—Eso es de fe—intervino Mungué—. San
Pablo lo dice y Nuestro Señor mismo afirmó: "Cuando Yo vuelva, ¿creéis que
hallaré fe en la tierra?"
—¿Creen ustedes que una apostasía
general sería posible si la Iglesia estuviera vigente, llena de pureza, de
justicia, de caridad y de luz? Es imposible. La gran apostasía hace concebible
la gran persecución; pero la gran apostasía no es concebible sin una
contaminación...
—Siempre ha existido contaminación—dijo
la señora—y existirá, según la parábola de la cizaña: "hasta el tiempo de
la siega..."
—Justamente—dijo el viejo—y hacia el
tiempo de la siega es cuando el lolio, que esa planta y no la cizaña ni el
abrojo indicó el Divino Maestro, es cuando el lolio se parece más al trigo...
—¡Ojo!—dijo Mungué—la Iglesia siempre
se distinguirá de las sectas por sus cuatro notas: una, santa, católica y
apostólica.
—Ni los faros se ven bien en tiempo de
niebla—pronunció sibilinamente el rabino...
—¡Eso es herejía protestante!—acusó
Fulgencio
—¡El error de la Iglesia invisible! El
viejo lo miró en silencio un instante, y prosiguió—La condición del mundo
cuando vuelva Cristo será análoga a la que tenía cuando lo dejó. El Rey de los Profetas
para ver al mundo futuro, desde aquel montículo de Jerusalén desde el cual se
veía el Templo, y ¡ay! el Calvario, no tuvo más que mirar su propia situación
presente, ponderarla con amargura, y ampliarla en todas direcciones [...]
—¿De modo que entrará a reinar el
fariseísmo en la Iglesia, como antaño en la Sinagoga?—dije yo alarmado
— La promesa de Cristo de asistencia
perenne a su Iglesia y su conducción por el Paráclito... eso parece destruirla
de raíz.
—Y la destruye—dijo el Monaco.
—¿Por qué?—dijo el rabino—. Las mismas
promesas o parecidas fueron hechas a la Sinagoga por los profetas; y justamente
en el punto en que esas promesas estaban por fallar, envió Dios a su Hijo para
mantenerlas; el cual dijo: "En la cátedra de Moisés se sentaron los
escribas y fariseos; haced pues todo lo que os dijeren, pero no hagáis conforme
a sus obras." Pues la doctrina no faltó nunca; faltó el ejemplo.
—Pero eso es sumamente peligroso de
predicar —dijo Mungué—, porque el pueblo perderá la confianza en la Jerarquía.
—Yo no lo predico: solamente lo
temo—dijo mansamente el judío.
—Es que no lo debe decir siquiera, ni
pensar, ni soñar —dijo Fulgencio.
—En nombre propio, no—dijo él—. Pero
soñarlo ¿y quién pondrá puertas al soñar? Ya lo soñó Juan en el Apokalypsis,
según creo.
—¿Dónde?—desafió Mungué.
—En cuatro lugares: la Iglesia de
Laodicea, la Segunda Bestia,
la Medición del Templo, y la Gran
Ramera.
—¡Pamplinas!—dijo Fulgencio—.
"Clara non sunt explicanda cum oscuris." Esos lugares son oscuros; la
promesa de Cristo es clara.
El judío dejó caer los brazos con
desaliento y se puso con aire cansado a hojear su Biblia
—¿Qué demonios es propiamente el
fariseísmo?—dije yo.
—¿Pues no lo conoce usted?—dijo el
judío, cansado—. Está en los Evangelios.
—En el Elenchus contra fariseos,
Mateo, Capítulo 23—dijo el teólogo.
—En todo el Evangelio—bramó el
viejo—Cristo no hizo más que luchar contra el fariseísmo. "Non sum missus nisi ad oves quae perierunt
domus Israel." Fui mandado para las ovejas de Israel que
perecieron.
—¡Qué exageración!—gritó Flor de Lino—
¿Y los milagros? ¿Y la doctrina? ¡Eso es lo principal de la vida de Cristo!
—¿Cuál fue la empresa personal de
Cristo como hombre, su hazaña y su trabajo, lo que unifica toda su acción?
¿Cuál fue el corazón de Cristo, si él fue un hombre de corazón? Ciertamente no
fue una dulzura blandengue, un sentimentalismo melancólico, blanducho y llorón
hacia los hombres, y aun hacia los animales, como lo pintan hoy, incluso las
estatuas de los templos, d'aprés Renán o d'aprés Tolstoi—dijo el viejo—. Ésa no
fue la personalidad de Cristo, no fue su corazón.
—Nosotros somos devotos del Corazón de
Jesús—dijo el monje—como el que más.
—¿Cuál fue pues su
personalidad?—interrogó el teólogo Mungué...
—La lucha contra el fariseísmo, ese
"pecado contra el Espíritu Santo" que le impedía su manifestación
mesiánica y hería terriblemente su amor a los hombres y a los pobres y a los
débiles... sin contar su amor al Padre—y a la Verdad. Ésa es la clave de su
carácter, quizá la principal, la que engloba todos los rasgos de su espléndida
personalidad humana—declaró Benya—. Yo sé lo que es el fariseísmo, aunque no lo
sepa definir —añadió—. Lo he probado en mi carne.
—¡Pamplinas! El fariseísmo se acabó.
—Nunca—asestó Benya—. Ni se acabará.
¿Qué es lo que puede producir la Magna Tribulación, la peor prueba, si no el
Magno Pecado, el peccatum ad mortem que efectivamente infirió la muerte al
que era la Resurrección y la Vida?
"Si eres de veras Hijo de Dios,
baja de la cruz y creeremos en Ti"—dije yo con un vago temblor.
—En efecto, ésa es la esencia del
fariseísmo—Benya se volvió hacia mí con una sonrisa aprobatoria—. Crueldad,
soberbia religiosa y resistencia a la Fe. Pero Cristo desde la cruz pudiera
responderles: "Creed en Mí y bajaré de la cruz." En efecto, cuando
los judíos crean en Él, y los gentiles hayan caído en el pecado de muerte, bajará
Cristo de su larga Cruz, que es toda la historia de la Iglesia.
—Ésta conversación no me interesa—dijo
Fulgencio.
—El fariseísmo viene a ser como... los
fariseos son "religiosos profesionales"...como el profesionalismo de
la religión—dije—, recordando una frase de Gustavo Thibon.
—Ése es solamente el primer grado del
fariseísmo, en todo caso—reflexionó el viejo—. A ver si podemos describirlo por
sus grados:
El primero: la religión se vuelve
meramente exterior...
El segundo: la religión se vuelve
profesión, métier, gagne—pain.
El tercero: la religión se vuelve
instrumento de ganancia, de honores, poder o dinero.
—¡Es como una esclerotización de lo
religioso, un endurecimiento o decaimiento progresivo!—saltó el teólogo.
—Y después una falsificación,
hipocresía, dureza hasta la crueldad...—dije yo.
—Jesucristo en el Evangelio condenó a
los fariseos—machacó fray Florecita—y con eso basta.
El judío se había quedado como absorto.
Después prosiguió con una voz hueca y ronca...
—Yo tiemblo de decir lo que oso apenas
pensar... Mi corazón tiembla delante de Dios como una hoja de árbol al pensar
en el misterio del fariseísmo. Yo no puedo indignarme como el Divino Maestro;
yo, miserable gusano, le tengo miedo—y de hecho se estremeció bruscamente
todo su cuerpo, y dos lágrimas asomaron a sus ojos.
—Los otros grados—prosiguió—ya son
diabólicos. El corazón del fariseo primero se vuelve corcho, después piedra,
después se vacía por dentro, después lo ocupa el demonio. "Y el demonio
entró en él", dice Juan de Judas.
El cuarto: la religión se vuelve
pasivamente dura; insensible, desencarnada.
El quinto: la religión se vuelve
hipocresía: el "santo" hipócrita empieza a despreciar y aborrecer a
los que tienen religión verdadera.
El sexto: el corazón de piedra se
vuelve cruel, activamente duro.
El séptimo: el falso creyente persigue
de muerte a los veros creyentes, con saña ciega, con fanatismo implacable... y
no se calma ni siquiera ante la cruz ni después de la cruz... "Este
impostor dijo que al tercer día iría a resucitar"; de modo que, oh Excelso
Procurador de Judea... Guardias al sepulcro.
—Bien, eso pasó una vez y no volverá
más...—dijo Fulgencio—. La hipocresía no prospera hoy día en la Iglesia de
Cristo. ¡Está la gracia de Dios!
—¡Dios lo quiera!—dijo Benya—. Pero ésta
no es hipocresía vulgar: es diabólica, profunda, inconsciente casi.
"Corruptio optimi pessima", es la corrupción de lo mejor, de la
religiosidad, cosa que no tiene remedio, como la sal que pierde su salinez. La hipocresía
somera que pintó Moliere, por ejemplo, es casi inofensiva. Tartufo es un vulgar
estúpido. Lo otro es mortífero. Cuando en la Iglesia ha salido un ramo de fariseísmo,
Dios lo ha curado, pero alguien lo ha pagado con su sangre, desde Cristo hasta
Juana de Arco, y hasta nuestros días. ¡El proceso de Bartolomé Carranza! ¡Y el
caso de Jacinto Verdaguer! No digo que estos últimos no tuviesen sus defectos y
faltas, los tenían y aun grandes, como Savonarola; pero dieron la vida en el
fondo por repugnar al fariseísmo. Se entabla una lucha trágica entre la moral viva
y la moral desecada, entre la mística real y la "mística convertida en
política", que el hebreo alemán Max Scheler ha estudiado bastante bien en
una monografía bastante buena... cuyo título he olvidado... ¡ah, sí! El
Conflicto Trágico en la Moral. Justamente Max Scheler lo estudia en Cristo.
Vence la moral viva—hasta ahora—y siempre; pero sucumbe el que la lleva en sí
como una vida y una pasión.
R.P.
Leonardo Castellani – Los Papeles de Benjamín
Benavides, Parte III, Capítulo VI.