martes, 8 de marzo de 2016

EL MISTERIO DE LA MISERICORDIA DIVINA





No entres en juicio con tu siervo, por­que ante Ti ningún viviente es justo.
(Salmo 142, 2)


Alguien que, por una rápida infección en la cara se halló a un paso de la muer­te sin perder el conocimiento, ha narra­do las angustias de ese momento para el que quiere prepararse al juicio de Dios. Sentía necesidad de dormir pero lucha­ba por no abandonarse al sueño porque tenía la sensación de que éste era ya la muerte y que en cuanto se durmiese des­pertaría en el fuego del purgatorio. Aunque había hecho confesión general y recibido los sacramentos le faltaba todo consuelo y la certeza del purgato­rio se le imponía como una necesidad de justicia, pues tenía, claro está, concien­cia de haber pecado muchas veces pero no la tenía de haberse justificado sufi­cientemente ante Dios. Una religiosa enfermera a quien le confió esa tremen­da angustia espiritual no hizo sino con­firmarle esos temores, como si debiese estar aún muy satisfecho de que ese fuego no fuese el del infierno. Salvado casi milagrosamente de aquel trance —agrega— me consulté con un sacerdo­te, que me aconsejó leer y estudiar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y allí encontré lo que asegura la paz del alma, pues al comprender que nadie puede aparecer justo ante Dios (S. 142, 2) y que nadie es bueno sino Dios (Luc. 18, 18) comprendí que sólo por la mise­ricordia podemos salvarnos y que en eso precisamente consiste nuestro consuelo, en que podemos salvarnos por los méritos de Jesucristo, pues para eso se en­tregó Jesús en manos de los pecadores. Maravillosa e insuperable verdad, que nos llena más que ninguna otra de ad­miración, gratitud y amor hacia Jesús y hacia el Padre que nos lo dio. Ella que­dará grabada para siempre en el alma que haya meditado este misterio de la misericordia divina.


Mons. Dr. Juan Straubinger