Es nuestro deber conocer
a nuestros enemigos, para no dejarnos engañar por ellos. Siendo los modernistas
los más taimados que nunca han ocupado Roma, debemos entonces conocer su modo
de actuar. El fariseísmo se vuelve cada día más sutil, o en realidad deberíamos
decir “cada noche”, porque se encubre para que, simulando vivir de día, no
aparezca su inmunda tenebrosidad.
Si la Masonería
enquistada en Roma, si la secta modernista tiene, como afirmara el P. Luigi
Villa, “el propósito de eliminar el Sacrificio de Jesús en la Cruz de la faz de
la tierra, lo que, en otras palabras, significa eliminar la renovación del Sacrificio de Cristo en la Misa Católica de la
faz de la tierra”, ¿por qué entonces esta secta que ocupa el Vaticano le
concedió a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X la libertad de la Misa
tradicional, esto es, la renovación del sacrificio de Nuestro Señor sobre los
altares?
Se ha tratado de una
artimaña muy astuta por parte de los modernistas, a imagen y semejanza de su
padre Satanás. Ha sido un paso hacia atrás para poder dar luego dos hacia adelante.
Habiendo previsto quizá la pérdida de algunas almas (de sus garras) a través de esta Misa, se han
dado cuenta de cuántas más podían llegar a perder (para Dios) si hacían caer finalmente a
la FSSPX.
Por otra parte, las
restricciones dadas a esta Santa Misa, y el combate efectivo que no ha cesado a
la misma, impiden que ésta se conozca y se rece. Hoy es prácticamente una
curiosidad, una rareza, un rito “extraordinario” al que acuden muy pocos.
Tenemos un ejemplo muy
gráfico de cómo el diablo es capaz de usar las cosas buenas –y aún las mejores y
las más santas- para perder a un alma cristiana, en la película “La Pasión de
Juana de Arco”, filmada por Carl T. Dreyer en 1928, un clásico del cine.
Allí los fariseos que
buscan destruir a Santa Juana la sobornan con la Santa Eucaristía, ofreciéndosela
a cambio de que firme su retractación. Juana, para ser fiel a Nuestro Señor, para
ser fiel a la verdad, debe negarse a recibir la Eucaristía, con todo el dolor
del mundo, siendo incluso vilipendiada por rechazar al mismo Jesucristo.
Situación parecida, mutatis mutandis, ha ocurrido con el
ofrecimiento de la Misa tradicional por parte de la Roma modernista a la
Fraternidad. Ésta, sin embargo, ha aceptado el convite, debiendo ahora pagar
por ello con su claudicación, firmando el acuerdo con Roma. Está claro que luego de lo que Roma “ha
hecho” por la Fraternidad, ésta no puede dejar de corresponderle. Sin duda que
se manejan otros tiempos, pero Roma sabe que al haber la Fraternidad aceptado
lo que Roma le ha “concedido”, no puede seguir negándose mucho más a la
petición de “volver al redil”.
¡Oh, si la Fraternidad o quien la dirige hubiera tenido el coraje o la luz de esa mujercita que ante una presión
insoportable prefirió morir en la hoguera, antes que traicionar a su Señor!