Fray
Gerundio
Cuando
aplicamos a una persona el adjetivo superficial, todo el mundo
entiende perfectamente lo que se quiere decir. El superficial es el que se
queda en lo epitelial, en lo de escaso valor, en lo fútil y lo insignificante.
Y por eso mismo, el calificativo define a las mil maravillas a todo aquel que,
dejando de lado lo más profundo y valioso, se escora hacia lo baladí, lo
inconsistente y lo vano. Siempre hay un superficial en todas las
conversaciones, tertulias y reuniones. A veces, hay más de uno. Estropean
cualquier intento de conversación seria o elevada, porque se fijan sólo en los
datos menos importantes y dan la matraca con las banalidades de turno. El
superficial acaba siendo grosero y tosco, justamente porque no da importancia a
nada. Por eso mismo descuida sus modales, su comportamiento, su apariencia
exterior. El superficial trivializa lo más sagrado, amputa y achica lo más
excelso, destroza lo más sublime.
Esta
sociedad moderna se ha superficializado, y con ella muchas de las personas que
la componen. No hay más que ver los programas estrella de las televisiones,
para comprobar que lo zafio y lo vulgar se imponen ante el embeleso de los
espectadores. Un programa de estas características, necesariamente es también
superficial y gusta a los superficiales, más prestos a conocer el último
adulterio del cantante de moda, que a sumergirse en cualquier análisis que les
haga pensar, sin dejarse llevar por lo que les haya dictado la caja tonta.
La
gravedad se presenta cuando también las Instituciones se hacen superficiales.
Con el pretexto de valorar más lo espontáneo y lo natural, una persona que
dirija una Institución puede hacer añicos la Institución misma en escaso
tiempo. Si esto ocurre en la Iglesia, entonces estamos ante un serio problema.
Y desgraciadamente está ocurriendo.
Vean
si no en internet, esas monjitas superficiales tipo ursulinas del siglo XXI que
se entusiasman cantando y bailando con la más digna representación del
anticatolicismo. O esas otras monjas que ven los partidos de fútbol en su
convento, apoyando al Brasil junto al fraile de turno (que no sé qué pinta
allí), entre el delirio y el éxtasis. Dios las castigó con siete goles. O los
ya famosos franciscanos bailando en la puerta de la Iglesia con las monjas
amigas. ¿De verdad pueden transmitir la profundidad de los misterios cristianos
con esa ligereza de comportamiento? ¿A eso ha llegado la vida religiosa? No me
extraña que anden tras las Franciscanas de la Inmaculada, que no han grabado
videos de este estilo.
Y
es que como les digo yo a mis novicios modernistas, tal como vaya la cabeza,
así irán los miembros. No me hace mucha falta imaginar cómo serán las
Superioras de estas monjitas, al ver a las monjitas mismas. O los superiores
franciscanos que pastorean a estos frailes danzarines, felices discípulos de
San Francisco de Asís. El ambiente de espiritualidad y vida de oración de esos
conventos debe ser para echarse a llorar.
La
superficialización puede presentar muchas facetas. Las apariciones del Papa con
esa soltura pontificia, con bromitas y chácharas, con chascarrillos y
desenfados varios, ha provocado la imitación inmediata por parte de sus
cortesanos. Si es en temas de vestimenta y presentación con dignidad,
pueden ver aquí lo
que le ha sucedido a alguno que otro. La displicencia para tratar temas morales
serios y de enorme envergadura en charlitas de avión, entrevistas a revistas,
cartas a amiguetes y comentarios telefónicos (que siempre se publican
enseguida), dan pie para que todos los restantes cortesanos de uno y otro lado,
acepten esta doctrina como válida. Ya no se atiende al análisis a fondo de las
cuestiones, sino a la opinión del momento, que se expresa con una enorme
trivialidad y una escasa seriedad.
En
estos días, se ha levantado la preocupada
voz del Patriarca Católico Caldeo, escandalizado ante la frivolidad
con que Occidente presencia los datos de las matanzas sistemáticas de
cristianos en Siria e Iraq, mientras está sentado ante el televisor ensimismado
con el Mundial de Fútbol. Y mientras tanto, los medios hablan de la
final de los dos Papas, y el bienaventurado Lombardi tiene que desmentir que
vayan a verlo juntos en el televisor de Benedicto. Deberá desmentir también si
lo harán con un cubo de palomitas o con unas birras bien
fresquitas. Y si estarán las monjas del servicio. Y si Francisco hará 80
llamadas a su patria, en caso de que su equipo quede ganador. A eso hemos
llegado. Y que conste que si la prensa airea todo esto, es porque está en el
ambiente el desenfado, la naturalidad y la bondad pontificias.
Y
mientras tanto, los verdaderos problemas, que son los que atañen a la salvación
de las almas (digo yo), están sin resolver. No importa que no se crea en la
Eucaristía, si por el contrario han aumentado las peregrinaciones. No importa
que no se crea en el sacerdocio católico, si por el contrario hay laicos que se
comprometen en el voluntariado más multiforme. No importa que los católicos no
se confiesen, si por el contrario las obras de caridad y de atención al
necesitado han aumentado exponencialmente. No importa que no se crea en la Misa
como sacrificio, si por el contrario expresamos en ella el valor de la
comunidad. No importa que el Magisterio se haya degradado, si por el contrario
cada día hay más gentes en las audiencias de la Plaza de San Pedro. No importa
que estén matando católicos en Oriente, porque tenemos la misma religión y por
eso justamente algunos infieles financian las
cenas del fin de Ramadán.
El
Señor se refirió a los frívolos y superficiales, cuando alertó sobre el peligro
de no querer ver la realidad y tachar de agoreros a los que advierten sobre los
peligros:
Como
fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían,
bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en
el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo como sucedió en los
días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el
día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó
a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.
Concentrarse
en nimiedades y fruslerías, se paga antes o después. Si al enfermo de cáncer se
le administran aspirinas, diciendo que no es para tanto y que no está tan
grave, y que los que se preocupan son unos agoreros, habrá muerte segura.
Ya
dijo San Pablo a los Tesalonicenses que cuando los hombres hablen
más de paz y seguridad, de repente les sobrevendrá la ruina. No sé si
tendrá relación con esto, pero desde luego, ha sido plantar el arbolito de la
paz en el Vaticano y desatarse un nuevo enfrentamiento entre judíos y
palestinos. Yo creo que habría que dedicarse a la terrible situación de
deterioro del catolicismo, más que a todas estas actuaciones televisivas.
Ahora
bien, yo no plantaría nada más, por si las moscas.
Fuente: Tradición
Digital