domingo, 13 de marzo de 2016

DOMINICOS DE AVRILLÉ: PRESENTACIÓN DEL P. TOMÁS DE AQUINO O.S.B. - Parte 2







Ordenado sacerdote en 1974 por Mons. Antonio de Castro Mayer, obispo de Campos, el P. Rifán se convirtió en su secretario. Esta es la opinión que tenía sobre él el P. Tomás de Aquino:

Líder, dotado de una viva inteligencia, de un contacto fácil y caluroso, generoso, no tenía dificultad en conquistar la admiración y la confianza de todos[1].

El P. Rifán, así como los Padres Possidente y Athayde, acompañaron a Mons. de Castro Mayer a Ecône en 1988 con ocasión de las consagraciones. Luego, al momento de la crisis con Dom Gérard, el P. Rifán aportó un apoyo considerable al P. Tomás de Aquino, que relata así los acontecimientos:

Después de la muerte de Mons. de Castro Mayer, una cuestión urgente se planteó a los Padres de Campos: ¿Quién debería reemplazar a Mons. de Castro Mayer? […] Mons. de Castro Mayer, antes de morir, indicó dos nombres: el P. Emmanuel Possidente y el P. Licinio Rangel. Por lo tanto, el P. Rifán no tenía las preferencias de Mons. de Castro Mayer. Es interesante subrayarlo. El P. Rangel fue elegido, habiéndose negado el P. Possidente, aunque él haya sido el más indicado para este cargo. La consagración de Mons. Rangel fue realizada en la ciudad de São Fidélis, el 28 de julio de 1991. […]

Cuando la Fraternidad tomó contacto con Roma después del Jubileo del 2000, invitó a Campos a tomar parte, y fue el P. Rifán elegido para representar a Campos en estas conversaciones. El drama iba a comenzar. Cuando las condiciones planteadas por Roma le parecieron inaceptables a la FSSPX, Campos, en cambio, prefirió no dar marcha atrás. ¿Cuál es la responsabilidad de los unos y de los otros en este asunto? Es difícil establecer. Lo que es cierto, es que el hombre de la situación, aunque obediente a las directivas de Mons. Rangel, era el P. Rifán, único interlocutor presente en Roma en el curso de las negociaciones. El P. Rifán, hay que señalarlo, tenía, desde hacía un cierto tiempo, contactos cada vez más frecuentes con los progresistas y tenía la costumbre de obtener permisos para decir la misa de San Pio V con los adversarios. Si bien esto no es un mal necesariamente, esto fue, yo creo, una carnada que contribuyó a la caída del P. Rifán y de toda la diócesis. ¿Fue el simple contacto con estos hombres imbuidos de modernismo y de liberalismo, el punto de partida de esta caída? La pregunta merece ser planteada. […]

Mons. Rangel firma, el 18 de enero de 2002, un acuerdo con Roma, en la catedral de la ciudad de Campos. […] Esta fue la orden de ejecución de la Tradición en Campos. […] El P. Rifán decía entonces: “No es un acuerdo; es un reconocimiento”. Él daba a entender por esto que Roma reconocía lo bien fundado de la Tradición. Los fieles estaban desorientados y le creyeron al P. Rifán. Clamaron victoria.

Mons. Rangel, enfermo de cáncer, no tardó en dejar esta vida y el P. Rifán lo sucedió en la cabeza de la Administración Apostólica nacida de los acuerdos con Roma. Consagrado por el Cardenal Hoyos, Mons. Rifán pronto se revelaría como el rallié por excelencia. Convertido en el amigo de nuestros enemigos, recorrió los obispados casi en todas partes, abrazando a aquellos que antes atacaba con viveza y que no es sencillo de olvidar. Habiendo cambiado de campo, no cesó de acumular pruebas de la sinceridad de su ralliement. Como decía Abel Bonnard: “Un rallié jamás es suficientemente rallié”. La autoridad del Vaticano II, la legitimidad de la nueva misa, la obligación de someterse al “magisterio vivo” de los papas liberales, la condenación de Mons. Lefebvre: a todo esto Mons. Rifán fue obligado a aprobar y proclamar. Lo hizo con una seguridad inquebrantable y creciente. Se diría que él puso más celo que la mayoría de los progresistas. […] Campos se convirtió en un perro mudo. Roma, que sabía bien que esto terminaría así, ya no tendría nada que temer en adelante de estos sacerdotes, que sin embargo habían sido formados en la escuela de uno de los más grandes obispos del siglo XX. ¿Cómo explicarlo? Sin querer penetrar en el fondo de los corazones y entrar más allá de lo que los hechos nos revelan, pienso que es cierto que el contacto con las autoridades que no profesan la integridad de la fe católica, no pueden más que llevar poco a poco, a aquellos que se someten a ellas, a compartir sus ideas y sus modos de obrar. Mons. Lefebvre había advertido bastante a Dom Gérard sobre este asunto. En Roma uno no hace lo que quiere, sino lo que Roma quiere. Dom Gérard no hizo caso; Mons. Rifán todavía menos.

Pero fue en la misma diócesis que vendría una reacción. Los fieles se dieron cuenta con el tiempo de que algo estaba cambiando. Ellos nos llamaron y el P. Antonio-María OSB fue a decirles una Misa en el campo, en una finca que lleva el hermoso nombre de Santa Fe. […] Mons. Rifán no pudo obtener nada de estos valientes campesinos, y hoy, en las grandes fiestas, son más de 250 en una pequeña iglesia construida por ellos mismos, donde sólo los sacerdotes de la Tradición son admitidos.


Mons. Rifán concelebra hoy con los obispos progresistas y dice que negarse sistemáticamente a celebrar la nueva misa es una actitud cismática. Esto es lo que llamamos traición, es decir, la acción de dejar de ser fiel a algo o a alguien; en este caso, a Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros lo constatamos. Es verdad que algunos lo negarán, pero aceptar el Vaticano II ¿no es traicionar a Cristo Rey? También podemos aplicarle esta otra definición de traición: crimen de una persona que se pasa al enemigo. Este también es un hecho. Todo el mundo puede constatarlo. Que Dios nos preserve de hacer lo mismo, nosotros que, por nuestra fragilidad, podemos caer incluso más bajo. Actualmente Mons. Rifán es amigo de los que condenaron a Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer. Habla ahora del bienaventurado Juan XXIII, del bienaventurado Juan Pablo II. En estos momentos difíciles en que se encuentra la Tradición, que estos ejemplos puedan ayudarnos a no cometer los mismos errores. El enemigo es astuto. Sabe dónde golpear y cómo golpear. Seamos dóciles a las advertencias de los viejos. Escuchemos la voz de los grandes maestros, empezando por Mons. Lefebvre. No escuchemos, por el contrario, a aquellos que pueden conducirnos allá de donde será difícil salir después[2].

Si el Padre Tomás de Aquino fue el sabio centinela que presintió antes que los otros la caída de Barroux y la de Campos, él se levantó igualmente pronto contra el acercamiento que la FSSPX inició con la Roma neo-modernista desde los años 2000. No se ilusionó con el pontificado de Benedicto XVI:

Las mismas causas producen los mismos efectos, Si Benedicto XVI beatifica al que excomulgó a Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer, si él celebra los 25 años de la reunión de Asís, si defiende el concilio Vaticano II (diciendo que éste está en concordancia con la Tradición de la Iglesia), entonces los males que vimos durante el pontificado de Juan Pablo II se repetirán con Benedicto XVI. Mientras que la Roma liberal domine a la Roma eterna, mientras que la más grande catástrofe de la historia de la Iglesia desde su fundación, es decir, el concilio Vaticano II continúe siendo la referencia privilegiada de los obispos, de los cardenales y del Santo Padre, no habrá solución.

-Pero Roma está cambiando (sus actitudes, su forma de pensar, etc.) dicen los defensores de los acuerdos.

-¿En qué cambia Roma?

-Roma permitió la misa de siempre y levantó las excomuniones, responden los “acuerdistas”.

-¿Pero de qué sirve liberar la Misa de siempre si Roma permite todavía la existencia de la nueva? Leemos en el Antiguo Testamento que Abraham despidió a la esclava Agar y a su hijo Ismael para que Isaac no estuviera con el hijo de la esclava. […] La nueva misa es Agar. Ella no tiene derechos. Ella debe ser suprimida. En cuanto al levantamiento de las excomuniones, ¿de qué sirve si se beatifica a quien las fulminó? Aunque haya un cierto beneficio en estos dos actos, la liberación de la misa (que jamás fue prohibida) y el levantamiento de las excomuniones (que nunca fueron válidas), el beneficio espiritual de cada uno de ellos ha sido comprometido por el contexto contradictorio en el cual fueron realizados. O bien Juan Pablo II tenía razón, o bien la tenía Mons. Lefebvre. […] Los dos no pueden tener razón al mismo tiempo. Esto es puro modernismo. En cuanto a la misa, es lo mismo: si se permiten las dos misas, el resultado es la contradicción. Es un principio de disolución. Un principio de corrupción de la fe católica. […]

-Pero, insisten los otros, poco a poco Benedicto XVI toma la defensa de la Tradición. Él nos necesita. Él quiere nuestra ayuda para combatir el modernismo.

-Campos también pensaba así. ¿Pero cómo puede combatir Benedicto XVI el modernismo si él mismo es modernista? Él puede combatir a ciertos modernistas, pero combatir el modernismo no podrá hacerlo más que si él deja de ser modernista. […]

-¿Entonces cuál es la solución?

-La conversión del papa, de la curia romana y de los obispos, en una palabra la conversión de la cabeza.

-¿Pero cómo obtenerla?

-Orando y combatiendo. Dios no nos pide la victoria, sino el combate. Como dijo Santa Juana de Arco: “En nombre de Dios, luchemos intrépidamente, y Dios dará la victoria” por el Corazón Inmaculado de María[3]




Cuando Benedicto XVI publicó su Motu Proprio sobre “el rito extraordinario”, el P. Tomás de Aquino se negó a cantar, durante la misa dominical, el Te Deum pedido por Mons. Fellay para celebrar el documento pontifical. Por otra parte, con ocasión del supuesto levantamiento de las supuestas excomuniones, el P. Tomás de Aquino escribió una carta a Mons. Fellay en la cual le anunció que no lo seguiría si un acuerdo con la Roma conciliar tenía lugar. Poco después, Mons. de Galarreta y el P. Bouchacourt vinieron al monasterio para decirle a Dom Tomás de Aquino que tenía quince días para dejar Santa Cruz, de lo contrario, el monasterio ya no recibiría la ayuda y los sacramentos por parte de la FSSPX. Gracias a los socorros espirituales aportados por Mons. Williamson, el P. Tomás de Aquino pudo permanecer en el monasterio. El 8 de septiembre de 2012, el P. Tomás de Aquino escribió:

La unidad debe hacerse sobre la verdad, es decir sobre la fe católica; y las palabras y las actitudes de Mons. Fellay desgraciadamente no son las de un discípulo de Mons. Lefebvre, el cual defendió la verdad sin compromiso. […]
Corção no dejaba de repetir que la falsa noción de la caridad y de la unidad hacían profundos estragos en la resistencia católica. Cuando la caridad se separa de la verdad, la caridad deja de ser caridad. Muchos, incluso entre sus amigos, lo acusaron de faltar a la caridad a causa de sus artículos. Pero la primera caridad es decir la verdad. Corção era de aquellos que tenían razón, como los hechos lo han demostrado. La misma acusación le hicieron a Mons. Lefebvre.

En cuanto a la unidad, Corção decía con humor que la experiencia le había enseñado que, contrariamente al adagio popular “la unión hace la fuerza”, él había constatado desgraciadamente que frecuentemente la unión hace la debilidad. ¿Por qué? Porque una unidad lejos de la verdad, una unión hecha de concesiones, una unión que sacrifica la fe es una debilidad que “debilita a los fuertes”. ¿No fue justamente eso lo que pasó en el concilio Vaticano II? Por cuidar la unidad con Paulo VI, numerosos obispos terminaron por firmar documentos inaceptables. La unidad no hace la fuerza sino lo contrario.

Ahora, en la Tradición, ellos quieren que estemos de acuerdo a cualquier precio con aquellos que creen que los errores del concilio no son tan graves, con aquellos que creen que el 95% del concilio es aceptable, que la libertad religiosa de Dignitatis Humanae es muy limitada, que no hay que hacer de los errores del concilio super-herejías. Pero esta no es la verdad. El concilio fue la más grande catástrofe de la historia de la Iglesia desde su fundación, como dijo Mons. Lefebvre en su libro Del liberalismo a la apostasía. […]

Que ellos digan lo que quieran. Hay un problema, y este problema es de fe y es grave. En cuanto a nosotros, nuestra posición está tomada: apoyar a los defensores de la fe como lo hicieron Mons. Lefebvre, Mons. de Castro Mayer, San Pio X y toda la tradición de la Iglesia. Si debemos sufrir a causa de esto, sufriremos, como nos advirtió Nuestro Señor: “Quien quiera vivir piadosamente en Jesucristo será perseguido” (2 Tim 3, 12).

En cuanto a la Fraternidad, nosotros la consideramos como una obra providencial fundada por un obispo que se elevó al más alto grado de heroísmo en las virtudes más difíciles, que son aquellas por las cuales Dios creó los dones de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Nosotros consideramos a Mons. Lefebvre como una luz que brilla en las tinieblas del mundo moderno, y la Fraternidad es su obra y su herencia, pero a condición de permanecer fiel a la gracia recibida. Nosotros oramos por ella, y si nosotros nos oponemos a la política de Mons. Fellay, no es por un deseo hostil contra la Fraternidad, sino por amor a ella y a Mons. Fellay, como nosotros amamos la santa Iglesia y por amor a ella combatimos el liberalismo y el modernismo de sus enemigos que se instalaron en su interior. Que Dios bendiga y conserve la FSSPX a la cual debo lo mejor de lo que he recibido, tanto en lo que concierne a la fe como al sacerdocio, que recibí de las manos de Su Excelencia Mons. Lefebvre[4].

El 7 de enero de 2014, el P. Tomás de Aquino co-firmó una “Carta a los fieles”, documento redactado por unos cuarenta sacerdotes miembros o antiguos miembros de la FSSPX, así como varios otros sacerdotes amigos de ésta. Los autores de esta carta han querido dar testimonio público de su apego firme y fiel a los principios que guiaron a Mons. Lefebvre en el combate de la fe.

Luego vino la consagración de Mons. Faure por Mons. Williamson el 19 de marzo de 2015. En el boletín de la Santa Cruz de 2015, el P. Tomás de Aquino se interroga: “¿Pero por qué consagrar un obispo en las circunstancias actuales?”  Para responder a esta pregunta él publicó, en el mismo boletín, un artículo para iluminar a los fieles.

¿Pero qué desea Mons. Fellay? ¿Es justo compararlo con Dom Gérard? Mons. Fellay desea un acercamiento gradual con Roma. Al contrario de Dom Gérard, la Fraternidad avanza en dirección a Roma de una manera mucho más lenta, pero el espíritu que preside estos procesos es el mismo. El P. Pfluger dice que si la situación en Roma es anormal, la nuestra, la de la Tradición, lo es también. Una regularización canónica resulta necesaria. Ésta fue casi concluida en 2012, pero la Providencia la impidió. […] Para Mons. Fellay el camino a seguir es claro: si Roma da todo y no pide nada, ¿cómo rechazar una regularización? Esto es ignorar las consecuencias de ponerse bajo la autoridad de los modernistas que ocupan Roma actualmente. Es volver a cometer el error de Dom Gérard, el error de Campos y de tantos otros.

Incluso antes de los posibles acuerdos, los hechos se suceden, demostrando un cambio de dirección de la Fraternidad: expulsión de Mons. Williamson, retardo en las ordenaciones de los diáconos y sacerdotes capuchinos y dominicos en Francia, amenaza de retrasar un tiempo indeterminado las ordenaciones de los candidatos de Bellaigue, expulsión de varios sacerdotes de la Fraternidad, las decisiones del Capítulo General de la Fraternidad en 2012 modificando las decisiones del de 2006, declaraciones cada vez más audaces y liberales por parte del P. Pfluger, declaración de Mons. Fellay atenuando la gravedad del documento conciliar “Dignitatis Humanae“, declaración doctrinal de Mons. Fellay del 15 de abril de 2012 criticada con razón por el propio director del seminario de Ecône, acción corrosiva del GREC que reunió a sacerdotes de la Fraternidad y sacerdotes progresistas para encontrar juntos una “necesaria reconciliación”; alejamiento de comunidades amigas como la de los religiosos del P. Jahir Britto, los dominicos de Avrillé, los benedictinos de la Santa Cruz, las carmelitas de Alemania, expulsión o alejamiento de religiosas de su comunidad, sin hablar del drama de conciencia de innumerables almas que sufren en silencio[5].

En este mismo Boletín de la Santa Cruz de agosto de 2015, el P. Tomás de Aquino continúa:

Es a partir de los obispos e incluso de un solo obispo que se puede reconstruir o mantener lo que queda de la cristiandad, esperando el día en que Roma regrese a la Tradición y confirmará en su función a aquellos que, por amor a la Iglesia, han aceptado la pesada cruz del episcopado en estos tiempos de crisis como jamás hubo en la historia. [6]

Después de haberse encontrado con el P. Tomás de Aquino, un sacerdote nos dijo un día: “Yo lo sabía hombre de oración, yo no lo sabía hombre de combate”. Las páginas que preceden han mostrado sobre todo al hombre de combate, el valiente defensor de la fe, el centinela intrépido que vela día y noche para que la ciudadela no sea embestida, digno heredero e hijo espiritual de Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer. Nosotros no hemos evocado el fiel discípulo de San Benito, el monje contemplativo, el director de almas, que son el jardín secreto de Dios. Pero sin el hombre de oración, sabemos que el hombre de combate no puede existir.

Por amor de la Iglesia y de las almas, el P. Tomás de Aquino aceptó recibir, el 19 de marzo de 2016, la pesada cruz del episcopado. En el Boletín de la Santa Cruz de junio de 2014, él escribía:

Hay que ir de nuevo al combate como Monseñor Lefebvre, siempre llenos de entusiasmo en medio de las peores dificultades. Imitemos a los que nos han precedido, e incluso si no somos muy numerosos, recordemos la visión con la que fue favorecido el profeta Eliseo, él, que había pedido al Señor de mostrarle a su servidor que los que estaban con él eran más fuertes y más numerosos que los que estaban en su contra: “Y el Señor abrió los ojos de su servidor, y él vio, y he aquí que la montaña estaba llena de caballos y de carros de fuego, alrededor de Eliseo” (IV Reyes VI, 16).

Será lo mismo para nosotros, si permanecemos fieles a la enseñanza y a las directivas de aquél gracias al cual las puertas del Infierno no han prevalecido[7].

Un fiel.

En la fiesta de Santo Tomás de Aquino, el 7 de marzo de 2016.


Artículos del P. Tomás de Aquino publicados en Le Sel de la Terre:

-Sermón por la fiesta de Santo Tomás de Aquino (Sel de la terre 4, primavera de 1993)
-La obra de Cristóbal Colón (Le Sel de la terre 11, invierno 1994-1995)
-Santa Teresita del Niño Jesús y san Benito (Le sel de la terre 22, otoño de 1997)
-Los acuerdos entre Campos y el Vaticano (Le Sel de la terre 65, verano de 2008)
-Mons. Fernando Areas Rifan (Le Sel de la terre 88, primavera de 2014).



[1] P. Tomás de Aquino, Ibídem, suplemento n° 5.
[2] Ibíd.
[3] P. Tomás de Aquino, Ibíd. Suplemento 4.
[4] P. Tomás de Aquino: http://tradinews.blogspot.fr/2012/09/dom-thomas-daquin-spes-declaration-de.html.
[5] P. Tomás de Aquino, Boletín de la Santa Cruz, agosto de 2015, n° 51, págs. 3-4.
[6] P. Tomás de Aquino, Ibíd., agosto de 2015, n° 51, pág. 1
[7] P. Tomás de Aquino, Ibíd., junio de 2014, n° 50, pág. 2.

Fuente: SITIO OFICIAL DE LOS DOMINICOS DE AVRILLÉ