jueves, 11 de julio de 2013

APUNTES DESDE LA TRINCHERA





“Sin embargo, aun entre los jefes, muchos creyeron en El, pero a causa de los fariseos, no (lo) confesaban, de miedo de ser excluidos de las sinagogas; porque amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”.

Jn. 12, 42-43.


Este texto tomado de San Juan nos parece explica suficientemente bien lo que está pasando hoy con la jerarquía de la Nueva Fraternidad San Pío X. Creen, pero lo confiesan ambiguamente (véase la Declaración doctrinal diplomática de Mons. Fellay de abril 2012, entre otras cosas), sin claridad ni firmeza, por miedo “a ser excluidos de la Sinagoga”, es decir, a ser “anatematizados” y llamados “sedevacantistas” o “cismáticos” y no alcanzar la “regularización” por parte de la actual Sinagoga –puesto que esta jerarquía de hoy cumple la función de aquellas autoridades oficiales corruptas y corruptoras, falsificando la verdadera Religión y por lo tanto negando al verdadero Cristo-. El mismo San Juan vierte allí la razón de esta no-confesión: “amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”.

De modo tal que, para volver plenamente reintegrados a esa suerte de Sinagoga farisaica en que los modernistas han convertido la Iglesia oficial, las autoridades de la FSSPX en el punto 11 de su reciente Declaración por el 25 aniversario de las consagraciones episcopales, dejan abierta la posibilidad de retornar a ella sin que la jerarquía oficial confiese claramente a Cristo en su integridad, renunciando a sus errores. Con lo cual borran con el codo lo escrito por su mano en los puntos anteriores donde se critica la nocividad del Vaticano II. La verdad le pide un lugarcito en su parcela al error, la verdad respeta al error porque éste tiene “autoridad”, la verdad quiere ser respetada por quien es su enemigo: el error.

Lo que viene a dejar planteado esto es que entre la autoridad y la doctrina, simulando un sibilino equilibrio imposible de sostener, se ha preferido, porque no se aguanta más ser excluidos de la gran sinagoga (“No podemos acostumbrarnos a considerar que el estado en el que nos encontramos es normal, aun cuando éste nos permita hacer lo que deseamos. Esto no es cierto; simplemente, no es verdad. Lo normal es que busquemos, una vez obtenidas las condiciones necesarias, recuperar el título que es nuestro, el título al cual tenemos derecho, el título de Católicos”, Mons. Fellay, Sermón del 29 de junio de 2012. “El deseo es el de una prelatura, aun cuando yo no tengo mayor preferencia. Yo no puedo pronunciarme al respecto, ya que todo depende de Roma”, Mons. Fellay, Entrevista concedida en Menzingen el 31 de julio de 2012, Agencia italiana Apcom. Véase la reciente entrevista a Mons. de Galarreta en la revista oficial de la FSSPX de Polonia), se ha preferido mantener contactos con la autoridad modernista, prefiriendo la disminución de la confesión pública de la doctrina verdadera, pues si se la confiesa pública y claramente entonces “serán excluidos de las sinagogas”, cosa que no muchos están dispuestos a aceptar porque aman más “la gloria de los hombres que la gloria de Dios”.

¿Cuál ha sido el instrumento que ha servido de excusa para esta innoble preferencia de una autoridad falsificada antes que de una verdadera doctrina (aun no del todo concretada en los hechos)? La organización. Esto es, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, la cual hay que conservar a toda costa, con todo lo que tiene y lo que ofrece a sus fieles. Porque “es preferible que un solo hombre muera por todo el pueblo, antes que todo el pueblo perezca”, al decir de Caifás (Jn. 11, 50). O, como lo dijo un sitio acuerdista vinculado a la Fraternidad cuando todos le cayeron encima a Mons. Williamson a principios del 2009: “Es hora de dejar de jugar a las declaraciones, y de quitarse de la cabeza las fantasías del martirio. Una cabeza sensata y católica ha de poner toda su energía en la preservación de las misas, los sacramentos, las escuelas, todas las instituciones católicas que se han erigido con el sacrificio de varias generaciones y que nosotros no tenemos el derecho de dilapidar por veleidades personales” (“Recuperar el foco de la cuestión”, Panorama Católico Internacional, 03/06/2009. De la preservación de la doctrina no dice nada).
Así es como se expulsó los elementos indeseables, las “manzanas podridas” que podían impedir ese acercamiento hacia las autoridades de la iglesia conciliar. Había que conservar la Fraternidad funcionando, aun a costa de cambiar su propia naturaleza. La Fraternidad convertida en un fin en sí mismo.

Ahora bien, plantea Mons. Williamson en su Comentario Eleison 311: “Tal vez Dios desea que nosotros persigamos más la doctrina que la organización”. ¿Esto por qué? Porque debido a que el hombre moderno -según explica- “ha desaprendido voluntariamente, en nombre de la libertad, cómo hacer ambos”, esto es, mandar y obedecer, lo cual llevó a que la FSSPX esté siendo destruida por los comandos arbitrarios y la obediencia excesiva”, entonces la Resistencia tendría probabilidades de correr la misma suerte, con lo cual se caería por la obediencia ciega en el liberalismo, o por la rebeldía en la anarquía.

Ciertamente, cabe considerar esas posibilidades cada vez más dominantes en los hombres modernos o influenciados por el mundo moderno, de hecho lo que Mons. Williamson con toda prudencia plantea es que, por evitar el liberalismo temeroso de la nueva “línea-media” en que se ha convertido la Fraternidad, se caiga en el exceso de la protesta y la rebeldía permanentes que llevan a la anarquía y el espíritu de secta, como en grupos del estilo Radio Cristiandad u otros sedevacantistas “purísimos” del mismo tenor que parecen formar su propia “iglesia” con su propio “papa”, etc. y se tornan autosuficientes.

Pero hay un peligro en la postura de Mons. Williamson, y es la de caer –por otra vía- en lo que ha caído la Nueva Fraternidad: en el conservadorismo. Porque así como los Fellaystas se han vuelto conservadores de la organización (y de los sacramentos, de las capillas, las escuelas, etc.) en detrimento de la doctrina, que pasó a segundo plano pues no rechazan ser aceptados por -y convivir con- el error; del mismo modo podrían los resistentes volverse conservadores de la doctrina, en desmedro de la organización. Pero dada la debilidad de la naturaleza humana, le resulta muy difícil a los hombres del mundo moderno guardar la pretendida fidelidad sin caer en el desorden de la anarquía. Para ello Dios le ha dado la autoridad, y la autoridad requiere un mínimo soporte o estructura para funcionar unificando las voluntades en función de la doctrina. Dice Mons. Lefebvre: “Los individuos tienen un objetivo personal que obtener; fin que les es propio y que aporta una contribución al bien común. Es función especial de la autoridad el perseguir este bien común y el agrupar las voluntades, que sin esta coordinación estarían dispersas”.

Por otra parte, el “conservadorismo” tiende a replegarse sobre sí mismo, lo cual está bien en cuanto sirva para conservar la doctrina, pero por sí solo tiende a crear un anquilosamiento de la religión, un endurecimiento y tal vez un falseamiento que atenta contra sí mismo. No debe olvidarse que a su modo los fariseos eran muy conservadores (de la organización y de la doctrina viciada por sus propios preceptos humanos). También los jansenistas o los puritanos lo eran, cayendo luego contradictoriamente en vicios y pecados opuestos, porque se habían centrado en sí mismos.

El catolicismo no es conservador (aunque debe conservar fielmente el depósito de la fe) sino conquistador (aunque hoy no se pueda restaurar nada ni salir al mundo como los Apóstoles y sólo se pueda conquistar mediante la “derrota”, es decir, el testimonio de la verdad y el martirio). Si se trata de conservar la fe, la doctrina, no se trata en cambio de retenerla o guardarla escondida porque esa mentalidad lleva al sectarismo y éste, al anarquismo. Si se trata de conservar la organización, la misma debe servir a la doctrina y si ya no sirve a la doctrina debe ser cambiada. Porque la doctrina es divina, y la organización es humana.

Dos peligros, entonces, asechan al cristiano de estos tiempos: caer en la pura “exterioridad”, que es lo que está empezando a ocurrir ahora en la Nueva Fraternidad; o caer en la pura “interioridad”, propia de los separados sectarios que se bastan a sí mismos. Por obvias razones, la Resistencia está por el momento inmune del primer peligro (por eso está fuera de la estructura oficial de la Nueva Fraternidad); pero corre peligro cierto de resbalar al segundo peligro, y ese segundo peligro (“la jurisdicción supletoria tiene una debilidad porque, no siendo oficial, está mucho más expuesta a la disputa”, dice Mons. Williamson) nos parece es lo que podría hacer tambalear una autoridad sostenida en una mayor “organización”, tal es el planteo puesto ante los lectores de sus “Comentarios Eleison” por Mons. Williamson. Por supuesto que ser cristiano conlleva un riesgo permanente, pero antes de lanzarse a una iniciativa se debe saber “con qué bueyes se ara”.

Sobre la autoridad mutilada, se plantea un problema que no es fácil de resolver. De hecho lo que Mons. Williamson plantea es un problema y, por ahora, no una solución. Pero, ¿está tan clara la solución? Desde luego que sí para los que todo es fácil, blanco o negro, para los sedevacantistas recalcitrantes. Estos son quienes nos hacen acordar a aquel del que hablaba Chesterton en su “Ortodoxia”: “Las explicaciones que un loco da sobre algo son completas y con frecuencia, en un sentido estrictamente racional, hasta son satisfactorias. O, para hablar con más precisión, la explicación del insano si bien no es concluyente, es por lo menos irrefutable (…) La teoría del lunático, explica un vasto número de cosas, pero no explica esas cosas en forma vasta”. Y es que sucede que estamos ante un misterio de iniquidad, entonces querer tener –y de inmediato- todas las respuestas es imposible, excepto que la razón afirme que la Iglesia ya no tiene Papa entonces “la Iglesia no existe y que cada uno se arregle como pueda”. Es esta una época de confusión y desequilibrios, y nadie puede decir que conoce todas las respuestas. Por eso Monseñor Lefebvre escribió un libro titulado “Carta abierta a los católicos perplejos”. Donde dice: “Antes el camino estaba perfectamente trazado; se lo seguía o no se lo seguía”, pero desde el Vaticano II ya no es así. El mismo Mons. Lefebvre, que explicó las razones de esa perplejidad por los errores del Vaticano II y la secta modernista, de hecho llegó a plantear muchas dudas, por ejemplo acerca de si el Papa era o no Papa, pero nunca lo negó ni adoptó una postura que trajera más problemas que soluciones. Quizás el futuro próximo nos traiga la respuesta. Pero Monseñor reconocía que se le planteaba al católico de estos tiempos una situación nada fácil de dilucidar. Pero he aquí los que siempre tienen las respuestas (son como aquella mujer “que pare mucho y ve poco” del Génesis) y lo simplifican todo. En este caso se resuelve por lo más práctico, para eliminar toda perplejidad: el Papa no es Papa, la Iglesia no tiene más Papa y se acabó. La Iglesia somos nosotros y quienes nos siguen. Punto. Desde luego que no se dice en tan claros términos, pero este razonamiento es el que conduce todas sus opiniones.

Deseamos tener la firmeza doctrinal pero también la cautela de Mons. Lefebvre, no la virulencia infantil protestante. Nosotros podemos tener las mismas dudas acerca de quién es el Papa, podemos dudar y nos deja perplejos la insólita situación de “dos Papas”. Sabemos que están ocurriendo cosas extremadamente graves que nos superan. Por lo tanto planteamos estos temas con prudencia, sin pretender tener en tales cuestiones una respuesta definitiva. Vemos que una forma de este razonar extremo se manifiesta así: “los apóstatas romanos no son la Iglesia”. Es cierto que en la práctica son apóstatas, gran parte de ellos, no sabemos si todos, pero sí las máximas autoridades. Son “anticristos”, dijo Mons. Lefebvre. Y también dijo: “Ellos no están ya dentro de la Iglesia Católica”. Es cierto entonces que no son la Iglesia Católica. Pero son la Iglesia oficial o iglesia conciliar. Es una mala jerarquía, pero es una jerarquía. De lo contrario deberemos afirmar que la sede está vacante, lo cual no puede asegurarlo nadie. La Iglesia es divina y humana. Su parte humana es a su vez doble: hay una buena y una mala: el trigo y la cizaña. Mons. Lefebvre dijo que eran anticristos, pero no dijo que no había más Papa o que no había más cardenales y obispos. Si estos no están allí, ¿dónde están? Y si no existen ni el Papa ni los Cardenales y Obispos, ¿la Iglesia –para los sedevacantistas teóricos o prácticos- existe? De allí que se plantee un grave y difícil problema.

Ahora bien, si  los apóstatas romanos no son la Iglesia (católica) ¿entonces las autoridades farisaicas de la Sinagoga en tiempos de Cristo tampoco eran la Sinagoga? Y si no lo eran, si Caifás no era el Sumo Sacerdote, ¿por qué N. S. se dignó responderle, siendo que entonces no estaba obligado? Si aquellas autoridades no eran la Sinagoga, entonces la religión judía no tuvo ninguna responsabilidad en la crucifixión y muerte de Cristo, pues eran unos impostores sin autoridad y no los verdaderos sacerdotes. Pero no, aquellos infames eran las autoridades constituidas, las malas autoridades a las que N.S. y sólo él les iba a poner fin. Del mismo modo estas actuales autoridades son enemigos de Cristo, pero son las autoridades y por eso mismo más responsables aún de sus iniquidades y apostasías. Lo cual no quiere decir que una excomunión a Mons. Lefebvre por parte de ellos tenga valor alguno. Pero el acto en sí malo –y sin valor- no invalida la propia condición de un Papa o un Cardenal. Judas era uno de los doce apóstoles: no hubo once hasta que éste se ahorcó. Veamos al respecto algo que dice el Padre Castellani:

“La Iglesia que ha sido conmigo falsa e inmisericorde NO ES LA MISMA que la Iglesia en la cual permanezco. Yo permanezco en el ideal evangélico, en comunión por tanto con todos los que hoy día abrazan de hecho el Evangelio. También me ha hecho grandes bienes la Iglesia; sí, la Compañía de Jesús.
La Iglesia que se equivocó conmigo (aun humanamente hablando) es la burocracia impersonal de los malos pastores; la Iglesia a la cual sigo amando y perteneciendo es la Iglesia personal y viviente de los que aún tienen fe, y viven su fe en la caridad. Las dos están unidas (siempre lo han estado, trigo y cizaña) pero son opuestas en sí mismas; mas no podemos separarlas nosotros, pues según Nuestro Señor, las separarán los “Segadores”, en el tiempo de la “Siega”, que opino no está ya muy lejos.
El comunismo puede ser el instrumento de esa separación.
El mismo caso de Cristo con la Sinagoga. Cristo no se salió de la Sinagoga (la Sinagoga lo arrojó) porque ella era la depositaria no practicante de la Fe y de la Ley verdadera. Luchó dentro de ella hasta la muerte contra los abusadores de la Ley –los fariseos-. Si Cristo por despecho se hubiese hecho saduceo, herodiano o gentil, les hubiese dado un placer fantástico a sus encarnizados enemigos.
Creo que yo les daría una alegría a algunos malos jesuitas, (los hay buenos, quiero decir, hay gente buena no poca, incluso dentro de los jesuitas) si ahora agarro y me vuelvo protestante, como el difunto Padre Anzoátegui, escandalizado por su conducta y resentido por los daños que me han infligido. Esa es justamente mi más grave tentación –y el mayor daño que me han infligido-. Pero yo conozco que es TENTACIÓN.
Hay que “sufrir tentación” en esta vida (…) no solamente por la Iglesia sino también por parte de la Iglesia.
Pero esta es una respuesta escrita en “protestante”; es también una respuesta “prepotenta”, y un si es no es sublime. ¡Compararse con Jesucristo! Sin embargo, el Evangelio, San Pablo y Tomás de Kempis, nos imponen la obligación de compararnos constantemente con Jesucristo; y en eso consiste el ser cristiano. ¡Tremenda obligación! No me extraña que tantos la hayan abnegado hoy día, continuando llamándose y creyéndose cristianos, pero sin compararse con Jesucristo, poco o nada”.
(Castellani, “Ideal comunista o ideal cristiano”, “Las ideas de mi tío el cura”).

Repetiremos algo que ya dijimos desde otra trinchera: ¿Qué significa entre nosotros, el no hacer esa separación del trigo y la cizaña? No quiere decir que se debe entrar en la Roma modernista, en ser parte de esa estructura maligna del Vaticano II, no; hay que permanecer fuera de este sistema conciliar, no se puede esperar nada bueno de allí –hasta que Dios disponga lo contrario-; sino que significa seguir en la Iglesia no cayendo en el sedevacantismo, no decir “no hay Papa” y por lo tanto “no hay Iglesia” lo que es lo mismo que decir - a la manera protestante- “yo soy mi propio Papa” y “este grupito es la Iglesia”.

Ahora bien, no se puede quitar la cizaña, pero sí se puede evitar que el trigo se convierta en cizaña. Es decir, es necesario ello porque la cizaña del error, de la herejía puede infectar al católico tradicional. Ese es el combate al que quieren abandonar muchos o pretenden hacer pidiéndole ingenuamente a la cizaña de Roma que tolere que el trigo la corrija.

Siguiendo con el razonamiento planteado por algunos, si estos anticristos romanos de hoy no son la Iglesia (nosotros decimos que son la cizaña de la Iglesia, están dentro de su estructura visible, son apóstatas que no han renunciado explícitamente aunque falsifican la religión), tampoco lo eran entonces los anticristos de los tiempos del nefasto Pablo VI (¿o puede decirse que fue mejor que Francisco? Pues aquella era la misma secta conciliar de hoy, sólo que en diferente grado). Siguiendo ese razonamiento, Mons. Lefebvre no debió pedir la autorización romana para fundar la FSSPX. De igual modo, el Padre Ceriani y los otros sacerdotes críticos de Mons. Williamson habrían pertenecido a una congregación que contaba con la autorización de la Roma modernista, de los apóstatas que no son la Iglesia. Por lo tanto, habrían estado de acuerdo en reconocer la validez de una autorización de quienes no son la Iglesia. Es decir, podrían ser acusados de lo mismo de que acusan a Mons. Williamson (¿podrían entonces arrojar la primera piedra?). Y así consecuentemente daríamos vueltas a la razón hasta terminar en un callejón sin salida. Pero ellos lo resuelven todo muy fácilmente: la Iglesia somos nosotros, fundemos una congregación y listo. Esto que decimos, claro está, no viene a justificar una inacción en favor de la Tradición, pues Monseñor Lefebvre nos dio ejemplo de sabiduría y coraje (único obispo en el mundo) cuando tomó la decisión de consagrar obispos. Evidentemente gozó de una gracia especial de Dios para ello. ¿Podemos creer que Mons. Williamson no es sincero, cuando dice que él no recibió lo mismo que Mons. Lefebvre, Dios sabrá por qué? ¿Y no tenemos también derecho a esperar con paciencia el momento que Dios ha escogido para que esa determinación en pro de la Resistencia en la Tradición acontezca? ¿Creemos acaso que Dios no se ha de reservar su pequeña grey y la conducirá a través de esta tormenta de acontecimientos terribles suscitando la sabiduría necesaria en el momento preciso? Pero para algunos que derrochan “sabiduría” detrás de una pantalla de computadora las cosas son sencillas y les resulta muy fácil determinar lo que debe hacerse ¡sin ninguna duda! ¡Soberbios consejeros animadores de la “navegación” internáutica!

Hablando de estos grupos de sabelotodos no infalibles que con procacidad insisten en acusar a Mons. Williamson de “acuerdista” y ser parte de “los cuatro obispos”, es inconcebible razonamiento tan imbécil, cuando para lograr ese propósito Mons. Williamson no tenía más que haberse callado, seguir tranquilamente la línea de los otros obispos, evitar ser expulsado y odiado y entonces ese objetivo que le adjudican ya estaría hoy cumplido. Pues fue gracias a las denuncias de Mons. Williamson y la reacción interna que provocó en la Fraternidad que el acuerdo con Roma no se llevó a cabo. Afirmar lo contrario es terca necedad o malicia.

Otra mención que podemos hacer es que lejos de manifestar para con Monseñor Williamson una obsecuencia  o una especie de silenzio stampa, como hacen los liberales y sedevacantistas tanto acerca de sus obispos acuerdistas como de sus sacerdotes rebeldes o “gurús” intocables, no puede decirse que en la Resistencia ocurra tal cosa, y eso debido principalmente a la misma actitud de Mons. Williamson (si tal cosa ocurriera le sería muy fácil organizar un grupúsculo como hay varios reunidos fanáticamente en torno a un impecable líder). Lo cual no quiere decir que deje de profesársele respeto, filial reverencia y hasta afecto, todo lo cual no impide el disenso manifestado en buenos términos y no como acostumbran sus enemigos (judíos, masones, liberales, sedevacantistas) mediante gruñidos enjabonados de “ironías”.

Estamos  en guerra. Los hijos del despecho seguirán gruñendo, los hijos de la ilusión seguirán callando y el misterio de iniquidad seguirá obrando. En tanto digamos con el Salmista:

Despliega tu bondad sobre los que te conocen,
y tu justicia sobre los de corazón recto.
No me aparte el pie del soberbio
ni me haga vacilar la mano del impío.
He aquí derribados a los obradores de la iniquidad,
caídos para no levantarse más.
(S. 35, 11-13).