San Ignacio de Loyola, San Juan Bosco, San Pío V, San Juan de Ávila, San
Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Santo Tomás Moro, San Felipe Neri, San
Vicente de Paul, el Santo Cura de Ars, San Alfonso María de Ligorio, Santa Teresita de Lisieux, Santa Luisa
de Marillac, Beato Claudio de la Colombiere, Beato Teófano Venard, Padre Pío de Pietrelcina, Fray Luis de Granada, P. Juan Eusebio Nieremberg, el obispo Bossuet,
Chautebriand, Mons. Dr. Juan Straubinger, Mons. Marcel Lefebvre, Obispo Manuel González, Padre Castellani, Padre Luis Coloma, Gabriel García
Moreno, Hugo Wast, son solo algunos de los santos y grandes personalidades de
la Iglesia que han manifestado su adhesión a la “Imitación de Cristo”, más
conocido como “el Kempis”. Ellos no sólo lo leyeron, estudiaron y recomendaron,
sino que además encarnaron sus santas enseñanzas, recordando de memoria muchas
de sus sabias sentencias.
San Pío V lo llamó “el libro de
los libros”.
San Juan Bosco escribió de él: “En mi juventud leí la "Imitación de
Cristo" y me quedé admirado al darme cuenta de que este libro trae más
enseñanzas en una sola página que los libros vernáculos en varios volúmenes. A
este precioso libro debo el haberle tomado gusto a la lectura de libros
espirituales y el haber dejado de leer libros vernáculos”.
El papa
Pío XI dijo que era un “áureo texto”.
El Padre Augustin Berthe escribió sobre García Moreno: “La Imitación
de Cristo, le nutría de santos y sublimes pensamientos, no sólo en casa,
sino en sus viajes; porque lo había convertido en su compañero inseparable. Se ha encontrado un ejemplar que le había regalado un afectuoso amigo,
el 24 de Setiembre de 1860, día de la toma de Guayaquil, y del que se sirvió
hasta la muerte. Se comprende a la simple vista, por el estado de este pequeño
volumen, y por el color de sus páginas, que su dueño lo había convertido
en vade-mecum.”
Pero en
este malhadado siglo XXI, nos encontramos que un sacerdote que las va de
“sabio” afirma tenerle “tirria” (sic) al Kempis. Y no contento con eso dedica
varios de sus sermones a despotricar contra este santo libro que tanto bien ha
hecho y sigue haciendo, menoscabándolo ante sus feligreses.
Así, en
medio de sus sermones furibundos ha dicho cosas como éstas:
“¡El clero ignaro,
ignorante…la ignorancia exegética del clero! ¡Claro, educado a hacer sermones
espirituales de moralinas, sin doctrina, y bue…! Es decir, hacer de los
sermones novelitas de devoción, al
estilo Kempis…hay que ser espiritual y la espiritualidad está en la
babosería voluntarista sin doctrina…”
“¡El Kempis…que es de la devotio moderna! ¡De ahí
sale el Protestantismo, de ahí sale Erasmo de Rotterdam, de ahí sale Lutero! ¡¡¡De
ahí sale toda esa mentalidad de Nibelungos germánicos subjetivistas
protestantes antiromanos antilatinos!!! ¡Anticristianos! Por eso les llamo los
indios de ojos azules (…) Entonces no es la beatería voluntarista ¡¡¡o rezar un chorizo de letanías!!! (…) ¡Es
puro voluntarismo! ¡Porque yo tengo que
iluminar la inteligencia con la verdad de la luz divina! ¡Para que la voluntad se mueva una vez que
conoce y ama así lo que conoce! ¡Si yo invierto el proceso estoy destruyendo la
religión, la verdad! ¡Y eso ha pasado dentro de la Iglesia católica por culpa
del clero voluntarista, nominalista adobado con el Kempis durante años! ¡¿Y
acaso no tenemos ejemplo de eso en Econe, donde todos los días una lectura de
un pasaje del Kempis?! ¡Y bueno! ¡Hasta Monseñor Lefebvre cayó en eso! ¡Y yo me
pregunto si no fue eso lo que lo amilanó un poco, a pesar de otros factores!
Por eso yo no me amilano. ¡Y como toro bravo me crezco en la lidia!” (acá y acá)
El que, contra todos los
santos y religiosos, siente “tirria”, aborrecimiento, fobia contra el Kempis es
el cura en estado salvaje P. Basilio Méramo, “compañero de fórmula” del P.
Ceriani en la “Radio Cristiandad”. Curiosamente alguna vez el último sacerdote
citado se sirvió del buen ejemplo del Kempis en alguno de sus sermones, aunque
no parece haberse “amilanado” tanto como Mons. Lefebvre…en fin. Si quien lee el
Kempis lo tomara en serio, seguiría a Cristo como lo hicieron aquellos santos
que hemos citado y tantos religiosos que a lo largo de la historia se han
servido del más eximio libro de espiritualidad y el que más ediciones tiene
después de la Sagrada Escritura.
Pero ocurre que algunos,
que para darse por sabios ante el pueblo no instruido, caen en un petulante
“intelectualismo”, simplifican mayúsculamente el tema de la devotio moderna, y achacándole al Kempis
cosas que no le corresponde, se vuelven “ilustrados” y “teólogos” de tribuna
deportiva, volcándose a un intelectualismo ayuno de caridad que sólo sirve para
inflarse a sí mismos en nombre de la “luz” y la
“verdad”. Si alguien se priva de leer a Santo Tomás, ¿la culpa la tiene
Tomás de Kempis? Si alguien se vuelve liberal, ¿la culpa la tiene la “Imitación
de Cristo”? El hecho es que la devotio
moderna, en que participa Kempis, resulta de un desencanto con la ciencia
teológica, entonces en manos de bárbaros: los nominalistas. No conocía a Santo
Tomás sino de oídas, porque el tomismo estaba eclipsado en las universidades, por
eso tal vez la referencia negativa de Kempis a la ciencia; pero no deja de
estar enteramente en la línea evangélica
de crítica de la vanagloria de la ciencia de los hombres, que no es más que
soberbia. Además, aunque nacida en el vacuo de la verdadera teología, la Imitatio es sin imitación: una
perla, surgida de la encarnadura de las enseñanzas de la Sagrada Escritura en
la vida fervorosa y ascética de un santo religioso. Todas las comunidades
religiosas tradicionales la tienen presente en la lectura cotidiana en el
refectorio (y no sólo Econe como parece dar a entender el citado cura, además
si la Neo-Fraternidad está cayendo no es por leer el Kempis, sino por no
comprenderlo o no ponerlo por obra) y sus consejos alimentan la más pura
devoción a Cristo. Es parte de la cristiandad y de la misma tradición.
Pero sucede que sus
sentencias libres de adornos retóricos, sencillas y a la vez muy profundas, que
sólo se exhiben en toda su fuerza esclarecedora en aquellos que las
practican, son inasequibles e
inadmisibles para las mentes orgullosas, pues su conocimiento no les sirve para
pavonearse, antes bien desde el momento en que no son puestas en práctica, se
les vuelven inútiles e inalcanzables. Palabras como las que siguen del Kempis son
golpes muy mal recibidos por aquellos que no aceptan ser corregidos pues en su
soberbia se ven a sí mismos como maestros indiscutibles:
“Por cierto mejor es el rústico humilde que sirve a Dios, que
el soberbio filósofo, que dejando de conocerse, considera el curso del cielo.
El que bien se conoce tiénese por vil y no se deleita en
loores humanos.
Si supiese cuanto hay en el mundo y no estuviese en caridad
¿qué me aprovecharía ante Dios, que me juzgará según mis obras?
No tengas deseo demasiado de saber; porque en ello se halla
grande estorbo y engaño.
Los letrados huelgan de ser vistos, y tenidos por tales.
Por eso muchas cosas hay, que saberlas, poco o nada aprovecha
al ánima; y mucho es ignorante el que en otras cosas entiende salvo en las que
tocan a la salud.
Las muchas palabras no hartan el ánima: más la buena vida le
da refrigerio, y la pura conciencia causa gran confianza en Dios.”(L. I, C. II)
Los modernistas, por supuesto, han dejado esta obra de lado. Así leemos
una crítica en la Internet de una monja conciliar: “¿Qué valoración se puede
hacer del tipo de espiritualidad representado por esta obra? En su momento
supuso una reacción necesaria y lógica, pero, no obstante, hay que afirmar que
esta devoción, queriendo ser moderna, fue demasiado cerrada. No se adaptó a los
nuevos tiempos, despreciando ascéticamente los valores humanos en un momento en
que alborea ya el humanismo. Muere, por tanto, debido a la asfixia de su
metodización, con las alas cortadas para los vuelos místicos”.
O incluso se nos confirma su desdén por parte de la neo-iglesia
modernista: “¿Por qué perdió en los años sesenta la fascinación que había
ejercido durante siglos? Es exponente de una consideración vertical, ascética,
moralista de la vida cristiana, de la primacía de la interioridad vivida solo
ante Dios con desprecio del mundo (Contemptus mundi era el otro título del Kempis).
Tal acentuación de la subjetividad religiosa individual llevó consigo una
pérdida de la dimensión eclesial, sacramental, teológica e histórica del
cristianismo. El choque de mentalidades que tiene lugar en España entre 1953 y
1960 y que la iglesia esclarece de manera normativa en el Concilio cuatro años
después es la crisis del Kempis. Los movimientos bíblico, litúrgico, social,
abrieron nuevos horizontes al catolicismo más allá de ese individualismo, que
se preocupa sobre todo de la salvación futura del individuo. Los movimientos
sociales y políticos del siglo XIX y la revolución de mentalidad introducida
por el marxismo forzaron a volver la mirada de los creyentes a la historia, al
prójimo, a la horizontalidad de los deberes y derechos, a la justicia antes que
a la caridad, a la praxis política antes que al silencio contemplativo. Desde
esos redescubrimientos el Kempis quedó estigmatizado como la forma de vida
cristiana que había que superar.” (acá)
Así que tenemos a los modernistas que tienen tirria al Kempis; a los
fariseos que le tienen tirria al Kempis; pero también a los poetas románticos
como Amado Nervo, que le tenía tirria al Kempis, hasta llegar a dedicarle un
poema:
¡Oh
Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!
Decía el gran Ignacio Anzoátegui que desde el principio Amado Nervo “confundió
la mística con la anemia. Todo lo que hizo fue llegar al maximum del snobismo
místico. Fue el mejor propagandista de la mariconería religiosa”. Veamos cómo
encabeza el retrato de este insufrible poetastro el genial escritor argentino
en su “Vidas de muertos”:
“Practicaba el aburrimiento místico con una entrañable sinceridad. Había
hecho profesión de su histeria triste, y como todo profesional, era sincero por
costumbre.
Nadie le vio sonreír
porque quiso, en su entereza,
ennoblecer de tristeza
la ignominia de vivir.
Estos versos definen su posición ante la vida. El demonio le anduvo
rondando constantemente con aspavientos de melancolía. Fue un romántico y por
eso tuvo su demonio romántico. Bajo las apariencias de una resignación piadosa,
su vida fue una alabanza de la desesperación quietista”.
Y agregaba además Anzoátegui sobre el personaje en cuestión, algo que no
resistimos de citar entero: “Otra inmundicia religiosa de Amado Nervo fue la
teosofía. Hay personas a quienes la gracia de Dios les resulta incómoda y se
consuelan con una vaga sensación de la divinidad, discursiva por lo pedante y
sentimental por lo falsa. Creen en un Dios hecho a su imagen y semejanza. Dios
burgués, con la satisfacción del deber cumplido, que se hace acreedor así a
nuestra aprobación moral. El Dios de los teósofos es un ser lamentablemente
serio y aburrido, hasta el punto de parecer protestante; un Dios incapaz de
sentir amor ni de hacer una jugarreta a sus fieles.
Amado Nervo fue un teósofo, pero sin escuela, es decir, sin la pobre
erudición teosófica que aprecian tanto los iniciados.
Y esa inmundicia preparaba el mundo para una cantidad de inmundicias
modernas.
Cuando murió Amado Nervo se armó un gran revuelo, sobre todo en el Uruguay.
Sobre su tumba podría grabarse este epitafio: “Era una monja laica”.
Nada extraña que personaje como ese detestara las verdades puras que se
encuentran en las páginas del Kempis, no adobadas por ninguna coartada
sentimental y exigentes hasta el sacrificio del propio y caído Yo.
Contra la horizontalidad entregada al mundo de la religión naturalista que apostata, y contra la “tirria” hacia la
interioridad religiosa de los fariseos que necesitan mostrarse impolutos en la
pura exterioridad, el Kempis, como hemos visto, ha sido aprobado por la Iglesia
y puesto en práctica por los santos, y es hoy un libro cada vez más necesario
para evadirse de tales desviaciones hacia uno u otro lado. Liberalismo y
fariseísmo asechan a los católicos fieles a la Tradición. Incluso en lo mismo
que conocemos como “Resistencia” no han de ser muchos los sacerdotes y fieles
que lo tienen en cuenta, y por eso surgen cada vez más actitudes orgullosas y
sectarias que no se condicen con los verdaderos imitadores de Cristo. San Pablo
dice: “Dios ha escogido a los necios según el mundo, para confundir a los
sabios; y Dios ha escogido a los flacos del mundo, para confundir a los
fuertes; y a las cosas viles y despreciables del mundo, y a aquellas que no
valían nada, para destruir las que valen; a fin de que ninguna carne se jacte
ante su acatamiento” (I Cor. I, 27-29).
El mismo Apóstol de los Gentiles dice de sí mismo
con absoluta sencillez: “Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no llegué
anunciándoos el testimonio de Dios con superioridad de palabra o de sabiduría,
porque me propuse no saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y Éste
crucificado. Y, efectivamente, llegué a vosotros con debilidad, con temor, y
con mucho temblor. Y mi lenguaje y mi predicación no consistieron en discursos
persuasivos de sabiduría (humana), sino en manifestación de Espíritu y de
poder; para que vuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en una
fuerza divina” (I Cor. II 1-5). El Príncipe de
los Apóstoles nos enseña que “Dios resiste a los soberbios, pero a
los humildes da gracia (I Pe V, 5)”.
Tomando estas enseñanzas, el Kempis es, como escribió Fray Luis de
Granada en su prólogo a
la obra, “un compañero fiel, un consuelo
en tus trabajos, un maestro en tus dudas, un arte para orar al Señor, una regla
para vivir, una confianza para morir, uno que te diga de ti lo que tú mismo no
alcanzas, y en que veas quién es el Señor, que tal poder dio a los hombres que
tales palabras hablasen”. Si nos aplicáramos a seguir sus consejos, nos
volveríamos santos. Como dice el mismo Kempis en su comienzo: “Sea, pues, nuestro principal estudio meditar
en la vida de Jesucristo”, para que imitando a Cristo podamos ser llamados
verdaderamente cristianos.