Número CCCXX (320)
31 de Agosto de 2013
EDICTO DE MILAN
Mons. Williamson
En nuestros días, cuando la
posesión de la Fraternidad San Pío X por el liberalismo parece meramente la
última en una larga serie de derrotas de la Iglesia Católica, es difícil
imaginarse que hubo un tiempo cuando la Iglesia marcaba una victoria tras otra.
Sin embargo, este año celebramos el 1700mo aniversario de una de esas
victorias, el Edicto de Milán datado en el 313 AD.
El Emperador Romano Constantino,
conocido como “Constantino el Grande”, nació en el año 272 y fue bautizado
Cristiano solamente un poquito antes de su muerte en el 337, pero había sido
seriamente simpatizante de la Cristiandad por muchos años de anticipación.
Cuando en el 312 marchó sobre Roma para pelear contra su rival, el Emperador
Majencio, Nuestro Señor le prometió que le otorgaría la victoria si pusiera en
sus estandartes de guerra el “lábaro”, es decir la X con una P sobrepuesta, las
primeras dos letras Griegas de la palabra Cristo, Χριστόs. Constantino hizo lo que Nuestro
Señor dijo y derrotó a Majencio en la batalla del Puente Milvio. Una vez en
firme control de Roma, Constantino decretó al año siguiente el Edicto de Milán.
Durante el transcurso de los 250
años previos, los adoradores de Cristo habían sufrido diez persecuciones
sangrientas bajo los Emperadores Romanos, desde Nerón (37-68) hasta Diocleciano
(244-311). Los Cristianos habían rechazado la religión pagana estatal por lo
cual el Estado había prohibido al Cristianismo. Lo que hizo el Edicto de Milán
fue hacer que, por primera vez, fuera legal al lado de otras religiones
permitidas en el Imperio. Fue el paso decisivo en la conversión de Roma al
Cristianismo. En el 325 Constantino endosó la ortodoxia del Concilio dogmático
de Nicea. En el 380 el Emperador Teodosio I El Grande hizo que el Cristianismo
fuera la religión oficial de Roma, y en el 392 prohibió la adoración pagana.
Así, Constantino comenzó la unión
de la Iglesia (Católica) con el Estado, la cual fue la fundación de la
Cristiandad, mejor conocida hoy día como “Civilización Occidental”. Al margen
de lo que haya habido de abuso en la práctica de tal unión a lo largo de las
épocas, en cuanto a principio es inmensamente fructífero para la salvación de
las almas. Uno sólo necesita pensar en cuanto cualquier pueblito hoy en día se
beneficiará con un sano Sacerdote y un sano policía que se complementen. Por 1.600
años la Iglesia Católica se atuvo a ese principio de unión de Iglesia y Estado,
mientras que durante los últimos 200 años, el liberalismo Revolucionario ha
constantemente buscado socavarlo. Fue solamente con el Vaticano II que la
Iglesia finalmente le dio paso a este liberalismo y repudió la doctrina del
Estado Católico mediante su enseñanza sobre la libertad religiosa en Dignitatis
Humanae. Un cabecilla de los neo-modernistas en el Concilio, el Padre Yves
Congar, se regocijó que el Concilio había finiquitado con la “Iglesia
Constantiniana”.
Ahora bien, es cierto que los
hombres de Iglesia estando enlazados a las autoridades mundanas recibirán con
ello tentaciones de mundanidad, pero, cualquier Estado está ligado a hacer
cumplir leyes que corresponden a algún punto de vista religioso o
anti-religioso de Dios y del hombre. Para ver cuan difícil es llevar una vida
católica cuando tal punto de vista del Estado concuerda con la anti-religión
del humanismo laico, simplemente miren alrededor de ustedes. Fue la presión de
los Estados irreligiosos modernos ejercida por todos lados sobre los Obispos
del Vaticano II, la que los hizo querer cambiar la Iglesia Católica para
encajarla en el mundo moderno. La misma presión está ahora haciendo que el
liderazgo de la Fraternidad San Pío X entre en el camino de la Revolución.
Constantino, por el contrario,
debe haber contribuido a lo largo de las épocas a la salvación de millones de
almas, un logro por el cual él está seguramente en el Cielo. Emperador
Constantino, ruega por nosotros.
Kyrie eleison.