R. P. Félix Sardá y Salvany –
“El liberalismo es pecado”, Cap. XXI
¡Intransigente!
¡Intransigencia! Oigo exclamar aquí a una porción de mis lectores más o menos
resabiados, tras la lectura del capitulo anterior. ¡Qué modo de resolver la
cuestión tan poco cristiano! ¿Son o no prójimos, como cualquier otro, los
liberales? ¿A dónde vamos a parar con estas ideas? ¿Cómo tan descaradamente se
recomienda contra ellos el desprecio de la caridad?
"¡Ya apareció
aquello!", exclamaremos nosotros a nuestra vez. Ya se nos echó en nosotros
lo de la "falta de caridad". Vamos, pues, a contestar también a este
reparo, que es para algunos el verdadero caballo de batalla de la cuestión. Si
no lo es, sirve a lo menos a nuestros enemigos de verdadero parapeto. Es, como
muy a propósito ha dicho un autor, hacer bonitamente servir a la caridad de
barricada contra la verdad.
Sepamos ante todo qué
significa la palabra caridad.
La teología católica nos
da de ella la definición por boca de un órgano el más autorizado para la
propaganda popular, que es el sabio y filosófico Catecismo. Dice así: Caridad
es una virtud sobrenatural que nos inclina a amar a Dios sobre todas las cosas,
y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. De esta definición,
después de la parte que a Dios se refiere, resulta que debemos amar al prójimo
como a nosotros mismos, y esto no de cualquier manera, sino en orden y con
sujeción a la ley de Dios y por amor de Dios.
Ahora bien: ¿Qué es amar?
Amare est velle bonum, dice la filosofía: "Amar es querer bien a quien se
ama". ¿Y a quién dice la caridad que se ha de amar o querer bien? Al
prójimo, esto es, no a tal o cual hombre solamente, sino a todos los hombres.
¿Y cuál es este bien que se le ha de querer para que resulte verdadero amor?
Primeramente el bien supremo de todos, que es el bien sobrenatural: luego
después, los demás bienes de orden natural, no incompatibles con aquél. Todo lo
cual viene a resumirse en aquella frase "por amor de Dios", y tras
mil de análogo sentido.
Síguese, pues, de ahí,
que se puede amar y querer bien al prójimo (y mucho) disgustándole, y contrariándole,
y perjudicándole materialmente, y aun privándole de la vida en alguna ocasión.
Todo estriba en examinar si, en aquello que se le disgusta o contraría o
mortifica, se obra o no en bien suyo, o de otro que tenga más derecho que él a
este bien, o simplemente en mayor servicio de Dios.
1.° O en bien suyo. Si
claramente aparece que disgustando y ofendiendo al prójimo se obra en bien
suyo, claro está que se le ama aún en aquello en que por su bien se le disgusta
y contraría. Así al enfermo se le ama abrasándole con el cauterio o cortándole
la gangrena con el bisturí; al malo se le ama corrigiéndole con la reprensión o
el castigo, etc. Todo lo cual es excelente caridad
2º O en bien de otro
prójimo que tenga derecho mejor. Sucede frecuentemente que hay que disgustar a
uno, no en bien propio suyo, sino para librar de un mal a otro a quien el
primero se lo procure causar. En este caso es ley de caridad defender al
agredido de la violencia injusta del agresor, y se puede hacer mal a éste
cuanto sea preciso o conveniente para la defensa de aquél. Así sucede cuando en
defensa del pasajero, a quien acomete el ladrón, se mata a éste. Y entonces
matar o dañar, o de otra cualquier manera ofender al injusto agresor, es acto
de verdadera caridad.
3.° O en el debido
servicio de Dios. El bien de todos los bienes es la divina gloria, como el
prójimo de todos los prójimos es para el hombre su Dios. De consiguiente, el
amor que se debe a los hombres, como prójimos, debe entenderse siempre
subordinado al que debemos todos a nuestro común Señor. Por su amor y servicio,
pues, se debe (si es necesario) disgustar a los hombres; se debe (si es
necesario) herirlos y matarlos. Adviértase la fuerza de los paréntesis (si es
necesario), lo cual dice claramente el caso único en que exige tales
sacrificios el servicio de Dios. Así en guerra justa, como se hieren y se matan
hombres por el servicio de la patria, se pueden herir y matar hombres por el
servicio de Dios; y como con arreglo a la ley se pueden ajusticiar hombres por
infracción del Código humano, puédense en sociedad católicamente organizada
ajusticiar hombres por infracción del Código divino, en lo que obliga éste en
el fuero externo. Lo cual justifica plenamente a la maldecida Inquisición. Todo
lo cual (cuando tales actos sean necesarios y justos) son actos de virtud, y
pueden ser imperados por la caridad.
No lo entiende así el
Liberalismo moderno, pero entiende mal en no entenderlo así. Por esto tiene y
da a los suyos una falsa noción de la caridad, y aturrulla y apostrofa a todas
horas a los católicos firmes, con la decantada acusación de intolerancia e
intransigencia. Nuestra fórmula es muy clara y concreta. Es la siguiente: La
suma intransigencia católica es la suma católica caridad. Lo es en orden al
prójimo por su propio bien, cuando por su propio bien le confunde y sonroja y
ofende y castiga. Lo es en orden al bien ajeno, cuando por librar a los
prójimos del contagio de un error desenmascara a sus autores y fautores, les
llama con sus verdaderos nombres de malos y malvados, los hace aborrecibles y
despreciables como deben ser, los denuncia a la execración común, y si es
posible, al celo de la fuerza social encargada de reprimirlos y castigarlos. Lo
es, finalmente, en orden a Dios cuando por su gloria y por su servicio se hace
necesario prescindir de todas las consideraciones, saltar todas las vallas,
lastimar todos los respetos, herir todos los intereses, exponer la propia vida
y la de los que sea preciso para tan alto fin.
Y todo esto es pura
intransigencia en el verdadero amor, y por esto es suma caridad, y los tipos de
esta intransigencia son los héroes mas sublimes de la caridad, como la entiende
la verdadera Religión. Y porque hay pocos intransigentes, hay en el día pocos
caritativos de veras. La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma
del halago y la condescendencia y el cariño; pero es en el fondo el desprecio
esencial de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la
verdad y de Dios.