jueves, 29 de agosto de 2013

CRISIS EN LA FSSPX: CONSEJOS DE SAN HILARIO, DEL CARDENAL PIE, DE DOM MARMION, DE MONSEÑOR FREPPEL Y MONSEÑOR LEFEBVRE.-




Les presentamos extractos sacados del artículo Monseñor Lefebvre, Roma y los ralliés. Este artículo fue publicado hace aproximadamente un año en antimodernisme.info, sitio que fue suprimido por causa de las intimidaciones de Menzingen. Este artículo estaba destinado a luchar contra los acuerdos con Roma. Demuestra que nosotros, en conciencia, no podemos alinearnos con la posición de los que ya hicieron el acuerdo con Roma. Nosotros vamos a utilizar estos extractos agregando entre paréntesis un comentario (en rojo); veremos que esto podrá ayudarnos a ver claro en cuanto a la conducta a adoptar respecto de Monseñor Fellay.

SAN HILARIO




 (…) Nosotros debemos en todas las cosas actuar para agradar a Dios y no a los hombres: “¿Me concilio con el favor de los hombres o con el de Dios? Si agrado a los hombres, yo no seré servidor de Cristo” (Gál. 1,19).
En la crisis de la Iglesia, nuestra intención no puede ser el buscar la seguridad de un reconocimiento social por la autoridad eclesiástica, ni de seguir una falsa paz (con Menzingen) que nos dispense del combate, ni establecer un acuerdo o una unidad que no es más que una mentira.
Dom Guéranger, en la fiesta de san Hilario, exalta el valor de este gran defensor de la fe, quien no tuvo que combatir contra un perseguidor que amenazara las vidas, sino con uno que seducía los espíritus, halagando los corazones para mejor perderlos (proponiéndoles un traslado-promoción por ejemplo). El nos señaló las quejas de san Hilario a Dios:
Oh Dios todopoderoso, «Contra tus enemigos declarados, hubiera combatido con gozo. (…) Pero hoy en día tenemos que combatir contra un persecutor disfrazado, contra un enemigo que nos halaga, contra Constancio el anticristo (contra Monseñor Fellay), quien tiene para nosotros, no golpes sino caricias, que no proscribe a sus víctimas para darles la verdadera vida, sino que los colma de riquezas para darles la muerte; que no les otorga la libertad de los calabozos, sino que les da una servidumbre de honores en sus palacios; que no desgarra los flancos, sino que invade los corazones. (…) Él no disputa el miedo de ser vencido, sino que adula para dominar; (…) él procura una falsa unidad para que no haya paz; él se enfurece contra ciertos errores para mejor destruir la doctrina de Cristo; él honra a los obispos a fin de que dejen de ser obispos; él construye iglesias arruinando la fe. (…)”
Es fácil y posible establecer un paralelismo con las actuales autoridades de la Iglesia (y con Monseñor Fellay) en sus relaciones con aquellos que quieren permanecer fieles a la fe, mientras que gozan de los beneficios que se les ofrecen: honores, el abandono del combate doctrinal, la falsa unidad.
Don Guéranger nos da la causa de esto: el espíritu mundano, la falta de una fe profunda que conduzca y dirija todos los actos de la vida, la costumbre de la diplomacia más que el combate sin misericordia contra los enemigos de la fe. Esto es lo que él dice: “En todas las épocas, la Iglesia ha tenido en su seno los fieles a medias que, sea por la educación, por un cierto bienestar, por su éxito, influencia o talento, permanecen entre los católicos pero que el espíritu del mundo ha pervertido. Ellos se han hecho una iglesia humana, porque el naturalismo habiendo falseado su espíritu, se volvieron incapaces de captar la esencia sobrenatural de la Iglesia verdadera. Acostumbrados a los cambios en las políticas, adeptos a los trucos por los que los estadistas vienen a mantener un equilibrio pasajero a través de las crisis, les parece que la Iglesia en la declaración misma de sus dogmas, debe contar con enemigos, pues ella podría confundirse sobre la conveniencia de sus resoluciones, en una palabra, que la precipitación puede atraer sobre ella y sobre los que comprometerá con ella, un descrédito funesto.

CARDENAL PIE




El Cardenal Pie hace hablar a San Hilario como sigue: “Temo la terrible responsabilidad que pesaría sobre mí por la connivencia, por la complicidad de mi silencio (no denunciando a Monseñor Fellay). Temo el juicio de Dios, temo por mis hermanos que han salido del camino de la verdad, temo por mí, pues mi deber es traerlos de vuelta”. Y agregamos: “Pero ¿no hay reticencias permitidas, o miramientos necesarios?” Hilario respondió que la Iglesia no tiene necesidad que le enseñemos, y que ella no puede olvidar su misión esencial. Esta misión es: “Ministros de la verdad, les corresponde declarar lo que es verdad”. (Obras del Cardenal Pie, tomo 6, 14 de enero de 1870) (Dom Guéranger, Año Litúrgico, Navidad, en la fiesta de San Hilario) (…).


DOM MARMION




Dom Marmion, La unión con Dios, DDB 1937, pág.23:
« 1. Examinen a fondo la intención con la cual actúan. El amor con el que ustedes actúen es mil veces más importante que la exactitud material que aporten en sus acciones.
2- Examínense para ver si su corazón es completamente libre:
a - en relación a las personas;
b- en relación a las ocupaciones, estando dispuestos en todo momento a cambiar de ocupación al menor signo de la divina voluntad;
c - en relación a las cosas, no quedándose con nada, ni para ustedes, ni para los otros si la caridad lo demanda”.


MONSEÑOR FREPPEL




Los adheridos a Roma (y ahora los sacerdotes y fieles de la FSSPX), están amenazados por la “peste del indiferentismo”, pues colocan la verdad y el error en igualdad(como lo vimos en la Declaración del 15 de abril de 2012 que sostiene, como los adheridos a Roma, que la misa de Paulo VI está legítimamente promulgada y que se puede aceptar al Vaticano II, los nuevos sacramentos y el nuevo código de derecho canónico a la luz de la Tradición). ¿Qué remedio darles?

Pongamos atención a la advertencia de Monseñor Freppel:

« La mayor desgracia para un siglo o un país, es el abandono o la disminución de la verdad. Podemos recuperarnos de todo lo demás,  pero jamás nos recuperamos del sacrificio de los principios. Los caracteres pueden doblarse en momentos determinados y la moral pública puede recibir alguna ofensa del vicio o del mal ejemplo, pero no se pierde nada si las verdaderas doctrinas se sostienen en su integridad. Con ellas, todo podrá rehacerse tarde o temprano, los hombres y las instituciones, porque siempre somos capaces de regresar al bien cuando no hemos abandonado la verdad.
Lo que retiraría hasta la misma esperanza de salvación, es la deserción de los principios, fuera de los cuales nada hay sólido ni durable. El más grande servicio que puede hacer un hombre a sus semejantes en épocas de desfallecimiento y oscurecimiento, es el de afirmar la verdad sin temor, aunque no la escuchen; Porque es un surco de luz que se abre a través de las inteligencias y, si su voz no llega a dominar los ruidos del momento, por lo menos será recogida en el futuro como la mensajera de la salvación." (Monseñor Freppel, Panegírico de San Hilario, 19 de enero de 1873)


MONSEÑOR LEFEBVRE





Monseñor Lefebvre dió en marzo de 1988, algunas nociones sobre la obediencia. Helas aquí:

« Los principios que determinan la obediencia son conocidos y tan conformes a la sana razón y al sentido común que uno se pregunta cómo las personas inteligentes pueden afirmar que prefieren equivocarse con el Papa, que estar en la Verdad en contra del Papa.

« Esto no es lo que nos enseña la ley natural, ni el Magisterio de la Iglesia. La obediencia supone una autoridad que da una orden o promulga una ley. Las autoridades humanas, incluso las instituidas por Dios (Monseñor Fellay) no tienen más autoridad que alcanzar el fin asignado por Dios y no para desviarse de él. Cuando una autoridad (ej. Monseñor Fellay) usa de su poder en contra de la ley por la cual su poder se le otorgó, no tiene derecho a la obediencia y debemos desobedecerla.

Se acepta esta necesidad de la desobediencia respecto al padre de familia que alienta a su hija para prostituirse, respecto de la autoridad civil que obliga a los médicos a provocar abortos y matar inocentes, pero se acepta a cualquier precio la autoridad del Papa (o de Monseñor Fellay) que sería infalible en su gobierno y en todas sus palabras. Es desconocer la historia e ignorar lo que en realidad es la infalibilidad.

San Pablo reprendió a San Pedro que no “caminaba según la verdad del Evangelio” (Gal. II, 14). San Pablo alienta a los fieles a no obedecerle si llegaba a predicar otro Evangelio que el que había enseñado con anterioridad (Gal. I,8).

Cuando Santo Tomás habla de la corrección fraterna, hace alusión a la resistencia de San Pablo respecto a San Pedro y lo comenta así: “Resistir públicamente sobrepasa la medida de la corrección fraternal. San Pablo no lo hubiera hecho hacia San Pedro si no hubiera sido su igual de alguna manera… sin embargo, hay que saber que si se trata de un peligro para la fe, los superiores deben ser reprendidos por sus inferiores, incluso públicamente. Esto es evidente por la forma y la razón de actuar de San Pablo respecto a San Pedro,  que fue objeto de esta reprensión, de tal suerte,  dice la Glosa de Agustín, "que el mismo Jefe de la Iglesia ha mostrado a los superiores (como Monseñor Fellay, por ejemplo) que si llegaran a dejar el camino recto, aceptasen ser corregidos por sus inferiores”  (Santo Tomás. 2a. 2ae. q. 33. art. 4. ad 2).

El caso que evoca Santo Tomás de Aquino no es quimérico ya que tuvo lugar durante la vida de Juan XXII. Éste creyó poder afirmar como una opinión personal que las almas de los elegidos no gozarían de la visión beatífica hasta después del juicio final. Él escribió esta opinión en 1331 y en 1332 predicó una opinión semejante respecto de la pena de los condenados. Él pensaba proponer esta opinión por un decreto solemne.

Pero las vivas reacciones por parte de los Dominicos, sobre todo los de París y de los Franciscanos, lo hicieron renunciar a esta opinión a favor de la opinión tradicional definida por su sucesor Benedicto XII en 1336.

Y he aquí lo que dice el Papa León XIII en su Encíclica Libertas praestantissimum del 20 de junio de 1888: “Supongamos que haya una prescripción de un poder cualquiera (ejemplo: el poder de Monseñor Fellay) que estuviera en desacuerdo con los principios de la recta razón y de los intereses del bien público (con mayor razón con los principios de la fe), ella no tendría ninguna fuerza de ley…” y un poco más adelante: “Tan pronto como el derecho de mandar constituya una falta o que la orden sea contraria a la razón, a la ley eterna, a la autoridad de Dios, entonces es legítimo desobedecer, nos referimos a los hombres, a fin de obedecer a Dios".

Pues nuestra desobediencia está motivada por la necesidad de conservar la fe católica. Las órdenes que nos dan expresan claramente que son para obligarnos a someternos sin reserva al concilio Vaticano II, a las reformas posconciliares y a las prescripciones de la Santa Sede, es decir, a orientaciones y acciones que minan nuestra fe y destruyen la Iglesia, a lo cual es imposible reducirnos. Colaborar a la destrucción de la Iglesia, es traicionar a la Iglesia y a Nuestro Señor Jesucristo.

Pues todos los teólogos dignos de ese nombre enseñan que si el Papa (o Monseñor Fellay) por sus acciones destruye la Iglesia, no podemos obedecerlo, (Vitoria, Obras, pp. 486- 487; Suarez, de fide, disp. X, sec. VI. n°16 ; saint Robert Bellarmin, De Rom. Pont., livre II. c. 29; Cornélius a Lapide, ad Gal. 2, 11, etc...) y él debe ser reprendido respetuosamente pero públicamente.

Los principios de la obediencia a la autoridad del Papa son aquellos que ordenan las relaciones entre una autoridad delegada (ej. Monseñor Fellay) y sus subordinados. No se aplican a la autoridad divina que siempre es infalible e indefectible y que por lo tanto no supone ninguna falla.

En la medida en que Dios comunique su infabilidad al Papa, y en la medida que el Papa crea usar de esta infabilidad, que comporta condiciones muy precisas para su ejercicio, no puede haber error.

Pero fuera de este caso preciso, la autoridad del Papa es falible y de este modo los criterios que obligan a la obediencia se aplican a sus actos. No es inconcebible que haya un deber de desobediencia respecto al Papa.

La autoridad que le ha sido conferida lo ha sido por fines precisos y en definitiva por la gloria de la Trinidad, de Nuestro Señor Jesucristo y la salvación de las almas.

Todo lo que realice el Papa (o Monseñor Fellay) en oposición con este fin, no tiene ningún valor legal y ningún derecho a la obediencia, mas bién obligaría a la desobediencia para permanecer en la obediencia a Dios y en la fidelidad a la Iglesia. (…)”.

(Monseñor Lefebvre, « La obediencia, ¿puede obligarnos a desobedecer?” 29 de marzo de 1988, Fideliter, 29-30 de junio de 1988).