“Cuando aún no estamos
familiarizados con el lenguaje del Divino maestro y de la Biblia en general,
sorprende hallar constantemente cierto pesimismo, que parece excesivo, sobre la
maldad del hombre. Porque pensamos que han de ser muy raras las personas que
obran por amor al mal. Nuestra sorpresa viene de ignorar el inmenso alcance que
tiene el primero de los dogmas bíblicos: el pecado original. La Iglesia lo ha
definido en términos claros (Cfr. Denz. 174-200). Nuestra formación, con mezcla
de humanismo orgulloso y sentimentalismo materialista, nos lleva a confundir el
orden natural con el sobrenatural, y a pensar que es caritativo creer en la
bondad del hombre, siendo así que en tal creencia consiste la herejía
pelagiana, que es la misma de Rousseau, origen de tantos males contemporáneos.
No es que el hombre se levante cada día pensando en hacer el mal por puro
gusto. Es que el hombre, no sólo está naturalmente entregado a su propia
inclinación depravada (que no se borró con el Bautismo), sino que, a menos de
cumplir con los postulados del Evangelio, queda abandonado a la influencia del Maligno,
que lo engaña y lo mueve al mal con apariencia de bien. Es el misterio de
iniquidad que S. Pablo explica en II Tes. 2, 6. De ahí que todos necesitamos
nacer de nuevo y renovarnos constantemente en el espíritu por el contacto con
la Divina persona del único salvador, Jesús, mediante el don que El nos hace de
su Palabra y de su Cuerpo y Sangre. De ahí la necesidad constante de vigilar y
orar para no entrar en tentación, pues apenas entrados, somos vencidos. Jesús
nos da así una lección de inmenso valor para el saludable conocimiento y
desconfianza de nosotros mismos y de los demás, y muestra los abismos de la
humana ceguera e iniquidad, que son enigmas impenetrables para pensadores y
sociólogos de nuestros días y que en el Evangelio están explicados con claridad
transparente. Al que ha entendido esto, la humildad se le hace luminosa,
deseable y fácil”.
Mons. Juan Straubinger,
Nota a Jn. 2, 24.
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“Los que son sólo
cristianos de nombre, perjudican a la Iglesia más que los paganos. Por lo tanto
no debemos tener trato con ellos”.
Mons. Juan Straubinger,
Nota a I Cor. 5, 11.
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“Uno de los grandes
secretos prácticos de la vida del cristiano está en comprender cómo se armoniza
la caridad con la desconfianza que hemos de tener en los hombres. El más celoso
amor de caridad, que desea en todo el bien del prójimo y nos impide hacerle el
menor mal, no nos obliga en manera alguna a confiar en el hombre, ni a creer en
sus afirmaciones para halagar su amor propio. Así el Evangelio nos libra de ser
víctimas de engaño”.
Monseñor Juan
Straubinger, Nota a I Cor. 3, 20.