FARISEÍSMO
“Por esto los judíos
atacaban a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado”
(Jn. 5, 16).
Los
fariseos son los que invierten las cosas. Para ellos, el hombre es para el
sábado, y no el sábado para el hombre. Dios es para el hombre, y no el hombre
para Dios. La letra vivifica y el espíritu mata. La verdad es para la autoridad
y no la autoridad para la verdad. Dios es para la nación y no la nación para
Dios.
El
orgullo como nación les hace reducir todo lo demás para someterlo a ello.
Lo
mismo está pasando en la Nueva FSSPX.
El
orgullo institucional los hace querer sobrevivir a como tenga lugar. Así se
prefiere entregar a Roma una declaración doctrinal ambigua para conservar su status quo antes que volver a tener
problemas con la autoridad. Se privilegia la “situación” de la FSSPX a la
“situación” de la Fe en la Iglesia. Se olvida que la FSSPX es para la Fe, y no
la Fe para la FSSPX.
La
Fe es más importante que la FSSPX.
La
Fe le fue dada a la Fraternidad para transmitirla, no para ocultarla.
“Nadie que enciende
luz, la cubre con una vasija ni la pone bajo la cama, sino en el candelero,
para que todos los que entren, vean la luz” (Lc. 8, 16).
No
puede manosearse la Fe para conservar la Fraternidad. Para conservar íntegra la
fe debe arriesgarse la Fraternidad. Porque “al
que tiene, se le dará, y al que no tiene, aun lo que cree tener le será quitado”
(Lc. 8, 18).
Si
la Fraternidad tiene la Fe, pero la esconde porque teme un castigo, entonces
merece de verdad ser castigada por Dios, ya sea a través de estos modernistas
romanos o de lo que fuere. Porque la Fe no pertenece a la Fraternidad, sino a
Dios.
Los
judíos dijeron al hombre curado por Jesús en sábado que portaba su camilla: “Es sábado; no te es lícito llevar tu
camilla”. El les respondió: “El que me sanó, me dijo: Toma tu camilla y anda”
(Jn. 5, 10-11).
El
lenguaje de este hombre fue simple. Su actitud, perfecta. Llevó su camilla.
Luego Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: “Mira que ya estás sano; no peques más, para que no te suceda algo peor”
(Jn. 5, 14).
La
Fraternidad es ese enfermo que recibió la advertencia del Señor.
Quien
tenga oídos que oiga.
DE PUERTAS Y VENTANAS
ABIERTAS
“Todo esto me hace
pensar en una escena: Usted sabe que se acerca una fuerte tormenta. ¿Qué es lo
que hace usted cuando sabe que se acerca una fuerte tormenta? Usted corre a su
casa y cierra todas las ventanas porque ya sabe que la tormenta se aproxima, y
que si la tormenta llega y usted tiene las ventanas abiertas, todo lo que tiene
adentro resultará empapado de agua, todo se arruinará. Ahora, tenemos la
situación en que sabemos que la tormenta se aproxima. Ellos lo ven, ellos lo
describen, hasta hacen un documento, Gaudium et Spes, que describe esa tormenta
del mundo. Y ¿qué es lo que ellos hacen al comenzar el Concilio? ¡Abren las
ventanas hacia el mundo, “dejan que entre el aire fresco”! Bueno, ellos le
abrieron las puertas a la tormenta, ahora la alfombra, los muebles están
dañados, hay mucho daño por todos lados, pero ellos dicen que todo es culpa de
la tormenta. Yo digo: “Bueno, en mi casa no sucedió una cosa así”. Nosotros decimos,
“Ustedes tontos, ¡Ustedes dejaron las puertas abiertas! ¡Ustedes
debieron de haberlas cerrado!”. Nosotros no decimos que la culpa es de la
tormenta. ¡Pues eso es lo que ha pasado aquí!”(Mons.
Fellay, conferencia dada en la Iglesia San Vicente de Paul de Kansas City,
Missouri, el 10 de noviembre de 2004).
¿Y
por casa cómo andamos? “Es importante no
dejar de tener relaciones y mantener la puerta abierta”, dijo
Monseñor Fellay (Cor Unum 101, Marzo
2012). Y la tormenta llegó y entró a la Fraternidad. Y ahora está terriblemente
dañada y debilitada, y se dividió, y hay un obispo menos y varios sacerdotes
menos y muchos fieles contrariados o perseguidos, etc. ¿Y qué hizo Monseñor Fellay,
luego de abrir la puerta y pretender un acuerdo con los modernistas? Sí,
exactamente lo mismo que le criticaba a Roma: echarle la culpa a la tormenta,
cuando fue él quien le abrió la puerta: “Como
ustedes saben, la Fraternidad se halló en una posición delicada durante gran
parte del año 2012, a resultas del último movimiento hecho por Benedicto XVI
que intentaba normalizar nuestra situación. Las dificultades
provenían, por un lado, de las exigencias que acompañaban la proposición romana
– a las que no pudimos y seguimos sin poder suscribir–, y por otro, de una
falta de claridad de parte de la Santa Sede que no permitía conocer exactamente
la voluntad del Santo Padre, ni qué estaba dispuesto a concedernos”.
(Carta
a los amigos y benefactores, Marzo 2013).
Ahora
aquel gesto soberbio de “en mi casa no pasa nada así” y “ustedes son unos
tontos”, se le ha vuelto en contra y ¿quién fue realmente el tonto? ¿Y quién
sigue dispuesto a abrir las puertas a la tormenta que nunca cesa?
Dios
nos libre de toda presunción y vana imprudencia.
LA PARED
“Permítanme ayudarlos a
entender lo que “las excomuniones” significan para la Fraternidad. Primero, yo
estoy absolutamente seguro que esas
excomuniones han sido una gran bendición y una protección de Dios. Sí, con esas excomuniones, nosotros hemos
estado protegidos. ¿Por qué? Porque Roma ha construido una pared entre
ellos y nosotros, de tal manera, que todas las balas que puedan dispararnos,
van directamente hacia la pared y a nosotros ni siquiera nos tocan” (Mons.
Fellay, conferencia dada en la Iglesia San Vicente de Paul de Kansas City,
Missouri, el 10 de noviembre de 2004).
Poco
tiempo después, Monseñor Fellay y la FSSPX pedían a Roma que retirase esa “gran
bendición y protección de Dios”.
Y
le fue concedido.
Así
como de un día para otro había caído el Muro de Berlín, así se había caído el
Muro que protegía a la Fraternidad San Pío X. Y así como con el muro no cayó el
comunismo, sino que mutó, de igual forma con este muro no cayó el modernismo
romano, sino que se maquilló de “restaurador”.
¿Es
Mons. Fellay el Gorbachov de Roma para la Tradición? ¿Se está aplicando en la
FSSPX la “perestroika”?
Triste
suerte la de quienes luego de reconocer cómo los bendice Dios, rechazan esa
gracia y esa protección quién sabe por qué turbios o alucinados intereses justificados
por el “bien” general de la Iglesia. Pero nadie que se suicide, nadie que se
incapacite, nadie que rechace una gran bendición –como lo reconoció Mons.
Fellay- puede luego hacer ningún bien. Al contrario, permite la expansión del
mal que las murallas contenían. Y se hace cómplice del enemigo, o, lo que es lo
mismo, traidor.
LOS INADAPTADOS
El
lugar común periodístico solía motejar de tal manera a aquellos seres desaforados
y brutales que mediante la violencia y el crimen ocupaban las tribunas de los
estadios de fútbol infundiendo temor y preocupación en el resto de la
concurrencia. Hoy se los sindica simplemente como “barrabravas”.
Eran
inadaptados porque no les era posible adaptarse a las normas de convivencia
pacífica y respetar las reglas que mantenían la sociedad en una suerte de
respeto mutuo de las diferencias, en orden al bien común.
Pero
hoy los inadaptados vienen a ser los que haciendo gala de una intolerancia
regresiva y reaccionaria, no están dispuestos a soportar el progreso de la
sociedad que mediante leyes antidiscriminatorias otorga sus "derechos" a extraviadas minorías.
El
inadaptado está siempre en desventaja y en minoría. El inadaptado –un intolerante-
nunca es tolerado por los que se dicen defensores de la tolerancia.
El
inadaptado se adapta o paga las consecuencias.
Lo
mismo ocurre en la iglesia conciliar.
¿Y
qué pasa con nosotros? Se nos dice en la Fraternidad que “una nueva posición en
relación con la iglesia oficial” es necesaria. Ya no se puede actuar como
intolerantes o extremistas, se nos da a entender. Hay que adaptarse a la nueva
realidad, según ha dicho Monseñor Fellay. Hay que estar abierto. Dispuesto
siempre a dialogar (lo dicen quienes dialogan con los enemigos y no con los “propios”).
La
mayoría escuchó esta nueva voz, este nuevo discurso. Y se adaptó a las mil
maravillas. Era la voz de la autoridad, era el consenso mayoritario. La mayoría
no puede equivocarse. Nada ha cambiado en la superficie. Seguimos siendo lo que
somos. Nuestra identidad sigue vistiendo trajes tradicionales.
Hubo
que hacer alguna que otra concesión, hacer declaraciones diplomáticas y
ambiguas, desplazar a los “conspiracionistas”. Pero todo eso es parte de la
adaptación. El que no se adapta se cae y queda en el camino. El que no se
adapta puede perder lo que tiene, su status
quo, sus buenas relaciones, el favor del sacerdote, sus amistades, su mujer,
su trabajo.
Hay
que adaptarse. Total la fe ya la confesaremos cuando vengan a perseguirnos en
serio, cuando venga el Anticristo. Ahora podemos con astucia cambiar un poco el
lenguaje, así ellos se conforman y nosotros conservamos nuestras posiciones.
Hay que ser inteligentes. Hay que adaptarse. No somos los apóstoles ni estamos
en esa situación. Podemos recuperar la Iglesia de a poco, convenciendo. Es lo
que hay. No hay que ser ingenuos. No hay que hacerse el mártir. Hay que
adaptarse.
Es
fácil adaptarse a la tibieza cuando se ha dejado de odiar la mentira y el mal.
Entonces
el inadaptado se convierte en el peor enemigo.
DIPLOMACIA
Hoy
todo es diplomacia y diálogo. Diálogo y diplomacia. Nos han acostumbrado a
ello. Las afirmaciones claras han pasado
de moda. Hay que “contemporizar”. Las habituales y diarias “audiencias papales”
con gobernantes, funcionarios, religiosos, artistas, deportistas y tutti quanti, han sumergido la Santa Religión
en una empalagosa y acaramelada impostura que la convierte en aquello que
Francisco niega: una ONG.
Eso
no es fe. No se habla de fe. No se confiesa la fe. O sí: es la fe democrática,
la fe en el hombre, la fe en la humanidad, la fe en el hoy. La fe másonica. “¿Y
cuando vuelva el Hijo del Hombre, creéis que hallará fe sobre la tierra?”.
Castellani
en su Periscopio, 9 de junio de 1969:
“Se va un Nuncio Papal y viene otro.
Tampoco aquí hay que esperar grandes cambios. Condecoran al Nuncio que se va:
que le aproveche. Figurémonos que San Pablo, Nuncio de San Pedro, hubiese ido a
hacer una visita de despedida a Calígula. Bah, eran otros tiempos. Los de ahora
son mejores”.