Por
un católico tradicionalista argentino perplejo
Suele decirse que cuando
el hombre está a punto de morir, una película de recuerdos, de imágenes de su
vida entera se le presentan intempestivamente a su imaginación, como
columbrando lo que ha hecho con ese don de Dios. El cine más de una vez ha
utilizado este recurso, ciertamente un clisé.
Bueno, el miércoles 13 de
marzo a las 16.13 hs., a mí, como si se tratara de la muerte de la Iglesia, se
me vino a la mente un cúmulo de imágenes hilvanadas en un frenético montaje,
como en un videoclip intolerable, provocadas por el tremendo shock de la Noticia.
La conmoción, el pasmo, el estupor, me colocaron en esa instancia donde las
imágenes valen más que las palabras para explicar o describir una sensación,
una intuición, un aire de época que se impuso súbita y anticipadamente a
quienes creemos que se acerca el fin. Aires apocalípticos, diríase, con música
de farsa. Un grotesco bien porteño, decadente y quejoso como el tango.
Como en la película
“Cinema Paradiso”, las imágenes vinieron apretadas en un concierto que si
convocaban la emoción, no se trataba precisamente de la nostalgia ni la
alegría, sino del horror, el sobresalto y la llegada de oscuros presagios. Como
un rayo que cayera sobre la cúpula de San Pedro y partiera el magno templo en
mil pedazos, nos parece estar viviendo un sueño interminable, una chusca pesadilla
que recién empieza.
Sólo el argentino, sólo
el católico tradicionalista argentino puede padecer esta novela increíble cuyo
último significado sólo Dios conoce. Quien está lejos no puede imaginar lo que
para un resistente significa ver cómo a quien algunos llamaban “Monseñor
Panchampla” (personaje de la novela de Castellani “Su Majestad Dulcinea”) se lo
ha designado Papa, el Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro. O eso parece.
¿Parece? Su imagen nos sugirió no a un religioso revestido de Papa, sino a un
señor disfrazado de Papa (hasta me acordé de “Citizen Kane” cuando Orson Welles
con mucho maquillaje encima se encuentra en un balcón con un actor que hace las
veces de “Papa”, si la memoria no me falla). Nosotros sabemos bien que Bergoglio
siempre fue un lobo disfrazado de cordero. ¡Pero ahora es el Pastor universal,
el encargado de confirmar en la fe al rebaño de Cristo! ¿Confirmar en la fe, en
qué fe? ¿La fe del rabino Skorka? ¿La fe del rabino Bergman? ¿La fe del Padre
Marcó? Dios mío: no queda otra que confiar en Dios ante esta aparente locura. “Dios
escribe derecho sobre líneas torcidas”.
Sin premeditarlo, seguí
en vivo por Internet las instancias previas durante la última votación. Algo me
indujo a quedarme viendo lo que pasaba. ¿Una intuición? Bueno, enseguida un
periodista recogió el rumor de que tras la segunda votación del día
probablemente habría Papa. Seguí trabajando con la computadora pero atento al
audio del canal televisivo, que transmitía ininterrumpidamente desde el Vaticano.
De pronto, un griterío se adelantó al anuncio periodístico: la “fumata blanca”.
¡Sí, hay Papa! ¿Quién sería? Había que esperar unos 40 minutos para saberlo.
Mientras tanto los periodistas hablaban las acostumbradas estupideces,
especulaban sobre los nombres (“tal vez haya un José, como San José, patrono
del Vaticano” –sic-) y tiraban cifras sobre las apuestas. ¡Imbéciles como
siempre! El destino de la Iglesia y del mundo se dirimía en esos momentos y
ellos, con su bovina elocuencia, hablaban de “gamblers”. La multitud congregada
en la Plaza San Pedro aullaba de alegría y expectación. El griterío repetía sin
cesar: ¡Viva il Papa! ¡Viva il Papa! ¡Idiotas!, pensaba yo, papólatras. No
saben si salió elegido un enemigo de la Iglesia, otro destructor más de la
religión de Cristo, y ya lo aplaudían. Ah, pero lo peor estaba por llegar.
PSICOSIS
Como en una película de
Hitchcock, el suspenso por saber quién era el nuevo Papa nos dejó atornillados
a la silla, mirando la pantalla y atentos los oídos para no perder detalle. La
cámara televisiva dejó a la guardia suiza y se instaló frente a una ventana
cerrada, en el balcón donde en breves minutos haría su aparición el Sumo Pontífice.
Detrás de la cortina se descubría una sombra, había movimientos, algo ocurría.
La salida de alguien por allí era inminente. Sólo restaba esperar un poco más.
¿Esperar qué? Esperar el anuncio de un Papa, un Papa que saldría de los candidatos
que tanto se había hablado, seguramente un italiano, tal vez un yanqui, el
brasileño o el famoso políglota indio. Evidentemente otro Papa conciliar, pero
alguien desconocido para nosotros. En fin, a eso estábamos resignados. Pero
entonces, entonces se abrieron las puertas vidriadas que dan al balcón, y una
figura enclenque asomó dando pasos vacilantes. Era el cardenal francés Tauran,
encargado de hacer el anuncio que miles de millones de personas en el mundo
aguardaban con ansiedad. Entonces pasó lo que pasó. Llegaron dos aviones y se
incrustaron contra las torres gemelas. Una bomba destruyó el World Trade
Center. Los trenes de Madrid volaron en mil pedazos. Y lo curioso es que,
después de un momento de silencio y vacilación, la multitud aplaudió y sonrió y
cantó alborozada. La vocecita temblequeante del viejo cardenal dijo “Georgium
Marium” y mi cabeza empezó a dar mil vueltas como si estuviera montado en una
montaña rusa (sí, como los felices sacerdotes de la Fraternidad que habían ido
a divertirse a un parque de diversiones yanqui, pero yo no necesitaba ese
resbalón: me bastaba con ver eso que veía y escuchar eso que escuchaba). El
frenesí de “Psicosis” cayó sobre mí igual que sobre la pobre mujer en la escena
de la ducha de la inolvidable película. ¡Bergoglio es el Papa! ¡”Judas B.” -como
lo llaman en un blog- es el Papa! ¡El peor obispo de la Argentina, el
destructor de la Iglesia Argentina…es el Papa!
LA MALVADA
Tras el pellizco de rigor
(¡no, no estoy soñando!), la oración. ¡Oh, Santísima Virgen María, que sería de
nosotros si no pudiésemos recurrir a ti! Sí, el gran medio de la oración, oración
por la Iglesia, por el nuevo Papa, por la conversión de los enemigos de la
Iglesia, por todos nosotros. Una de las cosas que nos distancian infinitamente
de los judíos, por ejemplo, es que somos capaces -y debemos serlo- de orar por
nuestros enemigos, como nos lo enseñó Nuestro Señor en la Cruz. Pero decimos:
rezar por nuestros enemigos, no con nuestros enemigos. Pues si son nuestros
enemigos no pueden rezar a nuestro lado. Si rezan con nosotros entonces deben
rezar al mismo Dios, y si aman al mismo Dios entonces son nuestros amigos. Si
no rezan al Dios Uno y Trino, al Dios que se encarnó, a Jesucristo, entonces no
son nuestros amigos, pero rezamos para que sean amigos de Dios, y entonces
serán nuestros amigos. Me viene a la mente el ejemplo de Pío XII y el gran
rabino de Roma que se convirtió en parte por su gran ejemplo de caridad y
firmeza en la fe. Claro que aquel eran un gran rabino, y Bergoglio en cambio no
es ni siquiera un gran obispo…O eso pensábamos hasta que el Colegio
cardenalicio conciliar lo elevó a la cumbre de la Iglesia.
Bien, “aunque Usted no lo
crea”, como decía Ripley, ahí estaba, Dios sabe por qué, el preferido de la
Sinagoga, el progresista, el tibio, el ¿apóstata? Bergoglio, el escandaloso
cardenal, nuestro cardenal, en lo más alto de la Iglesia Universal. Y me vino a
la mente el recuerdo de una escena de otra película. Cuando en “La Malvada”
(donde la co-protagonista que en la superficie se muestra sencilla, humilde y austera
es en realidad todo lo contrario), recordé cuando la soberbia Bette Davis
anuncia a su marido y otros invitados que esa noche en su casa, en esa velada
que será terrible, en medio de un clima macbethiano donde los personajes
enfrentarán sus egos y la discordia y la violencia va a estallar, dice ella,
tras subir unos escalones, esta recordada frase: “Abróchense los cinturones. Va
a ser una noche muy movida”. Bueno, a mí me parece que “debemos abrocharnos los
cinturones” porque éste va a ser un pontificado muy movido. Preparémonos
entonces, aseguremos nuestros cinturones a la Cruz de Cristo, a la fe verdadera
y sin mancha, sin ambigüedades, sin componendas con el enemigo; al verdadero y
santo Sacrificio de la Misa. Preparémonos
porque este hecho infausto, esta situación insólita sólo puede anunciar en lo
inmediato lo peor. ¿Y qué es lo peor?
LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS
Y entonces otra película,
otra escena se aparece. Al final del film “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”,
filmado en 1962, que es muy políticamente correcto pero que interesa a los
argentinos porque su protagonista es un compatriota nuestro (interpretado por
el galán Glenn Ford), allá en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, el
playboy argentino Julio Madariaga vive en París el disfrute de su vida de
soltero muy canchero, sin preocupaciones, mientras el mundo se cae a pedazos y
una parte de su familia, del lado equivocado (es decir de los perdedores) lo
obliga a definirse y dejar de ser neutral, involucrándose en la lucha de la
llamada Resistencia. En el final de la película parece que el infierno (familiar
y mundial) se desencadena y mientras las bombas caen y destruyen la casa donde
se encuentra, enfrentado a un primo suyo del bando nazi, éste le dirige antes
del fin, antes de que el techo se desplome mortalmente sobre sus cabezas, esta
otra línea muy recordada: “Todo esto se debe a ti, Julio”. Pues bien, si como
pensamos que puede pasar, se viene el gran castigo, y acaso la profetizada destrucción
de Roma, alguien podría decirle a otro argentino, al nuevo Papa: “Todo esto se
debe a ti, Jorge”. Por supuesto que eso resultaría exagerado, pero nuevamente
veríamos a un argentino en el centro de la escena, de muy otro modo. ¿Vendrá lo
peor? Pues si viene sabemos que se acerca el triunfo del Corazón Inmaculado de
María y el regreso triunfal de Nuestro Señor. De modo tal que este Papa, esta
para nosotros probable marioneta del poder mundial judaico que hoy se restriega
las manos, termine finalmente cumpliendo los designios de Dios, que al fin y
siempre tiene la última palabra en todo. ¿Pero acaso Dios no pudo haber
permitido o inspirado a Bergoglio el nombre de Francisco porque además del
pobrecito de Asís (a quien Jesús le dijo “Reconstruye mi Iglesia”), en realidad
se trata de Francisco el niño vidente de Fátima, y está llegando ese tiempo?
¿Acaso Nuestra Señora no se apareció los días 13, y el Papa Francisco –que fue
ordenado sacerdote en un día 13- fue elegido en un día 13 de marzo de 2013, lo
cual sumando todas las cifras resulta que da el 13? Todo esto es muy
misterioso, muy sorprendente y, para los tradicionalistas argentinos, por todo
lo que aquí está sucediendo, casi intolerable.
ARGENTINA, UN PAÍS CON BUENA GENTE
Hace unos días, como me
ha pasado tantas veces, el peso de la realidad desmesurada en su barbarie
volvía a caer con toda la contundencia pavorosa del pecado organizado como
normalidad institucional y como vida deseable y normativa, con un peso que
volviéndoseme encima, me llevaba nuevamente a sentirme avergonzado de ser
argentino. Sobre todo cuando la constante y millonaria publicidad gubernamental
insiste una y otra vez con su eslogan oficial: “Argentina, un país con buena
gente”. ¿Habrá pensado eso el turista alemán que llegó a visitarnos y fue
salvajemente asesinado, recientemente, en la ciudad de Mar del Plata? ¿O los otros
extranjeros que en los últimos meses recibieron igual trato? ¿Buena gente que
se mata, se roba, se agrede, que es supersticiosa, macaneadora, frívola, que
ocupa y rompe la Catedral, que se vende por un puñado de comida o ve cómo la
inmoralidad avanza sin hesitar? ¿Buena gente que piensa sólo en el dinero, en
la avivada, en el propio interés? Hace unos días, yendo para la casa de un
amigo, me tocó presenciar dos robos en la calle. ¿Es esa la buena gente que
promociona el gobierno más corrupto y corruptor y anticristiano de la historia?
¿Y ahora? ¿Ahora tenemos un Papa que parece ser según los medios un santo, un
humilde? ¿Un argentino humilde? ¿No es eso un oxímoron?
Bueno, tal vez sea cierto
que decir que somos lo peor del mundo sea una forma de soberbia contraria a la
de decir “somos los mejores del mundo”. Pero es cierto también que las cosas
que se están diciendo, escribiendo y predicando desde la calle y los medios de difusión
no hacen más que confirmar que somos todo un caso…y que esto más bien puede ser
otro castigo para nosotros como país, antes que “una bendición” como dijo el expresidente
y corrupto mayor de la historia Carlos Menem. Expresiones desorbitantes,
eufóricas, ditirámbicas, pantragruélicas se esparcen por doquier. Una
religiosidad devenida en superstición e idolatría –culpa de la Iglesia liberal
que hemos tenido y que encabezó los últimos años Bergoglio, pero también culpa por
nuestros pecados- se encarga de recordarnos que si dios es argentino, ahora el
papa también. Si ya teníamos a dios, porque dicen que Maradona es D10S, y Messi
el MESSIas, si en su época se hablaba de San Perón y Santa Evita (ésta embalsamada),
y antes tuvimos al “Santo de la Espada” (Gral. San Martín), si dimos al mundo
al Che Guevara, el apóstol de la violencia o “San Ernesto de la Higuera”, y tenemos
ahora a la Reina de Holanda (una apóstata), ¿cómo no íbamos a tener un Papa? ¡Pero
claro! Eso confirma que somos los mejores. Las masas han salido a festejar al Obelisco,
las iglesias se han llenado, las hordas marxistas que ayer copaban la Catedral
son reemplazadas hoy por las hordas modernistas (y esto es mucho peor, por
supuesto), y todo el mundo encantado de la vida. El humilde, austero, sencillo,
sabio, equilibrado, etc. nuevo Santo Padre, según proclaman los periodistas,
los políticos, los deportistas, los gremialistas, los artistas, la gente de la
calle, los judíos, los masones, etc., ¿no es en realidad un puritano que
condena el ornato y la magnífica liturgia de la Iglesia más que por amor a la pobreza,
por horror a la belleza? ¿No hay allí un desprecio por el orden bello y
jerárquico que son obras de Dios? En el mundo de los excesos, de las “desigualdades”,
de los lujos ¿cómo no aplaudir el rebajamiento de la Iglesia Católica a una
entidad democratizante donde lo que importa es sólo lo interior, el sentimiento
subjetivo y el “amor al prójimo” que relega a un segundo plano el amor a Dios? ¿Cómo
no ver que el mundo quiere una Iglesia de apariencia pobre y ordinaria no
porque le importe el ideal evangélico, sino porque al ver a la Iglesia como una
andrajosa fregona, menos todavía la ha de respetar y obedecer? Esta abstención
que parece un sacrificio por amor a los más pobres (no por nada se hizo de la
Madre Teresa de Calcuta la gran santa del pasado siglo) pareciera en realidad
cubrir un orgullo farisaico, puesto que un humilde no destroza la liturgia y la
doctrina de la Iglesia, sino que se somete a ellas. La humildad no se despoja
de los ornamentos y costumbres que usaron los Papas de siempre, porque eso
significa destacarse ante los otros y el humilde en verdad lo que quiere es
pasar desapercibido, no llamar la atención. El humilde es obediente a las
enseñanzas de siempre de la Iglesia, no desprecia la Tradición que es herencia
de sus mayores en la fe.
Evidentemente, un
argentino no puede pasar desapercibido. Su gran potencial siempre aflora,
aunque lamentablemente casi siempre para peor. ¿Acaso este pontificado será el
más desastroso de la historia? ¿Acaso el Papa venido del fin del mundo será el Papa
del fin del mundo? ¿Acaso por la fuerza de las circunstancias llegará en la
peor hecatombe a consagrar Rusia a la Virgen María? ¿Será el Papa del
Anticristo? Demasiadas cosas sorprendentes e inéditas están ocurriendo: primero
la renuncia de Benedicto y luego -13 días después- esto. El famoso “Plan B” del
que tantos periodistas (incluso “tradis” de panorama cada vez más estrecho) hablaron
sin cansarse, como si el Papa Benedicto, el “Papa amigo de la Tradición”, no
hubiese realizado un acto revolucionario que posibilitó esto, y que probablemente
haya sido planeado ya con este saldo in
mente, ese Plan B fue otro del que tanto hablaron, pero al fin y al cabo,
era un Plan B y sin darse cuenta acertaron: resultó ser “El Plan Bergoglio”.
Deberemos “acostumbrarnos”,
especialmente en la Argentina, a esta nueva situación de asombro, a las noticias
cotidianas que llegarán desde Roma con mayor asiduidad y, para nosotros,
seguramente, pena. Pero está escrito y lo sabemos, que Dios es cumplidor de sus
promesas, y que todo redunda en Su mayor Gloria, el bien de los que lo aman y,
si ofrecemos nuestros sacrificios, en la salvación de las almas.
Jesucristo vuelve pronto.
“Ven,
Señor Jesús.
Oh
Señor Jesucristo, ¿por qué tardas? ¿Qué esperas
para
mostrar al mundo tus divinas banderas,
y
arrojar tu mensaje de luz sobre las fieras?”.