El país del padre Castellani
El
volumen puede servir como nueva puerta de entrada a la obra de un escritor
brillante y un profeta no escuchado. Uno de sus temas centrales es el sondeo de
las causas profundas de la decadencia nacional.
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POR JORGE
MARTÍNEZ
20.12.2020
El padre Leonardo Castellani
tuvo, entre muchas otras virtudes, la de ser uno de los más grandes escritores
argentinos del siglo XX, un autor digno de figurar en el canon que establecen
los organizadores de la cultura oficial del país. Pero Castellani (1899-1981)
no se encuentra en tal Parnaso. No lo estuvo en vida y mucho menos después de
muerto. Sus libros, escritos siempre a contracorriente, contaron por un tiempo
con legiones de agradecidos lectores hasta que fueron desapareciendo de los
circuitos que forman los gustos y la opinión general. Hoy el hombre
extraordinario que los escribió es el gran olvidado, o mejor, el gran proscripto.
Por eso debe agradecerse la
aparición este año de La otra Argentina
(Vórtice - Jauja, 608 páginas). El volumen, cuya preparación inicial estaba
prevista para dos decenios atrás, recopila todos los artículos que el sacerdote
escribió entre 1951 y 1964 para la revista nacionalista Dinámica Social, y que
nunca se habían presentado en una edición integral (aunque muchos sí salieron
dispersos en otros libros).
A la saludable oportunidad de
la publicación debe agregarse el hecho de que estos noventa textos de hace más
de medio siglo se apoyan en comentarios y "actualizaciones" que a
comienzos de esta centuria preparó Aníbal D´Angelo Rodríguez (1927-2015), una
de las grandes mentes del nacionalismo argentino, hombre de vasta cultura y
pluma magnífica. No podría haberse elegido un mejor "comentarista" de
la prosa castellaniana.
La tarea actualizadora de D´Angelo
Rodríguez contribuye, además, a que el libro cumpla con la función a la que
parecería estar destinado por su carácter fragmentario y variopinto: ser la nueva
puerta de entrada a una obra necesaria y hoy esquiva. Porque puede discutirse
si La otra Argentina reúne lo mejor
de Castellani. De lo que no puede dudarse es que contiene la esencia de
Castellani como escritor, como pensador y como hombre de Dios.
TEMAS Y ESTILO
Para empezar está su estilo
inconfundible, salpicado de humor y chanzas, a la vez culto y popular, formado
en innumerables lecturas en media docena de lenguas, pero profundamente
arraigado en la tradición hispánica, criolla y campera. También están muchos de
sus temas, las preocupaciones que lo trabajaron durante una ajetreada vida de
estudios, de injusticias y de no pocas persecuciones.
Un veloz repaso arroja una
muestra elocuente: la crítica al fariseísmo religioso ("la más grave de
todas las corrupciones humanas") y al cristianismo "mistongo"
del argentino corriente; el no comprendido destino del danés Soren Kierkegaard
(él escribía Kirkegor), una "especie de santo informe y tanteante"
que "murió espiritualmente católico"; la mediocridad tendenciosa del
periodismo, sobre todo el local ("la prensa argentina en su casi totalidad
nos causa una profunda vergüenza"); la completa ausencia en estas tierras
de una verdadera crítica literaria; el comprobar cuál era "el eje
permanente" de la historia argentina, que estaba en "la pugna entre
la tradición hispánica y el liberalismo foráneo"; la innegable y dolorosa
decadencia del país, que ya era evidente a mediados de la década de 1950.
Su rango de inquietudes era
amplio y, a veces, sorprendente. Pero de todo tenía algo interesante y agudo
que decir, ya fuera que ensayara una opinión económica, discurriera sobre la
ingobernabilidad de la ciudad de Buenos Aires (anticipándose en 1955 el plan de
traslado de la capital que el presidente Raúl Alfonsín intentaría tres décadas
más tarde), meditara sobre la verdadera definición de cultura, explorara una
posible sociología del arte o fustigara al tango (una de sus bestias negras) y
a la novedosa science-fiction estadounidense.
"Soy periodista hijo de
periodista", se definía Castellani en una colaboración de julio de 1956.
Como buen periodista admitía que escribía acerca de todo, pero aclaraba que él
se contaba entre los periodistas honrados, "que decimos solamente lo que
sabemos". Es una frase cierta que estas páginas corroboran. A pesar de la
forma ocasional y despareja de los artículos que redactaba, en casi todos ellos
hay una intuición penetrante, una idea brillantemente explicada o un dictamen
certero y fundado en lecturas o reflexiones.
Esta apabullante autoridad
intelectual de Castellani se nota especialmente en sus trabajos de crítica
literaria. La otra Argentina recoge
numerosos ejemplos de esa rara independencia de criterio que exhibía a la hora
de resumir las virtudes y defectos de novelistas, poetas, ensayistas, libros o
ideas. Lo demuestra en sus varias semblanzas de Borges (con quien es severo
pero no injusto, y siempre a contramano de las verdades de las capillas
literarias), en su examen de la obra de Hilaire Belloc, en su rescate de la
silenciada Adán Buenosayres de Lepoldo Marechal, en la valoración informada del
P.G. Wodehouse caído en desgracia. Aquí también el espectro era variado: con
igual soltura podía pasar de Giovanni Papini y su discutido estudio de la
figura del diablo a un libro primerizo de Jorge Abelardo Ramos o a la (muy
elogiada) Historia de la Argentina de Ernesto Palacio; de Benedetto Croce y la
"religión de la libertad" que desplegaba en su Historia de Europa en
el siglo XIX a un recorrido breve y compuesto "de memoria" por la
bibliografía existente en 1956 sobre San Ignacio de Loyola. Con José Ortega y
Gasset se mostraba más ecuánime de lo que podría pensarse, era generoso en el
recuerdo de la vida extraordinaria del filósofo italiano Giovanni Gentile, y
contundente en su rechazo al Estado Mundial del socialista utópico H. G. Wells.
UN PROFETA
Junto al Castellani crítico
literario, impresiona el Castellani profeta. Esa cualidad que siempre se le ha
atribuido también aparece nítida en estas páginas. Sesenta o setenta años atrás
el sacerdote escritor ya advertía del efecto nocivo que tendría la
extranjerización de las editoriales argentinas, que fomentaría una
"conspiración del silencio" contra autores, libros o ideas ajenos a
la cofradía de izquierdistas y liberales. Siguiendo a Chesterton alertaba sobre
las consecuencias destructivas del divorcio, en el que veía un arma del
liberalismo y, por lo tanto, del capitalismo, dirigida contra la familia. En
1954 constataba el riesgo enorme que significaba la "adulteración interna
del cristianismo", y atribuía la crisis de la Iglesia (argentina y
universal) a un "bajón de la fe sobrenatural". Verificaba que el
rechazo de la tradición (comprobable en la perdida "batalla de las
humanidades" por la enseñanza del latín y el griego) conducía a la
"tecnolatría", que en 1953 era fomentada en consonancia por
Washington y Moscú, los aparentes grandes rivales de la "guerra
fría".
Este Castellani profético
clamó en el desierto cada vez que llamó a la conversión de sus compatriotas
sobornados o "idiotizados", esa "plebe cristiana, por atavismo y
no por práctica", regida por "una clase dirigente de
macaneadores". Le dolía en el alma la ruina de la patria que desde
mediados del siglo XIX había renunciado a su herencia cultural y moral.
"La tragedia de la Argentina -escribió en frase memorable- es que quiso
ser otra, y lo consiguió. Ahora está condenada a ser otra indefinidamente y
eternamente, como los brutos animales en la tierra y los condenados en el
infierno".
Para Castellani el gran
villano de esa insensata transformación había sido el liberalismo, no el
marxismo, ni el socialismo, ni siquiera el peronismo, al que comprendía sin
justificarlo. "El liberalismo - apuntó en febrero de 1957 - modificó la
sustancia ontológica y moral del país". En consecuencia, "la Argentina
quedó descoyuntada en su ser moral, cultural y político; y al mismo tiempo (lo
que parece castigo de Dios) atrasada en la misma técnica -y sangrada a fondo
por el imperialismo extranjero".
Insistía Castellani en la
paradoja de que, como "herejía cristiana", el liberalismo
suministraba "una religión y una moral de repuesto, sustitutivas de las
verdaderas". Ese andamiaje de "palabras vacías", "fórmulas
bombásticas" e "ideales utópicos" pretendía ocultar el hecho de
que "en el mundo actual" sólo hay dos partidos: la Revolución y la
Tradición. El proceso revolucionario, señalaba a fines de 1957, "tiende
con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado,
para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al
cielo".
Tal destrucción había avanzado
tanto que estaba empujando al hombre a desprenderse también de lo "noble
pagano", es decir, de "todo lo natural, después de haber rechazado lo
sobrenatural". Interpretada en este ominoso siglo XXI, el siglo del aborto
festejado, de la ideología de género y del próximo transhumanismo, la profecía
de Castellani no podía haber sido más exacta. "La última herejía -vaticinó
en 1958- es un ataque contra la Razón, y contra las virtudes naturales que en
ella se apoyan".
"Como todo el mundo sabe,
Castellani era un sacerdote de la Iglesia Católica y un hombre genial",
destaca D´Angelo Rodríguez en una de sus atinadas "actualizaciones".
Fue sin dudas el mayor pensador católico de la Argentina, y uno de los más
grandes de todo el mundo en el siglo XX. Pero este hombre genial y sufrido fue
también un patriota que sintió en lo más íntimo el dolor de ver que su país,
"deficiente en vigor moral y realmente enfermo de amoralismo", había
errado la huella y perdido el rumbo. Una y otra vez pronunció amargas verdades
correctivas que sus compatriotas no entendieron o no quisieron entender. Estas
páginas tan severas y tan ciertas lo atestiguan. Tampoco él fue profeta en su
tierra. ¿Lo será algún día?