no combaten- significa lisa y llanamente una deserción y una traición, pues de este modo se permite el avance del enemigo.

La actual situación de los grupos que conforman la llamada Tradición católica, en especial la FSSPX, con su contagio liberal y la traición avanzando a pasos agigantados en la congregación fundada por Mons. Marcel Lefebvre, permite ver cómo este enfrentamiento deja aflorar actitudes indignas de un soldado de Cristo, que suman complicidad con su cautela indebida o su silencio cobarde al avance del mal que corroe una obra querida por Dios y llevada adelante por ese varón ilustre y valiente que fue Mons. Lefebvre.

Así se suceden ante distintas instancias de acción donde se debe dar testimonio, “los que formulan declaraciones terminantes y después las suavizan para ser diplomáticos. Los que tratan de no exagerar para conservar sus puestos y se retractan vergonzosamente llegado el caso… Los que se asombran de ver a dónde hemos llegado pero aceptan el punto de partida… Los incapaces de movilizarse por negligencia, escepticismo o insoportable cobardía.” (Antonio Caponnetto, “Hablemos claro, obremos en consecuencia”, Cabildo 2da. Epoca N° 95, diciembre de 1985).

Algunos no atinan a saber qué hacer, y tan solo se conforman con la crítica huidiza, lanzada por lo bajo en la mesa de un café, o a toda voz lejos del posible peligro. Otros, aunque conocen la fuerza arrolladora del mal que avanza,  esperan “a ver qué pasa”, como quien espera el dolor agudo de la muerte para acudir a la emergencia médica, pensando que entonces podrán escapar del mal ya irremediable. Están quienes prefieren graduar el destrozo del enemigo a conveniencia, siempre reduciendo los alcances para no ser “exagerados”. Y mientras tanto el mal avanza, acopiando fuerzas de quienes en el fondo se muestran indiferentes en el cumplimiento de su deber de soldados de Cristo.

Desde luego que tenemos en primer lugar, para resistir y vencer al enemigo y fortalecernos, el recurso de la oración, pero escribe Santo Tomás que Dios puede actuar sobre el tirano escuchando las súplicas y las plegarias, "más para que el pueblo pueda merecer este beneficio debe cesar de cometer pecados, porque los impíos llegan al poder por permisión divina, en castigo del pecado, conforme dice el Señor en Job 34,30: ‘se hace que reine un hombre hipócrita por los pecados del pueblo’". Hacer penitencia y santificarse son acciones de olvidada incidencia política, esto es, de colaboración con el cuidado del Bien Común.” (A. Caponnetto, id.). Es así que se suman cruzadas de rosarios que son inutilizadas por el mismo culpable liberalismo de quienes instrumentan lo sagrado para sus miserables fines, y los fieles por su parte se conforman con no buscar que los sacerdotes hoy involucrados en este gran engaño se sientan empujados a actuar de acuerdo a lo que son o de lo contrario manifestarles su repudio ante tal conducta indigna.

Los indecisos no son para estos duros combates. Y ningún argumento ni buen ejemplo puede persuadir a los cobardes. Siempre habrá gente que encuentra "nobles motivos" para no dar las batallas de Dios. Por lo que nos queda a nosotros dar el ejemplo y dar nuestro apoyo a quienes combaten a nuestro lado. ¿Cómo? “Hay que ejercitar sin alarde el valor, la confianza y el temple. Porque la tiranía –enseña Aristóteles- se alianza con pusilánimes, medrosos y desconfiados de sí mismos y de sus amigos. Y promover esos atributos en el comportamiento de los demás…La grey responde si hay egregios. Si ve mercenarios, se desbaratará vencida, si ve perros mudos se amilanará, si ve tibios, se entibiará; mas si percibe un varón santo y lúcido, su ejemplo congregará los ánimos”.


No pueden enunciar la ausencia de ejemplos a seguir, los pusilánimes que permanecen con muelle modorra en un silencio temeroso, viendo avanzar el mal. No pueden los fieles de la neo-FSSPX asentir el desmadre de la obra de Dios, por la insidiosa mano de astutos liberales, afirmando que no hay nada que se pueda hacer. Y no pueden sostener más excusas para la inacción porque fuera de ella hay esforzados y lúcidos sacerdotes que han preferido el descrédito y la incomodidad con tal de no arriar las banderas ni bajar las armas en el combate por el honor de Cristo Rey y la Sma. Virgen, y ese ejemplo no puede ser ignorado, sino que debe ser aprovechado. No, ya no hay más excusas para no alzar la voz y decir la verdad, aunque eso cueste una injusta represalia. No hay manera de que la Divina Providencia no ayude a quienes se entregan en sus manos confiadamente, de rodillas y con las armas en las manos, el casco puesto con valor, como un buen soldado.