El día
de la Anunciación señala un gran progreso de la gracia y de la caridad en el
alma de María.
Conveniencia de la Anunciación
Como lo
explica Santo Tomás (1) convenía que el anuncio de la Encarnación
fuese hecho a María, para que fuese instruida y pudiese dar el consentimiento.
Por él, dicen los Padres, concebía espiritualmente al Verbo, antes de
concebirlo corporalmente. Dio este consentimiento sobrenatural y meritorio,
añade Santo Tomás, en nombre de la humanidad, que tenía necesidad de ser
regenerada por el Salvador prometido. Convenía también que la Anunciación fuese
hecha por un ángel, como embajador del Altísimo. Un ángel rebelde había sido la
causa de la perdición y de la caída, un ángel santo, el más elevado de los
arcángeles, anuncia la redención (2).
Convenía
también que María fuese instruida del misterio que se iba a realizar en ella,
antes que S. José, pues era superior a él por su predestinación a la maternidad
divina. Convenía, en fin, que la Anunciación se hiciese por una visión corporal
acompañada de una iluminación intelectual, porque la visión corporal, en estado
de vigilia, es más segura que la visión por la imaginación que se hace algunas
veces en sueño, como aquella con que fue favorecido S. José, y la iluminación
sobrenatural de la inteligencia indicaba infaliblemente el significado de las palabras
anunciadas (3). La alegría y la seguridad sucedieron al
temor y al asombro, cuando el ángel dijo a María: No temas, María, porque
has encontrado gracia delante de Dios. He aquí que concebirás en tu seno y
darás a luz un hijo, y le darás el nombre de Jesús. Este será grande y será
llamado Hijo del Altísimo... El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te hará sombra
la virtud del Altísimo. Y por eso lo santo que nacerá de ti, será llamado Hijo
de Dios (Luc, I, 30-35). El ángel añade una señal y la razón del suceso: Ya
Isabel, tu parienta, ha concebido también un hijo en su vejez., y éste es su
sexto mes, en ella que es llamada la estéril: porque no hay cosa alguna imposible
para Dios (ibíd., I,
36-38).
María
dio entonces su consentimiento, diciendo: He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra (ibíd., 38).
Bossuet
hace notar en las Elevaciones sobre los misterios, XII semana, elevación
VI, que la Santísima Virgen ha manifestado por este consentimiento tres
virtudes principales: La santa virginidad, por la alta resolución de
renunciar para siempre a todos los placeres de los sentidos; la humildad
perfecta ante la infinita grandeza de Dios que se inclina hacia ella; la
fe, porque era necesario concebir en su espíritu al Hijo de Dios, antes de
concebirlo en su cuerpo. Por esto le dirá Isabel: “Bienaventurada la que creyó,
porque cumplido será lo que te fue dicho de parte del Señor” (Luc, I, 45).
Manifestó también una gran confianza en Dios y gran valor, pues no
ignoraba las profecías mesiánicas, principalmente las de Isaías, que anunciaban
los grandes sufrimientos del Salvador prometido y en las que debía participar
María.
Lo que
más admira a las almas interiores en la Santísima Virgen, en el día de la
Anunciación, es el total olvido de sí misma, que es seguramente el
summum de la humildad. No pensó más que en la voluntad de Dios, en la
importancia de este misterio para la gloria divina y para la salvación de las almas.
Dios, grandeza de los humildes, ha sido su única grandeza, y por lo tanto su
fe, su confianza y su generosidad han estado a la altura del misterio en el que
debía participar.
Fulano
es a lo mejor y se estima como el mayor poeta de su época, tal otro el mayor
filósofo o el mayor político y éstos ponen su grandeza en su genio. La
Santísima Virgen, la más sublime de todas las criaturas, se olvidó totalmente
de sí y puso toda su grandeza en Dios. Deus humilium celsitudo (4), Dios, grandeza de los humildes, reveladnos la humildad de María,
proporcionada a la profundidad de su caridad.
Santo
Tomás (5) nota que en el instante de la Encarnación hubo en María, por la
presencia del Verbo de Dios hecho carne, un gran aumento de la plenitud de
gracia. Si no había sido antes confirmada en gracia, lo fue en este momento.
Razones de este gran aumento de gracia y de caridad
Se han
dado tres razones de este acrecentamiento de la vida divina en María,
considerando la finalidad de la gracia en sí, la causa de esta gracia y,
finalmente, el mutuo amor del Hijo de Dios y de su santa Madre.
Primero,
por relación con el misterio mismo de la Encarnación, conviene este
acrecentamiento grandemente, como preparación próxima e inmediata para la
maternidad divina. En efecto, debe existir una proporción entre la disposición inmediata
para una perfección y esa misma perfección. La maternidad divina es, por su fin
de orden hipostático, muy superior, no sólo al de la naturaleza, sino también
al de la gracia. Es necesario, pues, que hubiese en María un aumento de la
plenitud de la gracia y de la caridad que la hiciese inmediatamente digna de
ser Madre de Dios y que la preparase para su misión excepcional y única en
relación con el Verbo hecho carne.
Segundo,
el mismo Hijo de Dios, al hacerse presente en María, quedaba obligado a
enriquecerla con una gracia mayor. Él es, en efecto, por su divinidad, la causa
principal de la gracia; la merece por su humanidad y es la causa instrumental de
la misma. La bienaventurada Virgen fue, entre todas las criaturas, la más
cercana a Cristo según la humanidad, puesto que de ella recibió su naturaleza
humana. María debió, pues, obtener, en el momento de la Encarnación, un gran
aumento de la plenitud de la gracia.
La
venida del Verbo hecho carne a ella, debió realizar todo lo que produce la
comunión más fervorosa y más. En la Eucaristía, Nuestro Señor se da todo entero
bajo las apariencias de pan; por la Encarnación se entregó a María en su
verdadera forma y por contacto inmediato, que producía por sí mismo, ex opere operato, más y mejor que el más
perfecto de los sacramentos, un aumento de la vida divina.
Todos
los efectos de la comunión sacramental están aquí superados, sin comparación.
En la comunión sacramental Jesús se da a nosotros para que vivamos de Él; en la
Encarnación se dio a María, pero Él vive también de ella por su naturaleza humana,
pues de ella toma su alimento y el desarrollo de su cuerpo que se está formando
en su seno; Él, en cambio, alimenta espiritualmente el alma santa de María,
aumentando en ella la gracia santificante y la caridad.
En
tercer lugar, el amor recíproco del Hijo por su Madre y de la Madre hacia su
Hijo confirma lo que acabamos de decir. La gracia es efectivamente el fruto del
amor activo de Dios hacia la criatura que Él llama a participar aquí en la tierra,
cada vez más, de su vida íntima, antes de comunicarle el florecimiento de la
vida eterna. Ahora bien, si el Verbo ama a todos los hombres por los cuales se
dispone a dar su sangre, si ama especialmente a los elegidos, y entre éstos a
los apóstoles, a los que va a elegir como ministros suyos, y a los santos que
irá llamando en el transcurso de los siglos a una gran intimidad con Él, ama
todavía muchísimo más a su Madre, que le va a estar mucho más unida que nadie
en la regeneración de las almas. Jesús, en cuanto Dios, ama a María con un amor
especialísimo, que produce en ella una superabundancia de vida divina capaz de
desbordar sobre las demás almas. La ama también como hombre, y como hombre
merece todos los efectos de nuestra predestinación (6), y por consiguiente todos los efectos de la predestinación de María,
principalmente el aumento de la caridad que la conducirá hacia la plenitud final
de la vida del cielo.
Finalmente,
este doble amor de Jesús, como Dios y como hombre, para con su santa Madre,
lejos de hallar en ella ningún obstáculo, encuentra ya desde esta vida la más
perfecta correspondencia al amor maternal que María tiene por Él. Desde luego se
derramaba en ella con una medida que no sabemos nosotros apreciar y que
superaba considerablemente a la que gozaban sobre la tierra los mayores santos
llegados a la cumbre de la vida unitiva.
Si las
madres, muchas veces, son capaces de un amor heroico y de los mayores
sacrificios para con sus hijos expuestos a grandes sufrimientos, cuánto más lo
sería María para con su Hijo único, al que amaba con un corazón de
virgen-madre, el más tierno y puro que existió jamás y al que amaba también como
a su Dios. Tenía para con Él, no sólo el amor maternal de orden natural, sino
un amor esencialmente sobrenatural, originado de su caridad infusa, en grado
elevadísimo y que no cesaba de crecer.
Como
dice el P. Hugon (7), al hablar del tiempo en que el cuerpo del
Salvador se estaba formando en el seno de María: "Debió de realizarse en
ella un progreso ininterrumpido durante los nueve meses, ex opere operato, por así decirlo, debido al contacto permanente con
el Autor de la santidad... Si la plenitud en el primer instante en que el Verbo
se hace carne, es ya incomprensible para nosotros, ¡qué grado debió alcanzar en
el nacimiento del Niño Dios! (Después) cada vez que le daba a beber su leche
virginal, recibía en cambio, el alimento de las gracias Cuando lo acuna
dulcemente y le da sus besos de virgen y de madre, recibe del niño el beso de
la divinidad, que la hace más pura y más santa todavía." Esto mismo nos
dice la sagrada liturgia (8). Cuando cese este contacto físico, no cesará
la caridad de María y su amor maternal sobrenatural hacia Jesús, sino que irá
en aumento hasta la muerte. La gracia, lejos de destruir a la naturaleza en lo
que tiene de bueno, la perfecciona en una medida indecible para nosotros.
(1) III°,
q. 30, a. 1, 2, 3, 4.
(2) III°,
q. 30, a, 3.
(3) Ibíd., a. 4.
(4) Así
comienza en el misal la oración de la misa de S. Francisco de Paula, el 2 de
abril, y en el misal dominicano, la de la misa del B. Martín de Porres, el 5 de
noviembre. — S, ALBERTO MAGNO, en su Mariale, ha escrito páginas
magníficas sobre la humildad de María a la que consideraba como a su Madre y su
inspiradora; no cesa de ensalzar, en toda la obra, la grandeza de sus virtudes.
(5) III', q. 27, a. 5, ad. 2, texto ya citado:
"In Beata Virgine fuit triplex perfectio gratiae. Prima quidem quasi
dispositiva, per quam reddebatur idónea ad hoc quod esset Mater Christi, et
haec fuit prima perfectio sanctificationis. Secunda autem perfectio gratiae fuit in Beata Vírgine ex praesentia
Filii Dei in ejus útero incarnati.
(6) Cf.
SANTO TOMÁS, IIP, q. 24, a. 4.
(7)
Marie, pleine de gráce, 5» edic, 1926, p. 46.
(8)
Himno del Oficio de Vísperas de la Sagrada Familia.
O lux
beata caelitum
et
summa spes mortalium,
Jesu, o
cui domestica
arrisit
orto caritas:
María,
dives gratia,
o sola
quae casto potes
fovere
Jesum pectore
cum lacte
donans oscula.
R.P. Reginald Garrigou-Lagrange. La Madre del Salvador y nuestra vida
interior.