Les ofrecemos en español, un extracto de
esta extraordinaria obra del señor Jean Vaquié, eminente contrarrevolucionario,
amigo personal de Monseñor Lefebvre, quien dedicó gran parte de su vida a
denunciar la infiltración gnóstica en los medios tradicionales. Habiendo
sido censurado por la neo-FSSPX de Monseñor Fellay y atacado especialmente por
el Padre Célier en su libro La Paille et le Sicomore, queremos
compartirles esta obra, que muestra la gran calidad de este autor.
LAS ENEMISTADES
La naturaleza caída en la cual estamos inmersos, es
el lugar de un combate. Tal es nuestro estado por naturaleza: nacemos en un
campo de batalla: “Pondré enemistad entre tú y la Mujer, entre tu
descendencia y la Suya” (Gen. III, 15). Es Dios quien habla de este
modo a la serpiente que acaba de derrocar a nuestros primeros padres de su
trono real.
El texto latino de la Vulgata debe retener nuestra
atención: "Inimicitias ponam inter te et mulierem, et SEMEN tuum et
SEMEN illius". Las dos descendencias son dos gérmenes, dos semillas
que se separaron desde el origen y que no tienen nada en común, este es el por
qué el texto repite dos veces la palabra semen.
La posteridad por excelencia de la mujer, es María,
y por lo tanto también su Hijo. Y la posteridad por excelencia de la serpiente,
es el Anticristo, que por efecto de la misericordia divina, aparecerá solamente
al final de los tiempos.
Lo que está anunciado por los profetas para el fin
de los tiempos, no es la reconciliación de las dos descendencias, sino la
VICTORIA de la posteridad de la mujer, es decir, la victoria de Cristo. Esta
victoria terminará con la guerra y procurará la paz, habiendo sido expulsado el
enemigo.
Regresaremos frecuentemente sobre este estado de
guerra, revelado desde los primeros versículos del Génesis, de las dos
descendencias. Hablaremos de las dos ciudades, dos estandartes, dos cuerpos
místicos. Escuchemos ahora a San Pablo hablándonos de la incompatibilidad de
los cálices: “Vosotros no podéis beber a la vez del Cáliz del Señor y
del cáliz del demonio” (I Cor. X, 21).
San Pablo es un belicoso, su emblema es la espada,
tiene el sentido de la guerra que siempre está presente en su espíritu; prohíbe
todo comercio entre la luz y las tinieblas: “No os juntéis bajo el yugo
desigual con los que no creen. Pues, ¿qué tienen de común la justicia y la
iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre
Cristo y Belial? ¿O qué comunión puede tener el que cree con el que no cree? (IICor.
VI, 14-15).
La Iglesia no es conciliadora, como lo sugieren los
documentos emanados del concilio Vaticano II, ella es MILITANTE, como la sana y
antigua doctrina no ha cesado de enseñar. Ya la sinagoga de los judíos antiguos
estaba rodeada de colosos como Egipto y Asur, siempre en guerra declarada
contra ella. Al igual que la Iglesia, si está en paz con Dios, está en guerra
con los colosos del mundo. "Non
veni pacem mittere in terram sed gladium" (Mat. X, 34). No he
venido a traer la paz sino la espada.
San Luis María Grignon de Montfort es a justo
título el que mejor ha definido el estatus de enemistad, que es el nuestro en
esta tierra:
“…el
diablo sabiendo que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las
gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en
breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles
servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más
que a los demás. A estas últimas y crueles persecuciones de Satanás, que
aumentarán de día en día hasta que llegue el anticristo, debe referirse sobre
todo aquella primera y célebre predicación y maldición lanzada por Dios contra
la serpiente en el paraíso terrestre. "Inimicitias ponam..." Dios ha
hecho y preparado una sola e irreconciliable enemistad, que durará y se
intensificará hasta el fin. Y es entre María, su digna Madre, y el diablo;
entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de
Lucifer. De suerte que el enemigo más terrible que Dios ha suscitado como
Satanás es María, su Santísima Madre.
Dios no puso solamente una enemistad, sino enemistades, y no sólo entre María y Lucifer, sino también entre la descendencia de la Virgen y la del demonio. Es decir: Dios puso enemistades, antipatías y los odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y esclavos del diablo: no pueden amarse ni entenderse unos a otros. Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los amigos de este mundo de pecado ¡todo viene a ser lo mismo! han perseguido siempre y perseguirán más que nunca de hoy en adelante a quienes pertenezcan a la Santísima Virgen, como en otro tiempo Caín y Esaú figuras de los réprobos persiguieron a sus hermanos Abel y Jacob figuras de los predestinados.” (Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, Cap. I).
Es necesario entonces el combate de las dos
ciudades, el enfrentamiento de estos dos cuerpos místicos, el de Cristo y el
del Anticristo. JESUS Y BELIAL NO ESTÁN PARA ABRAZARSE, SINO PARA COMBATIRSE.
Nosotros conocemos la última fase de este combate plurimilenario: es la
fulminación del Anticristo por Cristo resucitado y glorioso. Es verdad que no
hay que “predicar otra cosa que la Cruz”, como dice San Pablo, pero
hay que predicar otra cosa con la Cruz. Nuestra fe reposa sobre la Resurrección
de Nuestro Señor, vencedor de la muerte: "Ubi est mors victoria tua".
(I Cor. XV, 55). Muerte, ¿dónde está tu victoria?