No juzgamos su culpabilidad en la destrucción
de la Iglesia, más devastadora ahora que en cualquier pontificado anterior (con
la probable excepción de Pablo VI. Nota: escrito durante el pontificado de Juan
Pablo II); sólo Dios puede juzgarle. Tampoco nos compete juzgarle
jurídicamente, pues el Papa no tiene superior sobre la tierra, ni declarar
incuestionablemente nulos todos sus actos. Pero debemos juzgarle como nos dijo nuestro
Salvador: “Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, mas por dentro son
lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7, 15-16). No podemos
cooperar ciegamente en la destrucción de la Iglesia tolerando la aplicación de
una nueva religión, o no haciendo todo lo que podamos para defender nuestra Fe
católica. Sin duda Mons. Lefebvre fue un modelo de ello.
Seminario de la Santa Cruz, FSSPX, Australia,
1998.