Por Josef Pieper
Ser
fuerte o valiente no significa sino esto: poder recibir una herida. Si el
hombre puede ser fuerte, es porque es esencialmente vulnerable.
Pero
la más grave y honda de todas las heridas es la muerte.
De
este modo la fortaleza está siempre referida a la muerte, a la que ni un instante
cesa de mirar cara a cara. Ser fuerte es, en el fondo, estar dispuesto a
morir. O dicho con más exactitud: estar dispuesto a caer, si por caer entendemos
morir en el combate.
Todo
acto de fortaleza se nutre así de la disposición a morir como de su raíz más profunda,
por distante que un tal acto pueda parecer visto desde fuera, del pensamiento
de la muerte. Una fortaleza que no descienda hasta las profundidades del
estar dispuesto a caer, está podrida de raíz y falta de auténtica eficacia.
La
disposición se manifiesta en el riesgo de la acción. El acto propio y supremo
de la virtud de la fortaleza, aquel en el que ésta alcanza su plenitud, es el
martirio. La disposición para el martirio es la raíz esencial de la fortaleza
cristiana. Sin una tal disposición jamás se daría este hábito.
Cuando
el concepto y la posibilidad real del martirio se desvanecen en el horizonte
visual de una época, fatalmente degradará ésta la imagen de la virtud de la
fortaleza, al no ver en ella otra cosa que un gesto de bravuconería. Pero no
estará de más advertir que ese desvanecimiento puede tener lugar de múltiples
modos. El pequeño burgués estima que la verdad y el bien “se imponen” “por sí
mismos” sin que tenga que exponerse la persona; y esta opinión es en todo
equiparable a ese entusiasmo de bajo precio que no se cansa nunca de elogiar la
“alegre disposición para el martirio”. Porque en uno y otro caso se diluye por
igual la realidad de este acto.
La
Iglesia piensa de otra forma en este asunto. Por un lado nos dice que el estar
dispuesto a verter la sangre por Cristo es cosa que cae de modo inmediato bajo
la rigurosa obligación del mandato divino “el hombre tiene que estar
dispuesto a dejarse matar antes que negar a Cristo o pecar gravemente”. La
disposición para la muerte es, por tanto, uno de los fundamentos de la
doctrina cristiana.
Josef Pieper, La fortaleza, “Las
virtudes fundamentales”.