Se
ha dado a conocer este miércoles 27 de junio una “DECLARACIÓN CON OCASIÓN DEL
XXVº ANIVERSARIO DE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES” suscripta por los tres obispos que subsisten en la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X. Puede leerse íntegra tanto en el sitio web de la
Fraternidad como en diversos sitios y blogs, entre ellos el nuestro.
Es
indispensable hacer una serie de consideraciones sobre la misma, porque como
cada nuevo documento o declaración emitidos por las autoridades de la FSSPX,
confirma su novedad absoluta con respecto a la posición histórica mantenida por
la Fraternidad en tiempos de Monseñor Lefebvre. Con el agravante en este caso
de que las repercusiones mediáticas han de ser mayores ya que se hace mención a
las consagraciones episcopales que tanto revuelo causaron en su momento.
Indudablemente
la estrategia diplomática pareciera en la superficie haberse evaporado, si uno
se ciñe a la mayor parte del contenido de la misma. Pero si uno lee
detenidamente, puede entenderse que se sigue apostando a un futuro
entendimiento con la iglesia conciliar a pesar de todas las críticas severas
que se le hacen. Por tanto, estamos ante un hecho gravísimo, ante una
declaración que es un paso muy importante hacia el precipicio en el marco de la
“operación suicidio”. Y esto más allá de que esta Roma vaya a aceptar o no un
acuerdo, porque el problema aquí es que esta Fraternidad ya ha aceptado la
posibilidad de un acuerdo ¡por lo que va más lejos que la misma Roma en la
traición a sus principios!
Allí
está la astucia serpentina del texto: puede leerse tanto con anteojos negros como con anteojos rosados (en esto no somos
originales, seguimos lo afirmado por Mons. Fellay sobre la lectura de su
Declaración doctrinal del 15 de abril del 2012), y ambos llegarán a la misma
conclusión; pero si se lee sin ninguna clase de lentes salvo los que Dios nos
dio, podrá comprenderse lo tramposo que hay en esta declaración. Pero no
debería sorprendernos esto, teniendo en cuenta las anteriores ambigüedades y
retorcimientos de Monseñor Fellay y sus asistentes en declaraciones y
conferencias que luego necesitaban ser explicadas y vueltas a explicar para que
los pobres fieles pudieran comprender qué era lo que el Superior había querido
decir sin ser mal interpretado. Como bien afirma el Padre Girouard, se pone el
foco en la “percepción” que se quiere obtener de parte de unos y de otros,
antes que en la firmeza indisputable de la verdad. De allí que se consiga dejar
contento al que quiere que lo dejen contento, mas la verdad clama porque no se
deja manosear ya que ella no debe servir, sino que debe ser servida, pues la Verdad
no nos pertenece sino que es un Nombre que se ha dado a sí mismo el propio
Dios.
Veamos
en principio las dos lecturas rápidas y directas cómo llegan a coincidir y
confirmar lo que presumen:
Anteojos negros: los
usan los que desde siempre han
estado en contra de la Fraternidad, los modernistas o resabiados de liberalismo
que suelen descalificar todo lo que tenga que ver con los “lefebvristas” o
“lefebvrianos”, como nos llaman despectivamente. Ellos juzgan que la FSSPX –en
eso son coherentes- es ingrata con la iglesia conciliar porque después de todo
lo que le ha otorgado se niega a participar plenamente de la estructura oficial
y hasta tiene el tupé de hacer críticas. Para ellos fue Roma quien cedió y no
la Fraternidad en las largas negociaciones, y ahora la incorregible Fraternidad
volvería al ataque como siempre. Es decir, leen todo con anteojos negros: la Fraternidad es inconquistable. Pero, leen a
partir de sus odiosos prejuicios que los hace enceguecer, y por lo tanto, leen
con anteojos negros. El odio y el
temor lo oscurecen todo.
Anteojos rosados: son
los fieles más desprevenidos y desinformados de la propia Fraternidad, que
luego de leer la Declaración se tranquilizan y regocijan puesto que se critica
duramente al Vaticano II, se afirma que nada ha cambiado y que las
consagraciones episcopales conservan su razón de ser. Para ellos también la
Fraternidad es inconquistable, un bastión que sigue fielmente los pasos de
Mons. Lefebvre. Pero leen a partir de sus prejuicios positivos y desatentos, es
decir, leen con anteojos rosados y no están dispuestos a salirse ni
una coma del lenguaje oficial, pues todo análisis sería considerado una
descortesía o traición. Son los que parecen decir “iota unum” y discusión
acabada.
La
Declaración, compuesta de doce párrafos, va señalando uno tras otro, luego de
un primero de introducción, los errores conciliares que fueron motivo para que
Monseñor Lefebvre tuviera que realizar las consagraciones episcopales sin
mandato del Sumo Pontífice. Luego de las aserciones sobre estos problemas, y ya
casi finalizando la declaración, en su párrafo número 11, es cuando aparece el sutil
veneno. Estimamos por la diferencia en los
párrafos que este parece netamente redactado por Mons. Fellay, pues
muestra bien a las claras (¡leído sin lentes de colores!) su perenne afán de
insertarse en la iglesia conciliar sin que ésta se haya convertido. Pero más
adelante veremos en detalle ese tema.
Diremos
sin entrar todavía a lo particular, que con mucha habilidad se habla de
problemas concretos de la Iglesia pero sin responsabilizar directamente a
quienes hoy -o en los tiempos recientes- la conducen. Si Mons. Lefebvre se
animaba valientemente a decir en aquella carta que “la Sede de Pedro y los
puestos de autoridad de Roma están
ocupados por anticristos, la destrucción del Reinado de Nuestro Señor prosigue
rápidamente dentro mismo de su Cuerpo Místico en esta tierra” o “Puesto que esta Roma, modernista y liberal, prosigue su obra
destructora del Reinado de Nuestro Señor, como lo prueban Asís y la
confirmación de las tesis liberales del Vaticano II sobre la libertad religiosa”, y se refiere a “esta Roma”, es decir la de aquel momento
e incluso llegando a decir que “Esto nos ha valido la persecución de la Roma anticristo”, en cambio los tres obispos prefieren
hablar en general, sin identificar los problemas que denuncian con “esta Roma”
de ahora y quien ocupa la Sede de Pedro. ¿Pero acaso Francisco es más ortodoxo,
o menos escandaloso que Juan Pablo II?
Por supuesto que podría decirse que al hablar de los graves problemas de
la Iglesia y mencionar al concilio, se estaría involucrando a todos los que
adhieren a él, incluyendo las actuales autoridades de la Iglesia, e incluso
argüirse que Mons. Lefebvre debió ser tan duro para justificar aquella extrema
medida por él tomada.
Pero Monseñor Lefebvre deja bien claro que “la destrucción del Reinado de Nuestro Señor prosigue rápidamente dentro
mismo de su Cuerpo Místico en esta tierra” debido a que “la Sede de Pedro y los puestos de autoridad
de Roma están ocupados por anticristos”. Los errores no se imponen ni se
difunden solos, sino en un cuerpo y por sus agentes. No hace falta que Mons.
Lefebvre diga el nombre del Papa o los cardenales porque lo está afirmando sin
necesidad de nombrarlos. Pero debe dar a entender claramente quiénes son los
autores del mal. De lo contrario como un mal médico, sólo atendería a los
síntomas. Que se mencione como principio de la gran revolución en la Iglesia al
Vaticano II, es correcto, pero quienes ahora ponen en práctica esos malditos
principios son las actuales autoridades incluyendo la Sede de Pedro. Y esto,
tratándose de una conmemoración de las fundamentales consagraciones episcopales
para la supervivencia de la Tradición, debe ser dicho para que se comprenda
que, si nada cambió como para que las consagraciones sigan teniendo razón de
ser, pues entonces nada ha cambiado en la propia Fraternidad. Pero está claro
que algo ha cambiado, pues el lenguaje –lo que se dice- ya no es el mismo,
aunque se quiera aparentar que sí lo es. ¿No afirmó recientemente Mons. Fellay en una
entrevista oficial que sigue dispuesto (“abierto”) a ir a esta Roma
porque “es la Iglesia de Dios” (sspx.org), a pesar de que todo lo que hace la
iglesia conciliar es combatir al verdadero Dios y enseñar la nueva religión del
Hombre como Dios?
“No hay ninguna injuria en decir lo
que está a la vista de todos”, nos recuerda Sardá y Salvany, y también: “Dado que el liberalismo es cosa mala, no es faltar
a la caridad llamar malos a los defensores públicos y conscientes del
Liberalismo”. Nos recuerda asimismo que “el Bautista empezó por llamar a los fariseos ‘raza de víboras’. Cristo
no se abstuvo de apostrofarlos con los epítetos de ‘hipócritas, sepulcros
blanqueados, generación malvada y adúltera’ sin que creyese por ello manchar la
santidad de su mansísima predicación. San Pablo decía de los cismáticos de
Creta que eran mentirosos, malas bestias, barrigones, perezosos’” (El
liberalismo es pecado, cap. XXII). El mismo lenguaje utilizaron San Jerónimo,
San Juan Crisóstomo, San Bernardo, Santo Tomás, etc. Monseñor Lefebvre los
llamó “anticristos”. ¿Pero acaso un liberal deja de serlo por el hecho de
llevar sotana o capelo cardenalicio? ¿No es eso un agravante para la injuria
que le hace a la Iglesia y la doctrina de Dios? Contagio liberal, sin dudas,
esta descripción del mal sin animarse a señalar como corresponde a sus autores.
“¿De dónde ha sacado, pues, el
Liberalismo la novedad de que al combatir los errores se debe prescindir de las
personas, y aun mimarlas y acariciarlas? Aténgase a lo que le enseña sobre esto
la tradición cristiana, y déjenos a los ultramontanos defender la fe como se ha
defendido siempre en la Iglesia de Dios” (Ob. cit., cap. XXIII).
Digamos también, antes de pasar al texto en sí de la Declaración, que
Mons. Lefebvre terminaba diciendo en su carta que los obispos “podrán depositar la gracia de su episcopado
para que la confirme” en las manos de “un
sucesor de Pedro perfectamente católico”. Los tres obispos actuales,
en cambio, admiten poder depositar su episcopado en un sucesor de Pedro que no
sea “perfectamente católico”, pues les basta como condición que “se nos reconozca explícitamente el derecho
de profesar de manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son
contrarios, con el derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y
a sus fautores, sean quienes fueren – lo que permitirá un comienzo de
restablecimiento del orden”, con lo cual se quiere decir que si ese es el
principio del restablecimiento del orden –con la reinserción de la FSSPX en la
Iglesia oficial-, es porque el orden todavía no existe y por lo tanto el Papa
no es “perfectamente católico” y la Fraternidad debe ayudarle a ello. Esto no
puede interpretarse de otro modo ya que la primera condición mencionada en el
mismo párrafo –pero distinta de esta- es “que
Roma regrese de modo rápido a la Tradición y a la fe de siempre —lo que
restablecerá el orden en la Iglesia”, en ese caso sí el papa sería
perfectamente católico. Por lo tanto, contrariando a Mons. Lefebvre, la FSSPX (con
la ilusión satánica de que Roma regresaría gradualmente a la Tradición) aceptaría
depositar su episcopado en un Papa “más o menos católico”, o mitad católico
mitad liberal. ¿Todavía habrá quién se pregunte qué tiene de malo eso? Pues
cuando se dice “perfectamente católico” no se quiere decir que sea un católico
perfecto, santo, que nunca hace macanas, sino que no enseña, promueve o permite
herejías que mancillen o atenten contra la doctrina católica.
Pasamos a considerar en detalle la declaración, apuntando nuestros
comentarios en color rojo (no porque usemos anteojos de ese color sino para
distinguir más claramente un texto del otro).
DECLARACIÓN
CON OCASIÓN DEL
XXVº
ANIVERSARIO DE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES
(30
de junio de 1988 – 27 de junio de 2013)
1. Con ocasión del XXVº
aniversario de las consagraciones, los obispos de la Fraternidad Sacerdotal San
Pío X expresan solemnemente su gratitud a Mons. Marcel Lefebvre y a Mons.
Antonio de Castro Mayer por el acto heroico que realizaron el 30 de junio de 1988.
En particular quieren manifestar su gratitud filial a su venerado fundador,
quien, después de tantos años de servicio a la Iglesia y al Romano Pontífice,
no dudó en sufrir la injusta acusación de desobediencia no sólo fue acusado, sino también
vilmente “excomulgado”, ¿por qué esto no se dice? para
salvaguardar la fe y el sacerdocio católicos. Misma injusta acusación que luego han hecho estas autoridades de la
FSSPX a uno de sus obispos Mons. Williamson, por querer salvaguardar la fe,
misma actitud de Mons. Lefebvre que tuvo el mismo resultado por parte de los
liberales: la acusación falsa, la condena y el castigo. Pero la verdad no puede
ser silenciada, como el ejemplo de Mons. Lefebvre nos enseñó.
2. En la carta que nos
dirigió antes de las consagraciones, escribía: “Os conjuro a que permanezcáis
unidos a la Sede de Pedro, a la Iglesia romana, Madre y Maestra de todas las
Iglesias, en la fe católica íntegra, expresada en los Símbolos de la fe, en el
catecismo del Concilio de Trento, conforme a lo que os ha sido enseñado en
vuestro seminario. Permaneced fieles en la transmisión de esta fe para que
venga a nosotros el Reino de Nuestro Señor.” Esta frase expresa la razón
profunda del acto que habría de realizar: “para que venga a nosotros el Reino
de Nuestro Señor”, adveniat regnum tuum!
3.
Siguiendo a Mons. Lefebvre, afirmamos que la causa de los graves errores que
están demoliendo la Iglesia no reside en una mala interpretación de los textos
conciliares —una “hermenéutica de la ruptura” que se opondría a una
“hermenéutica de la reforma en la continuidad”—, sino en los textos mismos, a
causa de la inaudita línea escogida por el concilio Vaticano II. ¡Asombrosa contradicción! Pues
había dicho Mons. Fellay, que es la cabeza de la Fraternidad: “Después de las discusiones, nos hemos dado cuenta que los errores que
creíamos provenientes del Concilio de hecho son resultado de la interpretación
común que se ha hecho de él”. “El
Papa dice que (…) el Concilio debe ser colocado en la gran tradición de la
Iglesia, que debe ser comprendido en acuerdo con ella. Estas son declaraciones
con las cuales estamos completamente de acuerdo, entera, absolutamente” (Entrevista
a “Catholic News Services”, 11 de mayo de 2012). Desde la FSSPX seguramente se
argumentará que ese es un lenguaje diplomático dado en una entrevista, ¿y con
eso qué? ¿Tan poco valor tienen las palabras? ¿Un obispo no debe ser veraz
siempre, o a veces se puede permitir decir lo contrario de lo que cree
verdaderamente? En la Declaración doctrinal altamente ambigua y diplomática,
afirmó que el Vaticano II “ilumina –es
decir profundiza y explica ulteriormente- ciertos aspectos de la vida y de la
doctrina de la Iglesia, implícitamente presentes en ella, y aún no formulados
conceptualmente”. Como explica Mons. Williamson acerca de esto, “La proposición de que el Vaticano II debe
“iluminar” la Tradición “profundizándola” y “haciéndola más explícita”, es
completamente Hegeliana (¿desde cuándo los contradictorios explican y no excluyen
uno a otro?), y se corre el riesgo de falsificar la Tradición torciéndola para
encajar en las múltiples falsedades del Concilio” (Carta abierta a los
sacerdotes de la FSSPX).
Explica Mons. Williamson en
otra parte: “El Arzobispo Lefebvre
declaró y probó que el Vaticano II era un rompimiento o ruptura con la
enseñanza previa de la Iglesia. En esa premisa se originó y reposa el
movimiento Católico Tradicional. Entonces, para enfrentar la resistencia en
marcha de ese movimiento contra su amado Vaticano II, Benedicto XVI proclamó al
estrenar su pontificado en el 2005, la “hermenéutica de la continuidad”. Con
ella, el Concilio contradiciendo (objetivamente) a la Tradición tenía que ser
interpretado (subjetivamente) de tal manera como para no contradecirla. Así no
habría ningún rompimiento o ruptura entre el Concilio y la Tradición Católica.
Ahora bien, vean el
séptimo párrafo (III, 5) de la Declaración Doctrinal. Declara que las
afirmaciones del Vaticano II que sean difíciles de reconciliar con toda la enseñanza
previa de la Iglesia, (1) “deben ser comprendidas a la luz de la Tradición
entera e ininterrumpida, de acuerdo con las verdades enseñadas por el
Magisterio precedente de la Iglesia, (2) no aceptando ninguna interpretación de
esas afirmaciones que pueda permitir que la doctrina Católica se exponga como
si estuviera en oposición o en ruptura con la Tradición y con ese Magisterio”.
La primer parte aquí (1)
es perfectamente verdadera siempre y cuando signifique que cualquier novedad
Conciliar “difícil de reconciliar” será rechazada de plano si objetivamente
contradice la enseñanza previa de la Iglesia. Pero (1) está directamente
contradicho por (2) cuando (2) dice que ninguna novedad Conciliar puede ser
“interpretada” como estando en ruptura con la Tradición. ¡Es como si uno dijera
que todos los equipos de fútbol deben usar camisetas azules, pero que todas las
camisetas de cualquier otro color deben ser interpretadas como siendo
únicamente azules! ¡Qué insensatez! Pero tal es la pura “hermenéutica de la continuidad”
(Comentario Eleison 300).
Esta
línea se manifiesta en sus documentos y en su espíritu: frente al “humanismo
laico y profano”, frente a la “religión (pues se trata de una religión) del
hombre que se hace Dios”, la Iglesia, única poseedora de la Revelación “del
Dios que se hizo hombre” quiso manifestar su “nuevo humanismo” diciendo al
mundo moderno: “nosotros también, más que nadie, tenemos el culto del hombre”
(Pablo VI, Discurso de clausura, 7 de diciembre de 1965). Pero cómo, ¿no les decían a los otros obispos, Mons. Fellay y sus
asistentes, que “en la Fraternidad estamos haciendo
de errores del Concilio súper-herejías, se vuelve el mal absoluto, peor que
todo, de la misma manera en que los liberales han dogmatizado este concilio
pastoral. Los males ya son suficientemente dramáticos para que no se les
exagere más” (Respuesta a la Carta de los tres obispos, 14 de abril de
2012)? Mas esta
coexistencia del culto de Dios y del culto del hombre se opone radicalmente a
la fe católica, que nos enseña a dar el culto supremo y el primado exclusivo al
solo Dios verdadero y a su único Hijo, Jesucristo, en quien “habita
corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col. 2, 9).
4. Nos vemos obligados
a comprobar que este Concilio atípico, que solo quiso ser pastoral y no
dogmático, ha inaugurado un nuevo tipo de magisterio, desconocido hasta
entonces en la Iglesia, sin raíces en la Tradición; un magisterio empeñado en
conciliar la doctrina católica con las ideas liberales; un magisterio imbuido
de los principios modernistas del subjetivismo, del inmanentismo y en perpetua
evolución según el falso concepto de tradición viva, viciando la naturaleza, el
contenido, la función y el ejercicio del magisterio eclesiástico. ¿Condenó de esta manera el magisterio conciliar Mons. Fellay en su
Declaración doctrinal de abril 2012? No. Como explica Mons. Williamson sobre el punto III, 2, “El reconocimiento del Magisterio como el
único intérprete auténtico de la Revelación, corre el grave peligro de someter
la Tradición al Concilio, especialmente cuando la interpretación de cualquier
ruptura entre ellos automáticamente es rechazada” (cf. III, 5) (Carta abierta a los sacerdotes de la FSSPX). Pero ya mucho tiempo
atrás Mons. Fellay había afirmado que “Nosotros guardamos el 95% del Concilio” (Al
periódico Suizo “La Liberté”, 11 de Mayo de 2001). Del “Yo excuso al concilio”
ahora regresó al “Yo acuso al concilio”, ¿pero hasta cuándo?
5. A partir de ahí, el
reino de Cristo deja de ser el empeño de las autoridades eclesiásticas, aunque
estas palabras de Jesucristo: “todo poder me ha sido dado sobre la tierra y en
el cielo” (Mt. 28, 18) siguen siendo una verdad y una realidad absolutas.
Negarlas en los hechos significa dejar de reconocer en la práctica la divinidad
de Nuestro Señor.
¿Pero acaso Benedicto XVI quiso instaurar el reinado de Cristo en
las sociedades, o más bien siguió el camino desviado que impulsó el Vaticano
II? Entonces, ¿por qué Mons. Fellay confió en alguien que “deja de reconocer en
la práctica la divinidad de Nuestro Señor” al punto de esperar de él una
“regularización” de la Fraternidad mediante una prelatura romana? Así,
a causa del Concilio, la realeza de Cristo sobre las sociedades humanas es
simplemente ignorada, o combatida, y la Iglesia es arrastrada por este espíritu
liberal que se manifiesta especialmente en la libertad religiosa, el
ecumenismo, la colegialidad y la nueva misa.
6. La libertad
religiosa expuesta por Dignitatis humanae, y su aplicación práctica desde hace
cincuenta años, conducen lógicamente a pedir al Dios hecho hombre que renuncie
a reinar sobre el hombre que se hace Dios, lo que equivale a disolver a Cristo.
En lugar de una conducta inspirada por una fe sólida en el poder real de
Nuestro Señor Jesucristo, vemos a la Iglesia vergonzosamente guiada por la
prudencia humana, y dudando tanto de ella misma que ya no pide a los Estados
sino lo que las logias masónicas han querido concederle: el derecho común, en
el mismo rango y entre las otras religiones que ya no osa llamar falsas. Pero ¿por qué preocuparse tanto, si al fin y al cabo “la libertad religiosa es utilizada de muchas
maneras, y viendo de cerca yo realmente tengo la impresión que no muchos
conocen lo que el Concilio dijo al respecto. El Concilio presenta una libertad
religiosa de hecho muy, muy limitada. Muy limitada” (Monseñor Fellay, entrevista
a Catholic News Services, 11 de Mayo
de 2012)?
7. En nombre de un
ecumenismo omnipresente (Unitatis redintegratio) y de un vano diálogo
interreligioso (Nostra Aetate), la verdad sobre la única Iglesia es silenciada;
de igual modo, una gran parte de los pastores y de los fieles, no viendo más en
Nuestro Señor y en la Iglesia católica la única vía de salvación, han
renunciado a convertir a los adeptos de las falsas religiones, dejándolos en la
ignorancia de la única Verdad. Este ecumenismo ha dado muerte, literalmente, al
espíritu misionero con la búsqueda de una falsa unidad, reduciendo muy a menudo
la misión de la Iglesia a la transmisión de un mensaje de paz puramente terreno
y a un papel humanitario de alivio de la miseria en el mundo, poniéndose así a
la zaga de las organizaciones internacionales.
8. El debilitamiento de
la fe en la divinidad de Nuestro Señor favorece una disolución de la unidad de
la autoridad en la Iglesia, introduciendo un espíritu colegial, igualitario y
democrático (cf. Lumen Gentium). Cristo ya no es la cabeza de la cual todo
proviene, en particular el ejercicio de la autoridad. El Romano Pontífice, que
ya no ejerce de hecho la plenitud de su autoridad, así como los obispos, que
—contrariamente a las enseñanzas del Vaticano I— creen poder compartir
colegialmente de manera habitual la plenitud del poder supremo, se colocan en
lo sucesivo, con los sacerdotes, a la escucha y en pos del “pueblo de Dios”,
nuevo soberano. Es la destrucción de la autoridad y en consecuencia la ruina de
las instituciones cristianas: familias, seminarios, institutos religiosos.
9. La nueva misa,
promulgada en 1969, debilita la afirmación del reino de Cristo por la Cruz
(“regnavit a ligno Deus”). En efecto, su rito mismo atenúa y obscurece la
naturaleza sacrificial y propiciatoria del sacrificio eucarístico. Subyace en
este nuevo rito la nueva y falsa teología del misterio pascual. Ambos destruyen
la espiritualidad católica fundada sobre el sacrificio de Nuestro Señor en el
Calvario. Esta misa está penetrada de un espíritu ecuménico y protestante,
democrático y humanista que ignora el sacrificio de la Cruz. Ilustra también la
nueva concepción del “sacerdocio común de los bautizados” en detrimento del
sacerdocio sacramental del presbítero. Si esto es
así ¿por qué entonces se aceptó la nueva misa como el modo ordinario del rito
romano en desmedro de la misa tradicional, conocida como “modo extraordinario”?
Ya que Mons. Fellay afirmó que por el Motu Proprio Summorum Pontificum se
“restablece la misa tridentina en su derecho”, lo que significa aceptar tal
desdén por la misa tradicional y por lo tanto conceder la preeminencia a la
misa nueva, ya que el Motu Proprio dispone que la misa tridentina tiene derecho
a ser la misa secundaria o “extraordinaria” en relación a la misa nueva, de la
cual ahora tanto abomina. Asimismo, en su Declaración doctrinal de abril 2012
Mons. Fellay habla de la promulgación legítima de esta misa nueva. ¿En qué
quedamos? Muy importante es lo que se apunta en su reciente análisis de esta
Declaración desde “Avec l’Immaculé”:
los tres obispos no dicen que la Nueva Misa no fue promulgada legítimamente.
Saben cuánto ha escrito la Resistencia sobre esto y deliberadamente guardan
silencio sobre el punto tal vez más controvertido. Esta omisión es un pecado
grave.
10. Cincuenta años
después del concilio, las causas permanecen y siguen produciendo los mismos
efectos, de suerte que hoy aquellas consagraciones episcopales conservan toda
su razón de ser. ¿No era que las cosas estaban
cambiando en Roma y por ello había que adoptar “una nueva posición en relación con
la Iglesia oficial” (Cor Unum 101)? ¿No fue por ello que contrató una empresa
holandesa de mercadeo para mejorar la “imagen” corporativa de la FSSPX
haciéndola más amable y gentil y menos crítica a los ojos del mundo? El amor por la Iglesia guió a Mons.
Lefebvre y guía a sus hijos. ¿Qué es lo
que guía a Mons. Fellay y sus ayudantes? Dios lo sabe. El mismo deseo de “transmitir el
sacerdocio católico en toda su pureza doctrinal y su caridad misionera” (Mons.
Lefebvre, Itinerario espiritual) anima a la Fraternidad San Pío X en el
servicio de la Iglesia, cuando pide con instancia a las autoridades romanas que
reasuman el tesoro de la Tradición doctrinal, moral y litúrgica.
11. Este amor por la
Iglesia explica la regla que Mons. Lefebvre siempre observó: seguir a la
Providencia en todo momento, sin jamás pretender anticiparla. Entendemos que
así lo hacemos, sea que Roma regrese de modo rápido a la Tradición y a la fe de
siempre —lo que restablecerá el orden en la Iglesia—, Esta coma es clave, porque separa lo que debe estar junto, ya que la
segunda parte (la FSSPX regularizada y permaneciendo absolutamente católica y
por lo tanto antiliberal y antimodernista) sólo puede cumplirse con la primera
(que Roma vuelva a ser católica y rechace las herejías) y crea en la mente del
lector un falso dilema: o Roma vuelve “rápido” a la fe, o vuelve “gradualmente”
por medio de la regularización de la FSSPX. Atención: lo grave, lo gravísimo de
este texto, es que la segunda parte acepta un regreso de la FSSPX a Roma sin
que ésta haya vuelto a la Tradición, es decir, los tres obispos están
declarando que aceptan colocarse y colocar a la Tradición bajo el poder de los
liberales y modernistas. Pretenden que al ser evidente que Roma no regresa “rápido”
a la Tradición (ni cabe esperar que vuelva “rápido”, humanamente hablando),
entonces lo único que quedaría es lo segundo, es decir, la FSSPX “reconocida” y
en Roma, haciendo que ésta vuelva “gradualmente” a la Tradición. ¿Cuál es la conclusión
a la que este astuto y venenoso número 11 nos quiere arrastrar?: Pues ésta: ¡HAY
QUE HACER EL ACUERDO!
Además de eso, los tres obispos ratifican las 6 condiciones del
Capítulo General al reivindicar la primera, cuyo texto se reproduce. Pero
sabemos que esas 6 condiciones son una trampa mortal. sea que se nos reconozca explícitamente el derecho
de profesar de manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son
contrarios, con el derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y
a sus fautores, sean quienes fueren – lo que permitirá un comienzo de
restablecimiento del orden. La opción que los obispos postulan es esta: que Roma vuelva despacio a
la Tradición, ayudada por la Fraternidad. En ese caso, la FSSPX sería recibida
por una Roma un poco tradicional y un poco modernista (como cuando Mons. Fellay
decía que Benedicto XVI tenía la cabeza modernista y el corazón tradicional).
Lo cual es absolutamente contradictorio y enteramente malo, porque una
congregación tradicional no puede tener por Superior a un tradicional a medias
o a un semi-modernista, ya que en tal caso es imposible que sobreviva y “no son
los inferiores quienes hacen a sus superiores”, como decía Mons. Lefebvre.
A
la espera, y frente a esta crisis que continúa sus estragos en la Iglesia,
perseveramos en la defensa de la Tradición católica y nuestra esperanza
permanece íntegra, pues sabemos con fe cierta que “las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18).
12. Entendemos, así,
seguir la exhortación de nuestro querido y venerado padre en el episcopado:
“Queridos amigos, sed mi consuelo en Cristo, permaneced fuertes en la fe,
fieles al verdadero sacrificio de la misa, al verdadero y santo sacerdocio de
Nuestro Señor, para el triunfo y la gloria de Jesús en el cielo y en la tierra”
(Carta a los obispos). Que la Santísima Trinidad, por intercesión del
Inmaculado Corazón de María, nos conceda la gracia de la fidelidad al
episcopado que hemos recibido Qué terrible
no poder afirmar que esa fidelidad aún existe y
que queremos ejercer para honra de Dios, el triunfo de la Iglesia y la
salvación de las almas.
† Mons. Bernard Fellay
† Mons. Bernard Tissier de Mallerais
† Mons. Alfonso de
Galarreta
Ecône, 27 de junio de
2013, en la fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
En la carta del 7 de abril de
2012, Mons. Fellay estaba con el acuerdo y los otros tres obispos en contra de
él: 1 contra 3.
En octubre de 2012, Mons. de Galarreta aceptó la hipótesis de un acuerdo
práctico sin solución doctrinal: 2 contra 2.
El 24 de ese mismo mes de octubre de 2012 fue expulsado Mons.
Williamson: 2 contra 1.
Finalmente, en esta desdichada declaración, Mons. Tissier de Mallerais
también termina por aceptar la posibilidad de un acuerdo práctico sin previa
conversión de Roma: 3 contra 0.
Dios tenga misericordia de la FSSPX.
Queremos
terminar con unas palabras de Mons. Lefebvre, nuevamente olvidado por quienes
infielmente siguen un insensato doble juego de ralliement y de reafirmación de los principios católicos propio de
quienes no queriendo ser del todo acuerdistas, no se animan a ser del todo
tradicionales, y que ni ganarán el respeto en las filas de los conciliares, ni
contarán con el aprecio de los católicos integristas. Unas palabras que pueden
trasladarse y aplicarse al avieso texto de esta hipócrita Declaración:
“Nos es imposible entrar en
esta conjuración, aun cuando habría textos satisfactorios en este Concilio.
Porque los textos buenos sirvieron para
hacer aceptar los textos equívocos, minados, llenos de trampas. Nos queda una sola solución:
abandonar estos textos peligrosos para atarnos firmemente a la Tradición y al
Magisterio oficial de la Iglesia durante veinte siglos." (Ecône, 18 agosto 1976, 1era Carta
introductoria & Paris, 27 agosto 1976, 2a Carta introductoria a «Yo
acuso al concilio »).