viernes, 28 de junio de 2013

COMENTARIOS A LA “DECLARACIÓN CON OCASIÓN DEL XXVº ANIVERSARIO DE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES” DE LA FSSPX




Se ha dado a conocer este miércoles 27 de junio una “DECLARACIÓN CON OCASIÓN DEL XXVº ANIVERSARIO DE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES” suscripta por los tres obispos que subsisten en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Puede leerse íntegra tanto en el sitio web de la Fraternidad  como en diversos sitios y blogs, entre ellos el nuestro.

Es indispensable hacer una serie de consideraciones sobre la misma, porque como cada nuevo documento o declaración emitidos por las autoridades de la FSSPX, confirma su novedad absoluta con respecto a la posición histórica mantenida por la Fraternidad en tiempos de Monseñor Lefebvre. Con el agravante en este caso de que las repercusiones mediáticas han de ser mayores ya que se hace mención a las consagraciones episcopales que tanto revuelo causaron en su momento.

Indudablemente la estrategia diplomática pareciera en la superficie haberse evaporado, si uno se ciñe a la mayor parte del contenido de la misma. Pero si uno lee detenidamente, puede entenderse que se sigue apostando a un futuro entendimiento con la iglesia conciliar a pesar de todas las críticas severas que se le hacen. Por tanto, estamos ante un hecho gravísimo, ante una declaración que es un paso muy importante hacia el precipicio en el marco de la “operación suicidio”. Y esto más allá de que esta Roma vaya a aceptar o no un acuerdo, porque el problema aquí es que esta Fraternidad ya ha aceptado la posibilidad de un acuerdo ¡por lo que va más lejos que la misma Roma en la traición a sus principios!

Allí está la astucia serpentina del texto: puede leerse tanto con anteojos negros como con anteojos rosados (en esto no somos originales, seguimos lo afirmado por Mons. Fellay sobre la lectura de su Declaración doctrinal del 15 de abril del 2012), y ambos llegarán a la misma conclusión; pero si se lee sin ninguna clase de lentes salvo los que Dios nos dio, podrá comprenderse lo tramposo que hay en esta declaración. Pero no debería sorprendernos esto, teniendo en cuenta las anteriores ambigüedades y retorcimientos de Monseñor Fellay y sus asistentes en declaraciones y conferencias que luego necesitaban ser explicadas y vueltas a explicar para que los pobres fieles pudieran comprender qué era lo que el Superior había querido decir sin ser mal interpretado. Como bien afirma el Padre Girouard, se pone el foco en la “percepción” que se quiere obtener de parte de unos y de otros, antes que en la firmeza indisputable de la verdad. De allí que se consiga dejar contento al que quiere que lo dejen contento, mas la verdad clama porque no se deja manosear ya que ella no debe servir, sino que debe ser servida, pues la Verdad no nos pertenece sino que es un Nombre que se ha dado a sí mismo el propio Dios.

Veamos en principio las dos lecturas rápidas y directas cómo llegan a coincidir y confirmar lo que presumen:

Anteojos negros: los usan los que desde siempre han estado en contra de la Fraternidad, los modernistas o resabiados de liberalismo que suelen descalificar todo lo que tenga que ver con los “lefebvristas” o “lefebvrianos”, como nos llaman despectivamente. Ellos juzgan que la FSSPX –en eso son coherentes- es ingrata con la iglesia conciliar porque después de todo lo que le ha otorgado se niega a participar plenamente de la estructura oficial y hasta tiene el tupé de hacer críticas. Para ellos fue Roma quien cedió y no la Fraternidad en las largas negociaciones, y ahora la incorregible Fraternidad volvería al ataque como siempre. Es decir, leen todo con anteojos negros: la Fraternidad es inconquistable. Pero, leen a partir de sus odiosos prejuicios que los hace enceguecer, y por lo tanto, leen con anteojos negros. El odio y el temor lo oscurecen todo.

Anteojos rosados: son los fieles más desprevenidos y desinformados de la propia Fraternidad, que luego de leer la Declaración se tranquilizan y regocijan puesto que se critica duramente al Vaticano II, se afirma que nada ha cambiado y que las consagraciones episcopales conservan su razón de ser. Para ellos también la Fraternidad es inconquistable, un bastión que sigue fielmente los pasos de Mons. Lefebvre. Pero leen a partir de sus prejuicios positivos y desatentos, es decir, leen con anteojos rosados y no están dispuestos a salirse ni una coma del lenguaje oficial, pues todo análisis sería considerado una descortesía o traición. Son los que parecen decir “iota unum” y discusión acabada.

La Declaración, compuesta de doce párrafos, va señalando uno tras otro, luego de un primero de introducción, los errores conciliares que fueron motivo para que Monseñor Lefebvre tuviera que realizar las consagraciones episcopales sin mandato del Sumo Pontífice. Luego de las aserciones sobre estos problemas, y ya casi finalizando la declaración, en su párrafo número 11, es cuando aparece el sutil veneno. Estimamos por la diferencia en los  párrafos que este parece netamente redactado por Mons. Fellay, pues muestra bien a las claras (¡leído sin lentes de colores!) su perenne afán de insertarse en la iglesia conciliar sin que ésta se haya convertido. Pero más adelante veremos en detalle ese tema.

Diremos sin entrar todavía a lo particular, que con mucha habilidad se habla de problemas concretos de la Iglesia pero sin responsabilizar directamente a quienes hoy -o en los tiempos recientes- la conducen. Si Mons. Lefebvre se animaba valientemente a decir en aquella carta que “la Sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma están ocu­pados por anticristos, la destrucción del Reinado de Nuestro Señor prosigue rápidamente dentro mismo de su Cuerpo Místico en esta tierra” o “Puesto que esta Roma, modernista y liberal, prosigue su obra destructora del Reinado de Nuestro Señor, como lo prueban Asís y la confirmación de las tesis liberales del Vaticano II sobre la libertad religiosa”, y se refiere a “esta Roma”, es decir la de aquel momento e incluso llegando a decir que Esto nos ha valido la persecución de la Roma anticristo”, en cambio los tres obispos prefieren hablar en general, sin identificar los problemas que denuncian con “esta Roma” de ahora y quien ocupa la Sede de Pedro. ¿Pero acaso Francisco es más ortodoxo, o menos escandaloso que Juan Pablo II?

Por supuesto que podría decirse que al hablar de los graves problemas de la Iglesia y mencionar al concilio, se estaría involucrando a todos los que adhieren a él, incluyendo las actuales autoridades de la Iglesia, e incluso argüirse que Mons. Lefebvre debió ser tan duro para justificar aquella extrema medida por él tomada.  

Pero Monseñor Lefebvre deja bien claro que “la destrucción del Reinado de Nuestro Señor prosigue rápidamente dentro mismo de su Cuerpo Místico en esta tierra” debido a que “la Sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma están ocupados por anticristos”. Los errores no se imponen ni se difunden solos, sino en un cuerpo y por sus agentes. No hace falta que Mons. Lefebvre diga el nombre del Papa o los cardenales porque lo está afirmando sin necesidad de nombrarlos. Pero debe dar a entender claramente quiénes son los autores del mal. De lo contrario como un mal médico, sólo atendería a los síntomas. Que se mencione como principio de la gran revolución en la Iglesia al Vaticano II, es correcto, pero quienes ahora ponen en práctica esos malditos principios son las actuales autoridades incluyendo la Sede de Pedro. Y esto, tratándose de una conmemoración de las fundamentales consagraciones episcopales para la supervivencia de la Tradición, debe ser dicho para que se comprenda que, si nada cambió como para que las consagraciones sigan teniendo razón de ser, pues entonces nada ha cambiado en la propia Fraternidad. Pero está claro que algo ha cambiado, pues el lenguaje –lo que se dice- ya no es el mismo, aunque se quiera aparentar que sí lo es. ¿No afirmó recientemente Mons. Fellay en una entrevista oficial que sigue dispuesto (“abierto”) a ir a esta Roma porque “es la Iglesia de Dios” (sspx.org), a pesar de que todo lo que hace la iglesia conciliar es combatir al verdadero Dios y enseñar la nueva religión del Hombre como Dios?

No hay ninguna injuria en decir lo que está a la vista de todos”, nos recuerda Sardá y Salvany, y también: “Dado que el liberalismo es cosa mala, no es faltar a la caridad llamar malos a los defensores públicos y conscientes del Liberalismo”. Nos recuerda asimismo que “el Bautista empezó por llamar a los fariseos ‘raza de víboras’. Cristo no se abstuvo de apostrofarlos con los epítetos de ‘hipócritas, sepulcros blanqueados, generación malvada y adúltera’ sin que creyese por ello manchar la santidad de su mansísima predicación. San Pablo decía de los cismáticos de Creta que eran mentirosos, malas bestias, barrigones, perezosos’” (El liberalismo es pecado, cap. XXII). El mismo lenguaje utilizaron San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Bernardo, Santo Tomás, etc. Monseñor Lefebvre los llamó “anticristos”. ¿Pero acaso un liberal deja de serlo por el hecho de llevar sotana o capelo cardenalicio? ¿No es eso un agravante para la injuria que le hace a la Iglesia y la doctrina de Dios? Contagio liberal, sin dudas, esta descripción del mal sin animarse a señalar como corresponde a sus autores. “¿De dónde ha sacado, pues, el Liberalismo la novedad de que al combatir los errores se debe prescindir de las personas, y aun mimarlas y acariciarlas? Aténgase a lo que le enseña sobre esto la tradición cristiana, y déjenos a los ultramontanos defender la fe como se ha defendido siempre en la Iglesia de Dios” (Ob. cit., cap. XXIII).

Digamos también, antes de pasar al texto en sí de la Declaración, que Mons. Lefebvre terminaba diciendo en su carta que los obispos “podrán depositar la gracia de su episcopado para que la confirme” en las manos de “un sucesor de Pedro perfectamente católico”. Los tres obispos actuales, en cambio, admiten poder depositar su episcopado en un sucesor de Pedro que no sea “perfectamente católico”, pues les basta como condición que “se nos reconozca explícitamente el derecho de profesar de manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son contrarios, con el derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y a sus fautores, sean quienes fueren – lo que permitirá un comienzo de restablecimiento del orden”, con lo cual se quiere decir que si ese es el principio del restablecimiento del orden –con la reinserción de la FSSPX en la Iglesia oficial-, es porque el orden todavía no existe y por lo tanto el Papa no es “perfectamente católico” y la Fraternidad debe ayudarle a ello. Esto no puede interpretarse de otro modo ya que la primera condición mencionada en el mismo párrafo –pero distinta de esta- es “que Roma regrese de modo rápido a la Tradición y a la fe de siempre —lo que restablecerá el orden en la Iglesia”, en ese caso sí el papa sería perfectamente católico. Por lo tanto, contrariando a Mons. Lefebvre, la FSSPX (con la ilusión satánica de que Roma regresaría gradualmente a la Tradición) aceptaría depositar su episcopado en un Papa “más o menos católico”, o mitad católico mitad liberal. ¿Todavía habrá quién se pregunte qué tiene de malo eso? Pues cuando se dice “perfectamente católico” no se quiere decir que sea un católico perfecto, santo, que nunca hace macanas, sino que no enseña, promueve o permite herejías que mancillen o atenten contra la doctrina católica. 

Pasamos a considerar en detalle la declaración, apuntando nuestros comentarios en color rojo (no porque usemos anteojos de ese color sino para distinguir más claramente un texto del otro).


DECLARACIÓN CON OCASIÓN DEL
XXVº ANIVERSARIO DE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES

(30 de junio de 1988 – 27 de junio de 2013)

1. Con ocasión del XXVº aniversario de las consagraciones, los obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X expresan solemnemente su gratitud a Mons. Marcel Lefebvre y a Mons. Antonio de Castro Mayer por el acto heroico que realizaron el 30 de junio de 1988. En particular quieren manifestar su gratitud filial a su venerado fundador, quien, después de tantos años de servicio a la Iglesia y al Romano Pontífice, no dudó en sufrir la injusta acusación de desobediencia no sólo fue acusado, sino   también vilmente “excomulgado”, ¿por qué esto no se dice? para salvaguardar la fe y el sacerdocio católicos. Misma injusta acusación que luego han hecho estas autoridades de la FSSPX a uno de sus obispos Mons. Williamson, por querer salvaguardar la fe, misma actitud de Mons. Lefebvre que tuvo el mismo resultado por parte de los liberales: la acusación falsa, la condena y el castigo. Pero la verdad no puede ser silenciada, como el ejemplo de Mons. Lefebvre nos enseñó. 

2. En la carta que nos dirigió antes de las consagraciones, escribía: “Os conjuro a que permanezcáis unidos a la Sede de Pedro, a la Iglesia romana, Madre y Maestra de todas las Iglesias, en la fe católica íntegra, expresada en los Símbolos de la fe, en el catecismo del Concilio de Trento, conforme a lo que os ha sido enseñado en vuestro seminario. Permaneced fieles en la transmisión de esta fe para que venga a nosotros el Reino de Nuestro Señor.” Esta frase expresa la razón profunda del acto que habría de realizar: “para que venga a nosotros el Reino de Nuestro Señor”, adveniat regnum tuum!

3. Siguiendo a Mons. Lefebvre, afirmamos que la causa de los graves errores que están demoliendo la Iglesia no reside en una mala interpretación de los textos conciliares —una “hermenéutica de la ruptura” que se opondría a una “hermenéutica de la reforma en la continuidad”—, sino en los textos mismos, a causa de la inaudita línea escogida por el concilio Vaticano II. ¡Asombrosa contradicción! Pues había dicho Mons. Fellay, que es la cabeza de la Fraternidad: Después de las discusiones, nos hemos dado cuenta que los errores que creíamos provenientes del Concilio de hecho son resultado de la interpretación común que se ha hecho de él”. “El Papa dice que (…) el Concilio debe ser colocado en la gran tradición de la Iglesia, que debe ser comprendido en acuerdo con ella. Estas son declaraciones con las cuales estamos completamente de acuerdo, entera, absolutamente” (Entrevista a “Catholic News Services”, 11 de mayo de 2012). Desde la FSSPX seguramente se argumentará que ese es un lenguaje diplomático dado en una entrevista, ¿y con eso qué? ¿Tan poco valor tienen las palabras? ¿Un obispo no debe ser veraz siempre, o a veces se puede permitir decir lo contrario de lo que cree verdaderamente? En la Declaración doctrinal altamente ambigua y diplomática, afirmó que el Vaticano II “ilumina –es decir profundiza y explica ulteriormente- ciertos aspectos de la vida y de la doctrina de la Iglesia, implícitamente presentes en ella, y aún no formulados conceptualmente”. Como explica Mons. Williamson acerca de esto, “La proposición de que el Vaticano II debe “iluminar” la Tradición “profundizándola” y “haciéndola más explícita”, es completamente Hegeliana (¿desde cuándo los contradictorios explican y no excluyen uno a otro?), y se corre el riesgo de falsificar la Tradición torciéndola para encajar en las múltiples falsedades del Concilio” (Carta abierta a los sacerdotes de la FSSPX).
Explica Mons. Williamson en otra parte: “El Arzobispo Lefebvre declaró y probó que el Vaticano II era un rompimiento o ruptura con la enseñanza previa de la Iglesia. En esa premisa se originó y reposa el movimiento Católico Tradicional. Entonces, para enfrentar la resistencia en marcha de ese movimiento contra su amado Vaticano II, Benedicto XVI proclamó al estrenar su pontificado en el 2005, la “hermenéutica de la continuidad”. Con ella, el Concilio contradiciendo (objetivamente) a la Tradición tenía que ser interpretado (subjetivamente) de tal manera como para no contradecirla. Así no habría ningún rompimiento o ruptura entre el Concilio y la Tradición Católica.
Ahora bien, vean el séptimo párrafo (III, 5) de la Declaración Doctrinal. Declara que las afirmaciones del Vaticano II que sean difíciles de reconciliar con toda la enseñanza previa de la Iglesia, (1) “deben ser comprendidas a la luz de la Tradición entera e ininterrumpida, de acuerdo con las verdades enseñadas por el Magisterio precedente de la Iglesia, (2) no aceptando ninguna interpretación de esas afirmaciones que pueda permitir que la doctrina Católica se exponga como si estuviera en oposición o en ruptura con la Tradición y con ese Magisterio”.
La primer parte aquí (1) es perfectamente verdadera siempre y cuando signifique que cualquier novedad Conciliar “difícil de reconciliar” será rechazada de plano si objetivamente contradice la enseñanza previa de la Iglesia. Pero (1) está directamente contradicho por (2) cuando (2) dice que ninguna novedad Conciliar puede ser “interpretada” como estando en ruptura con la Tradición. ¡Es como si uno dijera que todos los equipos de fútbol deben usar camisetas azules, pero que todas las camisetas de cualquier otro color deben ser interpretadas como siendo únicamente azules! ¡Qué insensatez! Pero tal es la pura “hermenéutica de la continuidad” (Comentario Eleison 300).
Esta línea se manifiesta en sus documentos y en su espíritu: frente al “humanismo laico y profano”, frente a la “religión (pues se trata de una religión) del hombre que se hace Dios”, la Iglesia, única poseedora de la Revelación “del Dios que se hizo hombre” quiso manifestar su “nuevo humanismo” diciendo al mundo moderno: “nosotros también, más que nadie, tenemos el culto del hombre” (Pablo VI, Discurso de clausura, 7 de diciembre de 1965). Pero cómo, ¿no les decían a los otros obispos, Mons. Fellay y sus asistentes, que en la Fraternidad estamos haciendo de errores del Concilio súper-herejías, se vuelve el mal absoluto, peor que todo, de la misma manera en que los liberales han dogmatizado este concilio pastoral. Los males ya son suficientemente dramáticos para que no se les exagere más” (Respuesta a la Carta de los tres obispos, 14 de abril de 2012)? Mas esta coexistencia del culto de Dios y del culto del hombre se opone radicalmente a la fe católica, que nos enseña a dar el culto supremo y el primado exclusivo al solo Dios verdadero y a su único Hijo, Jesucristo, en quien “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col. 2, 9).

4. Nos vemos obligados a comprobar que este Concilio atípico, que solo quiso ser pastoral y no dogmático, ha inaugurado un nuevo tipo de magisterio, desconocido hasta entonces en la Iglesia, sin raíces en la Tradición; un magisterio empeñado en conciliar la doctrina católica con las ideas liberales; un magisterio imbuido de los principios modernistas del subjetivismo, del inmanentismo y en perpetua evolución según el falso concepto de tradición viva, viciando la naturaleza, el contenido, la función y el ejercicio del magisterio eclesiástico. ¿Condenó de esta manera el magisterio conciliar Mons. Fellay en su Declaración doctrinal de abril 2012? No. Como explica Mons. Williamson sobre el punto III, 2, “El reconocimiento del Magisterio como el único intérprete auténtico de la Revelación, corre el grave peligro de someter la Tradición al Concilio, especialmente cuando la interpretación de cualquier ruptura entre ellos automáticamente es rechazada” (cf. III, 5) (Carta abierta a los sacerdotes de la FSSPX). Pero ya mucho tiempo atrás Mons. Fellay había afirmado que Nosotros guardamos el 95% del Concilio” (Al periódico Suizo “La Liberté”, 11 de Mayo de 2001). Del “Yo excuso al concilio” ahora regresó al “Yo acuso al concilio”, ¿pero hasta cuándo?

5. A partir de ahí, el reino de Cristo deja de ser el empeño de las autoridades eclesiásticas, aunque estas palabras de Jesucristo: “todo poder me ha sido dado sobre la tierra y en el cielo” (Mt. 28, 18) siguen siendo una verdad y una realidad absolutas. Negarlas en los hechos significa dejar de reconocer en la práctica la divinidad de Nuestro Señor.
¿Pero acaso Benedicto XVI quiso instaurar el reinado de Cristo en las sociedades, o más bien siguió el camino desviado que impulsó el Vaticano II? Entonces, ¿por qué Mons. Fellay confió en alguien que “deja de reconocer en la práctica la divinidad de Nuestro Señor” al punto de esperar de él una “regularización” de la Fraternidad mediante una prelatura romana? Así, a causa del Concilio, la realeza de Cristo sobre las sociedades humanas es simplemente ignorada, o combatida, y la Iglesia es arrastrada por este espíritu liberal que se manifiesta especialmente en la libertad religiosa, el ecumenismo, la colegialidad y la nueva misa.

6. La libertad religiosa expuesta por Dignitatis humanae, y su aplicación práctica desde hace cincuenta años, conducen lógicamente a pedir al Dios hecho hombre que renuncie a reinar sobre el hombre que se hace Dios, lo que equivale a disolver a Cristo. En lugar de una conducta inspirada por una fe sólida en el poder real de Nuestro Señor Jesucristo, vemos a la Iglesia vergonzosamente guiada por la prudencia humana, y dudando tanto de ella misma que ya no pide a los Estados sino lo que las logias masónicas han querido concederle: el derecho común, en el mismo rango y entre las otras religiones que ya no osa llamar falsas. Pero ¿por qué preocuparse tanto, si al fin y al cabo “la libertad religiosa es utilizada de muchas maneras, y viendo de cerca yo realmente tengo la impresión que no muchos conocen lo que el Concilio dijo al respecto. El Concilio presenta una libertad religiosa de hecho muy, muy limitada. Muy limitada” (Monseñor Fellay, entrevista a Catholic News Services, 11 de Mayo de 2012)? 

7. En nombre de un ecumenismo omnipresente (Unitatis redintegratio) y de un vano diálogo interreligioso (Nostra Aetate), la verdad sobre la única Iglesia es silenciada; de igual modo, una gran parte de los pastores y de los fieles, no viendo más en Nuestro Señor y en la Iglesia católica la única vía de salvación, han renunciado a convertir a los adeptos de las falsas religiones, dejándolos en la ignorancia de la única Verdad. Este ecumenismo ha dado muerte, literalmente, al espíritu misionero con la búsqueda de una falsa unidad, reduciendo muy a menudo la misión de la Iglesia a la transmisión de un mensaje de paz puramente terreno y a un papel humanitario de alivio de la miseria en el mundo, poniéndose así a la zaga de las organizaciones internacionales.

8. El debilitamiento de la fe en la divinidad de Nuestro Señor favorece una disolución de la unidad de la autoridad en la Iglesia, introduciendo un espíritu colegial, igualitario y democrático (cf. Lumen Gentium). Cristo ya no es la cabeza de la cual todo proviene, en particular el ejercicio de la autoridad. El Romano Pontífice, que ya no ejerce de hecho la plenitud de su autoridad, así como los obispos, que —contrariamente a las enseñanzas del Vaticano I— creen poder compartir colegialmente de manera habitual la plenitud del poder supremo, se colocan en lo sucesivo, con los sacerdotes, a la escucha y en pos del “pueblo de Dios”, nuevo soberano. Es la destrucción de la autoridad y en consecuencia la ruina de las instituciones cristianas: familias, seminarios, institutos religiosos.

9. La nueva misa, promulgada en 1969, debilita la afirmación del reino de Cristo por la Cruz (“regnavit a ligno Deus”). En efecto, su rito mismo atenúa y obscurece la naturaleza sacrificial y propiciatoria del sacrificio eucarístico. Subyace en este nuevo rito la nueva y falsa teología del misterio pascual. Ambos destruyen la espiritualidad católica fundada sobre el sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario. Esta misa está penetrada de un espíritu ecuménico y protestante, democrático y humanista que ignora el sacrificio de la Cruz. Ilustra también la nueva concepción del “sacerdocio común de los bautizados” en detrimento del sacerdocio sacramental del presbítero. Si esto es así ¿por qué entonces se aceptó la nueva misa como el modo ordinario del rito romano en desmedro de la misa tradicional, conocida como “modo extraordinario”? Ya que Mons. Fellay afirmó que por el Motu Proprio Summorum Pontificum se “restablece la misa tridentina en su derecho”, lo que significa aceptar tal desdén por la misa tradicional y por lo tanto conceder la preeminencia a la misa nueva, ya que el Motu Proprio dispone que la misa tridentina tiene derecho a ser la misa secundaria o “extraordinaria” en relación a la misa nueva, de la cual ahora tanto abomina. Asimismo, en su Declaración doctrinal de abril 2012 Mons. Fellay habla de la promulgación legítima de esta misa nueva. ¿En qué quedamos? Muy importante es lo que se apunta en su reciente análisis de esta Declaración desde “Avec l’Immaculé”: los tres obispos no dicen que la Nueva Misa no fue promulgada legítimamente. Saben cuánto ha escrito la Resistencia sobre esto y deliberadamente guardan silencio sobre el punto tal vez más controvertido. Esta omisión es un pecado grave.

10. Cincuenta años después del concilio, las causas permanecen y siguen produciendo los mismos efectos, de suerte que hoy aquellas consagraciones episcopales conservan toda su razón de ser. ¿No era que las cosas estaban cambiando en Roma y por ello había que adoptar “una nueva posición en relación con la Iglesia oficial” (Cor Unum 101)? ¿No fue por ello que contrató una empresa holandesa de mercadeo para mejorar la “imagen” corporativa de la FSSPX haciéndola más amable y gentil y menos crítica a los ojos del mundo? El amor por la Iglesia guió a Mons. Lefebvre y guía a sus hijos. ¿Qué es lo que guía a Mons. Fellay y sus ayudantes? Dios lo sabe. El mismo deseo de “transmitir el sacerdocio católico en toda su pureza doctrinal y su caridad misionera” (Mons. Lefebvre, Itinerario espiritual) anima a la Fraternidad San Pío X en el servicio de la Iglesia, cuando pide con instancia a las autoridades romanas que reasuman el tesoro de la Tradición doctrinal, moral y litúrgica.

11. Este amor por la Iglesia explica la regla que Mons. Lefebvre siempre observó: seguir a la Providencia en todo momento, sin jamás pretender anticiparla. Entendemos que así lo hacemos, sea que Roma regrese de modo rápido a la Tradición y a la fe de siempre —lo que restablecerá el orden en la Iglesia—, Esta coma es clave, porque separa lo que debe estar junto, ya que la segunda parte (la FSSPX regularizada y permaneciendo absolutamente católica y por lo tanto antiliberal y antimodernista) sólo puede cumplirse con la primera (que Roma vuelva a ser católica y rechace las herejías) y crea en la mente del lector un falso dilema: o Roma vuelve “rápido” a la fe, o vuelve “gradualmente” por medio de la regularización de la FSSPX. Atención: lo grave, lo gravísimo de este texto, es que la segunda parte acepta un regreso de la FSSPX a Roma sin que ésta haya vuelto a la Tradición, es decir, los tres obispos están declarando que aceptan colocarse y colocar a la Tradición bajo el poder de los liberales y modernistas. Pretenden que al ser evidente que Roma no regresa “rápido” a la Tradición (ni cabe esperar que vuelva “rápido”, humanamente hablando), entonces lo único que quedaría es lo segundo, es decir, la FSSPX “reconocida” y en Roma, haciendo que ésta vuelva “gradualmente” a la Tradición. ¿Cuál es la conclusión a la que este astuto y venenoso número 11 nos quiere arrastrar?: Pues ésta: ¡HAY QUE HACER EL ACUERDO!
Además de eso, los tres obispos ratifican las 6 condiciones del Capítulo General al reivindicar la primera, cuyo texto se reproduce. Pero sabemos que esas 6 condiciones son una trampa mortal. sea que se nos reconozca explícitamente el derecho de profesar de manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son contrarios, con el derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y a sus fautores, sean quienes fueren – lo que permitirá un comienzo de restablecimiento del orden. La opción que los obispos postulan es esta: que Roma vuelva despacio a la Tradición, ayudada por la Fraternidad. En ese caso, la FSSPX sería recibida por una Roma un poco tradicional y un poco modernista (como cuando Mons. Fellay decía que Benedicto XVI tenía la cabeza modernista y el corazón tradicional). Lo cual es absolutamente contradictorio y enteramente malo, porque una congregación tradicional no puede tener por Superior a un tradicional a medias o a un semi-modernista, ya que en tal caso es imposible que sobreviva y “no son los inferiores quienes hacen a sus superiores”, como decía Mons. Lefebvre.
 A la espera, y frente a esta crisis que continúa sus estragos en la Iglesia, perseveramos en la defensa de la Tradición católica y nuestra esperanza permanece íntegra, pues sabemos con fe cierta que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18).

12. Entendemos, así, seguir la exhortación de nuestro querido y venerado padre en el episcopado: “Queridos amigos, sed mi consuelo en Cristo, permaneced fuertes en la fe, fieles al verdadero sacrificio de la misa, al verdadero y santo sacerdocio de Nuestro Señor, para el triunfo y la gloria de Jesús en el cielo y en la tierra” (Carta a los obispos). Que la Santísima Trinidad, por intercesión del Inmaculado Corazón de María, nos conceda la gracia de la fidelidad al episcopado que hemos recibido Qué terrible no poder afirmar que esa fidelidad aún existe y que queremos ejercer para honra de Dios, el triunfo de la Iglesia y la salvación de las almas.

† Mons. Bernard Fellay
† Mons. Bernard Tissier de Mallerais
† Mons. Alfonso de Galarreta

Ecône, 27 de junio de 2013, en la fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.


En la carta del 7 de abril de 2012, Mons. Fellay estaba con el acuerdo y los otros tres obispos en contra de él: 1 contra 3. 
En octubre de 2012, Mons. de Galarreta aceptó la hipótesis de un acuerdo práctico sin solución doctrinal: 2 contra 2. 
El 24 de ese mismo mes de octubre de 2012 fue expulsado Mons. Williamson: 2 contra 1.
Finalmente, en esta desdichada declaración, Mons. Tissier de Mallerais también termina por aceptar la posibilidad de un acuerdo práctico sin previa conversión de Roma: 3 contra 0. 
Dios tenga misericordia de la FSSPX.

Queremos terminar con unas palabras de Mons. Lefebvre, nuevamente olvidado por quienes infielmente siguen un insensato doble juego de ralliement y de reafirmación de los principios católicos propio de quienes no queriendo ser del todo acuerdistas, no se animan a ser del todo tradicionales, y que ni ganarán el respeto en las filas de los conciliares, ni contarán con el aprecio de los católicos integristas. Unas palabras que pueden trasladarse y aplicarse al avieso texto de esta hipócrita Declaración:

“Nos es imposible entrar en esta conjuración, aun cuando habría textos satisfactorios en este Concilio. Porque los textos buenos sirvieron para hacer aceptar los textos equívocos, minados, llenos de trampas. Nos queda una sola solución: abandonar estos textos peligrosos para atarnos firmemente a la Tradición y al Magisterio oficial de la Iglesia durante veinte siglos." (Ecône, 18 agosto 1976, 1era Carta introductoria  & Paris, 27 agosto 1976, 2a Carta introductoria a «Yo acuso al concilio »).