“Aunque las
autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo,
sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni
indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy.
Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los
judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las
Sagradas Escrituras.” Declaración Nostra
aetate, Vaticano II.
En perfecta
consonancia con el Vaticano II, el Padre Bouchacourt acaba de exculpar al
pueblo judío de su deicidio. Benedicto XVI sostiene en su libro “Jesús de
Nazareth”, la inocencia del pueblo judío en la condenación de Jesucristo,
posición impía y falsa, idéntica a la de Juan Pablo II, y que es además la gran
novedad escandalosa del Vaticano II en la declaración Nostra aetate, la cual
contradice veinte siglos de teología católica.
Algunos liberales
de la Neo FSSPX, como el P. Bouchacourt, proclaman entonces que se dio la
vuelta a la página del antijudaísmo cristiano, pero esta absolución de los
judíos por parte de los liberales, ¿es conforme a la enseñanza de San Pablo que
dice: “Son estos judíos que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, que
nos han perseguido, que no agradan a Dios y que son enemigos de todos los
hombres” (I Tes. 2, 14-15)?
Es importante
recordar que no todos los judíos son deicidas, pues aquellos que se han hecho
cristianos están en efecto lavados de esta falta por la gracia del bautismo.
Sin embargo es necesario precisar, con todos los padres de la Iglesia, que los
judíos actuales que aprueban la muerte de Jesucristo, llevan inevitablemente la
falta de sus padres. Así lo señaló muy justamente Monseñor Lemann: “Entre las
asambleas que siguen siendo responsables ante la posteridad, hay una sobre la
cual pesa una responsabilidad excepcional: es la asamblea que presidió en sus
últimos días al pueblo judío. Fue ella quien hizo comparecer y condenó a
Jesucristo. Se le ha llamado históricamente sanedrín. Pronunciar ante los
israelitas este nombre, es recordar, según ellos, la asamblea más docta, la más
justa, la más honorable que hubo jamás. Desgracia a aquellos que se atrevan, en
presencia de sus correligionarios, emitir la menor culpa respecto a esta
asamblea. Sin embargo ¿conocen a fondo los israelitas esta asamblea a la cual
le tienen tanta veneración? Nos atrevemos a decir que no. Los acostumbran desde
la infancia a respetarla, pero lo que ella era, lo que ha hecho, ellos lo
ignoran. Ignorancia terrible impuesta por designio del rabinismo".
Después de la
muerte de Cristo, el velo del Templo se rasgó. La antigua Alianza fue abolida y
la Iglesia nació del costado traspasado del Redentor. Por eso los judíos de
nuestros días no son nuestros hermanos mayores, como pretendió durante su
visita a la sinagoga de Roma Juan Pablo II en 1986 (y Monseñor Fellay más
recientemente). Los judíos son deicidas mientras no se distancien de la
culpabilidad del Sanhedrín y de la culpabilidad de sus padres, reconociendo la
divinidad de Cristo y aceptando el bautismo.
Por lo tanto es un
error radical creer que es de buenos cristianos manifestar deferencia respecto
a los judíos de la sinagoga, pues ellos son, positivamente, cuando proclaman su
creencia, portadores de una culpa que los hace semejantes a sus padres que condenaron
a Cristo. Los judíos modernos, al hacer profesión de su judaísmo, se afirman
como corresponsables del crimen supremo del Gólgota, y no merecen que un
cristiano, si al menos es consciente de las exigencias de su religión, les
exprese un homenaje particular o les tenga cualquier piedad, actitud que
encontramos muy frecuentemente desde el Vaticano II en los católicos modernos.
El pueblo hebreo,
el Israel carnal, no es más que una realidad natural desacralizada, cuya
filiación divina terminó y no hay nada que pueda sugerir una prerrogativa
cualquiera de Israel como pueblo de Dios desde la instauración de la nueva ley.
No podemos más que ser directos y precisos en este tema, pues vemos una
multitud de católicos sin discernimiento que se alinean en una defensa errónea
del judaísmo sinagogal, rechazando que sea predicado el Evangelio a los judíos,
bajo el pretexto falaz e inexacto que Dios los quiere tal y como son.
Monseñor Louis
Meurin, con una impresionante precisión, expone de manera notable la obra mortífera
a la cual se ha consagrado la Sinagoga: “El infierno desencadenó los errores
funestos del paganismo que había sido anteriormente vencido; llamó bajo su
bandera a el odio antiguo de la sinagoga caída y a la audacia exasperada del
pueblo deicida… enroló en su ejército a todas las pasiones violentas de la
humanidad viciada (…) Todas estas fuerzas, el infierno las ha organizado y las
dirige contra la Iglesia de Cristo (…) El paganismo, el judaísmo, la apostasía,
los vicios y las pasiones bajo la dirección suprema de Lucifer, organizan en
conjunto el asalto de la Iglesia (…) La Esposa del Salvador está acostumbrada a
vencer por el sufrimiento. El pueblo de Israel, es tan grande y majestuoso
mientras camina con el Señor, pero es terrible y horrible en su odio contra su
Mesías al cual desconoció y mató en la Cruz. Si solamente quisiera elevarse del
sentido material de sus libros santos al sentido espiritual, se salvaría… Pero
no quiere. Su ceguera es voluntaria… el orgullo es la explicación (…) El
orgullo de una gran inteligencia prefiere mil veces sufrir que humillarse y
reconocer su error. En cuanto se humilla delante de Dios, el judío ve: “Caen de
sus ojos como escamás (Hechos IX, 18)… ¿Entonces por qué los Judíos no ven la
verdad? ¿Por qué la buscan orgullosamente en una cábala fundamentalmente
antiracional y abiertamente satánica? No esperen más, oh judíos para escapar a
la calamidad que les amenaza una vez más! Vuestra nación deicida ha llegado en
este momento a uno de esos apogeos de poder… que debe llevar, como siempre, a
una gran desgracia nacional. El día que los aplastará será la víspera de una
expansión vital de la Iglesia, su víctima, tal como la Historia jamás lo ha
visto. Sus profetas se los han prometido!"