El
Papa envía un vídeo mensaje a los Argentinos: "Salgan y ayuden a quien más
lo necesita"
Francisco
acaba de dar un videomensaje para los fieles argentinos, con motivo de la
fiesta de San Cayetano, una de las más populares entre los feligreses de
nuestra patria. El mismo Bergoglio solía dar el presente en la multitudinaria
celebración del patrono del “pan y el trabajo”, que suele suscitar muestras
idolátricas en las masas y dan un contenido paganizante a la fiesta de todos
los 7 de agosto. Bergoglio no hacía otra cosa que incentivar el “sentimentalismo”
de los fieles con su prédica vulgarizante y “emotiva”, haciendo llamamientos,
como lo hace ahora, a la “cultura del encuentro”, con una vaguedad propia de
los politiqueros masones que suelen difundir los medios masivos de difusión.
Más
allá de la sincera devoción a este gran santo, es interesante destacar que pasa
por desconocido para la mayoría de sus “adherentes”, debido particularmente al
clero corrompido en su doctrina (cuando no en su conducta) por el modernismo de
la iglesia conciliar.
San
Cayetano fue no sólo una gran santo de la caridad en las necesidades urgentes y
materiales de los pobres, sino también un combatiente caritativo contra las
herejías, como buen seguidor de los apóstoles que era.
Para
San Cayetano la sana doctrina no era un tema soslayable, un asunto que había
que ocultarle a los fieles bajo la pantalla de “el encuentro”. Sabía que el
amor a Dios parte de la fe y que la fe se muestra en obras, pero no utilizaba
las segundas para disminuir la primera, quedándose en un “humanismo” que rendía
pleitesía al hombre.
El
Cardenal Bergoglio y la iglesia conciliar que él conducía no han tenido la
caridad de la verdad para con los fieles, quedándose en un mero asistencialismo
y en palabras “lindas” pero sin contenido sobrenatural. En definitiva, han estafado a los fieles bajo
la máscara de la “piedad popular”. Por eso la iglesia conciliar argentina da
frutos no de santidad, sino de frivolidad, idolatría y acomodo al mundo. San
Cayetano se habría opuesto enérgicamente a la revolución conciliar y la actual
que está llevando a cabo Bergoglio desde Roma.
Debajo
incluimos una sucinta biografía del santo.
San
Cayetano, ¡ruega por nosotros!
San
Cayetano era hijo del conde Gaspar de Thiene y de María di Porto, quien
pertenecía a una noble familia de Vicenza. Dos años después del nacimiento de
Cayetano, en 1482, su padre murió luchando con el ejército veneciano contra el
rey Fernando de Nápoles. Cayetano y sus dos hermanos quedaron al cuidado de su
madre. El admirable ejemplo que la piadosa viuda dio a sus hijos, produjo
espléndidos frutos, particularmente en Cayetano, a quien su extraordinaria
bondad hacía muy popular. El santo estudió cuatro años en la Universidad de
Padua. Los prolongados ejercicios de devoción que practicaba, no constituyeron
un obstáculo para sus estudios, sino que, por el contrario, santificaron y
purificaron su inteligencia y le ayudaron a penetrar más a fondo la verdad.
Cayetano se distinguió sobre todo en la teología y, en 1504, se doctoró en
derecho civil y canónico. Después retornó a Vicenza, donde fue nombrado
senador. Decidido a proseguir los estudios sacerdotales, recibió la tonsura. En
1506, se trasladó a Roma, no en busca de cargos y honores en la corte, sino
persuadido de que Dios le llamaba a dicha ciudad a realizar una gran obra. Poco
después de su llegada a la Ciudad Eterna, Julio II le nombró protonotario y le
concedió un beneficio eclesiástico. A la muerte del Pontífice, ocurrida en
1513, Cayetano se rehusó a continuar en su oficio y se preparó durante tres
años a recibir el sacerdocio. Fue ordenado en 1516, a los treinta y tres años,
y en 1518 volvió a Vicenza.
En
Roma había fundado una cofradía del «Amor Divino». Se trataba de una asociación
de celosos clérigos que se dedicaban con toda el alma a promover la gloria de
Dios y su propia santificación. En Vicenza Cayetano ingresó en el oratorio de
san Jerónimo, que tenía los mismos fines que la cofradía del Amor Divino, pero
incluía también a los laicos menos favorecidos por la fortuna. Ello molestó
mucho a los amigos de Cayetano, quienes consideraban esa compañía como indigna
de su alcurnia, pero él no cedió y su celo produjo extraordinarios frutos. Cayetano
buscaba y servía personalmente a los pobres y enfermos de la ciudad y atendía a
los pacientes más repugnantes del hospital de incurables, al que favoreció
mucho en el orden material. Pero, sobre todo, se preocupaba por el bien
espiritual de los miembros de su congregación, a los que solía repetir: «En el
oratorio rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en el hospital le
encontramos personalmente». Cayetano fundó otro oratorio en Verona. Después,
siguiendo el consejo de su confesor, Juan Bautista de Crema, un dominico de
gran prudencia y santidad, se trasladó en 1520 a Venecia, donde alojó en el
hospital de la ciudad y prosiguió la misma forma de vida. Tantos regalos hizo a
dicho hospital, que se le consideraba como su fundador principal. El santo pasó
tres años en Venecia, donde introdujo la bendición con el Santísimo Sacramento
y promovió mucho la comunión frecuente. Acerca de esto escribió: «No estaré
satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al Banquete Celestial
con sencillez de niños hambrientos y gozosos y no llenos de miedo y falsa
vergüenza».
La cristiandad
atravesaba por entonces un período de crisis. La corrupción que reinaba había
debilitado a la Iglesia desde antes de la aparición del protestantismo y había
ofrecido un pretexto aparente a la Reforma. Por otra parte, el clero, tanto el
regular como el secular, en vez de oponerse a la decadencia de la religión y a
la perversión de las costumbres, se había dejado hundir en la indiferencia y la
disipación. La Iglesia estaba enferma «en la cabeza y en los miembros».
Angustiado ante tal espectáculo, san Cayetano fue a Roma en 1523 hablar sobre
ello con los miembros de la cofradía del Amor Divino. Todos estuvieron de
acuerdo en que era necesario, primero, reavivar en el clero el celo que había
animado a los Apóstoles. A fin de
conseguir que el clero cayese en la cuenta de sus obligaciones, decidieron
fundar una orden de Clérigos Regulares que tomasen como modelo la vida de los
Apóstoles. Los primeros compañeros de san Cayetano fueron Juan Pedro
Caraffa, que era entonces obispo de Teato y fue más tarde Papa con el nombre de
Pablo IV; Pablo Consiglieri, miembro de la familia Ghislieri; y un caballero de
Milán, llamado Bonifacio da Colle. Clemente VII aprobó la fundación, y Caraffa
fue elegido superior general. Los miembros de la nueva orden tomaron el nombre
de teatinos, derivado de la diócesis de Teato. El 14 de septiembre de 1524, los
cuatro primeros miembros cambiaron sus vestiduras prelaciales por el hábito
religioso e hicieron los votos en San Pedro, en presencia de un delegado
pontificio. Los principales fines de la
orden eran la predicación de la sana doctrina al pueblo, el cuidado de los
enfermos, la restauración del uso frecuente de los sacramentos y la renovación
del clero. La vida común era de regla, y la insistencia en el voto de
pobreza una característica de la nueva orden.
Los
teatinos no obtuvieron un éxito inmediato y, en 1527, cuando la orden no
contaba más que con una docena de miembros, un incidente estuvo a punto de acabar
con ella: el ejército de Carlos V saqueó la Ciudad Eterna; la casa de los
teatinos fue destruida y éstos escaparon a Venecia. En 1530, terminó el período
de superiorato de Caraffa, y san Cayetano fue elegido para sucederle. Después
de aceptar el cargo con gran renuencia, se dedicó a trabajar enérgicamente por
la reforma del clero y puso particularmente a prueba su caridad, durante una
epidemia que se desató en Venecia a causa de la llegada de unas naves de
levante.
Tres
años después, Caraffa fue elegido superior general por segunda vez y envió a
san Cayetano a Verona, donde tanto el clero como los fieles se oponían a la
reforma de costumbres que el obispo de dicha ciudad trataba de introducir. Poco
después, san Cayetano pasó a Nápoles a fundar una casa de su orden. El conde de
Oppido le regaló una casa muy amplia y trató de darle unos terrenos, pero el
santo se rehusó a aceptarlos. En vano alegó el conde que los napolitanos no
eran tan ricos y generosos como los venecianos, san Cayetano se limitó a responder:
«Tal vez tengáis razón, pero Dios es el mismo en ambas ciudades». El ejemplo, la predicación y el trabajo
apostólico del santo, produjeron una notable mejoría en la ciudad. Hemos de mencionar en particular el éxito
con que se opuso a tres apóstatas, un laico, un agustino y un franciscano, que
predicaban respectivamente el socinianismo, el calvinismo y el luteranismo.
En los últimos años de su vida, san Cayetano fundó con el beato Juan Marinoni
los «Montes de Piedad», que fueron aprobados poco antes del Concilio de Letrán.
Muy fatigado por la intensa actividad que debió desplegar para apaciguar la
guerra civil en Nápoles y desalentado por la suspensión del Concilio de Trento,
del que tanto había esperado para el bien de la Iglesia, san Cayetano tuvo que
guardar cama en el verano de 1547. Los médicos le aconsejaron que pusiese un
colchón sobre su lecho de tablas, pero él respondió: «Mi Salvador murió en la
cruz; dejadme, pues, morir también sobre un madero». Una semana después, el
domingo 7 de agosto, exhaló el último suspiro. La comisión encargada de
examinar los numerosos milagros del santo los aprobó después de un riguroso
escrutinio. La canonización tuvo lugar en 1671. San Cayetano fue una de las figuras más destacadas entre los
reformadores que precedieron al Concilio Tridentino. Y la fundación de los
clérigos regulares, es decir, sacerdotes que vivían en comunidad y se obligaban
con los votos religiosos, pero se dedicaban al ejercicio de los ministerios
pastorales, desempeñó un papel muy importante en la reforma católica. En la
actualidad, los clérigos regulares prosiguen su tarea en pequeños grupos, si
exceptuamos el numerosísimo cuerpo de los jesuitas.
Fuente:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI.