R.
P. Leonardo Castellani: Una Vida al Servicio de la Verdad
El
próximo 16 de noviembre, el padre Leonardo Castellani cumplirá ochenta años. Los
mismos que Borges —a quien evocó todo el que tuvo una pluma o una máquina de
escribir o un micrófono a mano— y que Julio Irazusta, del que no se anotició
casi nadie. Con Castellani seguramente habrá de pasar lo mismo.
Ochenta
años son muchos, y en realidad son más si se los ha dedicado a cosas
importantes. Verdaderamente Castellani lo ha hecho. Esa decisión, la de
dedicarse a lo que importa, le costó dolores de cabeza, dramas interiores — “conflictos
les llaman hoy en día los que se proclaman estudiosos del alma humana” — ,
algunos castigos por razones de disciplina eclesiástica y, lo que más viene a
cuento destacar con relación a esta líneas, la casi constante indiferencia de
nuestro mundo intelectual. Lo cual de alguna manera podría ser hasta un elogio,
si pasamos revista siquiera someramente a esa entelequia que algunos
optimistas desinformados llaman pomposamente “cultura nacional", como si
cupiera la posibilidad de que la Cultura, así, con mayúsculas y a secas,
pudiera sacar carta de ciudadanía y usar chiripá o lengue.
La
culpa del Padre Castellani es haberse
definido católico en un país que al mismo tiempo se ufana en proclamarse tal y
lo niega en los hechos en nombre de la "tolerancia" o de la “libertad”;
y nacionalista en un medio en que las inyecciones de estupidez han logrado que
el que diga serlo sea tachado de muchas cosas, como nazi o fascista, o las dos
juntas si cabe, o alguna otra que venga a mano. De allí que su nombre no
frecuente los suplementos literarios de los domingos de ningún diario serio…
ni las bibliotecas de las casas parroquiales, no sea cosa que la feligresía
piense mal. Su talento, su estilo, su erudición no tienen la trascendencia
lógica en un ambiente que no tiene la menor idea de lo auténticamente válido
del mundo, venganza presumible a cargo de los destinatarios de sus críticas a
la mediocridad engreída que detenta el poder absoluto de lo que puede o no
puede leerse en la Argentina que nos duele.
“Estamos en el tiempo
del triunfo de los mediocres, dicen. Se podría añadir: “y de los tunantes”. El
mediocre, cuando está en su lugar, no hace daño alguno- al contrario: es el
tejido general de las sociedades, el tejido leñoso, sin el cual no hay fruto ni
flor; son los asimiladores y ejecutores.
Es el mediocre engreído
el que es temible, Y todo mediocre con mando es necesariamente engreído es
decir, necio.
Lo malo del mundo de
hoy es que está lleno de sotas a caballo; sotas de oro, solas de basto, sotas
de copa y sotas de espada. Quién sabe por qué razón nuestro tiempo está plagado
de petisos montados en tremendos frisones, que lo pisotean y atropellan todo,
porque, siendo miopes, ni siquiera ven lo que tienen ante las patas. No respetan
cercos, se meten en todas partes, matan ovejas, arruinan sementeras, espantan
los pájaros, trotan donde hay música y a veces atropellan un niño, una mujer o
un obrero absorto en su trabajo. Claro que muchas veces el frisón los saca
limpios por las orejas, porque ni siquiera llegan a los estribos las patitas;
pero inmediatamente acuden corriendo otros diez enanos por el estilo, que
quieren montar a todo costo y se encaraman, con sus patitas y sus escaleras".
Juzgue el lector si esto, escrito hace más de un cuarto de siglo, no se acomoda
perfectamente a más de un sabihondo de los que dan vueltas alrededor de
nosotros. Y no se extrañe entonces de que, con las riendas en la mano, ese
individuo que se ve radiografiado tan exactamente reaccione proscribiendo a
quien se atrevió a mostrar sus carencias.
Castellani
es, además, un tradicionalista. Palabreja ésta que también se las trae, y a la
que se le hace querer decir cualquier cosa; a esta altura resulta que está de
moda serlo y entonces desde Julián Marías hasta García Venturini lo son, al socaire
de los vientos centristas y moderados que soplan por estas latitudes.
Castellani sí lo es, pero de la única tradición que merece ese nombre entre
nosotros, esto es, la hispánica de hidalguía, de Fe fuerte y vivida, de viril ejercicio
de las virtudes. Además de él puede afirmarse sin rubor que es filósofo, sociólogo,
teólogo y muchas otras cosas de esas que, al decir de Anzoátegui, las derechas no
entienden ni entenderán jamás, pero que ponen cara de entenderlas para no
denunciar su dejadez y su ignorancia...
Sus
obras no pueden ser resumidas en una simple lista de títulos, que por lo demás
sería incompleta porque no podría incluir la totalidad de sus artículos periodísticos,
en los cuales supo desnudar las orfandades —desde literarias hasta hormonales—
de muchísimos pseudopróceres que la Patria se supo conseguir. Baste señalar que
no hay género en que no haya incursionado, casi siempre con resultados harto
halagüeños. De cualquier modo, y sin opacar el resto de su producción, interesa
aquí poner de resalto su descarnada y lúcida vivencia de los males argentinos,
y su fecundo escepticismo de todos los pretendidos remedios que los hombres
dicen buscar afanosamente, olvidando su condición de hijos de Dios y creaturas
destinadas a Él.
Como
se sabe, ni a los profetas ni a ninguno de cuantos decidieron enrostrar a la
sociedad sus fealdades les fue bien en este mundo. Con el padre Castellani,
como no podía ser de otra manera, ha pasado lo mismo hasta ahora. Felizmente
para quienes lo leemos, él no cae cómodo a cierto “establishment”, no es
tranquilizador, ni dice lo que los poderosos de turno están dispuestos a oír.
Por eso no debe extrañar esa especie de "sinfonía del silencio" que
lo viene acompañando desde sus inicios, sólo quebrada por las publicaciones
nacionalistas que se honraron en contarlo entre sus colaboradores.
Los
ochenta años del padre Leonardo Castellani habrán de transcurrir, casi
seguramente, en silencio, ignorados por los más. Lástima, no de él sino los
otros, quienes se lo pierden.
JOAN BONSENY
Revista Cabildo nº 29 (XI/1979)