"En
las conversaciones de los eclesiásticos me parece que no sólo deben desterrarse
los discursos demasiado libres y disolutos, sino también los juegos y las
chanzas: mas no reprendo que alguna vez se pueda mezclar lo divertido y
agradable sin herir la honestidad”.
(San
Ambrosio)
“En
nada deben ser los Sacerdotes como el resto del pueblo, ni en los deseos y
pensamientos, ni en el modo de vivir, ni en las costumbres. La dignidad
sacerdotal les obliga a otra vida más seria, a otra gravedad y a otra piedad
más sólida. A la verdad, ¿qué hallará el pueblo que observar y que imitar en el
que no sobresalga en virtud al común de las gentes? ¿Qué admirará en vosotros
si solamente ve lo que hay en él? Si no halla cosa en que le excedáis, o si le
están dando en rostro, en el que miraba como digno de su respeto, los mismos
defectos que le avergüenzan en sí mismo”.
“Si ves que el sacerdote huele a preciosos ungüentos, que viste
delicadas telas, que asiste a las abundantes y regaladas mesas, con razón
diréis con las palabras del Evangelio: No conozco el árbol sacerdotal, porque
no es éste su fruto”
(San Gregorio de Nisa)
“Con
grande cuidado debemos elegir a los que se han de hacer cargo de gobernar la
casa de Dios: porque si para administrar las cosas temporales se buscan sujetos
idóneos, cuánto más se habrá de procurar que lo sean los que han de dispensar
las celestiales”.
(San Ambrosio)
“Hay
muchos que siendo dignos, se excusan teniéndose por inhábiles para tan alto
ministerio: pero en esto se ve que son dignos”.
(San Ambrosio)
"Es
preciso que las gentes del mundo nos hallen más prontos para consolarlas en sus
aflicciones, que para ir a comer y alegrarnos con ellas en el tiempo de la prosperidad.
Es muy cierto que desprecian al eclesiástico que jamás se excusa de ir a comer
con ellas cuando le convidan. Por lo cual nunca vayamos por nosotros mismos.
Debemos ir rara vez, aun cuando nos rueguen”.
(San Jerónimo)
“Hacer
capitanes de los soldados de Jesucristo a los que son incapaces de gobernarlos;
¿no es esto hacer capitanes de los que son soldados del diablo? Porque cuando
aquel que ha de disponer en batalla los soldados espirituales de Jesucristo,
armarlos y animarlos a pelear es el más flaco de todos, se puede decir que
entrega a su enemigo aquellos que estaban confiados a su fe: y que de este modo
hace el oficio de capitán para servir al demonio y para servir a Jesucristo”.
(San Juan
Crisóstomo)
“No
hablo temerariamente: lo digo con la sinceridad que pienso y según estoy
persuadido. No creo que haya entre los sacerdotes muchos que se salven, y
pienso que habrá muchos más que se han de perder. La razón es, porque pide esta
dignidad un alma muy elevada. Pues los Sacerdotes están expuestos a una
infinidad de tentaciones que los pueden sacar del camino que deben seguir”.
(San
Juan Crisóstomo)
“'Aunque
los Sacerdotes sean malos, por ellos lo hará Dios todo, y enviará el Espíritu
Santo: porque no es el alma pura la que por su propia pureza atrae el espíritu:
la gracia de Dios es la que obra todas las cosas. Omnia própter vos, sive
Paulus, sive Apollo, sive Caeph”.
(San Juan Crisóstomo)
“El
que enseña, debe atender a no predicar más que lo que el auditorio puede entender.
Pues debe descender hasta ajustarse con la flaqueza de los oyentes. El que
anuncia a los pequeñuelos cosas sublimes, que por lo mismo no les han de
aprovechar, más pretende hacer ostentación de sí, que ser útil a los que le
escuchan”.
(San Gregorio Magno)
“La
plática de la doctrina no entra en el entendimiento del necesitado, si no
llega a su alma la recomendación del sermón por mano de la misericordia. Cuando
la piedad del predicador riega la semilla de la palabra en el pecho del oyente,
brota con facilidad”.
(San Gregorio Magno)
"Razón
es que el que sirve al altar, viva del altar. Se te concede, pues, que si
sirves bien, vivas del altar; pero no lasciviar ni ensoberbecerte con los
dineros del altar para que compres fresnos de oro, sillas bordadas, plateadas
espuelas con remates purpúreos, pieles de varios colores para adornar el cuello
y las manos. Por último, todo cuanto retengas de las rentas del altar, fuera
del alimento necesario, y el vestido sencillo, no es tuyo, es rapiña, es sacrilegio.
Contentémonos, pues, con vestidos que nos cubran, no que nos hagan lucir o
ensoberbecernos, no con los que procuremos parecemos o agradar a las
mujercillas. Me dirás: Esto mismo hacen aquellos con quienes habito; y si yo no
hago lo que todos, me notarán de singular. Por esto te digo que salgas de entre
ellos para no vivir notado y señalado en la ciudad, o perecer con el ejemplo de
los otros”.
(San Bernardo)
“Yo
castigo mi cuerpo, para que no suceda que predicando a los otros, sea yo mismo
reprobado. Luego aquellos que no castigan su cuerpo y quieren predicar a otros,
serán reprobados de Dios”.
(San Ambrosio)
“A
la pureza cristiana no la basta el ser: necesita parecer: puede ser tanta su
plenitud, que salga del corazón al vestido, y de lo interior de la conciencia
prorrumpa a la superficie, para que por fuera la mire como alhaja suya propia,
conveniente para contener perpetuamente la fidelidad. Se han de sacudir del
ánimo las delicias: con su blandura y abundancia, puede afeminarse el valor de
la fe”.
(Tertuliano)
“Cada
cristiano debe vivir de tal modo, en cuanto está de su parte, que sirva de
ejemplo de virtud a todos los demás”.
(San Basilio)
“¿Quién
ignora el celo de los Apóstoles? ¿Cómo doce hombres, sin armas, sin dinero y
sin ningún recurso humano, logran destruir la idolatría, y que abracen la
religión? Con su celo tan ardiente, el que no les permitía un instante
permanecer ociosos, y así se les veía recorrer aldeas, pueblos, ciudades,
provincias y reinos, hechos innegables, pero asombrosos, que prueban un poder
sobrehumano. ¿Quién hizo a tantos millones de mártires? El celo. ¿Quién ha
poblado los desiertos? El celo. ¿Quién hace a los confesores? El celo. ¿Quién
movió a San Bernardo para convertir a sus parientes que se oponían a que
abrazara el estado religioso, el que inflamara la voluntad de sus oyentes a
despreciar el mundo, y a que tan prodigiosamente se aumentara el Orden de San
Benito? El celo grande que el Espíritu Santo llenó en su corazón. Bien se vio
en el Grande Patriarca Santo Domingo de Guzmán que, cual otro ángel llamaba a
todos los hombres al cielo con sus palabras, su vida y sus ejemplos: y abrasado
en el sagrado fuego del amor divino, se esforzaban en infundirlo en todos los
corazones. Preguntándosele de qué libro sacaba tan ardientes discursos,
respondió: Del libro de la caridad: no me fijo más que en este libro, del cual
saco palabras, no hinchadas, sino inflamadas. Lo mismo dice San Buenaventura de
San Francisco de Asís, y en la misma fragua del amor de Dios y del prójimo se
abrasaron San Vicente Ferrer, San Antonio de Padua, San Francisco Javier, San
Francisco de Borja, y en una palabra, todos los varones Apostólicos”.
(Barbier)