¿Qué hay de verdad en estas pretensiones
judaicas? ¿Lograrán esta dominación universal? ¿En qué medida? He aquí un
problema difícil, cuya solución exigiría detenido examen. Es mejor omitir su
tratado.
Lo que sí se puede decir es que hoy todas las
fuerzas del mal que se han ido engendrando, consciente o inconscientemente,
desde el Renacimiento hasta aquí, paganismo del Renacimiento, protestantismo,
racionalismo, capitalismo, liberalismo, laicismo, socialismo, comunismo, todas
ellas trabajadas por el virus del odio a Cristo y a su Iglesia, se están
movilizando en un frente único…. frente compacto, arrollador… y estas fuerzas
están satánicamente comandadas por la Franc-masonería y sobre todo por el
Judaísmo. Los judíos, desde el Gólgota hasta aquí, no han abandonado su tarea
de crucificar a Cristo. Ahora como entonces, ellos han tramado en el secreto su
plan diabólico que los gentiles han de ejecutar… Y están ejecutando. La lucha
se establece, entonces, terrible, decisiva, entre el Judaísmo y el Catolicismo.
Muchos dicen entre Moscú y Roma. Pero Moscú no ha sido más que un simple
cuartel del Judaísmo Universal. La estatua que allí se ha querido levantar a
Judas es todo un símbolo.
La lucha se entabla furiosa entre Ismael e
Isaac, entre Esaú y Jacob, entre Caín y Abel. Caín está por asestar el golpe
mortal sobre su hermano Abel. El judío, que fue siervo de la Iglesia, está
logrando la revancha absoluta sobre su antiguo amo.
¿La logrará? ¿Vencerá Goliat a David?
Dios lo sabe. Pero unos son los planes de los
hombres y otros son los planes de Dios. Y Dios sabe dirigir y encaminar los
aciertos y desaciertos de los hombres para realizar sus fines secretísimos.
No hay duda que la mixtura de judíos y de
cristianos, que se viene operando desde el Renacimiento, es perniciosa, porque
la cizaña no se debe sembrar con el trigo, y esta mixtura nos tiene ahora
abocados a una colisión catastrófica, cuyo desenlace es difícil presagiar.
Pero si Dios la permitió, algo bueno se ha de
poder sacar de esta mixtura.
¿Y qué bien puede sacar de ella el Señor?
En primer lugar, hacer expiar a las naciones
cristianas sus impiedades de siglos, para que vuelvan contritas al Señor. Dios
no llamó a los beneficios de la fe a los pueblos bárbaros para que éstos se
entregaran a las idolatrías y abominaciones de los tiempos modernos. Los
pueblos cristianos, con Francia, la hija primogénita de la Iglesia a la cabeza,
debían ser los heraldos de la Fe y del Amor cristiano entre los pueblos de
Oriente y Occidente, para que en toda la tierra fuese conocido e invocado el
nombre del Señor. En cambio, han sido los heraldos del pecado.
Hay que expiar, entonces, estas culpas. Y así
como el pueblo judío, que renegó de Cristo, fue entregado al cautiverio
oprobioso de los otros pueblos, así ahora los gentiles conoceremos el oprobio
de la esclavitud judaica.
No olvidemos que Cristo profetizó a los judíos:
Vendrán días de venganza… habrá gran apretura e ira sobre la tierra para este
pueblo… y caerán al filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las
naciones, y Jerusalén será hollada de los gentiles hasta que se cumplan los
tiempos de las naciones (Lc. 31, 20-24).
Y esta palabra de Cristo se cumplió y se
cumple. El año 70 Jerusalén fue cercada por los ejércitos de Tito, el Templo
fue incendiado y un millón 100.000 judíos fueron masacrados y otros 97.000
llevados prisioneros (Josefo, De Bello Judaico), y, desde entonces el judío
anda errante, hecho oprobio y baldón de todos los pueblos, siendo un testigo
inicuo de Cristo, Rey de los Siglos.
Si los judíos fueron castigados, ¿los pueblos
descristianizados quedarán sin castigo?
Pero castigo éste que ha comenzado ya… porque
ayer fue Rusia y mañana el mundo… castigo que sería para todos, para judíos y
cristianos; para ambos, porque ambos llevan siglos de espantosas impiedades.
Castigo espantoso y saludable, en el que la
Justicia purificará y la Misericordia forjará apóstoles de santidad.
Creo que sin vocación de profeta es fácil
prever que la humanidad ha de caer bañada en una ola general de sangre
purificadora… sangre de los cismáticos rusos para expiar sus doce siglos de
apostasía de Cristo, que está allí donde está Pedro; sangre de los herejes
protestantes para lavar las felonías de cuatro siglos de maquinaciones
anticristianas: sangre de los pueblos católicos que como viles rameras se han
prostituido vergonzosamente, y ¡qué espléndido instrumento el judío en la mano
de Dios para ser el verdugo de estos pueblos que trocaron la grandeza de la
Cruz por la grandeza de Babel!… ¡Ah, pero también puede Dios suscitar un nuevo
Atila (si no lo suscitó ya) que a judíos y a descristianizados los oprima como
a la uva en el lagar!...
Todos tienen que ser purificados… ¿y después?
Después surgirán hombres de santidad, judíos y cristianos, varones llenos del
cristianismo auténtico, de aquella fe y de aquella caridad cristiana de que
estaban llenos los apóstoles y los mártires… No será posible el cristianismo
falso y mentiroso de un siglo hipócrita; sólo después de la purificación se
podrá efectuar la reconciliación de judíos y cristianos, de Esaú y de Jacob.
“El Judío en el misterio de la historia”, capítulo III.