“Lo que
nadie envidia es el último lugar. Y este último lugar es lo único que no es
vanidad y aflicción de espíritu…Sin embargo, ‘el hombre no es dueño de su
camino’, y a veces comprobamos con sorpresa que estamos deseando lo que brilla.
Entonces, coloquémonos humildemente entre los imperfectos, considerémonos almas
pequeñas a las que Dios tiene que sostener a cada instante.
Cuando él
nos ve profundamente convencidas de nuestra nada, nos tiende la mano; pero si
seguimos tratando de hacer algo grande –aunque sea bajo pretexto de celo- Jesús
nos deja solas. ‘Cuando parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me
sostiene’ (S. 93). Sí, basta con humillarse, con soportar serenamente las
propias imperfecciones. ¡He ahí la verdadera santidad!”.
Santa
Teresita del Niño Jesús