Número CCCLXIV (364)
05 de julio de 2014
CARDENAL PIE – II
Mons. Williamson
La
cita del Cardenal Pie la semana pasada (cf. CE 362) continuaba directamente
como sigue:
“En
tal extremo, en tal desesperado estado de la situación, cuando el mal ha tomado
posesión de un mundo pronto a ser consumido por las llamas, ¿qué deben hacer
todos los verdaderos Cristianos, todos los hombres buenos, todos los Santos,
todos los hombres con algo de fe y coraje? Teniendo que vérselas con una
situación claramente más imposible que nunca, y con una redoblada energía por
su ardiente oración, por sus activos trabajos y por sus intrépidos esfuerzos,
ellos dirán, Oh Dios, Oh Padre en el Cielo, santificado sea tu nombre
en la tierra como lo es en el Cielo, venga a nosotros tu reino en la tierra tal
como lo es en el Cielo, hágase tu voluntad en la tierra como lo es en el Cielo.
¡En la tierra como lo es en el Cielo! Y ellos estarán aun murmurando estas
palabras mientras la misma tierra cede debajo de sus pies.
“Y,
así como alguna vez allá lejos y hace tiempo, siguiendo a un desastre militar
espantoso, el Senado romano y los oficiales estatales de todas las jerarquías, todos
ellos, pudieron ser vistos saliendo para ir al encuentro del cónsul derrotado
para felicitarlo por no haberse desesperanzado de la República Romana; así
mismo el senado del Cielo, todos los Coros de los ángeles, todos los rangos de
los Bienaventurados, saldrán al encuentro de los generosos atletas de la Fe que
habrán peleado hasta las últimas consecuencias, esperanzados contra toda
esperanza.
“Y
entonces, ese imposible ideal que los elegidos de todas las épocas habían
obstinadamente perseguido, se tornará una realidad. En su Segunda y última
venida, el Hijo entregará el Reino de este mundo a Dios Su Padre, el poder del
mal habrá sido arrojado para siempre a las profundidades del abismo; todo lo
que haya rechazado ser asimilado e incorporado a Dios a través de Jesucristo
por medio de la fe, el amor y la observancia de la ley, será echado en la
cloaca de la inmundicia sempiterna. ¡Y Dios vivirá y reinará por siempre y para
siempre, no solamente en la unicidad de Su naturaleza y en la sociedad de las
tres Personas divinas, sino también en la plenitud del Cuerpo Místico de Su
Hijo Encarnado y en el cumplimiento de la Comunión de los Santos!”.
Queridos
lectores, debería ser obvio a estas alturas que el Cardenal Pie, a pesar del
panorama tan sombrío de su visión del futuro, no era por nada derrotista. Aún
cuando viendo con una absoluta claridad la situación humanamente desesperanzada
en la cual la humanidad se estaba sumergiendo ella misma, con una igual
claridad él distinguió el punto de vista humano, del divino: podía ser que una
masa de hombres en el siglo 19 no estaban desafiando a
Dios Todopoderoso y transformándose ellos mismos en prendas de Satanás y en
forraje para su horrible Infierno, pero sin embargo, el sublime propósito de
Dios para las almas de los elegidos que elegirían amarlo y servirlo a El,
estaba al mismo tiempo siendo logrado para el Cielo de Dios. Verdaderamente,
“todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios” (Rom. VIII, 28).
En
el 2014 podemos fácilmente perder de vista el propósito de Dios, cuando
pensamos de una manera demasiado humana en cómo el mal avanza todo alrededor
nuestro. Pero el propósito de Dios no es salvar la civilización si y cuando los
hombres desean destruirla. Su propósito es llevar almas al Cielo a través de Su
Hijo Jesucristo y, para este propósito, el colapso de la civilización y de
todas las ambiciones y esperanzas terrenales, puede bien servir para forzar las
mentes y los corazones de los hombres a que se eleven por encima de
consideraciones mundanas. Dios no nos creó solamente para esta corta vida ni
para este corrupto mundo. “Porque aquí no tenemos ciudad permanente, sino que
buscamos la futura” (Hebr. XIII, 14).
Kyrie
eleison.