MONSEÑOR FELLAY: CARTA A LOS
AMIGOS Y BENEFACTORES
Marzo de 2013
NUESTROS COMENTARIOS EN
COLOR ROJO.
Queridos amigos y benefactores,
Hace mucho tiempo que esta carta se hacía esperar, y es con alegría, en
este tiempo pascual, que quisiéramos hacer un balance y exponer algunas
reflexiones sobre la situación de la Iglesia.
Como ustedes saben, la Fraternidad se halló en una posición delicada
durante gran parte del año 2012, a resultas del último movimiento hecho por
Benedicto XVI que intentaba normalizar nuestra situación. ¿Sólo el Papa? ¿Usted, Monseñor, no pretendió lo mismo? ¿Es usted una
víctima de los romanos? ¿Nunca entregó al Vaticano su “Declaración Doctrinal”
de abril? ¿Ese documento nunca existió? ¿El Cor Unum 101, donde usted intenta fundamentar
el cambio de actitud de la FSSPX para con Roma, tampoco existió?
¡Basta de engaños!:
todos sabemos, Monseñor, que si no se firmó el acuerdo, ello se debió,
simplemente, a que no hubo completo entendimiento entre el “vendedor” y el
“comprador” en cuanto al “precio”, aunque el vendedor quería vender (usted) y
el comprador (Roma) quería comprar. Las dificultades provenían, por un lado, de las exigencias que
acompañaban la proposición romana – a las que no pudimos y seguimos sin poder
suscribir–, y por otro, de una falta de claridad de parte de la Santa Sede que
no permitía conocer exactamente la voluntad del Santo Padre, ni qué estaba
dispuesto a concedernos. El problema causado por esta incertidumbre se disipó
desde el 13 de junio de 2012, con una confirmación neta el 30 del mismo mes,
mediante una carta del propio Benedicto XVI que manifestaba claramente y sin ambigüedades
las condiciones que se nos imponían para una normalización canónica. Las cuales eran aún peores que las condiciones que Mons. Fellay estuvo
dispuesto a aceptar. Pero digamos la verdad “sin ambigüedades”: su declaración
de abril pasado, Monseñor, es una traición objetiva a la FSSPX, a Mons.
Lefebvre y a la Fe Católica.
Estas condiciones son de orden doctrinal. Recaen sobre la aceptación total
del Concilio Vaticano II y la misa de Pablo VI. Cosa que usted hizo a
medias recurriendo a las expresiones llenas de ambigüedades de su “Declaración
Doctrinal”, con lo cual ha puesto a la FSSPX en la posición más difícil de toda
su historia: una posición de deliberada debilidad y de ambigüedad ante la Roma liberal
y modernista. Por otra parte, como escribió
Mons. Augustine Di Noia, vice-presidente de la Comisión Ecclesia Dei en una
carta dirigida a los miembros de la Fraternidad San Pío X a fines del año
pasado, en el plano doctrinal seguimos estando en el punto de partida, tal como
estaba en los años 70’. ¿Y cuándo podremos conocer su
respuesta a Mons. Di Noia? ¿O será que no va a responder? ¿O acaso le ha
respondido en secreto? ¿No vale la pena aprovechar la oportunidad dada por esa
carta, para afirmar la fe de siempre ante los modernistas y ante el mundo? ¿El
nuevo estilo diplomático que usted ha impuesta a la FSSPX, hace inconveniente
dar esa respuesta? Lamentablemente no podemos hacer
más que suscribir a esta comprobación de las autoridades romanas y reconocer la
actualidad del análisis de Mons. Lefebvre, fundador de nuestra Fraternidad, que
no ha variado en las décadas que siguieron al Concilio hasta su muerte. Su percepción
muy justa, a la vez teológica y práctica, sigue teniendo vigencia, cincuenta
años después del inicio del Concilio.
Deseamos recordar este análisis que la Fraternidad San Pío X siempre
hizo suyo y que sigue siendo el hilo conductor de su posición doctrinal y de su
acción: reconociendo que la crisis que sacude la Iglesia también tiene causas
exteriores, el Concilio mismo es el agente principal de su autodestrucción. ¡Bien dicho! Lo felicitamos por retomar el “discurso duro”, aunque
tememos fundadamente que usted ya esté habituado al doble discurso. ¿Se puede
tener un doble discurso en materia de testimonio público de la fe? ¿No ha sido usted el que ha dicho esto?:
“Da la impresión de que rechazamos todo el Vaticano
II. Sin embargo, aceptamos el 95%. ” (Entrevista a “La
Liberté”, Mayo de 2001).
“Después de las discusiones, nos hemos dado cuenta que
los errores que creíamos provenientes del concilio de hecho son resultado de la
interpretación que generalmente se ha hecho de él”. (Entrevista a “Catholic News
Services”, Mayo de 2012).
A fines del Concilio Mons. Lefebvre expuso al Cardenal Alfredo Ottaviani
en carta del 20 de diciembre de 1966, los daños causados por el Concilio a toda
la Iglesia. Yo ya la citaba en la carta a los amigos y benefactores n° 68 del
29 de septiembre de 2005. Es conveniente releer hoy en día algunos pasajes: ¿Hoy hay que releer eso ? Pero no cuando usted estuvo
a punto de firmar el acuerdo dando el golpe mortal a la FSSPX. Claro, hoy « conviene »
releer eso porque hay que calmar las cosas dentro de la FSSPX, hay que dar la falsa
impresión de que « nada ha cambiado ».
“Mientras el Concilio se preparaba para proyectar un haz luminoso en el
mundo de hoy si se hubiesen utilizado los esquemas preparados, en los que se
encontraba una profesión solemne de doctrina segura frente a los problemas
modernos, se puede y se debe desgraciadamente afirmar:
“Que de una manera casi general, cuando el Concilio ha innovado, ha
hecho tambalear la certeza de verdades enseñadas por el magisterio auténtico de
la Iglesia como pertenecientes definitivamente al tesoro de la Tradición.
“Ya se trate de la transmisión de la jurisdicción de los obispos, de las
dos fuentes de la revelación, la inspiración de la Escritura, de la necesidad
de la gracia para la justificación, de la necesidad del bautismo católico, de
la vida de la gracia en los herejes, cismáticos y paganos, de los fines del matrimonio,
de la libertad religiosa, de los novísimos, etc. Sobre estos puntos
fundamentales la doctrina tradicional era clara y enseñada unánimemente en las
universidades católicas. Ahora bien, numerosos textos del Concilio acerca de
estas verdades permiten que ahora se dude.
“Las consecuencias han sido rápidamente extraídas y aplicadas en la vida
de la Iglesia:
“- Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia y de los sacramentos
implican la desaparición de las vocaciones sacerdotales.
“- Las dudas sobre la necesidad y la naturaleza de la ‘conversión’ de
toda alma implican la desaparición de las vocaciones religiosas, la ruina de la
espiritualidad tradicional en los noviciados y la inutilidad de las misiones.
“- Las dudas sobre la legitimidad de la autoridad y la exigencia de la
obediencia provocadas por la exaltación de la dignidad humana, de la autonomía
de la conciencia y de la libertad, conmueven todas las sociedades, comenzando
por la Iglesia, las congregaciones religiosas, las diócesis, la sociedad civil
y la familia.
“- El orgullo tiene por consecuencia natural todas las concupiscencias
de los ojos y de la carne. Quizá una de las comprobaciones más horribles de
nuestra época es ver a qué degradación moral llegó la mayor parte de las
publicaciones católicas. Se habla sin ningún pudor de la sexualidad, de la
limitación de los nacimientos por todos los medios, de la legitimidad del divorcio,
de la educación mixta, del coqueteo, de los bailes, como medios necesarios para
la educación cristiana, del celibato sacerdotal, etc.
“- Las dudas sobre la necesidad de la gracia para ser salvados provocan
la desestima del bautismo, ahora relegado para más tarde, y el abandono del
sacramento de la penitencia. Además, se trata sobre todo de una actitud de los
sacerdotes, no de los fieles. Lo mismo sucede con la presencia real: son los
sacerdotes los que actúan como si ya no creyesen, escondiendo el Santísimo Sacramento,
suprimiendo todas las muestras de respeto hacia el Santísimo y todas las
ceremonias en su honor.
“- Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia como única arca de
salvación, sobre la Iglesia católica como la única verdadera religión,
provenientes de las declaraciones sobre el ecumenismo y la libertad religiosa,
destruyen la autoridad del magisterio de la Iglesia. En efecto, Roma ya no es
la Maestra de Verdad única y
necesaria.
“En consecuencia, impulsado por los hechos, hay que concluir que el Concilio
ha favorecido de una manera inconcebible la difusión de los errores liberales.
La fe, la moral y la disciplina cristiana son conmovidos en sus fundamentos,
tal como lo predijeron todos los Papas.
“La destrucción de la Iglesia avanza a paso
rápido. Gracias a una autoridad exagerada concedida a las conferencias
episcopales el Sumo Pontífice se ató de pies y manos. ¡Cuántos ejemplos
dolorosos en un sólo año! Sin embargo, el Sucesor de Pedro y sólo el Sucesor de
Pedro puede salvar la Iglesia.
“Que el Santo Padre se rodee de vigorosos
defensores de la fe, ¡La FSSPX! ¡La FSSPX! que los nombre en las diócesis importantes. Noten que con estas citas de 1966 (!), Mons. Fellay quiere persuadirnos
de que la FSSPX debe “combatir desde dentro”: el acuerdo es su sueño acariciado
e intransable. Quiera a través de documentos
importantes en proclamar la fe, perseguir el error, sin temer las contradicciones,
sin temer los cismas, sin temer desafiar las disposiciones pastorales del Concilio.
Noten que mediante la siguiente cita, Monseñor Fellay nos induce a
considerar a los Papas modernistas como “víctimas inocentes” y “prisioneros” de
los “malvados progresistas”, y no como lo que son en realidad ante Dios y ante
la historia: verdaderos modernistas y -por eso mismo- grandes destructores de
la Iglesia: “Quiera el Santo Padre alentar a
los obispos a recuperar la fe y la moral individualmente, cada uno en sus
diócesis respectivas, como conviene a todo buen pastor; sostener a los obispos
valientes, incitarlos a reformar sus seminarios, a restaurar los estudios según
Santo Tomás; alentar a los superiores generales a mantener en los noviciados y
en las comunidades los principios fundamentales de toda la ascesis cristiana,
sobre todo la obediencia; alentar el desarrollo de las escuelas católicas, la
prensa de buena doctrina, las asociaciones de familias cristianas; en fin,
reprender a los fautores de errores y reducirlos a silencio. Las alocuciones de
los miércoles no pueden remplazar las encíclicas, las directivas y las cartas a
los obispos. ¿Se entiende el mensaje sutil
de Monseñor Fellay?: ¡Para todo eso debemos estar “junto” al Papa y no “contra”
el Papa! ¡Viva el acuerdo! Y a esperar pacientemente una nueva oportunidad para
firmarlo.
“¡Sin duda soy muy temerario expresándome de esta
manera! Sin embargo, compongo estas líneas movido por un amor ardiente, amor
por la gloria de Dios, amor por Jesucristo, amor por María, por su Iglesia, por
el Sucesor de Pedro, obispo de Roma, Vicario de Jesucristo”.
El 21 de noviembre de 1974, tras la visita apostólica hecha al seminario
de Ecône, Mons. Lefebvre juzgó necesario resumir su posición en la célebre
declaración que tendrá como consecuencia, algunos meses más tarde, la injusta
supresión canónica de la Fraternidad San Pío X, que nuestro fundador y sus
sucesores siempre consideraron nula. Este texto capital se abría con esta
profesión de fe, que es la de todos los miembros de la Fraternidad: Nada más a propósito para hacer creer que “nada ha cambiado en la FSSPX”,
que repetir la declaración de Mons. Lefebvre de 1974, contradicha
reiteradamente, no obstante, mediante palabras y hechos, por Mons. Fellay y su
camarilla acuerdista y liberal. Estimados lectores: les informamos que nos
tienen por imbéciles.
“Adherimos de todo corazón y con toda nuestra alma a la Roma católica,
guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para mantener esta
fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.
“Rechazamos en cambio, y hemos siempre rechazado, seguir la Roma de tendencia neo-modernista y neo-protestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II, y después del Concilio, en todas las reformas que salieron de él. ¿Y por qué entonces usted, en su “Declaración Doctrinal”, reconoció la legitimidad de la promulgación del “rito bastardo” (Mons. Lefebvre dixit), aceptó íntegramente el nuevo código de derecho canónico (que según Mons, Lefebvre es la expresión jurídica del concilio), afirmó que el Vaticano II ilumina ciertos aspectos de la vida de la Iglesia, etc.?
“Todas estas reformas, en efecto, han contribuido y contribuyen aún a la
demolición de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la aniquilación del
Sacrificio y de los sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una
enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, en los seminarios,
en la catequesis; enseñanza salida del liberalismo y del protestantismo condenados
repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia”. Monseñor: ¿el principio de contradicción sigue siendo algo valioso o
estimable para usted?
Y esta declaración concluía con las siguientes líneas:
“La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica,
para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la
reforma. Lo cual, para Monseñor Fellay, no impide aceptarla en
parte.
“Por eso, sin ninguna rebelión, sin ninguna amargura, sin ningún
resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la égida
del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos hacer un servicio más
grande a la santa Iglesia católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones
futuras”.
En 1983, recordando el sentido del combate por la Tradición, Mons.
Lefebvre dirigía un manifiesto episcopal a Juan Pablo II, firmado junto a Mons.
Antonio de Castro Mayer, en el que denunciaba una vez más, la devastación
causada por las reformas postconciliares y el espíritu nefasto que se difundió
por todas partes. Subrayaba en particular los puntos siguientes en relación al
falso ecumenismo, la colegialidad, la libertad religiosa, el poder del papa y
la nueva misa:
- El falso ecumenismo:
“Este ecumenismo también es contrario a las enseñanzas de Pío XI en la
encíclica Mortalium animos: sobre este particular es oportuno exponer y rechazar cierta opinión
falsa, que está en la raíz de este problema y de este movimiento complejo por
medio del cual los no-católicos se esfuerzan por realizar la unión de las
iglesias cristianas. Los que adhieren a esta opinión citan constantemente las
palabras de Cristo: “Que sean uno… y que no exista más que un sólo rebaño y un
sólo pastor” (Jn. 17,21 y 10,16) y pretenden que a través de estas palabras
Cristo manifiesta un deseo o una plegaria que nunca fue realidad. Pretenden de
hecho que la unidad de la fe y de gobierno, que es una de las notas de la
verdadera Iglesia de Cristo, prácticamente hasta hoy en día nunca ha existido y
actualmente no existe.
“Este ecumenismo, condenado por la moral y el derecho católicos, llega a permitir la recepción de los sacramentos de la penitencia, de la eucaristía y de la extremaunción de manos de ‘ministros no-católicos’ (Canon 844 N. C.) y favorece la ‘hospitalidad ecuménica’ autorizando a los ministros católicos a dar el sacramento de la eucaristía a los no-católicos”.
- La colegialidad:
“La doctrina ya
sugerida por el documento Lumen gentium del
Concilio Vaticano II será retomada explícitamente por el nuevo Derecho Canónico
(Can. 336); doctrina según la cual el colegio de los obispos junto al Papa
gozan igualmente del poder supremo en la Iglesia y ello de una manera habitual
y constante.
“Esta doctrina del doble poder
supremo es contraria a la enseñanza y a la práctica del magisterio de la
Iglesia, especialmente del Concilio Vaticano I (DZ. 3055), y de la encíclica de
León XIII Satis cognitum. Sólo el
Papa goza del poder supremo, que él comunica en la medida que juzga oportuno y
en circunstancias extraordinarias.
“A este grave error está ligada la orientación democrática de la
Iglesia; los poderes residen en el ‘pueblo de Dios’, tal como es definido en el
nuevo Derecho. Este error jansenista ha sido condenado por la Bula Auctorem fidei de Pío VI (DZ. 2602)”.
- La libertad religiosa:
“La declaración Dignitatis humanae
del Concilio Vaticano II afirma la existencia de un falso derecho natural
del hombre en materia religiosa, contrariamente a las enseñanzas pontificias,
que niegan formalmente semejante blasfemia.
“Así, Pío IX en la encíclica Quanta
cura y en el Syllabus, León XIII en sus encíclicas Libertas praestantissimum e Immortale
Dei, Pío XII en su alocución Ci
riesce a los juristas católicos italianos, niegan que la razón y la
revelación funden semejante derecho.
“El Vaticano II cree y profesa, de una manera universal, que ‘la verdad
no puede imponerse más que por la fuerza propia de la verdad’, lo cual se opone
formalmente a las enseñanzas de Pío VI contra los jansenistas del conciliábulo
de Pistoya (DZ. 2604). El Concilio llega al absurdo de afirmar el derecho a no
adherir y a no seguir la verdad, a obligar a los gobiernos civiles a ya no
hacer discriminaciones por motivos religiosos, estableciendo la igualdad
jurídica entre las falsas y la verdadera religión (…).
“Las consecuencias del reconocimiento del Concilio de esta falso derecho
del hombre destruye los fundamentos del reino social de nuestro Señor, conmueve
la autoridad y el poder de la Iglesia en su misión de hacer reinar nuestro
Señor en los espíritus y en los corazones, llevando adelante el combate con las
fuerzas satánicas que subyugan las almas. Es espíritu misionero será acusado de
proselitismo exagerado.
“La neutralidad de los Estados en materia religiosa es injuriosa para
nuestro Señor y su Iglesia, cuando se trata de Estados con mayoría católica”.
Pero usted ha dicho:
“La libertad religiosa es utilizada de muchas maneras,
y viendo de cerca yo realmente tengo la impresión que no muchos conocen lo que
el Concilio dijo al respecto. El Concilio presenta una libertad religiosa de
hecho muy, muy limitada. Muy limitada” (entrevista a “Catholic
News Services”, 11 de mayo de 2012).
“El Papa dice que (…) el Concilio debe ser colocado en
la gran tradición de la Iglesia, que debe ser comprendido en acuerdo con ella.
Estas son declaraciones con las cuales estamos completamente de acuerdo,
entera, absolutamente” (entrevista a “Catholic News
Services”, 11 de mayo de 2012).
“En la Fraternidad se está haciendo de los errores del
Concilio unas súper-herejías, eso se vuelve como el mal absoluto, peor que
todo, de la misma manera que los liberales han dogmatizado ese concilio
pastoral.” (Respuesta los 3 Obispos, 14 de
abril de 2012).
Monseñor: ¿en qué
quedamos?
- El poder del Papa:
“Por cierto, el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, pero
no puede ser absoluto y sin límites, dado que está subordinado al poder divino,
que se expresa en la Tradición, en la Sagrada Escritura y en las definiciones
ya promulgadas por el magisterio eclesiástico (DZ. 3116).
“El poder del Papa está subordinado y limitado por el fin para el cual
su poder le ha sido dado. Este fin ha sido claramente por el Papa Pío IX en la Constitución
Pastor aeternus del Concilio Vaticano
I (DZ. 3070). Sería un abuso de poder intolerable modificar la constitución de
la Iglesia y pretender invocar el derecho humano contra el derecho divino, como
en la libertad religiosa, como en la hospitalidad eucarística autorizada por el
nuevo Derecho, como en la afirmación de los dos poderes supremos en la Iglesia.
“Es claro que en estos casos y otros semejantes, es un deber de todo
clérigo y fiel católico resistir y rehusar la obediencia. La obediencia ciega
es un contrasentido y nadie está exento de responsabilidad por haber obedecido
a los hombres más que a Dios (DZ. 3115); y esta resistencia debe ser pública si
el mal es público y es un objeto de escándalo para las almas (Suma teológica,
II, II, 33, 4).
“Estos son principios elementales de moral, que regulan las relaciones
de los sujetos con todas las autoridades legítimas.
“Esta resistencia encuentra además una confirmación en el hecho que
actualmente son castigados los que aferran firmemente a la Tradición y a la fe
católica, y que aquellos que profesan doctrinas heterodoxas o realizan
verdaderos sacrilegios en modo alguno son inquietados. Esa es la lógica del
abuso de poder”.
- La nueva misa:
“Contrariamente a las enseñanzas del Concilio de Trento, en su sesión
XXIIª, contrariamente a la encíclica Mediator
Dei de Pío XII, se ha exagerado el lugar de los fieles en la participación
en la misa y se ha disminuido el lugar del sacerdote, convertido en simple
presidente. Se ha exagerado el lugar de la liturgia de la palabra y se ha
disminuido el lugar del sacrificio propiciatorio. Se ha exaltado la comida
comunitaria y se ha laicizado, a expensas del respeto y de la fe en la
presencia real por la transustanciación”.
“Suprimiendo la lengua sagrada, se han pluralizado al infinito los ritos,
profanándolos con aportes mundanos o paganos, y se han difundido falsas
traducciones a expensas de la verdadera fe y de la verdadera piedad de los
fieles”.
En 1986, a propósito del encuentro interreligioso de Asís, que
constituía un escándalo inaudito en la Iglesia católica, y sobre todo una
violación del primero de todos los mandamientos – “tu adorarás un único Dios” –,
durante el cual se vio al Vicario de Cristo invitar a los representantes de
todas las religiones a que invocasen a sus falsos dioses, Mons. Lefebvre
protestó vehementemente. Dirá incluso haber visto en este acontecimiento
insoportable para todo corazón católico uno de los signos que había pedido al
Cielo antes de poder proceder a las consagraciones episcopales.
En la Carta a los Amigos y Benefactores n° 40 del 2 de febrero de 1991,
el Padre Franz Schmidberger, segundo Superior general de la Fraternidad San Pío
X, retomó el conjunto de la cuestión y recordó la posición católica en un
pequeño compendio de los errores contemporáneos opuestos a la fe. Y nosotros
hemos pedido a algunos sacerdotes resumir en una especie de vademécum el
conjunto de estos puntos en diversos escritos después publicados, uno de los
cuales es el notable Catecismo de la
crisis de la Iglesia del Padre Matthias Gaudron.
Que dice muchas cosas
que usted parece haber olvidado:
"¿No ha sido posible continuar caminando con
Roma?
El sentido común indica –y la experiencia lo confirma-
que actualmente es imposible vivir plenamente y defender la fe católica siendo
aprobados por la Roma conciliar. Luego de las consagraciones episcopales de
1988, Roma concedió la celebración de la antigua liturgia a algunas
comunidades, pero en contraparte tuvieron que reconocer la nueva misa como un
rito plenamente legítimo y abstenerse de cualquier crítica al Vaticano II.
Particularmente han tenido que aceptar (o por lo menos, no criticar) la
libertad religiosa y el ecumenismo. Un silencio tal constituye, por sí mismo,
una complicidad culpable.
(...)
Es inherente al Vaticano II el reemplazo de la
valiente afirmación de la fe católica por la táctica, la diplomacia y el
diálogo (los textos sobre la libertad religiosa y el ecumenismo son su más
clara manifestación). En cambio, Monseñor Lefebvre siempre se ha conducido por
consideraciones de fe. No procedió a las consagraciones episcopales de 1988 más
que para continuar transmitiendo la fe y los sacramentos católicos. Conservando
siempre esta misma perspectiva, se puede constatar que la fe del fundador de
Ecône –que nunca quiso hundirse en las astucias humanas- resultó finalmente
mucho más hábil que todas las maniobras de los diplomáticos del Vaticano.
(...)
¿Qué impide actualmente la reconciliación con las
autoridades romanas?
Las consagraciones de 1988 contribuyeron a salvar la
Tradición católica no solamente asegurando la transmisión del sacramento del
orden –y por lo tanto de la misa y los sacramentos tradicionales- sino también
protegiendo de los errores conciliares a una pequeña parte del rebaño de la
Iglesia.
Ahora bien, estos errores conciliares continúan
asolando la Iglesia y reinan en la misma Roma. Para continuar protegiéndola
eficazmente, es necesario guardar la distancia con las autoridades romanas. La
victoria definitiva todavía está por venir."
Actualmente, siguiendo la misma línea, no podemos hacer más que repetir
lo que afirmaron Mons. Lefebvre y el P. Schmidberger en pos de él. Todos los
errores que ellos denunciaron, nosotros los denunciamos. Nosotros suplicamos al
Cielo y a las autoridades de la Iglesia, en particular al nuevo Sumo Pontífice,
el Papa Francisco, Vicario de Cristo, sucesor de Pedro, que no dejen que las
almas se pierdan por no recibir más la sana doctrina, el depósito revelado, la
fe, sin la cual nadie puede salvarse y agradar a Dios.
¿De qué sirve dedicarse a los hombres si se les oculta lo esencial, el
fin y el sentido de sus vidas, y la gravedad del pecado que los aleja de
aquello? La caridad por los pobres, los más desfavorecidos, los relegados, los
enfermos, siempre ha sido una verdadera preocupación de la Iglesia y no hay que
prescindir de ello; pero si esto se reduce a la pura filantropía y al
antropocentrismo, entonces la Iglesia ya no cumple su misión, no conduce las
almas a Dios, lo cual no puede hacerse realmente más que a través de medios
sobrenaturales, la fe, la esperanza, la caridad, la gracia; y por tanto, denunciando
todo lo que se le opone: los errores contra la fe y contra la moral. Porque si
ante la ausencia de esta denuncia los hombres pecan, se condenan para toda la
eternidad. La razón de ser de la Iglesia es salvarlos y hacerles evitar la
desgracia de su eterna condena.
Evidentemente, esto no será del agrado del mundo, que entonces se
volverá contra la Iglesia, frecuentemente con violencia, como nos lo muestra la
historia.
Estamos, pues, en Pascua de 2013 y la situación de la Iglesia está
prácticamente sin cambios.
Lo contrario, exactamente
lo contrario dijo usted en su ya célebre sofisma del Cor Unum 101, de marzo del
año pasado:
"En 2006, las herejías siguen surgiendo, las
mismas autoridades propagan el espíritu moderno y modernista del Vaticano II y
lo imponen a todos como una aplanadora (es la premisa menor). Es imposible
llegar a un acuerdo práctico a menos que las autoridades se conviertan; de lo
contrario seriamos aplastados, despedazados, destruidos o sometidos a presiones
tan fuertes que no podríamos resistir (es la conclusión). Si la premisa menor
cambiase, es decir, si hubiese un cambio en la situación de la Iglesia en
relación con la Tradición, esto podría llevar a un cambio correspondiente de la
conclusión, ¡sin que nuestros principios hubieran cambiado en nada! Como la Providencia
se expresa a través de la realidad de los hechos, para conocer Su voluntad,
debemos seguir con atención la realidad de la Iglesia, observar, examinar lo
que sucede. Ahora bien, no hay ninguna duda que desde 2006, estamos
asistiendo a un desarrollo en la Iglesia, a un cambio importante y muy interesante,
aunque poco visible.”
Las palabras de Mons. Lefebvre tienen un acento profético. Todo se ha verificado y todo continúa para gran
desgracia de las almas que ya no escuchan de sus pastores el mensaje de salvación.
Sin dejarnos abrumar, ya sea por la duración de esta crisis terrible o
bien por la cantidad de prelados y de obispos que prosiguen la autodestrucción
de la Iglesia, como lo reconocía Pablo VI, nosotros continuamos proclamando, en
la medida de nuestros medios, que la Iglesia no puede cambiar sus dogmas ni su
moral. Porque sus venerables instituciones no se tocan sin provocar un
verdadero desastre. Si ciertas modificaciones accidentales que recaen sobre la
forma exterior deben ser hechas – como se produce en todas las instituciones
humanas – ellas no pueden ser hechas en ningún caso en oposición a los
principios que han guiado a la Iglesia en todos los siglos precedentes.
La consagración a San José, decidida por el Capítulo general de julio de
2013, sucede justo en este momento decisivo. ¿Por qué San José? Porque es el
Patrono de la Iglesia católica. Él continúa teniendo para con el Cuerpo místico
el papel que Dios Padre le había confiado respecto a su Hijo divino. Siendo
Cristo el jefe de la Iglesia, cabeza del Cuerpo místico, de allí se sigue que
aquel que tenía a la carga de proteger al Mesías, al Hijo de Dios hecho hombre,
vea extenderse su misión a todo el Cuerpo místico.
Así como su papel fue muy discreto y en gran parte oculto – pero al
mismo tiempo perfectamente eficaz–, así también este rol protector –igualmente
eficaz para con la Iglesia– se realiza hoy en día en una gran discreción. Sólo
al fin de los tiempos se manifiesta de manera más y más clara la devoción a San
José. Uno de los santos más grandes, uno de los más discretos. Siguiendo a Pío
IX, que lo declaró Patrono de toda la Iglesia, sobre los pasos de León XIII,
que confirmó este papel y que inauguró la magnífica Oración a San José, Patrono de la Iglesia universal – que nosotros
rezamos todos los días en la Fraternidad –, siguiendo a San Pío X, que
profesaba una devoción especial por San José, cuyo nombre llevaba, queremos
hacer nuestras, en este momento dramático de la historia de la Iglesia, esta
devoción y este patronazgo.
Monseñor: tenga por
cosa certísima que San José repudia absolutamente su traidora “Declaración
Doctrinal” de abril de 2012 y su intento,
hasta ahora fallido, por someter la Tradición al poder de los modernistas.
Queridos amigos y benefactores de la Fraternidad San Pío X: los bendigo
de todo corazón, expresándoles mi gratitud por vuestras oraciones y vuestra
generosidad en favor de la obra de restauración de la Iglesia iniciada por
Mons. Lefebvre. Más aún, pido a San José que les obtenga las gracias divinas
que vuestras familias necesitan para permanecer fieles a la Tradición católica.
Y que Dios a usted le
abra los ojos y lo perdone. Sinceramente.
+ Bernard Fellay
NOTA : La fotografía que ilustra esta
carta está tomada del sitio oficial DICI. ¿Será casualidad que detrás de Mons. Fellay
aparezca la bandera vaticana frente a sus ojos? ¿Hace falta hablar con más
claridad que lo que lo hace esa foto y su acompañamiento de ese texto ?