CARTA A LOS CLÉRIGOS II
Consideremos todos
los clérigos el gran pecado e ignorancia que tienen algunos acerca del
santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, y de sus sacratísimos
nombres, y de sus palabras escritas que consagran el Cuerpo. Sabemos que no
puede existir el cuerpo, si antes no es consagrado por la palabra. Nada, en
efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este siglo del Altísimo mismo, sino
el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras, por las cuales hemos sido
hechos y redimidos de la muerte a la vida (1 Jn 3,14). Por consiguiente, todos
aquellos que administran tan santísimos ministerios, y sobre todo quienes los
administran sin discernimiento, consideren en su interior cuán viles son los
cálices, los corporales y los manteles donde se sacrifica el cuerpo y la sangre
de nuestro Señor. Y hay muchos que lo abandonan en lugares viles, lo llevan
miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás sin
discernimiento. Asimismo, sus nombres y sus palabras escritas son a veces
hollados con los pies; porque el hombre animal no percibe las cosas que son de
Dios (1 Cor 2,14). ¿No nos mueven a piedad todas estas cosas, siendo así que el
mismo piadoso Señor se entrega en nuestras manos, y lo tocamos y tomamos
diariamente por nuestra boca? ¿Acaso ignoramos que tenemos que caer en sus
manos? Por consiguiente, enmendémonos de todas estas cosas y de otras pronta y
firmemente; y dondequiera que estuviese indebidamente colocado y abandonado el
santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que se retire de aquel lugar y que
se ponga en un lugar precioso y que se cierre. Del mismo modo, dondequiera que
se encuentren los nombres y las palabras escritas del Señor en lugares
inmundos, que se recojan y se coloquen en un lugar decoroso. Y sabemos que
estamos obligados por encima de todo a observar todas estas cosas según los
preceptos del Señor y las constituciones de la santa madre Iglesia. Y el que no
lo haga, sepa que tendrá que dar cuenta ante nuestro Señor Jesucristo en el día
del juicio (cf. Mt 12,36). Quienes hagan copiar este escrito, para que sea
mejor observado, sepan que son benditos del Señor Dios.
CARTA A LOS CUSTODIOS
A todos los
custodios de los hermanos menores a quienes lleguen estas letras, el hermano
Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor Dios, os desea salud con los
nuevos signos del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante
Dios, pero que son estimados en muy poco por muchos religiosos y por otros
hombres.
Os ruego, más que
si se tratara de mí mismo, que, cuando os parezca bien y veáis que conviene,
supliquéis humildemente a los clérigos que veneren sobre todas las cosas el
santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo y sus santos nombres y
sus palabras escritas que consagran el cuerpo. Los cálices, los corporales, los
ornamentos del altar y todo lo que concierne al sacrificio, deben tenerlos
preciosos. Y si el santísimo cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar
paupérrimamente, que ellos lo pongan y lo cierren en un lugar precioso según el
mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a
los otros con discernimiento. También los nombres y las palabras escritas del
Señor, dondequiera que se encuentren en lugares inmundos, que se recojan y que
se coloquen en un lugar decoroso. Y en toda predicación que hagáis, recordad al
pueblo la penitencia y que nadie puede salvarse, sino quien recibe el Santísimo
Cuerpo y Sangre del Señor (cf. Jn 6,54). Y cuando es consagrado por el
sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las
gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y
verdadero. Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su
alabanza, que, a toda hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen
por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente por toda la
tierra.
Y sepan que tienen
la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos custodios a los que
llegue este escrito y lo copien y lo tengan consigo, y lo hagan copiar para los
hermanos que tienen el oficio de la predicación y la custodia de los hermanos,
y prediquen hasta el fin todo lo que se contiene en este escrito. Y que esto
sea para ellos como verdadera y santa obediencia. Amén.
[A todos los
hermanos]
Y, porque el que
es de Dios oye las palabras de Dios (cf. Jn 8,47), debemos, en consecuencia,
nosotros, que más especialmente estamos dedicados a los divinos oficios, no
sólo oír y hacer lo que dice Dios, sino también custodiar los vasos y los demás
libros litúrgicos, que contienen sus santas palabras, para que nos penetre la
celsitud de nuestro Creador y nuestra sumisión al mismo. Por eso, amonesto a
todos mis hermanos y los animo en Cristo para que, en cualquier parte en que
encuentren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, y, por lo que a
ellos respecta, si no están bien guardadas o se encuentran indecorosamente
esparcidas en algún lugar, las recojan y las guarden, honrando al Señor en las
palabras que habló (3 Re 2,4). Pues muchas cosas son santificadas por las
palabras de Dios (cf. 1 Tim 4,5), y el sacramento del altar se realiza en
virtud de las palabras de Cristo.
Además, yo
confieso todos mis pecados al Señor Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo, a la
bienaventurada María, perpetua virgen, y a todos los santos del cielo y de la
tierra, a fray H., ministro de nuestra religión, como a venerable señor mío, y
a los sacerdotes de nuestra Orden y a todos los otros hermanos míos benditos.
En muchas cosas he pecado por mi grave culpa, especialmente porque no he
guardado la Regla que prometí al Señor, ni he rezado el oficio como manda la
Regla, o por negligencia, o con ocasión de mi enfermedad, o porque soy
ignorante e iletrado. Por tanto, a causa de todas estas cosas, ruego como puedo
a fray H., mi señor ministro general, que haga que la Regla sea observada
inviolablemente por todos; y que los clérigos recen el oficio con devoción en
la presencia de Dios, no atendiendo a la melodía de la voz, sino a la
consonancia de la mente, de forma que la voz concuerde con la mente, y la mente
concuerde con Dios, para que puedan aplacar a Dios por la pureza del corazón y
no recrear los oídos del pueblo con la sensualidad de la voz. Pues yo prometo
guardar firmemente estas cosas, así como Dios me dé la gracia para ello; y
transmitiré estas cosas a los hermanos que están conmigo para que sean
observadas en el oficio y en las demás constituciones regulares.
Y a cualesquiera
de los hermanos que no quieran observar estas cosas, no los tengo por católicos
ni por hermanos míos; tampoco quiero verlos ni hablarles, hasta que hagan
penitencia. Esto lo digo también de todos los otros que andan vagando,
pospuesta la disciplina de la Regla; porque nuestro Señor Jesucristo dio su
vida para no perder la obediencia de su santísimo Padre (cf. Fil 2,8).
Yo, el hermano Francisco,
hombre inútil e indigna criatura del Señor Dios, digo por el Señor Jesucristo a
fray H., ministro de toda nuestra religión, y a todos los ministros generales
que lo serán después de él, y a los demás custodios y guardianes de los
hermanos, los que lo son y los que lo serán, que tengan consigo este escrito,
lo pongan por obra y lo conserven diligentemente. Y les suplico que guarden
solícitamente lo que está escrito en él y lo hagan observar más diligentemente,
según el beneplácito del Dios omnipotente, ahora y siempre, mientras exista
este mundo.
Benditos vosotros
del Señor (Sal. 113,13), los que hagáis estas cosas, y que el Señor esté
eternamente con vosotros. Amén.
http://himmeltur.blogspot.com.ar/2013/03/san-francisco-de-asis-y-el-deber-y.html
La opción por los pobres, que siempre y desde
siempre fue la opción de la Santa Madre Iglesia,
por más que algunos profetas de la demolición, digan lo contrario, no quiere
decir abandonar los ornatos y elementos litúrgicos sagrados que están hechos no
para enriquecer a la Iglesia o al que los porta, sino para venerar a Nuestro
Señor Jesucristo; esa idea herética de la teología de la liberación y que lo
masones liberales, que amasan fortunas empobreciendo a los pueblos con el
manejo de la banca, la industria y todo tipos de actividades licitas e
ilícitas, aplauden como simios todo tipo de acción destinada a rebajar la
realeza de nuestro Señor Jesucristo, ensalzando a los hombres y rindiéndole más
honor al hombre que a Dios.
Jose Luis Ventrice.