Todos
los santos han sufrido persecución en este mundo:
San
Basilio fue acusado ante el Papa San Dámaso como hereje.
San
Cirilo de Alejandría fue condenado, como hereje, en un concilio de 40 obispos y
depuesto de su obispado.
San
Atanasio fue acusado de hechicero.
San
Juan Crisóstomo fue calumniado de impureza.
San
Romualdo, ya más que centenario, se le acusó de un pecado nefando por el cual,
según algunos decían, debía ser quemado vivo.
San
Francisco de Sales fue infamado de sostener relaciones criminales con una
cortesana. Tres años llevó sobre sí la mancha de aquella acusación, hasta que
se descubrió su inocencia.
De
Santa Liduvina se cuenta que entró cierto día una mujer en su cuarto y comenzó
a arrojarle a la cara las injurias más horribles que se pueden decir a una
mujer; y como la santa no perdía la paz acostumbrada, aquélla se enfureció más
y se puso a escupirle en el rostro; y viendo que la santa tampoco se alteraba,
comenzó a dar alaridos como una loca.
No
hay más camino que la Cruz; todos los que
quieran vivir en Cristo Jesús -nos advierte el Apóstol- sufrirán persecución (2 Tm. 3,12).
Si
no queréis persecuciones -añade San Agustín- es de sospechar que todavía no
habéis comenzado a seguir a Jesucristo. ¿Quién ha habido más inocente y más
santo que el divino Salvador? Pues, a pesar de eso, tanto le persiguieron los
hombres, que no pararon hasta verle expirar en una Cruz, desgarrado y cubierto
de ignominia; he ahí por qué San Pablo, para animarnos a sufrir con resignación
las persecuciones, nos exhorta: Tened
siempre presente a Aquél que padeció la persecución de los pecadores, levantados
contra Él (Heb. 12,3).
Tened
la seguridad de que, si sufrís con paciencia las persecuciones, Dios saldrá a
vuestra defensa, y si permitiera que en este mundo quedarais difamados, será
con el fin de poder recompensar en la otra vida vuestra paciencia con honra
incomparablemente mayor.
(San
Alfonso María de Ligorio, “El que quiera venirse conmigo”, Ed. Apostolado
Mariano, Sevilla)