lunes, 23 de diciembre de 2013

LA UNIDAD, EN LA FE Y LA CARIDAD – R.P. CASTELLANI





La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así: el Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha unido a la natu­raleza humana tomando su carne y alma; él llama a to­dos los hombres a la verdad, y por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el Hombre siendo en la carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, esa unidad debe volverse y hacerse sensible; y se vuelve sensible en una sociedad humana, simbolizada en la imagen del Rebaño y el Pastor. Y como el Buen Pastor natural y primogénito se aleja por un tiempo de este mundo, ha designado un Sub-Pastor en la persona de Pedro. Cuan­do Juan escribía, Pedro había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la sociedad cristiana en la persona de los sucesores de Pe­dro. Como está repetido tantas veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su Pasión, esta unidad de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se verifica en la fe y en la caridad.
Los que sienten tan fuertemente hoy día la necesidad de la unión de los discípulos de Cristo, deben advertir que esa unión sólo es posible en la fe y en la caridad. Hoy día hay algunos que, dejando de lado la fe, insisten en efectuar la unión en la caridad: es imposible. El protestantismo hoy día —no así en sus comienzos— ago­tado en la discusión interminable de las variaciones dog­máticas producidas por el “libre examen”, ha acabado por arrojar “los dogmas” por la borda y forcejea por uni­ficar a los cristianos en una vaga adhesión personal a Cristo, que se vuelve un puro sentimentalismo. Pero el primer lazo de unión es la verdad; y la verdad no puede ser diferente y contradictoria dentro de sí misma. Otros en cambio pretenden mantener la unión sobre la fe sola.
Este es el estado de las iglesias católicas cuando de­caen: sus fieles creen todos lo mismo así medio a bulto (recitan el mismo Credo de memoria) pero no están unidos entre sí en hermandad real: ni se conocen entre ellos a veces; oyen misa codo con codo en un gran edificio —que fácilmente puede ser quemado— reciben la "comunión” cada uno por su lado, y después se van a sus negocios; y quiera Dios que no a tirarse, unos a otros, flechazos o coces. No es esta una “iglesia” propia­mente hablando; no hay Iglesia de Cristo sin caridad. La fe sin obras es muerta; y la obra por excelencia de la fe es la caridad; la comunión de las almas. “¡Obras obras!” decía Santa Teresa; en el mismo tiempo en que Lutero clamaba “Fe, fe!” y declaraba a las obras (a las obras exteriores al principio, después a todas en general) como inútiles para la salvación. Y realmente, si hubiesen estado vigentes las “obras” de Santa Teresa (obras de verdadera caridad, externas e internas a la vez) en la Alemania de Lutero, el renegado sajón no se hubiese le­vantado, o hubiese caído de inmediato, sin separar de la Iglesia un medio mundo.
El sifilítico Enrique VIII escribió una obra en defensa de la fe en el Santísimo Sacramento contra Lutero, que le mereció de la Santa Sede el título honorífico de “Defen­sor fidei, que aún llevan los Reyes de Inglaterra; pero eso no le impidió quebrar el vínculo de la Iglesia inglesa con la Iglesia Universal, y precipitar a Inglaterra y con ella a media Europa en el cisma primero y luego en la herejía. Nunca renegó de la fe; pero se divorció de la caridad. (Y, entre paréntesis, inventó el divorcio.)
Porque la fe debe engendrar caridad, y la caridad debe vivir de la fe; y sin eso, no hay unidad. Roguemos por la Iglesia Argentina.



Estas homilías se acabaron de escribir el día del Sagrado Corazón de Jesús de 1955. Laus Deo. El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, págs. 448/50.