Los 11 de noviembre, Buenos
Aires celebra el día de su patrono, San Martín de Tours. La tradición sostiene que fue
elegido el 20 de octubre de 1580 en un rancho situado donde ahora está el Cabildo.
Ese día debía definirse por sorteo quién sería el santo patrono de la ciudad.
El gobernador Juan de Garay, el alcalde Rodrigo Ortiz de Zárate, el escribano Pedro Fernández y los vecinos Hernando de Mendoza, Pedro de Quirós, Diego de Olavarrieta, Antonio Bermúdez, Luis Gaytán y Alonso de Escobar participaron
en el acto.
Siguiendo las normas burocráticas
comunes a todas las colonias, echaron los trozos de pergamino con los nombres
de los santos en el casco de un arcabucero. Pero cuando el azar les ofreció
el nombre de San Martín de Tours, la decepción fue general. La
poca simpatía que despertaba el santo, no por su persona sino por su
nacionalidad francesa, fue motivo suficiente para que se impugnara la elección.
El nombre del santo volvió al casco. Se inició otro sorteo. El escribano
Fernández leyó la papeleta con el nuevo resultado. ¿Nuevo? Para nada: ¡Una vez más, San Martín de Tours!
Con apuro y sin culpa, devolvieron a
San Martín al improvisado bolillero. Pero, como suele ocurrir, no hubo dos sin
tres: el papel con el nombre de San Martín de Tours volvió a salir y, con resignación y fastidio, acataron una decisión que, por lo
visto, sonaba a mandato del cielo. Esta es la más antigua de las
tradiciones de Buenos Aires. Imposible de comprobar. Pero ya tiene su lugar
ganado en los relatos de la ciudad.
Martín nació el año 317, en el
actual territorio de Hungría. Fue soldado del Imperio Romano, pero despertó de
repente su vocación cristiana y decidió servir a Dios. Cuando tenía 20 años, ya
era un oficial muy bien conceptuado por los subordinados, tanto por su valor
como también por su generosidad. Cierto día, junto a las puertas de la ciudad
de Amiens, fijó la vista en un pobre que estaba siendo
vencido por el frío. Nadie le prestaba atención, como si esa persona
fuera parte del paisaje y nada más. Martín (a quien vemos en la imagen
retratado por El Greco) se quitó la capa que lo protegía y la cortó en dos con
su espada.
Con una de las mitades tapó al
pobre. Sus
biógrafos cuentan que esa noche se le apareció Cristo en sueños y le agradeció
que le entregara al miserable la parte de la capa.
Sería nombrado obispo de Tours en
370, lo que le valdría el mote de santo francés que tanto habría molestado a
los pobladores que acompañaron a Garay. Murió en 397 y fue venerado en un
santuario que se hizo donde se colocó su media capa. Por ese motivo, al recinto se le llamó capella en latín, chapelle
en francés y “capilla” (pequeña capa) en español. Ese es el
origen de la palabra que define a este tipo de oratorios, incluso los
portátiles que llevaban los reyes o ejércitos en sus viajes. Justamente, el
sacerdote que acompaña a los ejércitos es denominado capellán porque da misa en un altar portátil, es
decir, una capilla.