“―El
beato Diego [fray Diego de Cádiz] ―intervenía Pedro Sainz― debía poseer, sin
embargo, otra clase de forma más vivida que escrita. Se conserva su epistolario
con su director espiritual. Le consulta cándidamente si al terminar una misión
en un pueblo que se había revelado todo el tiempo como duro e impenetrable a la
Gracia, pudiera serle permitido dejar el crucifijo con un golpe iracundo, en la
mesa de su tribuna, como diciendo: ahí os quedáis con vuestro juez. Él
sentenciará sobre vuestras conciencias... El director espiritual le aconseja
que no lo lleve premeditado como truco o latiguillo, sino que se deje conducir
por la pasión del momento. Efectivamente así lo hace fray Diego: y la pasión
dejada a su iniciativa, le hizo dar tan tremendo golpe con el crucifijo sobre
la mesa, que éste, el crucifijo, saltó en mil pedazos. Se oyó el sollozo de
todo el auditorio: y el número de los convertidos fue enorme. Y toda la noche
tuvo que pasarla en el confesionario. Es el modo español. Creo que el Cristo de
Velázquez habrá convertido alguna vez algún cortesano. Pero el español medio
apretado en auditorio grande y popular, necesita que rompan un crucifijo en la
mesa, ya que no puede romperse en la cabeza de cada uno."
José
Mª Pemán, Mis almuerzos con gente importante. Barcelona, 1970