“¡Viva Jesús! ¡Viva su Cruz!
“Si conocieras
en detalle mis cruces y humillaciones, dudo
que
tuvieras tantas ansias de verme. En
efecto, no puedo llegar a ninguna parte sin hacer partícipes de mi cruz a mis
mejores amigos, frecuentemente a pesar mío y a pesar suyo. Todo el que me
defiende o se declara en mi favor, tiene que sufrir por ello y a veces caer bajo
la furia del infierno, a quien combato; del mundo, al que contradigo; de la
carne, a la que persigo. Un enjambre de pecadores y pecadoras a quienes ataco
no me da tregua ni a mí ni a los míos. Siempre alerta, siempre sobre espinas,
siempre sobre guijarros afilados, me encuentro como una pelota en juego: tan
pronto la arrojan de un lado, ya la rechazan del otro, golpeándola con
violencia. Es el destino de este pobre pecador. Así estoy sin tregua ni
descanso desde hace trece años, cuando salí de San Sulpicio.
“No obstante,
querida hermana, bendice al Señor por mí. Pues me siento feliz en medio de mis
sufrimientos, y no creo que haya nada en el mundo tan dulce para mí como la
cruz más amarga, siempre que venga empapada en la sangre de Jesús crucificado y
en la leche de su divina Madre. Pero además de este gozo interior hay gran
provecho en llevar la cruz. ¡Cuánto quisiera que pudieras ver mis cruces!
¡Nunca he logrado mayor número de conversiones que después de los entredichos
más crueles e injustos!”.
San
Luis María Grignion de Montfort, Carta a su
hermana Sor Catalina, 15 de agosto de 1713.