La
Virgen María fue asumida o "asumpta" a los cielos; o sea, resucitó
como su Hijo y fue llevada a la gloria en cuerpo y alma. No decimos Ascensión,
sino Asunción, porque fue llevada por su Hijo, como píamente creemos. Se cree
que vivió 72 años.
El
Papa Pío XII definió en el año 1950 después de consultar a los Obispos de todo
el mundo, que la Asunción de María a los cielos es una verdad de fe. ¿Dónde
está en los Evangelios, esa verdad de fe? No está en los Evangelios, está en la
Tradición. Los Evangelios terminan en la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo;
y fueron compuestos y puestos por escrito mucho antes de la muerte de Nuestra
Señora. Pero los Apóstoles sabían y enseñaban muchas más cosas de las que están
en los Evangelios, como dicen ellos mismos: "Muchas otras cosas hay que hizo Jesús, que si se escribieran todas,
creo que no cabrían en el mundo los libros" -dice san Juan al final
del suyo.
La
Iglesia Católica sostiene que la Revelación de Dios a los hombres está
contenida en dos depósitos: la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición o
Trasmisión. Tradición no es cualquier cosa que esté escrita en los Santos
Padres, ni siquiera en los Padres Apostólicos, que fueron los escritores que
conocieron a los Apóstoles; sino solamente "quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus", como dijo san
Vicente de Lerins: es decir, lo que se ha creído "siempre, por todos y en
todas partes". Y esto ocurre con el dogma de la Asunción de María a los
cielos.
Hay
en los escritos de los Padres muchas cosas que son conjeturas, opiniones
teológicas o pías creencias; que son respetables, pero no son verdades de la
fe: como la que puse arriba que la Santísima Virgen vivió 72 años. Probablemente
es verdad pero no es una verdad de la fe; un "dogma", como se dice.
Un
alemán amigo mío protestante me dijo una vez: "Ustedes creen cosas de
hombres. No hay que creer más que lo que está en la Sagrada Escritura". La
respuesta sencilla es: "¿Y dónde está en la Sagrada Escritura eso que Ud.
ha dicho ahora?". Efectivamente, la Escritura no dice eso, dice lo
contrario, como hemos visto. Dice expresamente que después de su Resurrección
Cristo instruyó a sus discípulos en muchas cosas acerca del Reino de Dios
"que no están en este libro",
ni cabrían en muchos libros. Así por ejemplo, el Sacramento del Matrimonio, y
el de la Extremaunción (que está en la Carta de Santiago Apóstol), la jerarquía
eclesiástica dividida en Sacerdotes y Obispos, las prerrogativas de la Santísima
Virgen, como su Asunción. Desde el principio de la Iglesia los fieles llamaron
a la muerte de María la "dormición" o el "tránsito"; no
"la muerte"; la primera literatura cristiana contiene relatos de su
resurrección y glorificación; y las distintas Iglesias celebraban esa fiesta,
que celebramos nosotros el 15 de agosto.
María
no tenía pecado original, de modo que el castigo de la muerte no le era debido;
murió para seguir en todo a su Hijo en la obra de la Redención del hombre; así
como cumplió la ley de la Purificación después del Parto, que no la obligaba a
ella; y Cristo se sometió a la Circuncisión y al bautismo de penitencia de su
primo el Bautista. Y así María debía seguirlo también en la Resurrección.
"¿Quién es ésta
que sube del desierto,
Enchida de delicias
Apoyada en su Amado?
¿Quién es ésta que sube
del desierto
como una columnita de
zahumo
De perfume de incienso
y mirra
Y toda clase de
aromas?...
Ven del Líbano, esposa
mía
Ven del Líbano y serás
coronada...”
Estos
y otros versículos del Cantar de los Cantares aplica la Iglesia a María en su
gloriosa Asunción.
Cristo
y su Santísima Madre resucitaron para nosotros; y entraron en la gloria como
representantes de todo el cuerpo de la Iglesia, como primicias de la
resurrección de la carne, de nuestra resurrección futura. Esto nos alegra. Es
difícil alegrarse de la alegría de otros cuando ella no nos toca para nada:
dicen que la compasión es propia de hombres; pero la congratulación (o sea,
alegrarse con la alegría ajena) es propia de ángeles. Pero en este caso la
alegría y gloria de la Reina de los Angeles nos toca de cerca. Los bienes de
nuestra Madre son nuestros.
Un
cuerpo de varón y un cuerpo de mujer están ya en el cielo, transformados por
Dios en algo semejante a los Angeles. En esta vida el cuerpo nos pesa muchas
veces, sujeto como está a la concupiscencia, a las enfermedades y a la muerte.
El amor, que parecería inventado por Dios para la felicidad del hombre (y así
fue al principio) resulta que ahora es causa de muchísimas penas, molestias,
contrastes; y aún crímenes, desastres y tragedias, como vemos cada día; porque
la naturaleza del hombre está desordenada por la pasión y el desenfreno. Pero
no es el destino final de nuestros cuerpos estorbar al alma, decaer a la vejez
y las dolencias, y pudrirse para siempre en el sepulcro. Su destino final es
ser renovado, enderezado y perfeccionado por el Creador en forma extraordinaria
y espléndida como lo fueron ya el cuerpo de Cristo Nuestro Señor y el cuerpo de
María Santísima. Así sea.
R.P.
LEONARDO CASTELLANI, El Rosal de Nuestra Señora.