“El gran peligro que amenaza hoy a los católicos
y a una amplia parte de la jerarquía, es el deseo de conciliar cosas que son
inconciliables (…)
Algunos, en efecto, no se dan cuenta de que
declarando: “Debemos abandonar el ghetto católico y adoptar una actitud más
positiva en relación al mundo”, abren la puerta al diablo, que les conduce a no
ver ya el contraste, irreconciliable y sin fin, entre el espíritu del Cristo y
el espíritu del mundo. (…)
La
unidad no está por encima de la verdad.
Una
tendencia muy extendida es la que pone la comunidad por encima de la verdad;
eso lleva a considerar la unidad más importante que la verdad y a temer más el cisma que la
invasión del error y de la herejía en la Iglesia. Considerando
esencial la paz de los creyentes, si verdaderos discípulos de Cristo alzan la
voz, para defender el depósito de la fe católica contra las falacias de nuevas
interpretaciones que despojan de su contenido sobrenatural el mensaje del Verbo
encarnado, son considerados por muchos prelados como perturbadores incómodos.
Toda unidad entre creyentes, si se obtiene a
expensas de la verdad, no es sólo una pseudo-unidad; en su esencia más profunda
es una traición a Dios. Se coloca la
fraternidad social, el vivir bien juntos y el no molestar a nadie por encima de
la fidelidad a Dios. Esa es precisamente la actitud contraria a la de todos los
grandes adversarios del arrianismo: de un San Atanasio, de un San Hilario de
Poitiers.
Nadie, como Pascal, ha desenmascarado tan clara y
profundamente el falso irenismo que pone la unidad por encima de la verdad.
Escribe: “¿No se ve con claridad que, como es un crimen perturbar la paz cuando
reina la verdad, también lo es permanecer en paz cuando se destruye la verdad?
Hay, pues, un tiempo en el que la paz es justa y otro en el que es injusta.
Está escrito que ‘Hay tiempo de paz y tiempo de guerra’: es el interés de la
verdad el que los discierne. Pero no hay tiempo de verdad y tiempo de error;
está escrito, al contrario, que ‘la verdad de Dios permanece eternamente’ Por
eso Jesucristo, que dice que ha venido a traer la paz, dice también que ha
venido a traer la guerra; pero no dice que ha venido a traer la verdad y la
mentira. La verdad es, por tanto, la primera regla y el último fin de todas las
cosas (Pensées, 949)”.
Dietrich von Hildebrand - Publicado en France Catholique, 21-4-1972 y en “Iglesia-Mundo” 8-12-1973.