“¿Quién
podría tolerar una ciudad tan desvergonzada?, ¿cómo describir la inmensidad de
la ira que se inflama cuando se humilla a la patria?, ¿cuándo ha sido más
lozana la abundancia de vicios? Cualquier vicio, ha llegado al colmo…Todo esto
revuélvelo bien en tu ánimo antes del alarido de las trompetas…Cuando uno se ha
puesto el casco es tarde ya para arrepentirse de la lucha” (Juvenal, Sat. I)
Cuando
el católico recibe el sacramento de la Confirmación, se convierte entonces en
soldado de Cristo. Recibe allí el casco (como menta el pagano) y todas las
armas que necesita, no sólo para combatir por su salvación, sino para combatir
bajo el estandarte de su Rey, a sus órdenes, por su honor y gloria. De modo que
habiendo sabido prepararse para recibir estas armas –los dones del Espíritu
Santo-, ya es tarde para arrepentirse de la lucha. Por lo que dejar de dar el combate –por
olvido, por cobardía, por comodidad o las mil razones razonables que puedan
esgrimir quienes no combaten- significa lisa y llanamente una deserción y una
traición, pues de este modo se permite el avance del enemigo.
La
actual situación de los grupos que conforman la llamada Tradición católica, en
especial la FSSPX, con su contagio liberal y la traición avanzando a pasos
agigantados en la congregación fundada por Mons. Marcel Lefebvre, permite ver
cómo este enfrentamiento deja aflorar actitudes indignas de un soldado de
Cristo, que suman complicidad con su cautela indebida o su silencio cobarde al
avance del mal que corroe una obra querida por Dios y llevada adelante por ese
varón ilustre y valiente que fue Mons. Lefebvre.
Así
se suceden ante distintas instancias de acción donde se debe dar testimonio,
“los que formulan declaraciones terminantes y después las suavizan para ser
diplomáticos. Los que tratan de no exagerar para conservar sus puestos y se
retractan vergonzosamente llegado el caso… Los que se asombran de ver a dónde
hemos llegado pero aceptan el punto de partida… Los incapaces de movilizarse
por negligencia, escepticismo o insoportable cobardía.” (Antonio Caponnetto,
“Hablemos claro, obremos en consecuencia”, Cabildo 2da. Epoca N° 95, diciembre
de 1985).
Algunos
no atinan a saber qué hacer, y tan solo se conforman con la crítica huidiza,
lanzada por lo bajo en la mesa de un café, o a toda voz lejos del posible
peligro. Otros, aunque conocen la fuerza arrolladora del mal que avanza, esperan “a ver qué pasa”, como quien espera
el dolor agudo de la muerte para acudir a la emergencia médica, pensando que
entonces podrán escapar del mal ya irremediable. Están quienes prefieren
graduar el destrozo del enemigo a conveniencia, siempre reduciendo los alcances
para no ser “exagerados”. Y mientras tanto el mal avanza, acopiando fuerzas de
quienes en el fondo se muestran indiferentes en el cumplimiento de su deber de
soldados de Cristo.
Desde
luego que tenemos en primer lugar, para resistir y vencer al enemigo y
fortalecernos, el recurso de la oración, pero escribe Santo Tomás que Dios
puede actuar sobre el tirano escuchando las súplicas y las plegarias, "más
para que el pueblo pueda merecer este beneficio debe cesar de cometer pecados,
porque los impíos llegan al poder por permisión divina, en castigo del pecado,
conforme dice el Señor en Job 34,30: ‘se hace que reine un hombre hipócrita por
los pecados del pueblo’". Hacer penitencia y santificarse son acciones de
olvidada incidencia política, esto es, de colaboración con el cuidado del Bien Común.”
(A. Caponnetto, id.). Es así que se suman cruzadas de rosarios que son
inutilizadas por el mismo culpable liberalismo de quienes instrumentan lo
sagrado para sus miserables fines, y los fieles por su parte se conforman con
no buscar que los sacerdotes hoy involucrados en este gran engaño se sientan
empujados a actuar de acuerdo a lo que son o de lo contrario manifestarles su
repudio ante tal conducta indigna.
Los
indecisos no son para estos duros combates. Y ningún argumento ni buen ejemplo
puede persuadir a los cobardes. Siempre habrá gente que encuentra "nobles
motivos" para no dar las batallas de Dios. Por lo que nos queda a nosotros
dar el ejemplo y dar nuestro apoyo a quienes combaten a nuestro lado. ¿Cómo?
“Hay que ejercitar sin alarde el valor, la confianza y el temple. Porque la
tiranía –enseña Aristóteles- se alianza con pusilánimes, medrosos y
desconfiados de sí mismos y de sus amigos. Y promover esos atributos en el
comportamiento de los demás…La grey responde si hay egregios. Si ve mercenarios,
se desbaratará vencida, si ve perros mudos se amilanará, si ve tibios, se
entibiará; mas si percibe un varón santo y lúcido, su ejemplo congregará los
ánimos”.
No
pueden enunciar la ausencia de ejemplos a seguir, los pusilánimes que
permanecen con muelle modorra en un silencio temeroso, viendo avanzar el mal.
No pueden los fieles de la neo-FSSPX asentir el desmadre de la obra de Dios,
por la insidiosa mano de astutos liberales, afirmando que no hay nada que se
pueda hacer. Y no pueden sostener más excusas para la inacción porque fuera de
ella hay esforzados y lúcidos sacerdotes que han preferido el descrédito y la
incomodidad con tal de no arriar las banderas ni bajar las armas en el combate
por el honor de Cristo Rey y la Sma. Virgen, y ese ejemplo no puede ser
ignorado, sino que debe ser aprovechado. No, ya no hay más excusas para no
alzar la voz y decir la verdad, aunque eso cueste una injusta represalia. No
hay manera de que la Divina Providencia no ayude a quienes se entregan en sus
manos confiadamente, de rodillas y con las armas en las manos, el casco puesto
con valor, como un buen soldado.