Ordenado sacerdote en 1974 por
Mons. Antonio de Castro Mayer, obispo de Campos, el P. Rifán se convirtió en su
secretario. Esta es la opinión que tenía sobre él el P. Tomás de Aquino:
Líder, dotado de una
viva inteligencia, de un contacto fácil y caluroso, generoso, no tenía
dificultad en conquistar la admiración y la confianza de todos[1].
El P. Rifán, así como los Padres
Possidente y Athayde, acompañaron a Mons. de Castro Mayer a Ecône en 1988 con
ocasión de las consagraciones. Luego, al momento de la crisis con Dom Gérard,
el P. Rifán aportó un apoyo considerable al P. Tomás de Aquino, que relata así
los acontecimientos:
Después de la muerte de
Mons. de Castro Mayer, una cuestión urgente se planteó a los Padres de Campos:
¿Quién debería reemplazar a Mons. de Castro Mayer? […] Mons. de Castro Mayer,
antes de morir, indicó dos nombres: el P. Emmanuel Possidente y el P. Licinio
Rangel. Por lo tanto, el P. Rifán no tenía las preferencias de Mons. de Castro
Mayer. Es interesante subrayarlo. El P. Rangel fue elegido, habiéndose negado
el P. Possidente, aunque él haya sido el más indicado para este cargo. La
consagración de Mons. Rangel fue realizada en la ciudad de São Fidélis, el 28 de
julio de 1991. […]
Cuando la Fraternidad
tomó contacto con Roma después del Jubileo del 2000, invitó a Campos a tomar
parte, y fue el P. Rifán elegido para representar a Campos en estas
conversaciones. El drama iba a comenzar. Cuando las condiciones planteadas por
Roma le parecieron inaceptables a la FSSPX, Campos, en cambio, prefirió no dar
marcha atrás. ¿Cuál es la responsabilidad de los unos y de los otros en este
asunto? Es difícil establecer. Lo que es cierto, es que el hombre de la
situación, aunque obediente a las directivas de Mons. Rangel, era el P. Rifán,
único interlocutor presente en Roma en el curso de las negociaciones. El P.
Rifán, hay que señalarlo, tenía, desde hacía un cierto tiempo, contactos cada
vez más frecuentes con los progresistas y tenía la costumbre de obtener
permisos para decir la misa de San Pio V con los adversarios. Si bien esto no
es un mal necesariamente, esto fue, yo creo, una carnada que contribuyó a la
caída del P. Rifán y de toda la diócesis. ¿Fue el simple contacto con estos
hombres imbuidos de modernismo y de liberalismo, el punto de partida de esta
caída? La pregunta merece ser planteada. […]
Mons. Rangel firma, el
18 de enero de 2002, un acuerdo con Roma, en la catedral de la ciudad de
Campos. […] Esta fue la orden de ejecución de la Tradición en Campos. […] El P.
Rifán decía entonces: “No es un acuerdo; es un reconocimiento”. Él daba a
entender por esto que Roma reconocía lo bien fundado de la Tradición. Los
fieles estaban desorientados y le creyeron al P. Rifán. Clamaron victoria.
Mons. Rangel, enfermo
de cáncer, no tardó en dejar esta vida y el P. Rifán lo sucedió en la cabeza de
la Administración Apostólica nacida de los acuerdos con Roma. Consagrado por el
Cardenal Hoyos, Mons. Rifán pronto se revelaría como el rallié por excelencia.
Convertido en el amigo de nuestros enemigos, recorrió los obispados casi en
todas partes, abrazando a aquellos que antes atacaba con viveza y que no es
sencillo de olvidar. Habiendo cambiado de campo, no cesó de acumular pruebas de
la sinceridad de su ralliement. Como decía Abel Bonnard: “Un rallié jamás es
suficientemente rallié”. La autoridad del Vaticano II, la legitimidad de la
nueva misa, la obligación de someterse al “magisterio vivo” de los papas
liberales, la condenación de Mons. Lefebvre: a todo esto Mons. Rifán fue
obligado a aprobar y proclamar. Lo hizo con una seguridad inquebrantable y
creciente. Se diría que él puso más celo que la mayoría de los progresistas.
[…] Campos se convirtió en un perro mudo. Roma, que sabía bien que esto
terminaría así, ya no tendría nada que temer en adelante de estos sacerdotes,
que sin embargo habían sido formados en la escuela de uno de los más grandes
obispos del siglo XX. ¿Cómo explicarlo? Sin querer penetrar en el fondo de los
corazones y entrar más allá de lo que los hechos nos revelan, pienso que es
cierto que el contacto con las autoridades que no profesan la integridad de la
fe católica, no pueden más que llevar poco a poco, a aquellos que se someten a
ellas, a compartir sus ideas y sus modos de obrar. Mons. Lefebvre había
advertido bastante a Dom Gérard sobre este asunto. En Roma uno no hace lo que
quiere, sino lo que Roma quiere. Dom Gérard no hizo caso; Mons. Rifán todavía
menos.
Pero fue en la misma
diócesis que vendría una reacción. Los fieles se dieron cuenta con el tiempo de
que algo estaba cambiando. Ellos nos llamaron y el P. Antonio-María OSB fue a
decirles una Misa en el campo, en una finca que lleva el hermoso nombre de
Santa Fe. […] Mons. Rifán no pudo obtener nada de estos valientes campesinos, y
hoy, en las grandes fiestas, son más de 250 en una pequeña iglesia construida
por ellos mismos, donde sólo los sacerdotes de la Tradición son admitidos.
Mons. Rifán concelebra
hoy con los obispos progresistas y dice que negarse sistemáticamente a celebrar
la nueva misa es una actitud cismática. Esto es lo que llamamos traición, es
decir, la acción de dejar de ser fiel a algo o a alguien; en este caso, a
Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros lo constatamos. Es verdad que algunos lo
negarán, pero aceptar el Vaticano II ¿no es traicionar a Cristo Rey? También
podemos aplicarle esta otra definición de traición: crimen de una persona que
se pasa al enemigo. Este también es un hecho. Todo el mundo puede constatarlo.
Que Dios nos preserve de hacer lo mismo, nosotros que, por nuestra fragilidad,
podemos caer incluso más bajo. Actualmente Mons. Rifán es amigo de los que
condenaron a Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer. Habla ahora del
bienaventurado Juan XXIII, del bienaventurado Juan Pablo II. En estos momentos
difíciles en que se encuentra la Tradición, que estos ejemplos puedan ayudarnos
a no cometer los mismos errores. El enemigo es astuto. Sabe dónde golpear y
cómo golpear. Seamos dóciles a las advertencias de los viejos. Escuchemos la
voz de los grandes maestros, empezando por Mons. Lefebvre. No escuchemos, por
el contrario, a aquellos que pueden conducirnos allá de donde será difícil
salir después[2].
Si el Padre Tomás de Aquino fue el
sabio centinela que presintió antes que los otros la caída de Barroux y la de
Campos, él se levantó igualmente pronto contra el acercamiento que la FSSPX
inició con la Roma neo-modernista desde los años 2000. No se ilusionó con el
pontificado de Benedicto XVI:
Las mismas causas
producen los mismos efectos, Si Benedicto XVI beatifica al que excomulgó a
Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer, si él celebra los 25 años de la reunión
de Asís, si defiende el concilio Vaticano II (diciendo que éste está en
concordancia con la Tradición de la Iglesia), entonces los males que vimos
durante el pontificado de Juan Pablo II se repetirán con Benedicto XVI.
Mientras que la Roma liberal domine a la Roma eterna, mientras que la más
grande catástrofe de la historia de la Iglesia desde su fundación, es decir, el
concilio Vaticano II continúe siendo la referencia privilegiada de los obispos,
de los cardenales y del Santo Padre, no habrá solución.
-Pero Roma está
cambiando (sus actitudes, su forma de pensar, etc.) dicen los defensores de los
acuerdos.
-¿En qué cambia Roma?
-Roma permitió la misa
de siempre y levantó las excomuniones, responden los “acuerdistas”.
-¿Pero de qué sirve
liberar la Misa de siempre si Roma permite todavía la existencia de la nueva?
Leemos en el Antiguo Testamento que Abraham despidió a la esclava Agar y a su
hijo Ismael para que Isaac no estuviera con el hijo de la esclava. […] La nueva
misa es Agar. Ella no tiene derechos. Ella debe ser suprimida. En cuanto al
levantamiento de las excomuniones, ¿de qué sirve si se beatifica a quien las
fulminó? Aunque haya un cierto beneficio en estos dos actos, la liberación de
la misa (que jamás fue prohibida) y el levantamiento de las excomuniones (que
nunca fueron válidas), el beneficio espiritual de cada uno de ellos ha sido
comprometido por el contexto contradictorio en el cual fueron realizados. O
bien Juan Pablo II tenía razón, o bien la tenía Mons. Lefebvre. […] Los dos no
pueden tener razón al mismo tiempo. Esto es puro modernismo. En cuanto a la
misa, es lo mismo: si se permiten las dos misas, el resultado es la
contradicción. Es un principio de disolución. Un principio de corrupción de la
fe católica. […]
-Pero, insisten los otros, poco a poco Benedicto XVI toma la defensa de la Tradición. Él nos necesita. Él quiere nuestra ayuda para combatir el modernismo.
-Campos también pensaba
así. ¿Pero cómo puede combatir Benedicto XVI el modernismo si él mismo es
modernista? Él puede combatir a ciertos modernistas, pero combatir el
modernismo no podrá hacerlo más que si él deja de ser modernista. […]
-¿Entonces cuál es la solución?
-La conversión del
papa, de la curia romana y de los obispos, en una palabra la conversión de la
cabeza.
-¿Pero cómo obtenerla?
-Orando y combatiendo.
Dios no nos pide la victoria, sino el combate. Como dijo Santa Juana de Arco:
“En nombre de Dios, luchemos intrépidamente, y Dios dará la victoria” por el
Corazón Inmaculado de María[3]
Cuando Benedicto XVI publicó su
Motu Proprio sobre “el rito extraordinario”, el P. Tomás de Aquino se negó a
cantar, durante la misa dominical, el Te Deum pedido por Mons.
Fellay para celebrar el documento pontifical. Por otra parte, con ocasión del
supuesto levantamiento de las supuestas excomuniones, el P. Tomás de Aquino
escribió una carta a Mons. Fellay en la cual le anunció que no lo seguiría si
un acuerdo con la Roma conciliar tenía lugar. Poco después, Mons. de Galarreta
y el P. Bouchacourt vinieron al monasterio para decirle a Dom Tomás de Aquino
que tenía quince días para dejar Santa Cruz, de lo contrario, el monasterio ya
no recibiría la ayuda y los sacramentos por parte de la FSSPX. Gracias a los
socorros espirituales aportados por Mons. Williamson, el P. Tomás de Aquino
pudo permanecer en el monasterio. El 8 de septiembre de 2012, el P. Tomás de
Aquino escribió:
La unidad debe hacerse
sobre la verdad, es decir sobre la fe católica; y las palabras y las actitudes
de Mons. Fellay desgraciadamente no son las de un discípulo de Mons. Lefebvre,
el cual defendió la verdad sin compromiso. […]
Corção no dejaba de
repetir que la falsa noción de la caridad y de la unidad hacían profundos
estragos en la resistencia católica. Cuando la caridad se separa de la verdad,
la caridad deja de ser caridad. Muchos, incluso entre sus amigos, lo acusaron
de faltar a la caridad a causa de sus artículos. Pero la primera caridad es
decir la verdad. Corção era de aquellos que tenían razón, como los hechos lo
han demostrado. La misma acusación le hicieron a Mons. Lefebvre.
En cuanto a la unidad,
Corção decía con humor que la experiencia le había enseñado que, contrariamente
al adagio popular “la unión hace la fuerza”, él había constatado
desgraciadamente que frecuentemente la unión hace la debilidad. ¿Por qué?
Porque una unidad lejos de la verdad, una unión hecha de concesiones, una unión
que sacrifica la fe es una debilidad que “debilita a los fuertes”. ¿No fue
justamente eso lo que pasó en el concilio Vaticano II? Por cuidar la unidad con
Paulo VI, numerosos obispos terminaron por firmar documentos inaceptables. La
unidad no hace la fuerza sino lo contrario.
Ahora, en la Tradición,
ellos quieren que estemos de acuerdo a cualquier precio con aquellos que creen
que los errores del concilio no son tan graves, con aquellos que creen que el
95% del concilio es aceptable, que la libertad religiosa de Dignitatis Humanae
es muy limitada, que no hay que hacer de los errores del concilio super-herejías.
Pero esta no es la verdad. El concilio fue la más grande catástrofe de la
historia de la Iglesia desde su fundación, como dijo Mons. Lefebvre en su libro
Del liberalismo a la apostasía. […]
Que ellos digan lo que
quieran. Hay un problema, y este problema es de fe y es grave. En cuanto a
nosotros, nuestra posición está tomada: apoyar a los defensores de la fe como
lo hicieron Mons. Lefebvre, Mons. de Castro Mayer, San Pio X y toda la
tradición de la Iglesia. Si debemos sufrir a causa de esto, sufriremos, como
nos advirtió Nuestro Señor: “Quien quiera vivir piadosamente en Jesucristo será
perseguido” (2 Tim 3, 12).
En cuanto a la
Fraternidad, nosotros la consideramos como una obra providencial fundada por un
obispo que se elevó al más alto grado de heroísmo en las virtudes más
difíciles, que son aquellas por las cuales Dios creó los dones de sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Nosotros
consideramos a Mons. Lefebvre como una luz que brilla en las tinieblas del
mundo moderno, y la Fraternidad es su obra y su herencia, pero a condición de
permanecer fiel a la gracia recibida. Nosotros oramos por ella, y si nosotros
nos oponemos a la política de Mons. Fellay, no es por un deseo hostil contra la
Fraternidad, sino por amor a ella y a Mons. Fellay, como nosotros amamos la
santa Iglesia y por amor a ella combatimos el liberalismo y el modernismo de
sus enemigos que se instalaron en su interior. Que Dios bendiga y conserve la
FSSPX a la cual debo lo mejor de lo que he recibido, tanto en lo que concierne
a la fe como al sacerdocio, que recibí de las manos de Su Excelencia Mons.
Lefebvre[4].
El 7 de enero de 2014, el P. Tomás
de Aquino co-firmó una “Carta a los fieles”, documento redactado por unos
cuarenta sacerdotes miembros o antiguos miembros de la FSSPX, así como varios
otros sacerdotes amigos de ésta. Los autores de esta carta han querido dar
testimonio público de su apego firme y fiel a los principios que guiaron a
Mons. Lefebvre en el combate de la fe.
Luego vino la consagración de Mons.
Faure por Mons. Williamson el 19 de marzo de 2015. En el boletín de la Santa
Cruz de 2015, el P. Tomás de Aquino se interroga: “¿Pero por qué consagrar un
obispo en las circunstancias actuales?” Para responder a esta pregunta él
publicó, en el mismo boletín, un artículo para iluminar a los fieles.
¿Pero qué desea Mons.
Fellay? ¿Es justo compararlo con Dom Gérard? Mons. Fellay desea un acercamiento
gradual con Roma. Al contrario de Dom Gérard, la Fraternidad avanza en
dirección a Roma de una manera mucho más lenta, pero el espíritu que preside
estos procesos es el mismo. El P. Pfluger dice que si la situación en Roma es
anormal, la nuestra, la de la Tradición, lo es también. Una regularización
canónica resulta necesaria. Ésta fue casi concluida en 2012, pero la
Providencia la impidió. […] Para Mons. Fellay el camino a seguir es claro: si
Roma da todo y no pide nada, ¿cómo rechazar una regularización? Esto es ignorar
las consecuencias de ponerse bajo la autoridad de los modernistas que ocupan
Roma actualmente. Es volver a cometer el error de Dom Gérard, el error de
Campos y de tantos otros.
Incluso antes de los
posibles acuerdos, los hechos se suceden, demostrando un cambio de dirección de
la Fraternidad: expulsión de Mons. Williamson, retardo en las ordenaciones de
los diáconos y sacerdotes capuchinos y dominicos en Francia, amenaza de
retrasar un tiempo indeterminado las ordenaciones de los candidatos de
Bellaigue, expulsión de varios sacerdotes de la Fraternidad, las decisiones del
Capítulo General de la Fraternidad en 2012 modificando las decisiones del de
2006, declaraciones cada vez más audaces y liberales por parte del P. Pfluger,
declaración de Mons. Fellay atenuando la gravedad del documento conciliar
“Dignitatis Humanae“, declaración doctrinal de Mons. Fellay del 15 de abril de
2012 criticada con razón por el propio director del seminario de Ecône, acción
corrosiva del GREC que reunió a sacerdotes de la Fraternidad y sacerdotes
progresistas para encontrar juntos una “necesaria reconciliación”; alejamiento
de comunidades amigas como la de los religiosos del P. Jahir Britto, los
dominicos de Avrillé, los benedictinos de la Santa Cruz, las carmelitas de
Alemania, expulsión o alejamiento de religiosas de su comunidad, sin hablar del
drama de conciencia de innumerables almas que sufren en silencio[5].
En este mismo Boletín de la
Santa Cruz de agosto de 2015, el P. Tomás de Aquino continúa:
Es a partir de los
obispos e incluso de un solo obispo que se puede reconstruir o mantener lo que
queda de la cristiandad, esperando el día en que Roma regrese a la Tradición y
confirmará en su función a aquellos que, por amor a la Iglesia, han aceptado la
pesada cruz del episcopado en estos tiempos de crisis como jamás hubo en la
historia. [6]
Después de haberse encontrado con
el P. Tomás de Aquino, un sacerdote nos dijo un día: “Yo lo sabía hombre de
oración, yo no lo sabía hombre de combate”. Las páginas que preceden han
mostrado sobre todo al hombre de combate, el valiente defensor de la fe, el
centinela intrépido que vela día y noche para que la ciudadela no sea
embestida, digno heredero e hijo espiritual de Mons. Lefebvre y Mons. de Castro
Mayer. Nosotros no hemos evocado el fiel discípulo de San Benito, el monje
contemplativo, el director de almas, que son el jardín secreto de Dios. Pero
sin el hombre de oración, sabemos que el hombre de combate no puede existir.
Por amor de la Iglesia y de las
almas, el P. Tomás de Aquino aceptó recibir, el 19 de marzo de 2016, la pesada
cruz del episcopado. En el Boletín de la Santa Cruz de junio
de 2014, él escribía:
Hay que ir de nuevo al
combate como Monseñor Lefebvre, siempre llenos de entusiasmo en medio de las
peores dificultades. Imitemos a los que nos han precedido, e incluso si no
somos muy numerosos, recordemos la visión con la que fue favorecido el profeta
Eliseo, él, que había pedido al Señor de mostrarle a su servidor que los que
estaban con él eran más fuertes y más numerosos que los que estaban en su
contra: “Y el Señor abrió los ojos de su servidor, y él vio, y he aquí que la
montaña estaba llena de caballos y de carros de fuego, alrededor de Eliseo” (IV
Reyes VI, 16).
Será lo mismo para
nosotros, si permanecemos fieles a la enseñanza y a las directivas de aquél
gracias al cual las puertas del Infierno no han prevalecido[7].
Un fiel.
En la fiesta de Santo Tomás de
Aquino, el 7 de marzo de 2016.
Artículos del P. Tomás de Aquino
publicados en Le Sel de la Terre:
-Sermón por la fiesta de Santo
Tomás de Aquino (Sel de la terre 4, primavera de 1993)
-La obra de Cristóbal Colón (Le
Sel de la terre 11, invierno 1994-1995)
-Santa Teresita del Niño Jesús y
san Benito (Le sel de la terre 22, otoño de 1997)
-Los acuerdos entre Campos y el
Vaticano (Le Sel de la terre 65, verano de 2008)
-Mons. Fernando Areas Rifan (Le
Sel de la terre 88, primavera de 2014).
[1] P. Tomás de Aquino, Ibídem, suplemento n° 5.
[2] Ibíd.
[3] P. Tomás de Aquino, Ibíd. Suplemento 4.
[4] P. Tomás de Aquino: http://tradinews.blogspot.fr/2012/09/dom-thomas-daquin-spes-declaration-de.html.
[5] P. Tomás de Aquino, Boletín de la Santa Cruz, agosto
de 2015, n° 51, págs. 3-4.
[6] P. Tomás de Aquino, Ibíd., agosto de 2015, n°
51, pág. 1
[7] P. Tomás de Aquino, Ibíd., junio de 2014, n°
50, pág. 2.Fuente: SITIO OFICIAL DE LOS DOMINICOS DE AVRILLÉ