El P. Le Roux, copiloto de Mons. Fellay
INCREÍBLE CEGUERA Y DESCARO DE UN ACUERDISTA
¿SUBVERSIÓN O TRADICIÓN?
Noviembre
10 de 2013-12-04
Queridos
amigos y benefactores,
El
hombre que, para muchos, representó el espíritu de la Revolución Francesa en la
Iglesia, Talleyrand, no es recordado como un hombre atractivo. Cojeaba, sonreía
nerviosamente y casi perpetuamente, se encorvó por su edad y perversidad. El
era temido por todos, despreciado por muchos, conocido como un devoto del altar
del poder mas que del altar de Dios. Sin embargo, se le conocía como Monseñor
de Talleyrand, pues era obispo.
Usando
sus métodos, empezando desde sus tiempos hasta la actualidad, los amos de la
Revolución han propagado la subversión por todo el mundo, hasta que se volvió
parte del aire que respiramos. La subversión impregna toda la sociedad,
infiltrando familias e incluso el santuario. Subversión es el arma de la
Revolución, el arma del diablo. ¿Necesitamos una prueba? Necesitamos ver no más
allá de los años 1960: “No confíes en nadie mayor de 30”, “si se siente bien,
hazlo”. Estos y otros slogans escandalosos y satánicos han expresado un odio violento
del orden que está por encima del hombre y del cual él no es maestro.
La
Revolución institucionaliza el odio a la autoridad, presentándola como el
último obstáculo a ser destruido a cualquier precio para establecer el caos
revolucionario. Pero ellos la llamaron “libertad”. Sin embargo, la autoridad es
necesaria para el completo desarrollo del hombre, el cual podría convertirse en
un debilucho sin su poder vigilante que lo cuida y le permite llegar a la
madurez de sus poderes de manera segura. Pero sus sombrías sugerencias y medias
verdades –repetidas y repetidas y repetidas hasta que toman vida propia- la
subversión trabaja para acabar con la autoridad, aprovechándose de nuestra
inclinación natural a desobedecer. Poco a poco, la autoridad aparece como el
enemigo que desea dañarnos o llevarnos a nuestra derrota.
Más
que una técnica, la subversión no es solamente la herramienta, sino el
verdadero núcleo de la Revolución. Seamos claros: cuando hablamos de la
Revolución, no significa solamente la revolución francesa histórica, significa
el rechazo de Dios. La Revolución es, en primer lugar, un rechazo de nuestra
filiación de Dios. Siguiendo las huellas de Satanás, el subversivo rechaza la
paternidad divina y todas las otras relaciones paternales que se derivan de
ésta. Realiza perfectamente el lema, “Ni Dios, ni Maestro”. Destilando este
veneno de odio hacia nuestro Padre, y siendo por sí misma un veneno, la
subversión lleva a la Revolución y sus seguidores a la condenación: una
herramienta del diablo, se come a sus propios hijos tan pronto como los separa
de su verdadero Padre…
Por
lo tanto la subversión es totalmente opuesta a la Tradición, la cual es
esencialmente el culto a Dios Padre. La Tradición reconoce que Dios existe y
que es esencialmente El que se revela a Sí mismo como Padre. La autoridad, por
consecuencia, es reconocida y respetada como este paternidad divina que guía y
protege al hombre.
Algunas
veces, cuando la autoridad a cargo deja de ser fiel a su papel de guardián del
bien común, los defensores de la Tradición deben recordar a la autoridad su
papel e incluso hacerlo públicamente, pero respetando la naturaleza de la
autoridad y rechazando los métodos secretos, anónimos y cobardes del
subversivo.
Pero
esta declaración pública, lejos de ser una reacción reflejo a la autoridad, es
un servicio a ella y una defensa de la autoridad. La oposición es solo aparente
debido a las circunstancias dramáticas, cuando aquellos que recibieron la
autoridad de Dios, están influenciados ellos mismos por los principios
revolucionarios.
Entre
la subversión y la tradición, la oposición es absoluta y la tradición
desaparecería si ella aceptara repentinamente el principio de subversión y
sospechara de cualquier forma de autoridad.
Los
últimos meses esta sutil tentación de desconfianza en la autoridad ha
envenenado las filas de los defensores de la tradición de la Iglesia.
Algunas
personas, engañadas por sospechas repetidas y ampliadas por Internet, han
contraído un miedo irracional de una supuesta traición, no existente y nunca
probada. A pesar de la buena voluntad personal, esas personas, tristemente,
hacen el trabajo del diablo. Sus ataques difamatorios, escritos como si
tuvieran autoridad y conocimiento “interior” -cuando de hecho, ellos no saben
nada y solamente “cortan y pegan” las opiniones de personas como ellos- son
sólo herramientas del espíritu de subversión y de revolución. Es tiempo de
terminar esta guerra interna suicida, justo cuando un nuevo ataque formal se
lleva a cabo en contra del último vestigio de la Tradición en el seno de la
Santa Madre Iglesia.
El
combate por el honor de Dios y de Su Paternidad debe protegernos de caer en la
tentación de abrazar los principios que socavan su honor y su paternidad.
La
liturgia de Adviento nos invita a seguir a Nuestra Señora y a San José en el
camino que lleva al pesebre. Este camino es de dependencia callada, de
simplicidad radiante, de honesta filiación y sumisión humilde a la voluntad de
Dios.
Es
el camino de conversión, lejos de cualquier camino subversivo.
Oremos
por fortaleza para seguirlo con valentía!
In Christo sacerdote et
Maria.