domingo, 6 de marzo de 2016

PERSECUCIÓN Y DIFAMACIÓN QUE SUFRIERON LOS SANTOS







Todos los santos han sufrido persecución en este mundo:

San Basilio fue acusado ante el Papa San Dámaso como hereje.

San Cirilo de Alejandría fue condenado, como hereje, en un concilio de 40 obispos y depuesto de su obispado.

San Atanasio fue acusado de hechicero.

San Juan Crisóstomo fue calumniado de impureza.

San Romualdo, ya más que centenario, se le acusó de un pecado nefando por el cual, según algu­nos decían, debía ser quemado vivo.

San Francisco de Sales fue infamado de sostener relaciones criminales con una cortesana. Tres años llevó sobre sí la mancha de aquella acusación, hasta que se descubrió su inocencia.

De Santa Liduvina se cuenta que entró cierto día una mujer en su cuarto y comenzó a arrojarle a la cara las injurias más horribles que se pueden decir a una mujer; y como la santa no perdía la paz acostum­brada, aquélla se enfureció más y se puso a escupir­le en el rostro; y viendo que la santa tampoco se alte­raba, comenzó a dar alaridos como una loca.

No hay más camino que la Cruz; todos los que quieran vivir en Cristo Jesús -nos advierte el Apóstol- sufrirán persecución (2 Tm. 3,12).

Si no queréis persecuciones -añade San Agustín- ­es de sospechar que todavía no habéis comenzado a seguir a Jesucristo. ¿Quién ha habido más inocente y más santo que el divino Salvador? Pues, a pesar de eso, tanto le persiguieron los hombres, que no para­ron hasta verle expirar en una Cruz, desgarrado y cubierto de ignominia; he ahí por qué San Pablo, para animarnos a sufrir con resignación las persecu­ciones, nos exhorta: Tened siempre presente a Aquél que padeció la persecución de los pecadores, levan­tados contra Él (Heb. 12,3).

Tened la seguridad de que, si sufrís con paciencia las persecuciones, Dios saldrá a vuestra defensa, y si permitiera que en este mundo quedarais difamados, será con el fin de poder recompensar en la otra vida vuestra paciencia con honra incomparablemente mayor.


(San Alfonso María de Ligorio, “El que quiera venirse conmigo”, Ed. Apostolado Mariano, Sevilla)