"Desde que el hombre, en la plenitud del paraíso,
creyó a una víbora antes que a su creador y bienhechor, le ha quedado, como
tremendo sello de decadencia, la credulidad más insensata a las palabras de los
hombres y la más obstinada, aunque secreta, desconfianza a las palabras de
Dios”.
Mons. Von Keppler
“No podemos tener confianza
en esa gente”.
Mons.
Lefebvre, 4 de octubre de 1987
A
muchos los inquietó en su momento. Algunos manifestaron su desconcierto. Otros lo
vieron después y unos cuantos comienzan a verlo ahora.
Muchos
otros siguen sin ver.
¿Qué es lo que no ven y no quieren ver?
¿Qué es lo que no ven y no quieren ver?
Acaso
el adagio popular que dice que “de aquellos
polvos vinieron estos lodos” sea exacto para los que ven. Los que quieren
creer que “todo va bien” empezarán a chapotear en ese lodo y, o tratarán de
limpiarse del mismo, dificultosamente, o bien se habrán acostumbrado al mismo y
no les molestará. Podrá aplicárseles entonces aquello de San Agustín: “A fuerza de ver todo, terminan por soportar
todo, y a fuerza de soportar todo, terminan por aprobar todo”.
Recordamos
un artículo del Padre Régis de Cacqueray –el Padre Cacqueray se dejó convencer
en su momento por las maniobras de la Fraternidad hacia Roma, pero luego fue
capaz de ver bien hacia dónde iba verdaderamente la Fraternidad, cuál era el
rumbo equivocado que estaba tomando, aunque no hizo nada para impedirlo- que bajo el título de “LA ESTRATEGIA DE LA
HERMANDAD” (1), explicaba las líneas trazadas por la Fraternidad San Pío X a
partir del año 2001 en su relación con Roma. Se describe allí cómo la
Fraternidad puso “dos condiciones previas” a Roma para luego poder pasar a las
“discusiones doctrinales”. Una vez cumplidas éstas, la tercera etapa del plan
consistiría en la regularización canónica de la Fraternidad.
Con
ambivalencia, el autor del artículo afirmaba que la estrategia u “hoja de ruta”
de la Fraternidad se había terminado imponiendo a Roma. Aunque con respuestas
“imperfectas e insuficientes” por parte de Roma, la poderosa oración del
Rosario habría dado sus frutos, pues “no
sólo el decreto del 21 de enero se inscribe una vez más en la estrategia
llevada a cabo por la Hermandad sino que ante todo nos garantiza que Roma
acepta continuar, en el futuro, el seguimiento de dicha estrategia tal como
nosotros la hemos concebido”.
De
manera tal que la astucia de la Fraternidad –en combinación con el rezo del
Santo Rosario- le habría hecho aceptar a la Roma modernista su estrategia, esto
es, sus condiciones, sin entregar a cambio nada. Según la Fraternidad, Roma le había
concedido a la Fraternidad esas dos peticiones mediante las cuales ahora ésta
podía “confiar” en la Roma modernista para su futura “reinserción” en la
Iglesia oficial. ¿Pero fue realmente así?
CONFIANZA
He
aquí una historia que se repite. El demonio es habilísimo para hacer entrar en
su juego dialéctico, mediante el diálogo o los falsos razonamientos, a aquellos
que mediante su libre cooperación desea hacer caer. Así entró el pecado al
mundo. La estrategia de Satanás es ofrecer una cosa –digamos, un bien, la
apariencia de un bien- a cambio de una concesión en el terreno de la verdad o
el bien. El diablo sabe nuestros deseos y promete cumplirlos. Mediante el
diálogo incita esos deseos. En este caso, bajo la etiqueta de “conversaciones
doctrinales” tentó a la Fraternidad con darle la posibilidad de ampliar su
terreno de acción, para actuar en todo el orbe “a la mayor gloria de Dios”, a
través de su “reconocimiento” por parte de Roma.
Hubo
entonces, al igual que entre la serpiente y Eva, un intercambio. La serpiente
prometió un fruto de sabiduría, Eva le entregó su desobediencia hacia Dios, y la serpiente
le dio finalmente conocer el pecado y la muerte.
La
Fraternidad, como dijo irónicamente alguien en aquellos días, pidió a Roma una
manzana. Roma le dio una pera. Y la Fraternidad aceptó la pera, diciendo: “Han
cumplido nuestro deseo, no es una manzana, es cierto, pero al menos nos dieron una
pera”. La Fraternidad olvidó que había pedido una manzana, y no una pera.
Habilísima estrategia que hizo entrar a las autoridades de la Fraternidad en la
ambigüedad liberal de Roma.
Se
pidió la libertad de la Misa tradicional. ¿Qué hace Roma? ¿Emite un decreto
diciendo que la Misa tradicional nunca fue abrogada y todo sacerdote tiene
derecho a rezarla sin impedimentos? No. Aprovecha la ocasión para ponerla en
pie de igualdad con la Misa nueva del masón Bugnini, y más aún, la llama “rito extraordinario”.
Y tampoco arbitra en la práctica –como posteriormente se verificará- los medios
para que todo aquel que quiera rezarla pueda hacerlo. Es simplemente una
declaración que mezcla la verdad y el error. Y cuando se mezcla la verdad con
el error, el que sale ganando es el error. ¿Y la Fraternidad? La Fraternidad
tiene (¿tiene?) que tragarse el decreto aunque no le guste. Aunque a algunos
parece que les ha gustado. “Roma locuta,
causa finita”. “La Virgen nos respondió”, dijo el Superior General; “las
dos cruzadas del Rosario han dado sus frutos”. ¿La verdad junto al error,
“enriqueciéndose mutuamente”? ¿San Pío V junto a Lutero? Es una estafa. ¡Inaceptable!
Pero se aceptó. Concesión de la verdad
al Liberalismo, punto a favor de Roma.
Segunda
petición: la Fraternidad pide que se retire el decreto de las “excomuniones” a
sus obispos. Roma responde, muy ladina, con aires de misericordia: levanta las
“excomuniones”, pero no retira el decreto que las había impuesto injustamente.
Son cosas distintas. ¿Qué hace la Fraternidad? Da las gracias. “La Virgen nos
ha escuchado. Podemos confiar en Roma”.
Al
aceptar la medida del Papa, se da por sentado que las excomuniones eran
válidas. Si no, no podría aceptarse el levantamiento. No puede levantarse lo
que no existe. Esto es lo que admite la Carta o declaración de los Padres del Seminario
de La Reja “Cuarenta años de fidelidad” (2): “La Fraternidad Sacerdotal San Pío X agradeció a Roma el decreto sobre
las excomuniones, siendo que éste no las declaraba nulas por injustas, como
hubiera debido, y a algunos les parece que así ha dado a entender que las
considera válidas. Sería cierto si esta fuera la única vez que la Fraternidad
se hubiera manifestado respecto a este asunto”, etc. Es decir que se
reconoce que hubo una concesión en el terreno de la verdad. (3) “Les agradecimos (a Roma) –sigue el
artículo- que nos hubieran dado lo poco
que podían darnos, y tanto ellos como nosotros entendemos lo que decimos”. Pero
este pedido se había hecho, como las mismas autoridades de la FSSPX habían
afirmado, para recuperar la confianza en Roma. Ahora bien, ¿cómo puedo confiar
en aquel que me da algo distinto de lo que le pido, pudiendo dar lo que le
pido? Porque, entendámoslo, si Roma “no puede” anular el decreto de las
excomuniones, con lo cual admitiría su error, ¿cómo pretender entonces que
“pueda” rechazar el Vaticano II y sus venenosas enseñanzas, lo cual requiere
mucho mayor poder? ¿Cómo si Roma no puede dar lo menos, podrá dar lo más?
A
no ser que se le hubiese pedido a Roma lo que Roma concedió, esto es “el
levantamiento de las excomuniones”. Pues Mons. Fellay había dicho: “No temo nada. Puede que haya una voz
discordante aquí o allí. Pero el celo que los fieles pusieron para rezar los
rosarios para pedir el levantamiento de las excomuniones dice bastante
sobre nuestra unión” (4).
En
otra oportunidad, en cambio, dijo el Superior General otra cosa: “Unas conversaciones serias exigen un mínimo
de confianza. Para llegar a crear este clima de mayor serenidad habíamos
solicitado precisamente de Roma algún gesto de aquiescencia como podría ser la retirada
del decreto de excomunión. Esperamos ahora que este trabajo suponga para
toda la Iglesia una mayor claridad doctrinal” (5) Y antes: “Le habíamos pedido [a la Sma. Virgen María]
que se retirara el decreto de las
excomuniones” (6).
Sin
embargo, dijo Roma: “Por medio de la
carta del 15 de diciembre de 2008 enviada a Su Eminencia el Cardenal Darío
Castrillón Hoyos, presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, Mons.
Bernard Fellay, en su nombre y en el de los otros Obispos consagrados el 30 de
junio de 1988, volvía a solicitar el levantamiento de la excomunión
latae sententiae formalmente declarada por Decreto del Prefecto de esta misma Sagrada
Congregación parta los Obispos con fecha del 1º de julio de 1988” (7).
Lejos
de la pretendida victoria de la Tradición, el resto del decreto venía a dejar
en claro quién estaba en la posición de poder y quién se estaba sometiendo: “Su Santidad Benedicto XVI, paternalmente
sensible al malestar espiritual manifestado por los interesados a causa de la
sanción de excomunión, y confiando en el compromiso expresado por ellos en la
citada carta de no ahorrar esfuerzo alguno para profundizar las cuestiones
aún abiertas en necesarias conversaciones con las Autoridades de la Santa Sede,
y poder así llegar rápidamente a una plena y satisfactoria solución del
problema existente en un principio…” No se dice allí que el problema esté
en Roma, ni que las conversaciones sean doctrinales. La “cuestión aún abierta”
no es otra que la aceptación de la Fraternidad del Vaticano II. Pero sigue el
texto del decreto: “Este don de paz,
al término de las celebraciones de Navidad, aspira también a ser un signo para
promover la unidad en la caridad de la Iglesia universal, y por su
medio, quitar el escándalo de la división”. Lo que significó este
decreto fue la firma de un tratado de paz de la FSSPX con la Roma modernista
conciliar, y una aceptación de entrar en la dialéctica del ecumenismo del Vaticano,
en este caso ecumenismo con la Tradición. Pero fijémonos bien que Roma hace
consistir la unidad de la Iglesia en la caridad. ¿Qué decía sobre esto Monseñor
Lefebvre? Lo siguiente: “A menudo nos
dicen que no destrocemos a la Iglesia, que no seamos causa de división, causa
de cisma pero, queridos hermanos, ¿dónde está la unidad de la Iglesia? ¿Qué es
lo que hace la unidad de la Iglesia? Abramos los libros de teología, los libros
de los santos, los libros de los doctores y de los teólogos, y veremos que lo
que hace la unidad de la Iglesia es la unidad de la fe. Se separa uno de la
Iglesia cuando no se tiene la fe católica. Ahí está. Y porque queremos guardar
esta unidad de la fe somos perseguidos por los que están perdiéndola…” (8).
La
Fraternidad aceptó este error en complicidad con la Roma modernista,
contradiciéndose. Por ejemplo, la mencionada carta de los Padres del Seminario
de La Reja, dice: “El católico liberal ve
en la doctrina precisa y definida un obstáculo a la libertad y un factor de división
–pues en la vida de la Iglesia las definiciones doctrinales fueron dejando en
claro quiénes habían caído en herejía y quiénes no; por eso ha promovido el subjetivismo
y la ambigüedad, buscando la unión de los hombres no en la
doctrina sino en la “convivencia”, no en la fe sino en un “amor” sin
verdad”.
Pues
bien, lo que se condena en esas palabras –que suenan muy bien a los oídos
tradicionales- se aceptó en el decreto romano. Nunca escuchamos una crítica al
mismo de parte de quienes habían escrito aquello. Eso entre tantas cosas fue lo
que generó la confusión en los fieles, que sin “estrategias” sino con el
sentido común y despierto del católico de a pie, habían visto estas
contradicciones y, por supuesto, protestaron.
Dice
también esa carta: “La dinámica de un
acuerdo puramente práctico nos pone bajo las órdenes de quienes nos mandan la
demolición de la fe de la Santa Iglesia, abrazando el modernismo; nos obliga
a convivir con el error sin denunciarlo, lo que implica faltar a la
confesión pública de la fe y comenzar ya a ser liberales”. Después
de decir estas cosas tan combativas, de sabor tan católico, la carta se dedica
a intentar justificar la actitud ambigua de la Fraternidad en la aceptación del
decreto de Roma, un decreto erróneo que no denunciaron y rechazaron sino que
aceptaron. ¡Increíble contradicción!
Debemos en este punto recordar estas insignes palabras de Mons. Ezequiel
Moreno, Obispo de Pasto, Colombia, verdadero campeón en la lucha contra el
Liberalismo: “Creo que uno de los venenos
más activos y eficaces con que cuenta el infierno es la mezcla de la verdad y
el error, de lo bueno y de lo malo… Yo he gritado contra ese
mal, y aún he sufrido por gritar; no me arrepiento de haber gritado: si en este
punto tengo que arrepentirme, será de no haber gritado más. La fe se va
perdiendo: el liberalismo ha ganado lo indecible y esta espantosa realidad
proclama con tristísima evidencia el más completo fracaso de la pretendida
concordia entre católicos y liberales. No cabe la tal concordia sin
perjuicio del catolicismo”(9).
Sigamos
con la citada carta, en línea con la estrategia de Mons. Fellay y sus
asistentes: “Hicimos estas dos peticiones
para que nuestro testimonio pudiera servir a los demás católicos que viven en
la perplejidad, porque ante los ojos de ellos ¿cómo podía presentarse la
Fraternidad a defender ante el Papa una doctrina que es el alma de la liturgia
tradicional, si tanto esta liturgia como la misma Fraternidad no aparecían como
rehabilitadas por el mismo Papa?”.
Se
dice allí “como rehabilitadas”, no “rehabilitadas”. Hay una sutil diferencia.
Es la imagen de una rehabilitación sin serlo. Rehabilitar algo es “habilitar o
restituir una persona o cosa a su antiguo estado”. Pero lo que hizo el Papa con
la Misa tradicional fue colocarla con la misma validez que la Misa del Vaticano
II, e incluso por debajo al llamarla “extraordinaria”. ¡No hay rehabilitación!
Y tampoco la hubo con la Fraternidad, porque ésta no ocupó un lugar “regular”
en la Iglesia en cuanto tal. Y todavía se dice que fueron “dos concesiones” de
Roma, cuando fue todo lo contrario.
Otro
párrafo del Decreto de la Sagrada Congregación para los Obispos deja en claro
qué estrategia era la victoriosa: “Deseando
que este paso sea seguido sin tardanza de la plena comunión con la
Iglesia de toda [toda, por eso excluyeron a Mons. Williamson, no
quieren personajes molestos en Roma] la Hermandad
San Pío X, en testimonio de una verdadera fidelidad y de un verdadero
reconocimiento del Magisterio [¿cuál Magisterio, el del Vaticano II?] y de la autoridad del Papa a través de la
prueba de la unidad visible”.
FUERA
DE LOS TRÁMITES DE LA VERDAD
Entonces,
con el decreto de levantamiento de las excomuniones, aceptado por las
autoridades de la Fraternidad, fue otra vez punto a favor de Roma. Y luego las
autoridades de la Fraternidad se devanaron los sesos e hicieron malabares
semánticos para explicar por qué se aceptó una cosa que no se pidió y sin
embargo los satisfacía. Una argumentación intrincada se utilizó para explicar
la falta de claridad.
Es
lo que puede verse en Monseñor de Galarreta (10), cuando dijo: “Nos alegramos y agradecimos ese decreto,
precisamente en cuanto nos quita ese estigma, en cuanto nos quita ese estigma,
en cuanto quita esa condenación a lo que representamos, que es la verdadera
Tradición católica, que es la verdadera Fe católica. Y ese primer aspecto
allana el camino para que podamos discutir sobre doctrina, sobre Fe, con esta
Roma” (Luego se vería que los “lefebvristas” seguirían siendo mal
considerados o tratados como “excomulgados” o “cismáticos” y que las mentadas
“discusiones doctrinales” serían un completo fracaso). Sigue Mons. De
Galarreta: “Ahora, que nos alegremos de
eso no quiere decir que el decreto en sí mismo nos parezca bueno. Es evidente
que ese decreto no responde ni a la realidad, ni a la verdad, ni a la
justicia”. Repitamos con otras palabras: la Fraternidad se alegra por
un decreto irreal, mentiroso e injusto. No lo rechaza ni condena
categóricamente. Apenas esboza una tímida divergencia. Lo agradece y se alegra.
Y lo acepta porque se obra “por el bien de la Iglesia”. Es decir: dejemos a un
lado la Verdad, la afirmación clara y limpia, íntegra de la verdad. Aceptemos
la turbia declaración liberal con sus equívocos e injusticias, en nombre del
bien. Es la astucia liberal que obliga a justificar la ambigüedad y el error
por las buenas intenciones. Y desliga el Bien de la Verdad. Nosotros respondemos
a semejante engaño y claudicación con San Ireneo de Lyon: “Jamás se vence el error con el sacrificio de
un derecho cualquiera de la Verdad”. Y con San Agustín: “Si por otros medios no pudiera ser arrancada
de sus cavernas la herética impiedad, sino desviándose la lengua católica de
los trámites de la verdad, prefiero que quede sin desenmascarar la herejía,
antes que permitir que la lengua católica recurra a la mentira” (11).
Una
vez sacrificado el derecho de la verdad a no mezclarse con el error en el altar
de la “caridad”, ¿cómo se pretende que la verdad, que fue apartada en un
principio, vuelva a sus fueros luego, si no se empieza por reconocer que hubo
un error? ¿Cómo no engañarse a sí mismos, creyendo en la propia astucia,
sostenida por una falsa visión sobrenatural, cuando se está haciendo todo para
que venza la estrategia sutil de Satanás? ¿Cómo compararse con David frente a
Goliat? Porque, si como afirma Mons. De Galarreta, “David ganó la batalla porque su causa era la causa de Dios”, no
dice que David no hizo dialéctica ni diplomacia con el gigante Goliat, sino que
lo golpeó donde debía, yendo de frente pero a la vez manteniendo la debida
distancia para no ponerse a su alcance. Su piedra fue firme, directa y exacta
como la verdad. David sabía que no podía ponerse a conversar con Goliat. Tenía
que combatir. No firmar un tratado de paz, como hizo la Fraternidad.
Ahora,
que los líderes de la Fraternidad se creyeran el cuento (por lo menos algunos,
no conocemos sus intenciones ni las juzgamos) de que la Roma modernista estaba
dispuesta a discutir el Vaticano II, que es toda su razón de ser, su programa,
su sostén, prueba hasta qué punto la ceguera y/o la ingenuidad culpables de la
Fraternidad han ido de la mano con la soberbia de creerse mucho más de lo que se
era, como “predestinados” al triunfo y reconquista de Roma por la asistencia
infalible de la Santísima Virgen, como si ésta fuera a convalidar las maniobras
liberales de la Fraternidad. Y, habiendo perdido el amor a la verdad sin
mancha, la ambigüedad liberal se instaló silenciosamente en la propia palabra y
en el pensamiento. Y se pasó de ser “conquistadores” de Roma a ser poco a poco
conquistados.
Pero
Dios misericordioso mostró qué era lo que Él quería. Y tras esta “limpieza” del
estigma, tras esta cirugía plástica que limpió las cicatrices del combate, vino
la asombrosa persecución mediática a raíz de las “torpes declaraciones” (Mons.
Fellay dixit) de Monseñor Williamson sobre el nuevo dogma de fe de la Iglesia
conciliar-judaica (12). Y a partir de entonces todo empezó a dividirse, a
distinguirse, a separarse, para poder ver más claro. Y la verdad (en este caso
personificada en Mons. Williamson, quien es probable que haya dicho cosas
urticantemente verdaderas en lugares inadecuados debido a su imposibilidad de
decir las cosas verdaderas dentro del lugar donde le correspondía o deseaba, y
cuya “crucifixión” mediática puede entenderse como el precio que tuvo que pagar
por no haberse opuesto públicamente a las supuestas medidas “favorables” del Vaticano
hacia la FSSPX, en definitiva, un acto misericordioso de N. S. hacia Mons. Williamson
y los tradicionalistas resistentes), la verdad, decimos, termina siendo
excluida, expulsada, de la Fraternidad. Decimos la verdad entera, no a medias.
Y, limpia de marcas o manchas de “excomuniones” (que no existen pero se
levantan), la Fraternidad se encamina paso a paso hacia el ansiado
“reencuentro” con la Roma conciliar. Si no por un acuerdo práctico, por una
dilución paulatina de su propia identidad y razón de ser. Lo mismo da, ya que
el objetivo de la Roma modernista es acabar con la resistencia de la
Fraternidad, dentro o fuera del aparato conciliar.
Desde
luego que tanto Mons. De Galarreta como el P. Caqueray rechazan en sus
artículos un acuerdo meramente práctico. Pero la estrategia de Satanás –que
hace creer a la Fraternidad que es su estrategia la que avanza- ya ha inoculado
el virus liberal en las venas de la Fraternidad, y cumplidas las dos primeras
etapas “exitosamente” –las dos solicitudes “concedidas” por Roma más las
discusiones doctrinales- se trabaja en el cumplimiento de la tercera. Téngase
presente que Roma concedió otras cosas de las que aparentemente la Fraternidad
le pidió, y ésta las aceptó igual. Y Roma –o el Papa- no aceptó cambiar su
punto de vista sobre el Vaticano II, pero la Fraternidad aceptó estas
discusiones, aún sin acuerdo, como un signo de benevolencia. En especial de
parte del Papa, a quien se insiste en despegar del resto de los modernistas,
como si Benedicto XVI no fuera su jefe. Por eso en esta suma de errores y
ambigüedades, las autoridades de la Fraternidad están dispuestas a cumplir la
tercera etapa. Aunque los plazos parecen estirarse, la estrategia no varía y no
lo hará hasta que no se vea por completo la verdad y vuelva a afirmársela sin
miedos ni ambigüedades.
Digámoslo
otra vez, más sencillamente, como recordatorio:
Primero
pidieron libertad para tomar un vaso de vino, pero Roma se lo entregó junto con
un vaso de vino envenenado (la nueva Misa), pues “ambas bebidas se enriquecen
mutuamente”. Dijeron: “Gracias, no está bien pero a caballo regalado no se le
miran los dientes” (problema: este caballo no pudo correr nunca, estaba cojo o
era encerrado en el stud). Todo el
mundo puede tomar del buen vino…pero también del vino envenenado.
Segundo.
Pidieron una manzana y les dieron una pera. “No es lo que pedimos, pero sabemos
de sus buenas intenciones. Gracias por dárnosla y cumplir nuestras
condiciones”.
Tercero,
dijeron: hablemos de doctrina. Pero Roma hizo oídos sordos a las conversaciones
(“como si no hubiesen existido”, dijo
Mons. Fellay). Pero entonces, cuando lo lógico era que la Fraternidad, visto
este desinterés de Roma por la doctrina, dijera adiós, Mons. Fellay dijo: “Dejemos las puertas abiertas”. La
Fraternidad respondió “No nos pusimos de acuerdo, pero se sentaron a la misma
mesa con nosotros. Eso es importante, eso indica algo. Debemos confiar en
ellos, son nuestros amigos, si no, nos habrían rechazado desde un principio”. ”Es realmente tiempo de entender –dijo
Mons. Fellay (13)- que en la Iglesia
oficial no hay únicamente enemigos, aunque a veces sea muy difícil hacer un
debido discernimiento”.
Así,
cada etapa avanzada fue reforzando el sutil liberalismo de los líderes de la
Fraternidad, al punto que finalmente ésta terminó adoptando los mismos métodos
que usan los liberales con los que resultan inconvenientes por sus
cuestionamientos o dicen en voz alta y claramente la verdad: el silenciamiento.
Por ejemplo, no pudiendo refutar los escritos de Mons. Williamson, no pudiendo
demostrar que éstos eran falsos o erróneos, se lo mandó callar y, finalmente,
se lo castigó del mismo modo que la Iglesia liberal había hecho con Mons.
Lefebvre. Lo mismo que hacen los judíos con el intocable tema del “Holocausto”.
¿Hay discusión? ¿Hay debate? No. Silenciamiento y persecución. Ellos piden que
se les quite el estigma de “excomulgados”, pero luego se dedican a poner
estigmas a los que disienten con ellos: “sedevacantistas”, “católicos salvajes”,
“desequilibrados”, “rebeldes”, “exaltados”, “desobedientes”, etc. Ellos piden discutir
con Roma modernista, pero se niegan a discutir con los antimodernistas dentro
de la Fraternidad. De esta forma los dirigentes de la Fraternidad han venido a
caer en una tremenda doblez o contradicción liberal. Porque, además, para supuestamente
poder criticar al modernismo desde adentro de Roma, censura a los que critican
al modernismo desde afuera de Roma. Y si hoy no se puede criticar desde afuera,
¿cómo se cree que podrán hacerlo estando adentro?
Si
queda claro que el liberal no quiere la verdad, sino la conveniencia, es
evidente que las “discusiones doctrinales” han sido una “instalación” (en el
argot de los “artistas” modernos), una puesta en escena de los modernistas,
para dar tiempo de preparación y poder llegar a la última etapa en la
“estrategia de la Hermandad” con los resistentes y fieles ablandados, cansados
y confundidos. De tal modo que olvidados muchos de la doctrina, pasara a
prevalecer en sus mentes la “regularización”.
Años
de diálogo interreligioso –la religión modernista del hombre y la religión
católica de Dios- hicieron que los segundos olvidaran que el diálogo fue el
instrumento para casar la Iglesia con la Revolución, como enseñara Mons.
Lefebvre. Y entonces, si no se combate al enemigo, uno se vuelve como él.
TENIAMOS
RAZON EN INQUIETARNOS
“Guardemos la tranquilidad y tengamos
confianza en el Superior de la Fraternidad San Pío X” (14).
“Queridos amigos, ¡no se
inquieten tanto por lo que viene!” (15).
Lo
que vino fue la desobediencia a Mons. Lefebvre, el casi acuerdo práctico sin
acuerdo doctrinal con Roma, el silenciamiento, hostigamiento y expulsión de un
obispo, la expulsión o ida de sacerdotes, la marginación y salida de muchos
fieles, la inquietud, la adopción de un lenguaje acomodaticio y ambiguo, la
pérdida de confianza y credibilidad en las autoridades, la división interna, el
desprestigio de la congregación, etc. ¡Teníamos razón en no ser ilusos, en no
ser soñadores! ¡Y no basta con decir “estén tranquilos” para que los fieles
dejen de ver las contradicciones de sus superiores, si no se dan las respuestas
claras y verdaderas que se necesitan! ¡Por algo hay tantos llamados a la tranquilidad
y la obediencia ciega de los fieles! ¡Por algo tantas llamadas a evitar la
Internet (completamente diabolizada para tal fin) y atenerse sólo a las
publicaciones y declaraciones oficiales de la Fraternidad! Eso que ha ocurrido
es el desprecio de la verdad y, de consuno, no odiar lo que odia Dios. Porque “Dios ama a los que odian el mal” (Salmo
96, 10) y “Si amas a Cristo debes
aborrecer lo que Él aborrece” (San Agustín).
La
estrategia de Satanás es hacernos mezclar el error con la verdad; aceptar
medios impuros para buscar la pureza; mirar el fin y no los medios; desconectar
las consecuencias de los principios que las originan; aceptar la conciliación
de los opuestos. Esa estrategia que despliega la Masonería bajo la máscara de
la caridad y la filantropía, sub angelo
lucis, y que hace caer a los que olvidan aquello de San Juan: “Ahora el
mundo está en poder del demonio”. Por eso el que quiera andar por el sendero marcado
por Monseñor Lefebvre, que es el de Nuestro Señor Jesucristo, siguiendo su
ejemplo, ha de volver siempre a recordar lo que nos enseña Nuestro Señor: “Diréis (solamente): Sí, sí; No, no. Todo lo
que excede a esto, viene del Maligno” (Mt. 5, 37).
NOTAS:
(1)
Revista Fideliter
Marzo-Abril 2009 y Tradición Católica
Marzo-Abril 2009.
(2)
Iesus Christus 121, Enero-Febrero de 2009.
(3)
El Padre de Cacqueray, Superior del Distrito de
Francia, había dicho entre otras cosas, en
La Porte Latine, el 1º de enero del 2009: “Si se tratase realmente del retiro del decreto –y no de un
levantamiento de las excomuniones- sería entonces el principio de la reparación
de la injusticia inaudita conocida, y podríamos alegrarnos (…) Si, en cambio,
se tratase de un “levantamiento de las excomuniones”, las cosas serían de muy
otra manera. No correspondería a nuestro segundo preliminar y no lavaría de
ninguna manera a nuestros obispos de los malos pleitos que se les hizo. Dejando
creer que las penas pronunciadas no eran nulas y que incluso se merecían, ¿no
resultaría, en cierto sentido al menos, un nuevo mal más profundo? Roma
entonces habría retirado, con una apariencia compasiva, sanciones que se
encontrarían, por el mismo acto, confirmadas como válidas, e incluso impuestas
legítimamente”.
(4)
Le Temps, 26 de enero de 2009.
(5)
Entrevista el
16 de febrero de 2009, diario Le
Nouvelliste, Suiza.
(6)
24 de enero
de 2009.
(7)
Decreto de la
Sagrada Congregación para los Obispos, Card. Giovanni Battista Re, 21 de enero
de 2009.
(8)
Sermón en Fátima, 22 de
agosto de 1987.
(9)
Testamento, 6 de
octubre de 1905.
(10)
Sermón en el Seminario de La Reja, 15 de enero de
2009.
(11)
C. Mendatium 7, 17.
(12)
“Quien niega
la Shoa no sabe nada ni del misterio de Dios ni de la Cruz de Cristo”, dijo
el vocero oficial del Vaticano, P. Federico Lombardi en enero del 2009.
(13)
Cor Unum 96, junio 2010.
(14)
P.
Bouchacourt, Editorial Iesus Christus Nº104.
(15)
“Cuarenta años
de fidelidad”, Padres del Seminario de La Reja.