miércoles, 10 de abril de 2013

DÓNDE RESIDE NUESTRA FUERZA





“Cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
II Cor. XII, 10.

En efecto, en esta batalla cotidiana ad intra y ad extra, en esta vida que es milicia y en la que es tan fácil olvidar lo que en verdad somos (siervos inútiles, nada), cuando a nuestro alrededor la envidia y el despecho se encaraman enardecidos, cuando truenan los aullidos e improperios, las sospechas o las traiciones, la persecuciones o la indiferencia, el olvido o la incomprensión, nos complace que nos recuerden que sólo somos “unos tipos”, unos cualquieras (como recientemente también el Padre Brucciani desde la posición liberal de la Fraternidad ha “ninguneado” al Padre Girouad en igual metodología que un destacado sitio web para con nosotros), porque esa es la forma que tiene Dios de manifestarnos –para que nunca lo olvidemos- que

“El que hace algún caso de sí, no sigue a Cristo”.
San Juan de la Cruz

Y que

“El verdadero humilde ha de desear con verdad ser tenido en poco, y perseguido, y condenado, aunque no haya hecho porqué”
Santa Teresa


Nadie como los enemigos para acicatearnos en el recuerdo de ciertas verdades que no debemos olvidar:

“Mientras estamos en esta tierra, no hay cosa que más nos importe que la humildad”.
Santa Teresa, “Moradas”

Y es debido a nuestra particular misión asumida en defensa de la verdad que debemos manifestarnos verdaderos en lo que somos, porque si no somos verdad –que no “la verdad”-, si no asumimos lo que realmente somos, entonces no podemos ser transmisores de la Verdad, sino de nuestra propia mentira. Y aquel que cree ser Alguien, se engaña a sí mismo. Entonces es bueno recordar nuevamente con San Isidoro de Sevilla que

“Muchos hay que al enseñar no son humildes en la exposición, sino arrogantes y que aún lo bueno que predican no lo anuncian por deseo de corrección, sino por vicio de grandilocuencia”

Y también

“Hay una perversa imitación de arrogantes sacerdotes por la que imitan a los santos en el rigor de la disciplina y desdeñan seguirlos en el afecto de la caridad: quieren parecer rígidos por la severidad y no quieren dar ejemplos de humildad, para ser tenidos más como terribles, que como mansos y afables”.

Es bueno que nos recuerden –sin querer decírnoslo, por supuesto-, es bueno que Dios nos recuerde a través de las causas segundas (o los causantes que no saben lo que dicen cuando dicen algo ¡y Dios los usa para hablarnos!) que no debemos disputar como los Apóstoles por la primacía (Cf. Lc. 9, 46) pues el menor, “ése es el mayor”.

Desde luego que al ver que

“Como la cisterna conserva fresca su agua, así conserva Jerusalén fresca la malicia suya”
Jeremías VI, 7

la comprobación de la inalterable acción de la malicia que intenta paralizar nuestro camino puede hacernos tambalear pues sabemos lo que somos (siervos inútiles, nada), entonces también recordamos la sabia sentencia

“Mejor es el varón sufrido que el valiente”

o también

“El hombre sosegado es superior al valiente, y el que es señor de sí vale más que el conquistador de una ciudad”
Prov. XVI, 32.

No somos nosotros ni nuestros méritos, sino la sabiduría divina, la que nos permite afrontar serenamente cualquier adversidad o ruidoso y vil ataque, y es el filósofo el que nos recuerda que

“Por ello no tienes que admirarte al ver que en el océano de la vida sintamos las sacudidas de furiosas tempestades, ya que nuestro gran destino es no agradar a los peores”
Boecio, “La consolación de la filosofía.

De manera tal que avisados de los posibles riesgos que corremos de deslizarnos y caer en el olvido de que solo somos “unos tipos”, y que si sostenemos el recuerdo de lo que somos agradamos a Dios que gusta de servirse de los que son nada y no de los que creen ser “algo” o “Alguien”, venimos a sacar provecho porque los que combaten contra nosotros nos hacen recordar –para nuestro y deseamos que también su bien- la Parábola de los obreros de la viña (Cf. Mt. XX, 1-16), y también la Parábola de los primeros puestos (Cf. Lc. XIV, 7-11):

“Observando cómo elegían los primeros puestos en la mesa, dirigió una parábola a los invitados, diciéndoles: “Cuando seas invitado a un convite de bodas, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya allí otro convidado objeto de mayor honra que tú y viniendo el que os convidó a ambos, te diga: “Deja el sitio a éste”, y pases entonces, con vergüenza, a ocupar el último lugar. Por el contrario, cuando seas invitado, ve a ponerte en el último lugar, para que, cuando entre el que te invitó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Y entonces tendrás honor a los ojos de todos los convidados. Porque el que se levanta, será abajado; y el que se abaja, será levantado”.