Por
Mons. Fulton Sheen
La
gente teme a Dios porque es la Divina Verdad; ese temor les hace pasar la vida
en la mediocridad, en la indiferencia y falta de fe. San Pablo mencionó esto
escribiendo a los Gálatas: “¿Me he creado enemigos entre vosotros por decir la
verdad?”(Gál. IV, 16). Hay una diferencia entre nuestro alejamiento de Dios por
ser la Bondad y por ser la Verdad. La Bondad es temida, pero no puede ser
plenamente odiada, porque incluso al rechazar la perfecta Bondad aún se ama un
bien imperfecto; el temor es suscitado porque sospechamos que el Bien máximo de
Dios apartará de nosotros algunos bienes menores, a los que amamos. Pero la
Verdad no es tanto temida cuanto es odiada, porque es hiriente y repugna al
ego. El hombre, incapaz de soportar lo que se llama la “terrible verdad” acerca
de sí mismo, concibe un odio contra la verdad misma. Aun cuando disfrace esa
actitud con el aparente paliativo de agnosticismo, o con la desesperación que
siempre sigue a la arrogancia, y con el violento cinismo y el odio de toda la
vida, ese hombre huye de la verdad por el temor de las exigencias que pueda
hacerle.
La
verdad puede ser odiada por cualquiera de estas tres razones:
1
A causa de nuestro orgullo intelectual, que se niega a admitir que una
posición, una vez adoptada puede ser falsa. (…) Con el tiempo esto lleva al
prejuicio y al empecinamiento irrazonado, lo que ciega a la mente respecto de
la Verdad, mediante el odio.
2
También se puede odiar a la verdad porque su aceptación requeriría que
abandonáramos nuestros malos caminos. Así como el alcohólico odiará a la verdad
de que el alcoholismo ha arruinado su salud, y por lo tanto debe dejarlo, así
se puede odiar a la verdad que se halla en Cristo, en su Iglesia, porque exige
un modo de vida contrario al modo adoptado de pecado y disolución.
3
También se puede odiar a la verdad cuando implica que otra Mente conoce la
verdad de nuestras faltas, y no puede ser engañada por el falso exterior de
piedad con que se engaña al mundo. Esto explica por qué tanta gente odia la
doctrina del Juicio Final o se niega a creer en el Infierno como lugar de
castigo. La verdad de Dios que conoce lo que realmente son, les repugna tanto
que sus mentes son capaces de construir un credo personal, descabellado, que
esté de acuerdo a sus alocados modos de vida. El bien nunca niega la verdad del
Infierno, pero el mal lo hace frecuentemente a fin de aquietar su intranquila
conciencia.
En
todos los casos mencionados la Verdad es odiada porque el egoísta desea ser ley
en sí mismo, y eludir así la responsabilidad, o también porque desea continuar
una vida equivocada y errada que la Verdad condena, o también porque desea que
nadie más sepa la verdad acerca de él.
Ninguno
querrá admitir, con palabras explícitas, que teme a la Bondad u odia a la
Verdad, porque ambas son admirables en sí mismas para todos nosotros. Pero la
mente recurre a racionalismos para justificar su rechazo de lo verdadero. Todas
las personas no religiosas o antirreligiosas son escapistas; temerosas de
inquirir, de buscar la Verdad o de seguir la virtud, racionalizan su escapismo
mediante la indiferencia o la burla, el ridículo o la persecución. La forma más
popular de cubrir el odio a la Verdad y el temor de la Bondad consiste en la
indiferencia, que todos los “cerebros” denominan agnosticismo, negando que
exista la Verdad. Con una cultivada indiferencia respecto de la distinción
entre verdad y error, anhelan tornarse inmunes de toda responsabilidad en lo
que hace al modo cómo viven. Pero la negación estudiada a distinguir entre
justo e injusto, en realidad de verdad no es indiferencia o neutralidad: es una
aceptación de lo injusto, de lo erróneo.
La
burla y el ridículo de la religión forman otro medio mediante el cual el temor
de la Bondad y el odio de la verdad dentro de nuestro corazón, son proyectados
a la Bondad y a la Verdad existentes fuera de nuestro corazón. Las personas
virtuosas, piadosas y religiosas frecuentemente son ridiculizadas y mofadas en
las oficinas y fábricas. Rebajando la bondad de los demás, esos burladores
esperan justificar su propia carencia de bondad. Pero el que se mofa de la
Bondad o la Verdad Divinas, ya ha desenraizado a las mismas de su propia alma.
Todavía sobrevive la posteridad de Herodes: al verse confrontados con una
Verdad que acusa, calman sus conciencias cubriendo a Cristo con una túnica de
loco. El mal no puede soportar la visión de la Bondad, porque es un juicio de
culpabilidad, un reproche para la maldad que no se arrepiente, por eso siempre
al hallarse con ella quiere envilecerla y abusar de la misma. Búsquese la
religión que es perseguida por el espíritu mundano y se hallará así la religión
Divina. Si Nuestro Señor no hubiera sido la Bondad perfecta nunca hubiera sido
crucificado.
El
tercer tipo de “escapismo” o huida de la Verdad, es el ateísmo, tan violento en
su odio que si pudiera destruiría a la Verdad y a la Bondad. Hasta el siglo
presente sólo se negaba de un modo general uno u otro aspecto de la verdad, a
un mismo tiempo; ahora se hace oposición a la Verdad total. Se ha cumplido la
advertencia del Señor: “Vendrá un tiempo en que todo el que os condene a muerte
proclamará que está realizando un acto de culto a Dios” (Juan XVI, 2). Estar en
pecado y temer al pecado puede ser un camino hacia la Bondad; pero estar en
pecado y temer a la Bondad y odiar a la Verdad, es demoníaco. San Agustín,
quien durante su juventud luchó contra la Verdad Divina, conoció porqué hay
hombres que odian a la Verdad, puesto que él la odió durante tantos años y su
respuesta es la siguiente:
Los
hombres aman a la Verdad cuando ella ilumina, la odian cuando la misma
reprueba. Aman a la Verdad cuando se descubre dentro de ellos, y la odian
cuando los descubre a ellos. De ahí que ella haya de pagarles, que a ellos,
quienes no querrían ser manifestados, contra su voluntad los haga manifiestos,
y se vuelva manifiesta a ellos. Sí, de ese modo la mente del hombre, ciega y
enferma, alocada y mal favorecida, desea ser ocultada, pero no lo logrará.
Es
dable preguntar si en toda la literatura hay un ejemplo más claro de cómo los
hombres temen a la Bondad y odian a la Verdad que en la historia de Juan el
Bautista. Nuestro Señor alabó la bondad de Juan, diciendo: “Entre los nacidos
de mujer nadie es superior a Juan el Bautista” (Lucas, VII, 28). Un día ese
hombre bueno fue invitado a hablar en la corte de Herodes, ante una audiencia
de gente rica, con muchas personas divorciadas y muchas casadas otra vez. El
sermón fue breve: señalando con un dedo al Rey, el Bautista profirió con voz de
trueno esta verdad: “No está bien que vivas con la mujer de tu hermano”. Un
minuto después Juan estaba encadenado. Pocos meses más tarde, intoxicado
Herodes por el vino y por las sensuales danzas de Salomé, prometió a su hermosa
hijastra que le concedería cualesquiera cosa le pidiese, y aconsejada por su
madre le dijo Salomé: “Dame la cabeza de Juan el Bautista”. El mal siempre
matará a la bondad cuando ésta se ha convertido en reproche; la de la virtud es
una carrera peligrosa.
"Eleva tu corazón:
Por qué el ego teme el mejoramiento". Editorial
Difusión. Bs. As. 1956.