miércoles, 23 de julio de 2014

LA PALABRA DE DIOS





“La palabra es una cosa débil, es un soplo, un vientito, unas patas de mosca sobre un papel; pero aun en el or­den humano, es bien rudo aquel que no conoce el tre­mendo poder de “las palabras concertadas en orden”, que dijo Belloc. Mas cuando ese vientito se conecta con el viento de Pentecostés; cuando sale de la boca de un hombre que se ha vaciado de sí mismo para ser un sim­ple resonador de la Verdad; de un hombre que cuando tiene que ir al encuentro de los enemigos de su Dios, no piensa largamente ni concierta en orden sus dichos y respuestas, porque se siente anonadado, pequeño y nulo; pero sabe que llegado el trance, el Espíritu le pondrá en la boca la palabra que Él quiere... entonces el medio pobre de la palabra es fuego y es luz, es es­toque y daga, es alimento y es arma. Y no tiene otra arma la Santa Madre Iglesia; pues todas las otras son para servir a ésta. ¡Y ay de nosotros cuando las otras pretenden suplantarla!
Después de la primera Multipanificación, Jesús dijo en la Sinagoga de Cafarnaum que les iba a dar el Pan de Vida, el Maná, el Alimento Celeste; y declaró pa­ladinamente que ese alimento era la palabra de Dios, que se multiplica maravillosamente tanto más cuanto más pequeñita y pura es; porque si yo reparto una ver­dad, yo no me quedo sin ella ni ella disminuye, antes aumenta en mí; y aumenta en todos aquellos que de mí la reciben y la enseñan, como los panecillos en manos de los Discípulos. Esta es la verdadera multiplicación del Pan de Vida. “No Moisés os dio a vosotros el pan del cielo; mi Padre os da el Pan del cielo verdadero. El Pan de Dios es el que descendió del Cielo y da la vida al mundo. —Señor, danos siempre de ese pan—. Yo soy el Pan de Vida, el que viene a Mí no hambreará más; y el que cree en Mí no se ensedientará jamás. Pero vosotros no creéis…” Maldonado advierte que to­do este largo sermón y diálogo de Cafarnaum versa al principio directamente sobre la Fe y la Palabra de Dios e indirectamente sobre el Sacramento de la Fe, que es la Eucaristía; para divergir insensiblemente al final a hablar directamente de la Eucaristía, que presupone la fe y sin la fe nada es. Pero ambas cosas van y deben ir juntas. Y así San Agustín resume enérgicamente to­do el Sermón diciendo: “Si no comes primero a Cristo con la mente, de balde lo comes con la boca; si el Verbo hecho carne no te entra primero al corazón por los oí­dos, poco ganarás con que te entre en el estómago”. Esta debe ser la explicación del poco fruto de tantísimas “comuniones”.
“Tened cuidado con el fermento” añadió Cristo es­tando ya en la barca. Los fariseos le habían pedido “un signo en el cielo”, es decir, un milagro como el de Josué por ejemplo: que hiciese parar el sol. “¿Y tú qué milagro mayor haces?”. Cristo había gemido en su co­razón y había gritado con los labios: “Esta generación bastarda pide un signo en el cielo; os juro que no se dará ese signo”. Los Apóstoles cuchicheaban entre sí: “Porque nos hemos olvidado de traer pan, por eso nos dice: cuidado con la levadura”. Cristo les dijo: “¿No veis que os hablo de la levadura de los fariseos (“fermen- tum pharisaeorum”)?”.
La “levadura de los fariseos” consiste en la palabrita que hace levantar toda la masa, pero para volverla agria y venenosa; es también un vientito sutil. El fa­riseo no miente del todo ordinariamente, se contenta con decir media verdad y callar la otra. El fariseo cuan­do es Superior dice: “¡Debéis obedecer a vuestros su­periores!” lo cual es verdad; pero no dice: “Mas los Superiores deben mandar según la palabra de Dios, y deben incluso poner su vida por sus súbditos”.

“Dijiste media verdad.
La partiste por el eje.
Ahora ya es mejor que calles.  
Porque mentirás dos veces”.

Esas medias verdades que son a veces peores que mentiras penetran y fermentan la mente colectiva, contaminando imperceptiblemente incluso los ánimos buenos y bienintencionados, que las repiten inocentemente; como las repetían en su conversación los discípulos al mismo tiempo que remaban, mientras Cristo en la popa del bote acunaba su tristeza. “Cierto, nunca ha hecho ningún signo en el cielo; y ¿por qué será?”. Había hecho un signo en el cielo cuando nació; y había de hacer otro al morir.
Así pasó la segunda multiplicación de los panes; y largo trecho después, el Evangelista interrumpe otro relato para decir rememoriosamente: “Porque ellos no habían entendido aún La Palabra de los Panes”.



Padre Leonardo Castellani, Sermón del Domingo sexto después de Pentecostés, El Evangelio de Jesucristo.