Enseña
la teología católica que no todos los pecados graves son igualmente graves, aun
dentro de su esencial condición que los distingue de los pecados veniales. Hay
grados en el pecado, aun dentro de la categoría de pecado mortal, como hay
grados en la obra buena dentro de la categoría de obra buena y ajustada a la
ley de Dios. Así el pecado directo contra Dios, como la blasfemia, es pecado
mortal más grave de sí que el pecado directo contra el hombre, como es el robo.
Ahora bien, a excepción del odio formal contra Dios y de la desesperación
absoluta, que rarísimas veces se cometen por la criatura, como no sea en el
infierno, los pecados más graves de todos son los pecados contra la fe. La
razón es evidente. La fe es el fundamento de todo orden sobrenatural; el pecado
es pecado en cuanto ataca cualquiera de los puntos de este orden sobrenatural;
es, pues, pecado máximo el que ataca el fundamento máximo de dicho orden.
Un
ejemplo lo aclarará. Se ocasiona una herida al árbol cortándole cualquiera de
sus ramas; se le ocasiona herida mayor cuando es más importante la rama que se
le destruye; se le ocasiona herida máxima o radical si se le corta por su
tronco o raíz. San Agustín, citado por Santo Tomás, hablando del pecado contra
la fe, dice con fórmula incontestable: Hoc est peccatum quo tenentur cuncta
peccata: "Pecado es éste en que se contienen todos los pecados". Y el
mismo Ángel de las Escuelas discurre sobre este punto, como siempre, con su
acostumbrada claridad. "Tanto, dice, es más grave un pecado, cuanto por él
se separa más el hombre de Dios. Por el pecado contra la fe se separa lo más
que puede de El, pues se priva de su verdadero conocimiento; por donde,
concluye el santo Doctor, el pecado contra la fe es el mayor que se
conoce". Pero es mayor todavía
cuando el pecado contra la fe no es simplemente carencia culpable de esta
virtud y conocimiento, sino que es negación y combate formal contra dogmas
expresamente definidos por la revelación divina. Entonces el pecado contra la
fe, de suyo gravísimo, adquiere una gravedad mayor, que constituye lo que se
llama herejía. Incluye toda la malicia de la infidelidad, más la protesta
expresa contra una enseñanza de la fe, o la protesta expresa a una enseñanza
que por falsa y errónea es condenada por la misma fe. Añade al pecado gravísimo
contra le fe la terquedad y contumacia en él, y una cierta orgullosa
preferencia: la da razón propia sobre la razón de Dios.
De
consiguiente, las doctrinas heréticas y las obras hereticales constituyen el
pecado mayor de todos, a excepción de los arriba dichos, de los que, como ya
dijimos, sólo son capaces por lo común el demonio y los condenados. De
consiguiente, el Liberalismo, que es herejía, y las otras liberales, que son
obras hereticales, son el pecado máximo que se conoce en el código de la ley
cristiana. De consiguiente (salvo los casos de buena fe, de ignorancia y de
indeliberación), ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u
homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su
justicia infinita. No lo comprende así el moderno Naturalismo; pero siempre lo
creyeron así las leyes de los Estados cristianos hasta el advenimiento de la
presente era liberal, y sigue enseñándolo así la ley de la Iglesia, y sigue
juzgando y condenando así al tribunal de Dios. Sí, la herejía y las obras
hereticales son los peores pecados de todos, y por tanto el Liberalismo y los
actos liberales son ex genere suo, el mal sobre todo mal.
R. P. Félix Sardá y Salvany – “El
liberalismo es pecado”